lunes, 24 de febrero de 2020

DOMINGO I DE CUARESMA -A-



1ª Lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7.

    El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
    La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?
    La mujer respondió  a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte.
    La serpiente replicó a la mujer: No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
    La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se le abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

                            ***             ***             ***
    Las sugerencias que se encierran en este relato (el segundo relato de la creación del hombre) son muchas y elocuentes. La bipolaridad del hombre - Dios, su modelador, y la arcilla, su materia prima-. El hombre está emparentado con Dios y con la tierra. Es su luz y su sombra, su grandeza y su pobreza. Tras el hombre, aparece su espacio vital: un huerto frondoso, con dos árboles emblemáticos.
    La aparición de la serpiente introduce un elemento nuevo: el hombre es un ser en riesgo, expuesto a la tentación más radical: no aceptar ser hombre, no aceptar a Dios como su Señor.
    El relato de la tentación también encierra muchos matices: La mujer conoce la orden de Dios y corrige a la serpiente, pero acaba sucumbiendo a su sugerencia. Y convence al hombre. El final es dramático: su vista se ha ampliado, para descubrir su desnudez. Es la radiografía de la tentación: deslumbrar para cegar.

2ª Lectura: Romanos 5,12-19.

Hermanos:
    Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron… Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había ley. Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don; si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.
    Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: la sentencia contra uno acabó en condena total; la gracia, ante una multitud de pecados, en indulto.
    Si por la culpa de aquel, que era uno solo, la muerte inaguró su reino, mucho más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
    En resumen, una sola culpa resultó condena de todos, y un acto de justicia resultó indulto y vida para todos. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

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     Para san Pablo, Adán y Cristo son los dos polos de la historia. Adán, el polo negativo con su carga de pecado y de muerte; Cristo, el polo positivo, con su carga de gracia y de vida. Para el Apóstol, el pecado es el origen profundo de la distorsión que padece el hombre y el mundo. Y este pecado no es una “fatalidad” sino una “irresponsabilidad”. A través de una exegesis un tanto farragosa (vv. 13-14), la conclusión a la que llega san Pablo es clara: la historia no está perdida ni condenada a la desesperanza: Cristo, su obra, supera la de Adán. Incorporados a él, recuperaremos la “justicia”.

Evangelio: Mateo 4,1-11.

                                                   
    En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
    Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
    Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.
     Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.

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     El relato mateano de las tentaciones está muy elaborado y cargado de intencionalidad teológico-pastoral. Jesús es presentado como una persona guiada por el Espíritu. El “desierto” no es tanto un espacio geográfico sino teológico, es el lugar donde el pueblo de Israel experimentó la prueba y la providencia de Dios. Los cuarenta días y cuarenta noches evocan a Moisés (Ex 34,28) y a Elías (2 Re 19,8), así como los cuarenta años de la travesía de Israel por el desierto (Dt 29,9; Sal 95,10). Las tres tentaciones son en realidad una sola: la pretensión de apartar a Jesús de su vocación de fidelidad al designio del Padre. Venciendo la tentación, Jesús se acredita como el verdadero Israel: venciendo donde sucumbió el antiguo Israel.
     Este relato nos advierte de cómo puede tergiversarse la palabra de Dios, hasta convertirla en arma tentadora -Satanás argumenta desde ella-; muestra cómo Jesús opta por la fidelidad, no por la espectacularidad, que hipoteca la libertad; y marca a los cristianos el camino para no caer en la tentación. 


 REFLEXIÓN PASTORAL

       Inauguramos una nueva estación del Año litúrgico: la Cuaresma. Todos estamos enterados, al menos por el ruido de los carnavales. En todo caso no habrá que ser excesivamente críticos con el carnaval de tres días; más preocupante es el de los restantes días del año. Lo grave no es la máscara y el disfraz de tres días, sino la que oculta el rostro los restantes días del año. Aunque no deberíamos pasar por alto ciertos dispendios oficiales, cuando hay familias sin vivienda…; hombres, mujeres y niños con la cara desfigurada no por máscaras, sino por las huellas del hambre de la angustia y la desesperación. ¡Tan contradictorios somos!
      Los cristianos  iniciamos la Cuaresma con una ceremonia que invita a la reflexión y a la decisión: la imposición de la ceniza, acompañada de unas palabras de  Jesús: “Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
     Conversión, palabra muy usada, casi manoseada, pero una realidad todavía por estrenar. Palabra a la que ya nos hemos acostumbrado, pero que es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y que, también, hay que rescatar de un uso rutinario y ritualista.
     Las lecturas bíblicas nos hablan de cómo el hombre, desde muy temprano, se empeñó en hacer “su” propio camino…, y se perdió; quiso afirmarse de espaldas o frente a Dios…, y se hundió; quiso revestirse de saber y de poder…, y se descubrió desnudo… (1ª lectura).
      Pero Dios no lo dejó perdido, ni hundido, ni desnudo. Apareció Cristo como Camino y Salvación. Él es el rectificador y el modelo de rectificación para el hombre (2ª lectura).
     A un hombre que desdeñó su condición humana (Adán), le responde el mismo Hijo de Dios, que “siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó…, tomando condición de siervo…, haciéndose semejante  los hombres y apareciendo en su porte como un hombre cualquiera” (Flp 2, 6-7). 
    A un hombre desobediente a Dios, que rechaza ser hombre, le salva un Dios que opta por ser hombre y obediente al hombre, “hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,8): Jesucristo.
      Como el primer hombre, y como todo hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. Pero Jesús no solo venció la tentación, sino que la iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no solo a vencer sino a cómo vencer (Evangelio).
     Vencer la tentación no es solo no consentir, no solo es decir no, sino iluminar esa situación tentadora, desenmascarar su ambigüedad y su mentira -pues toda tentación se presenta como salvadora y portadora de felicidad- desde la palabra de Dios.
     No hay que huir, sino hacer frente; huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado  a afrontar la tentación desde la oración -“no nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,13)- y desde la decisión responsable. A esto nos invita la Cuaresma.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué “ánimos” afronto la Cuaresma?
.- ¿Qué resonancias provoca en mí la “conversión”?
.- ¿Qué abstinencias y que entregas preveo para esta Cuaresma?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.


martes, 18 de febrero de 2020

DOMINGO VII -A-

1ª Lectura: Levítico 19,1-2. 17-18.

    Dijo el Señor a Moisés: Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

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   Ya desde las primeras páginas de la Biblia aparece la santidad como vocación del creyente. Una santidad motivada: “porque yo, vuestro Dios, soy santo”, y una santidad encarnada en actitudes de apertura, acogida, perdón, amor… La santidad no es una evasión sino una inmersión en lo humano, para redimirlo desde el amor con el que hemos sido redimidos, el de Dios.

2ª Lectura: 1 Corintios 3,16-23.

   Hermanos:
   ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habite en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: “Él caza a los sabios en su astucia”. Y también: “El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos”. Así pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

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    San Pablo descubre el estrato más profundo del hombre, y del que se derivarán las exigencias más radicales, es templo de Dios, espacio de Dios y, por lo mismo, radicalmente santo. En ese conocimiento y reconocimiento está la verdadera sabiduría. A los corintios, que se fijaban excesivamente en los nombres, Pablo les advierte de que al hombre hay que mirarle  no desde el exterior -nombres, títulos….-, sino desde su verdad más profunda. Y desde ahí cualquier menosprecio del hombre equivale a una profanación del templo de Dios.


Evangelio: Mateo 5, 38-48.

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
    Sabéis que está mandado: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para andar una milla, acompáñale dos; a quien te pida, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
    Habéis oído que se dijo:
    Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el so sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

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    Continúa el texto de las propuestas alternativas de Jesús, con una invitación a desactivar la dinámica de la violencia con la fortaleza y la ternura del perdón. El discípulo no debe ser como uno más, reproduciendo los esquemas en curso. Ha de ser portador de comportamientos peculiares, los que se derivan de su filiación divina. En eso reside la “perfección” cristiana.


REFLEXIÓN PASTORAL


    Aceptamos frecuentemente la violencia, al menos la represiva, como un dato indiscutible. Parece tan natural responder a la agresión y vengarse de ella, que todo el mundo lo hace, hasta los cristianos.
     Si queremos comprender el giro radical que ha introducido Jesús en este tema, abramos la Biblia por el libro del Génesis (4,24). Y escuchemos luego la respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro: “¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Hasta siete veces?”(Mt 18, 21.22).
    “Se dijo: `Ojo por ojo y diente por diente´. Pero yo os digo: `No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra´” (Mt 5,38-39).
     ¡Así no vamos hoy a ninguna parte! pensará más de uno. Y en el fondo tiene razón. Ni el mismo Jesús lo hizo. “Si he faltado en algo, muéstrame en qué, y si no, ¿por qué me pegas?”, replicó ante la agresión de que fue objeto en el proceso ante el Sumo Sacerdote (Jn 18,23). No presentó la otra mejilla, sino que se enfrentó con la brutalidad de aquel acto y lo desarmó con una pregunta, evidenciando su injusticia y sinrazón. Y es que perdonar no es subordinarse al mal, sino hacerlo frente, pero con otras armas, las del amor (Rom 12,21). Se trata de desactivar la violencia; descubriéndola y venciéndola primero en uno mismo.
     En la “propuesta de la mejilla” se halla toda una estrategia contra la violencia y la injusticia: amar al agresor, desvelándole  el sinsentido y la esterilidad de su agresión; desmontar su violencia, enfrentándola con la fuerza de la verdad, y no solo con la verdad de la fuerza. Y esto provocará más paz que otra represión violenta.
    ¿Demasiado utópico? ¿Demasiado teórico? No; ¡demasiado difícil! Porque para responder así uno ha tenido que convertirse en pacífico. La madurez de una sociedad y de una persona no reside en su capacidad de represión, sino en su capacidad de convicción. Y solo el amor y el perdón convencen.
     Importante lección. Como también lo son los apuntes que ofrecen las dos primeras lecturas: 1) Dios es el modelo y la motivación vital del creyente; la santidad es una configuración con el ser de Dios, y pasa por la actitud que se adopte frente al prójimo. La santidad debería ser lo normal no lo excepcional (1ª lectura).
    2) El cristiano debe ser consciente de su dignidad -templo de Dios- y de su pertenencia a Jesucristo (2ª lectura). La reflexión de san Pablo sobre el cuerpo merece ser meditada. Contra lo que pudiera parecer no siempre resulta fácil la comprensión y convivencia con nuestro cuerpo. Dada la visión distorsionada que de esta realidad se tiene y se difunde, va siendo cada vez más difícil conseguir la armonía personal que integre correctamente las dos dimensiones fundamentales del hombre: la corporal y la espiritual. Absolutizaciones en uno y otro sentido han contribuido a esa “ruptura”, y han conducido a una actitud de tabú o de banalización del cuerpo, cuando no ya a una visión extrínseca e instrumental del mismo (“yo hago con mi cuerpo lo que me place”).
         La palabra de Dios – “luz en el sendero de la vida” (Sal 19,105)- nos sugiere perspectivas nuevas para esa “convivencia” entrañable:
·        ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Cor 6,15)
·        ¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros?” (1 Cor 6,19).
·        ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16; cf I Co 6,19 )
·         “Presentad vuestros cuerpos como una ofrenda viva, santa agradable a Dios” (Rom 12,1).
·        Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6,20).

     Una profundización en estos interrogantes y exhortaciones, seguramente nos alejaría del tabú o de la banalización, para introducirnos en una visión dignificadora y sagrada de nuestra realidad corporal. Por aquí pasan la verdadera santidad y sabiduría.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo acojo la llamada a la santidad en mi vida?
.- ¿Soy instrumento de paz?
.- ¿Me respeto y respeto a los otros como “templos” de Dios?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

lunes, 10 de febrero de 2020

DOMINGO VI -A-

1ª Lectura: Eclesiástico 15,16-21.

    Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.
    Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impune a los mentirosos.

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    La obediencia a Dios no es un acto servil; es libre y exige un discernimiento responsable. Dios no impone el camino; nos sitúa ante él. El texto nos recuerda que el hombre vive en la presencia de Dios, una presencia que no es “opresiva” ni coartadora de su libertad, que invita al hombre a vivir en la verdad.

2ª Lectura: 1 Corintios 2,6-10

    Hermanos:
    Hablamos, entre los perfectos una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

                            ***             ***             ***

    El lenguaje del Evangelio no es el de la sabiduría de este mundo. El Evangelio es una sabiduría alternativa, “divina, predestinada por Dios para nuestra gloria”. Pablo insiste en esta peculiaridad no solo del mensaje sino del lenguaje del Evangelio. Un mensaje y lenguaje personificados en Cristo, que no fue reconocido por “los príncipes de este mundo”, y por eso fue crucificado. Pero es el lenguaje del amor de Dios, revelado a los que lo aman y que deben hablar los que lo aman.


Evangelio: Mateo 5,17-37

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolir sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasará el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los Cielos.
    Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
    Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
    Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo.
    Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero en el Abismo. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto en caso de prostitución- la induce a adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio.
    Sabéis que se mandó a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.


                                      ***             ***             ***

    Cual nuevo Moisés, con una novedad “cualitativa”, Jesús no anula pero relee desde claves más profundas y humanas algunos preceptos de la ley.  No es un abolicionista, sino un renovador y revelador de los núcleos más íntimos de la voluntad de Dios. Los mandamientos que cita son recordatorio de valores  humanos fundamentales -la vida, la integralidad del amor conyugal y la verdad-, y, además, recuerdos de la liberación de la esclavitud de Egipto y caminos para vivir en libertad y fraternidad. Pero él les descubre y abre a horizontes más profundos.



REFLEXIÓN PASTORAL

    Entre la algarabía de mensajes que dominaban en el mundo religioso judío, Jesús irrumpe poniendo unos “pero…” que están, según sus palabras, en la línea de “la plenitud” que Él ha venido a traer, y que invitan a la rectificación, a la clarificación y a la profundización.
    Mientras nosotros solemos quedarnos en la exterioridad de las cosas, en los cumplimientos rituales y rutinarios, en la apariencia, viviendo bajo mínimos…; Él quiere situarnos en la profundidad y autenticidad de los valores.
    Y los más importante -con serlo y mucho- no son los “pero…” concretos que nos transmite el texto evangélico, sino el talante que revelan. Invitan a contemplar a Jesús como al auténtico Maestro, porque es quien tiene palabras de salvación (cf. Jn 6,68).

         Pero yo os digo…

·        Nos gusta juzgar…: “No juzguéis” (Mt 7,1ss)
·        Nos gusta recibir más que dar…: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
·        Nos gusta amar a los que nos aman…: “Amad a los que os persiguen” (Mt 5, 44).
·        Nos gusta la ostentación…: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mt 6,3).
·        Nos gusta desentendernos de los problemas ajenos…: “Cada vez que lo hicisteis a uno de éstos, lo hicisteis conmigo” (Mt 25,40).
·        Rehuimos la cruz…: “El que quiera venirse conmigo, que tome su cruz cada día” (Lc 9,23).
·        Buscamos la vía ancha…: “Estrecha es la puerta que conduce a la salvación” (Mt 7,14).
·        Nos gusta el posibilismo:…: “No es posible servir a dos señores” (Mt 6,24).
·        Nos gustan las presidencias…: “Cuando seas invitado…, ve a ocupar el último puesto” (Lc 14,8.10).

    ¿Son  sus criterios los nuestros, y nuestros caminos los suyos? ¿Tan distanciados estamos?
     El Evangelio es claro, pero no es cómodo ni simple. Requiere una gran dosis de audacia y creatividad. Jesús advirtió que solo los que se hacen violencia alcanzan el Reino (Mt 11,12).
     Como recuerda la primera lectura, en la vida hay que discernir, hay que optar; y ese discernimiento y esa opción marcarán para siempre nuestra vida, y solo serán posibles desde la sabiduría de la fe.
     Abrámonos a esa sabiduría escondida, misteriosa, predestinada para nuestra gloria, y “que Dios nos ha revelado por el Espíritu” (1 Cor 2,10).  Sabiduría con nombre propio, “Cristo, fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor 1,24).
     Ante el reto de “la nueva evangelización” convendrá no olvidar que Jesús debe ser el referente y el contenido, si no queremos correr el riesgo de anunciar “otro evangelio” (Gál 1,6).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Acojo esas radicalizaciones que Jesús trae a mi vida?
.- ¿En qué lenguaje “teológico” expreso mi fe?
.- ¿Con qué responsabilidad acojo los “mandatos” del Señor?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano-capuchino.

miércoles, 5 de febrero de 2020

DOMINGO V -A-


1ª Lectura: Isaías 58,7-10.

    Esto dice el Señor: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
    Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
    Entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: “Aquí estoy”.
    Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

                                               ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado forma parte de un discurso sobre la interiorización de las prácticas religiosas, rescatándolas de la exterioridad ritualista, en la línea de la clásica reivindicación profética. La penitencia que Dios quiere es la que revierte en solidaridad fraterna. Esa solidaridad iluminará la vida y regenerará la sociedad. El rostro del pobre es un rostro teofánico.

2ª Lectura: 1 Corintios 2,1-5.

    Hermanos:
    Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado.
    Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

                                   ***                  ***                  ***

    Jesucristo, crucificado, es el “testimonio de Dios” y la sabiduría de Pablo. Y esta es la sabiduría y el testimonio que nos salvan. El Apóstol advierte de la insuficiencia de una “sabiduría humana”. Él ha optado por la “locura” del Evangelio, que no se identifica con ninguna filosofía, ni siquiera con ninguna teología, es mucho más: es la Buena Noticia de la opción de Dios en favor del pobre, del humilde (cf. Mt 11,25s; 1 Cor 1,26-31), introduciendo una nueva clave de lectura en los valores de la vida. 


Evangelio: Mateo 5,13-16.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
    Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
    Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
    Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
           
                                   ***                  ***                  ***

   A continuación de la proclamación de las bienaventuranzas, Jesús descubre a los discípulos su  peculiaridad y su responsabilidad ante el mundo. Las imágenes de la sal y de la luz son elocuentes. La misión del discípulo es “sazonar” e “iluminar”, la vida; no desazonarla ni oscurecerla. Un quehacer que debe verificarse no a través de discursos y proclamas sino a través de “buenas obras”, que den testimonio de Dios. El creyente en Jesús no puede ser un producto insípido, sino sabroso; no puede ser una realidad opaca, sino luminosa. Un sabor y una luz propias de quien ha gustado qué bueno es el Señor (1 Pe 2,3), y quiere hacer partícipe de ese “gusto” a los hombres.

   

REFLEXIÓN PASTORAL

   
    La sal servía para conservar los alimentos y  sazonarlos debidamente.  Era como una fuerza interna y condimento de toda nutrición… Así el discípulo de Jesús: no es un adorno superfluo, sino un condimento necesario para sazonar la vida y la sociedad.  Esta es la grandeza de la vocación y misión cristiana, pero también de su responsabilidad.
    Para sazonar, el cristiano ha de estar previamente “sazonado”. Jesús advierte al discípulo que su vocación puede malograrse y correr la suerte de la sal insípida: ser arrojada fuera por inservible. Pero la sal sazona desapareciendo, disolviéndose en el condimento: ha de morir. El cristiano en su servicio de dar vida, ha de entregar la vida. Así sazonó Jesús la vida, entregando la suya.
    Y la luz. Otra comparación muy expresiva. Conectados a Cristo, luz del mundo (Jn 8,12), el cristiano adquiere la luminosidad necesaria para clarificar los horizontes del mundo y los caminos del hombre.
    La luz del Evangelio es una gracia y una responsabilidad. Responsabilidad para con todos: con los de fuera -los no creyentes- y con los de casa, porque también el cristiano ha de iluminar la realidad de la propia casa, personal, familiar y eclesial, necesitada permanentemente de ese baño de luz.
    Y añade Jesús algo importante: “Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).
    Esa luz no son ideas teóricas y quiméricas. El Evangelio no es una nueva filosofía o una nueva teoría, sino “acción viva”, que pueda y deba ser vista y oída. ¡Buenas obras! Luz infiltrada en la vida; fe vivida; verdad hecha carne; la vida cristiana en acción, como recuerdan la primera lectura y el salmo responsorial.
    Es la luz con la que Pablo anunció el Evangelio a los cristianos de Corinto (2ª lectura), y que brillará “cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente” (1ª lectura).
    Y esa luz no debe resultar en beneficio personal; no debe enfocarnos a nosotros.  El Padre que está en los cielos es quien debe ser reconocido. La luz del discípulo debe remitir, conducir al origen, al “Padre de las luces” (Sant 1,17). Esta es la finalidad última y el motivo más profundo de la vocación del discípulo. Y ahí reside su fuerza, como nos recuerda san Pablo en la primera carta a los Corintios.
     Al cristiano no le está permitido desertar de la vida, aunque haya de transitar por sus desiertos; precisamente ahí debe ser referente y ayuda para hacer la travesía aportando compañía y esperanza. La Jornada de Manos Unidas contra el hambre que hoy se celebra nos lo recuerda.
    Si nuestra sociedad -y nuestra Iglesia- están y andan desazonadas y entenebrecidas, ¿qué hacemos nosotros de la sal y la luz que el Señor ha puesto en nuestras vidas? Sal y luz son elementos bautismales, es decir, originales, que deben configurar nuestra existencia, y que hoy la Palabra de Dios nos invita a recuperar y actualizar.
  
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿En qué baso yo mi testimonio de Jesucristo?
.- ¿Mis prácticas religiosas humanizan la vida?
.- ¿Mi vida es una vida con sabor y brillo de Evangelio?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.