1ª Lectura: Levítico 13,1-2. 44-46.
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La
lepra es considerada en la Biblia, y en el judaísmo como uno de los peores
males. Al golpeado por ella se le consideraba como un muerto viviente (Núm
12,12). La enfermedad les obligaba a vivir marginados (Lv 13, 45-46), (era un
medio de aislar la enfermedad en una época en que las posibilidades médicas
para combatirla eran muy escasas o prácticamente inexistentes). Solo Dios podía
curarla (Núm 12,13), devolviendo el enfermo a la comunidad. En Lev 14 ,1-32 se
determinan las ofrendas a presentar y el ritual de purificaciones a cumplir
tras la curación.
2ª Lectura: 1 Corintios 10,31-11,1.
Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivos de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
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La existencia cristiana debe ser
significativa; su motivación debe estar radicada en la fe, y debe ser una
expresión de la misma. Cristo es el referente, y no ningún código ético. Tener
su mentalidad (1 Cor 2,16), sus sentimientos (Flp 2,5) es el proyecto
cristiano.
Evangelio: Marcos 1,40-45.
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En uno de sus primeros discursos, san Pedro sintetizó el ser y hacer de Jesús
con estas palabras: “Pasó haciendo el
bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38).
Cuando el Bautista envió una embajada a
Jesús para informarse sobre la verdadera identidad del profeta de Nazaret, con
la pregunta: “¿Eres tú el que ha de
venir, o tenemos que esperar a otro?”, el Señor le respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt
11,2-5).
Y, ya en el primer momento de su
ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, esbozó su programa con las
palabras del profeta: “El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar, a proclamar
a los cautivos la libertad, y a los
ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de
gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
Este fue su estilo. Nos enseñó que ningún
asunto es tan urgente como para obligarnos a pasar de largo, sin detenernos,
ante las necesidades de un hombre o mujer; que no es correcto dar un rodeo o
torcer la cabeza para ignorar al caído en la cuneta de la vida. Recordemos la parábola
del buen samaritano: no se puede argumentar con la religión y sus obligaciones
para evadir el compromiso humano (cf. Lc 10,25-37)
El relato evangélico de hoy nos presenta
al Señor liberando a un leproso, enfermedad que, como se nos dice en la primera
lectura, suponía la exclusión de la vida comunitaria y condenaba a los que la
sufrían a vivir fuera de los poblados, por motivos de prevención de contagios,
cuando la medicina era muy rudimentaria.
Pero Jesús no tuvo miedo al contagio, ni
se detuvo ante las severas penas que amenazaban a los que entraban en contacto
con los leprosos. El veía en el leproso no un riesgo de contagio, sino la
urgencia del amor; no un peligro, sino
un hombre… Y nos quedó este mensaje: “Os
he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis” (Jn 13,15), y “cada vez que
lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”
(Mt 25,40). Por eso, Pablo en la segunda lectura propone a Jesucristo como el
referente ético de la vida.
La lepra más peligrosa no es la de la
piel, sino la del corazón, y hasta ahí llega la voluntad sanadora de Jesús, a
limpiar el corazón para, sanado, convertirlo en casa de acogida cálida y
fraterna.
Hoy,
en la Jornada de Manos Unidas contra el hambre se nos hace una llamada a salir
de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir
nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre, esa lepra, que es, paradójicamente,
el alimento diario de millones de hombres.
.- ¿Cuál es mi proyecto
vital? ¿Cristo?
.- ¿Mi paso por la vida es
un paso bienhechor?
.- ¿Rehúyo los encuentros de riesgo? ¿Temo los “contagios”?
Domingo J. Montero Carrión.
Franciscano capuchino
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