miércoles, 15 de mayo de 2024

DOMINGO DE PENTECOSTÉS -A-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11.

    Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

    Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

     Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos estos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

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        El libro de los Hechos ha sido calificado como “el Evangelio del Espíritu”, pues él es el protagonista principal. Y en este capítulo se evidencia. El texto está cargado de sugerencias y construido con elementos significativos del AT., con una clara intencionalidad teológica. No se trata de un “reportaje” gráfico de la venida del Espíritu, sino de la proclamación de un “mensaje” teológico: el inicio de la nueva y definitiva etapa de la historia de la salvación. La escenografía (viento, lenguas de fuego, ruido…) evoca “el día del Señor” anunciado ya por los profetas (cf. Jl 3,1-5). Como la historia de Jesús comenzó con el descenso del Espíritu (Mc 1,10), también la de la Iglesia comienza con el descenso del Espíritu. Se han roto las fronteras, la unidad perdida en Babel (Gén 11,1-9) se recupera en Pentecostés. La lengua del Evangelio es universal, porque es la lengua del amor de Dios manifestado en Cristo. La “glosolalia”, frecuente en los comienzos de  la Iglesia (Hch 10,46; 11,15; 16,9; 1 Cor 12-10; Mc 16.17), así lo manifiesta. Desde los inicios los horizontes del Evangelio son universales. No hay excluidos, todos son convocados. Es la misión confiada a la Iglesia, que realizará guiada y fortalecida por el Espíritu.

 2ª Lectura: 1 Corintios 12,3b-7. 12-13. 

    Hermanos: Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

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    Dos ideas a destacar en este fragmento: 1ª) Sin el Espíritu es imposible la vida cristiana. Todo está “gobernado” por el Espíritu Santo, que se manifiesta en cada uno para el bien común. Los dones personales tienen vocación eclesial. Presentación trinitaria: San Pablo nos ofrece una breve formulación trinitaria: un Espíritu, un Señor (Cristo) y un Dios (Padre) (cf. 2 Cor 13,13).

    2ª) Con el símil del cuerpo se subraya la unidad existente de todos los creyentes en Cristo por el bautismo y la comunión en un mismo Espíritu. El es el cohesionador de la Iglesia.

Evangelio: Juan 20,19-23.

    Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.

     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

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     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.

 REFLEXIÓN PASTORAL 

     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.

     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.

      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.

       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (I Co 2,11)) -.

       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).

       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)

      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.

      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre ti" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?

.- ¿Sigo su magisterio?

.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

miércoles, 8 de mayo de 2024

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN -B-

1ª Lectura: Hechos 1,1-11.

    En mi primer libro querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días les habló del reino de Dios.

    Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

    Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?

    Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.

     Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se le presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.

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    El libro de los Hechos forma la segunda parte del proyecto teológico-literario de san Lucas dirigido a Teófilo (amigo de Dios). En la primera, en el Evangelio, narró lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta que ascendió al cielo. Ahora se dispone a narrar la andadura de la Iglesia, guiada por el Espíritu de Jesús.

    Tres bloques pueden señalarse en el texto escogido: un prólogo (vv 1-2), un relato de despedida de Jesús (vv 3-8) y la ascensión propiamente dicha (vv 9-11).

    En el prologo resume la vida terrena de Jesús hasta la resurrección, mostrando la continuidad personal y temática del Jesús prepascual y pospascual.

    En el relato de despedida aparecen elementos típicos del período que sigue a la resurrección: comida con los discípulos, promesas de Jesús, incomprensiones, y misión.

     Finalmente, la Ascensión con explicación: No se trata de una ausencia para siempre; volverá y nos deja su Espíritu.

     Los textos no han de leerse de manera literalista, sino enmarcados en la simbología del lenguaje y pensamiento bíblicos. La Ascensión significa la exaltación total y definitiva de Jesús al Cielo, que es la casa del Padre. La Ascensión no debe dar origen a especulaciones y actitudes pasivas, sino que debe marcar el inicio de la misión de la Iglesia.

2ª  Lectura: Efesios 1,17-23.

 Hermanos:

    Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

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    San Pablo pide espíritu de sabiduría para acceder al conocimiento del plan de Dios que ha hallado su plasmación y culmen en Jesucristo. Un plan en el que hemos sido incluidos por Dios y que debemos incluir en nuestra vida. De una manera especial en la carta se afirma también el triunfo de Cristo y su exaltación junto al Padre, al tiempo que se afirma  la conexión de Cristo con la Iglesia. La Ascensión no convierte a Jesús en ausente sino que inagura una nueva presencia.

 Evangelio: Marcos 16,15-20.

    En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.  A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

    El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

    Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

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     La manifestación de Jesús vivo a los discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a toda la creación (cf. Col 1,23).  Con un mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento (cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus consecuencias.

   El mensaje irá acompañado de signos identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once sino   para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).

     Se narran cinco signos, que son en definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad es llamada e introducida en una era de renovación.

    Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia indefectible del Resucitado.

REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de la Ascensión del Señor frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera reductiva. Resaltamos la exaltación / glorificación personal de Cristo, que, sin duda lo es, olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y que no conviene descuidar.

     Jesús vuelve a casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28). Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas muy importantes. 

    Jesús no regresó al Padre como había salido: regresó marcado con unas señales, las pruebas del amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos señalada una tarea: la de inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de ascensionar la realidad, transformándola con las semillas del Evangelio.

     La Ascensión de Jesús es una llamada de fidelidad a la Tierra, que con “dolores de parto” (Rom 8,22) ansía alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios, como casa de todos sus hijos, donde reine la justicia y la paz.

     La Ascensión, pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivarla y a llevar a feliz término su vocación original. La Ascensión supone el reconocimiento de la “mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia.

      Es uno de los aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (1ª lectura). La Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Evangelio). 

      ¿Y qué es evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a esta pregunta; sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que hasta lo que parece ser claro, se complica inevitablemente.

       Evangelizar es hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el Reino de Dios, por la predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder nunca de vista ni a Él (Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora.

      Evangelizar es anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom 5,6ss), concreto y personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc 4,16ss; Mt 11,2-5) y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en Cristo. Es configurar el mundo según el proyecto de Dios manifestado por Jesucristo (Ef 1).

      “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes y, con su influjo, desde dentro, renovar la misma humanidad: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo (cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef 4,23-24; Col 3,9-10) (EvN 18).

         Evangelizar es anunciar el amor de Dios y al Dios Amor. No es la propuesta de una nueva ética, sino una nueva revelación de Dios encarnada en Cristo y que hay que encarnar. Y para la Iglesia evangelizar es transmitir y visibilizar esta experiencia: “Lo que hemos visto…, lo que nuestras manos tocaron… Os lo anunciamos” (1 Jn 1,1).

      La segunda lectura habla de la necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón -solo se ve bien cuando se mira con el corazón- para comprender esta nueva realidad que inagura la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.

 REFLEXIÓN  PERSONAL

.- ¿Cómo vivo la Ascensión? ¿Me siento afectado?

.- ¿Qué realidades están clamando en mí por una ascensión liberadora?

.- ¿Qué hago por la Tierra nueva, donde habite la justicia?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.