jueves, 28 de noviembre de 2013

Iº DOMINGO DE ADVIENTO -A-


1ª Lectura  2,1-5

    Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

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    Conocido como “el profeta del Adviento”, será Isaías quien aporte el apoyo veterotestamentario a las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico.
    El texto seleccionado tiene afinidades con Miq 4,1-3. En ambos se contempla la restauración de Sión, convertida en centro de peregrinación de las naciones, la restauración de la paz y un mundo y una sociedad regida por la palabra del Señor.
    Se trata de un oráculo de restauración escatológica, orientado a alimentar la esperanza, a depositar la confianza en la fidelidad de Dios. El será el protagonista de una salvación universal, el árbitro de las naciones y el artífice de la verdadera paz. El será la luz bajo la que caminarán pueblos numerosos. Esta era la esperanza del profeta, que halló su cumplimiento en Cristo: el juez definitivo (Jn 5,22), el constructor de la paz (Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos de los hombres (Jn 1,9).

2ª Lectura: Romanos 13,11-14

    Hermanos:
   Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.

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   San Pablo exhorta a vivir con lucidez el presente. Con la redención de Cristo ha llegado la “Hora” de Dios. El cristiano, “hijo del día” (1 Tes 5,5), ya desde ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y  del imperio de las tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp 3,20). Consciente de vivir en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de Jesucristo, ha de conformar su vida con esa “hora” de la historia. Esta consideración es uno de los fundamentos de la moral paulina.

Evangelio: Mateo 24,37-44
                                                                                              
    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.

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    El texto evangélico es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).
   Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).

REFLEXIÓN PASTORAL

   Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un tiempo crítico, que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
    El Adviento es tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para  recrearnos en ella. Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:
·         Saber que Dios tiene la última palabra, y concedérsela.
·          Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).
·         Desenmascarar falsas esperanzas.
·         Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.
·         Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como  irremediable.
·         Descubrir el encanto de la dura realidad.

    En nuestros días, caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados por el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” y  “no  alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.
    Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!
    En la misma línea está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).   
    Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y privarle de su clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz del Señor!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud abordo el Adviento?
.- ¿Qué espero y a quién espero?
.- ¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

jueves, 21 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIV -C-


1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3

    En aquellos días, todas la tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: “Hueso tuyo somos y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quién dirigías las entradas y salidas de Israel. Además, el Señor te ha prometido: Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”.
    Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

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    Tras la muerte de Saúl, las tribus del Norte, ante la presión filistea, deciden acudir a David, que se hallaba en Hebrón, para ofrecerle el gobierno de Israel. Consagrado primeramente como rey por los clanes del Sur, los de Judá (2 Sam 2,4), ahora lo es por los del Norte, Israel. Así se convierte en rey de todas las tribus, dando cumplimiento a la unción que sobre él realizó Samuel (1 Sam 16,13). En realidad fue siempre un reino "dividido", sin cohexión interna, desgarrado por luchas partidarias hasta la escisión a la muerte de Salomón (1 Re 12) 

2ª Lectura: Colosenses  1,12-20

    Hermanos:
   Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. El es anterior a todo, y todo se mantiene en él. El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

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     Este bellisimo himno de la carta a los Colosenses presenta un aspecto de la "realeza" de Cristo: una realeza universal y salvífica. Primogénito de toda criatura, cabeza de la Iglesia..., en él reside la plenitud y es el punto de reconciliación, de encuentro, de Dios con los hombres, a través de su muerte redentora y resurrección gloriosa. Es la dimensión definitiva del reinado de Jesucristo


Evangelio: Lucas 23, 35-43


                                                
    En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros se ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”.
    Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
    Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”.
   Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
   Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
    Jesús le respondió: “Te lo aseguró: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

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    San Lucas nos ofrece otro aspecto de la realeza de Cristo: la cruz es el trono de su realeza "histórica".  Jesús muere como "el rey de los Judíos", coronado de espinas y desnudo, expuesto a la burla de las gentes, en el más radical anonadamiento, despojado de su rango (Flp 2,6s), entre dos malhechores. La actitud de estos visibiliza las posibles actitudes ante el Crucificado y su reino: burlarse de él o pedir humildemente ser acogido en su recinto. Jesús, hasta el final de su vida mantuvo abierta la oferta. No deja de ser significativo que, mientras san Mateo (27,44) y san Marcos (15,32b) presenten a los dos malhechores en una actitud hostil ante Jesús, san Lucas introduzca una matización: mientras uno le increpa, otro le invoca.  

REFLEXIÓN PASTORAL

    Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Es verdad que a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje, por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones para captar la originalidad de cada caso; de esta fiesta y de este título en concreto.
    La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación y todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Apo 5,12)... La segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, es un exponente cualificado de esta realeza de Cristo.
    Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo os he lavado los pies” (Jn 13,13-14), porque “no ha venido a ser servido sino a servir” (Mc 10,45),  y su servicio más cualificado fue dar la vida en rescate por muchos, reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
    Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa, el que trabaja con sus manos, el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor, el que no tiene dónde reclinar la cabeza, el que no sabe si va a comer mañana, el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
    Precisamente, el evangelio de este domingo nos le presenta reinando desde un trono escandaloso, la cruz, en una postura incómoda, y ejerciendo hasta el final lo que fue su forma peculiar de gobierno: el perdón y la misericordia.
    Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey. En una ocasión la gente lo intentó, y él, nos dice el evangelista S. Juan: “Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte solo” (6,15). 
    “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), dijo Jesús ante Pilato. Y se puede caer en la equivocación de pensar que no es para este mundo. El reino de Cristo, y Cristo rey, no se identifica con los esquemas de los reinos o poderes de este mundo, pero sí que reivindica su protagonismo como fuerza transformadora de este mundo.
    Como se  dice en el prefacio de la misa, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz. O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
    Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una llamada a enrolarnos como militantes de su “reinado”; a situar a Cristo en el vértice y en la base de nuestra existencia; a abrirle de par en par las puertas de nuestra vida, porque él no viene a hipotecar sino a posibilitar la vida. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia. A llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).
    La fiesta de Cristo rey nos invita, también a elevar a él los ojos y el corazón, para pedirle con humildad y esperanza: “Señor acuérdate de mi cuando estés en tu reino” (Lc 23,43). ¡Hermosa confesión general!
    Quizá aún alguien  evoque con nostalgia tiempos de consagraciones multitudinarias a Cristo rey, a las que se asistía y de las que se regresaba convencidos y contentos de su éxito. No importaba que, después de tal consagración, todo funcionara como antes o peor. No importaba que los negocios fueran sucios, que las autoridades abusasen del poder, que los poderosos ignorasen a los pobres y estos odiasen  a los poderosos, que se funcionara en muchos aspectos no solo al margen sino en contra de Cristo, que en muchas casas no entrase Cristo, aunque sí estuviese a la puerta… No importaba todo eso, porque en algún lugar, con gran solemnidad, unos cuantos, o muchos, habían decido ponerlo todo oficialmente a los pies de Cristo rey. Sí; no podemos ser injustos ni ironizar sobre el pasado. Sin duda que aquello era un gesto bien intencionado y noble…, pero insuficiente.
    ¡A Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro! El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía…
    A Cristo rey, en definitiva, se le conoce, como nos recuerda el evangelio, profundizando en el misterio de la cruz. Acampemos cerca de él, para escuchar como el buen ladrón la palabra salvadora: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento pasión por el reino de Dios?
.- ¿Con qué actos y actitudes colaboro a que venga a nosotros su Reino?
.- ¿Adopto la actitud “regia” de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 14 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIII -C-


1ª Lectura: Malaquías 4,1-2a

    Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos- y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas.

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    El profeta contempla un juicio histórico en el que los malvados, como paja, arderán, mientras a los justos los iluminará un sol de justicia. Así se formulaba la esperanza en que Dios restauraría la justicia. Pero es importante notar que estas palabras están dirigidas a la comunidad de Israel, insensible a las continuas invitaciones del Señor a rectificar sus caminos y volver a El.

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 3,7-12

    Hermanos:
    Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie.
No es que no tuviera derecho para hacerlo, pero quise daros un ejemplo que imitar. Cuando viví con vosotros os lo dije: el que no trabaja que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

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    A los que en Tesalónica, por una equivocada interpretación de la venida del Señor, se habían entregado al “ocio”, el Apóstol les exhorta a trabajar para ganarse el pan. La espera del Señor debe propiciar la responsabilidad en la vida, pues “lo que uno siembre, eso cosechará… No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos… Mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe” (Ga 6,7.9.10). La fe y la esperanza cristianas son principios activos para renovar la vida, no coartadas para huir de ella.

Evangelio: Lucas 21,5-19

    En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
 Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?
    Él contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ‘Yo soy´ o bien ‘el momento está cerca´; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
   Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

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   Nos encontramos en el inicio de la sección del evangelio de san Lucas denominada “discurso escatológico”. Ante la grandiosidad del Templo, Jesús invita a una lectura más profunda, a no quedarse en la exterioridad. Ese Templo desaparecerá. Y desactiva la curiosidad de sus contemporáneos, que mostraban más interés por saber el cuándo de los acontecimientos que anunciaba que en entrar y acoger las urgencias que planteaba Jesús a sus vidas para la conversión.
    Jesús advierte de la necesidad de un discernimiento personal e histórico, para no confundirle con falsas propuestas que aparecerán bajo la etiqueta de su nombre. Y es que con su nombre puede circular otro “producto” o, como dirá Pablo, “otro evangelio” (Gál 1,6). Y anima a la fidelidad en tiempos difíciles, que sin duda llegarán a sus discípulos. En realidad algunos de los elementos apuntados en el texto reflejan ya situaciones vividas por la primitiva comunidad, posterior a Jesús.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Los textos bíblicos que acabamos de leer nos sitúan ante la problemática del fin del mundo. Para muchos la perspectiva del fin de la propia existencia, del mundo en que se mueven y en cuya construcción quizá han gastado lo mejor de sus vidas, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable. Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos y fatalistas, donde abundan signos que incitan a pensar que nos encontramos en el umbral de grandes catástrofes. Es, pues, un tema que apasiona a muchos y que, en no pocas ocasiones, altera el equilibrio de la persona, atemorizada por el cómo y el cuándo de tales acontecimientos.
    Como creyentes, ¿qué responder? Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza y la serenidad. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los difuntos y de los últimos días, san Pablo les escribe: “Por lo que a esto se refiere no quiero que viváis como los que no tienen esperanza”. Además, “el día y la hora nadie lo conoce” (Mt 24,36), por tanto, “en lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba (1 Tes 5,1ss)…, y no os dejéis alterar fácilmente, ni os alarméis por alguna manifestación profética… Que nadie os engañe” (2 Tes 2,1ss).
    Pero es que, además, ese fin no será el final, ni una catástrofe sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la nueva creación de unos cielos nuevos y una tierra nueva. Será una transformación de la existencia, por la que, en frase de san Pablo, “la creación entera gime y sufre dolores de parto…, porque la salvación es objeto de esperanza” (Rm 8,22). Entonces recibirán el premio los que vienen de la gran tribulación (cf. Ap 7,14). Entonces desaparecerán “las apariencias” por muy deslumbrantes que sean.
    No se trata de destrucción, sino de renovación; no de muerte, sino de esperanza; no de fin, sino de comienzo, si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea enterrado, que Cristo sea crucificado y que el cristiano tome cada día su cruz…; pero no lo olvidemos, el hecho básico de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que, si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos (cf. 3,4; 2 Tim 2,11).
    Nada de actitudes negativas ni tremendistas. Creemos en Cristo, ¡vivamos consecuentemente, empeñados diariamente porque esta nueva creación -para los pesimistas el fin- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el padrenuestro, no puede sernos ajena!
    El mensaje de Jesús es una llamada a la responsabilidad. El vino a situar al hombre en la esperanza, desinstalándole de las falsas esperas. No vino a ilustrar nuestra curiosidad, prediciendo el futuro a modo de parte meteorológico, sino a fundamentar nuestra fe en algo y en alguien. Nos colocó ante el fin, y se marchó sin indicarnos la fecha, pero con una tarea que cumplir:
·         nos señaló un trozo de la viña, y nos dijo: venid y trabajad;
·         nos mostró una mesa vacía, y nos dijo: llenadla de pan;
·         nos presentó un campo de batalla, y nos dijo: construid la paz;
·         nos sacó al desierto con el alba, y nos dijo: levantad la ciudad;
·         puso una herramienta en nuestras manos, y nos dijo: es tiempo de crear.

    Nos hizo una llamada a dar intensidad a nuestra vida desde el ángulo de la fe, a “finalizar” la vida. De ahí que hayamos de rechazar las actitudes superficiales, centradas en lo anecdótico.
    Pero en el mensaje de Jesús hay una clarificación muy importante. Ante la fascinación por la grandiosidad del Templo de Jerusalén precisó: “De esto no quedará piedra sobre piedra”. Las estructuras, aún las más fascinantes, sucumben. Resiste mejor la embestida del huracán un junco que un  muro. Y con esos mimbres, con esos "juncos", nos dice Jesús, Dios hace sus proyectos.
    En espera de que nuestra existencia alcance esa dimensión definitiva sigamos el consejo de san Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de amable, de puro…, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), y “cuanto hacéis, de palabra y de obra, realizadlo todo en el nombre del Señor” (Col 3,17).
    Solo con una vida así interpretada podremos acceder a celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo me sitúo ante el tema del fin del mundo?
.- ¿Hasta qué punto asumo mi responsabilidad por construir la “tierra nueva”?

.- ¿Anima la esperanza mi vida  y anima mi vida la esperanza?

viernes, 8 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXII -C-


1ª Lectura: 2 Macabeos 7,1-2. 9-14

    En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
    El mayor de ellos habló en nombre de los demás: ¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.
   El segundo, estando a punto de morir, dijo: Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
   Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: De Dios la recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.
    El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba a la muerte, dijo: Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.

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    Junto con Dn 12, 2, éste es el testimonio de todo el AT más explícito de la fe en la resurrección de los muertos. El pueblo de Israel, si siempre confío su existencia a Dios -“pues los que esperan en ti no quedan defraudados” (Sal 25,3)-, fue madurando progresivamente en la formulación de esa fe. Ya en el libro de la Sabiduría se afirma que Dios creó al hombre para la inmortalidad (2,23; cf. 3,1-7). El texto de 2 Macabeos da un paso adelante: no solo afirma la inmortalidad sino la resurrección. Es esa fe en la resurrección la que hace audaces a los jóvenes mártires. No se trata de actitudes fundamentalistas -la observancia de unas normas legales-, sino de la convicción hecha vida de la prioridad de Dios.


2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 2,15-3,5

Hermanos:
Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado con un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados; porque la fe no es de todos.
    El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del malo. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo.

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   Nos encontramos al final de la carta, y el Apóstol, como de pasada, deja unas cuantas indicaciones de gran calado: pide la consolación y la fortaleza de Dios para la comunidad, porque solo de él pueden venir -“es Dios quien activa el querer y el obrar” (Flp 2,13)-, al tiempo que recuerda el gran regalo que Dios nos ha hecho, el de su amor. Y, consciente de los peligros que acechan al proceso evangelizador y a él, personalmente, solicita la oración de la comunidad. Afirmando que “la fe no es de todos” advierte que la fe no es de nadie, es un don de Dios, y que solo desde la fe se entiende el proyecto de Jesús. El creyente ha de ser consciente de su “especificidad”.

Evangelio: Lucas 20,27-38
      En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano´. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó: En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob´. No es Dios de muertos sino de vivos: porque para Dios todos están vivos.

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    La escena presenta un debate doctrinal dentro del judaísmo respecto del  tema de la suerte de los difuntos. Las dos posturas dominantes -solo inmortalidad (saduceos)-, inmortalidad y resurrección (fariseos)- aparecen enfrentadas. Jesús comparte la creencia farisea. Frente al planteamiento “espiritualista” (solo el alma) de los saduceos, Jesús defiende un planteamiento más “integrador”: toda la realidad personal (alma y cuerpo) quedará asumida. Y lo argumenta desde la fe de Israel profesada por Moisés. Todo el proyecto humano creado por Dios es llamado a la resurrección. Que es más que la reanimación de un cadáver: es la incorporación definitiva al gran resucitado Jesucristo, “primogénito de  los muertos” (Col 1,18; cf. 1 Co 15,20-23)

REFLEXIÓN PASTORAL

    En el marco del mes de Noviembre, en que todos, seguramente, hemos orientado nuestros pasos y sobre todo nuestro corazón al recuerdo de nuestros difuntos, para depositar unas flores en sus tumbas y elevar una oración por ellos, puede encajar muy bien este fragmento del evangelio de san Lucas. El día 2 de Noviembre para muchos absolutiza demasiado el tema de la tierra, de la tumba…, y difumina lo que debe ser fundamental: la vida, el cielo…
    Con la historia de la mujer que había ido enviudando sucesivamente en siete ocasiones, los saduceos, que no creían en la resurrección, quieren poner en aprietos a Jesús. Su argumentación no logra, sin embargo, enredarlo. Y de una pregunta curiosa, formulada desde el escepticismo, Jesús aprovecha para dar una respuesta sobria y esclarecedora. “No os imaginéis la vida del mundo futuro -que existe- según el modelo de la vida actual, donde los hombres se casan y mueren; en la otra vida nadie puede morir, ni casarse”. Es decir, esta vida nos sirve para conseguir la otra, pero no para imaginárnosla. Palabras que corren el riesgo de resbalar por la piel del hombre de hoy. ¿La vida eterna? ¡Bueno, ya lo veremos cuando estemos allí, si es que hay algo! ¡No!, nos avisa Jesús. Desde este mundo hay que preocuparse por ser un buen ciudadano del otro mundo.
    No es que tengamos que ponernos a fabular sobre el otro mundo. Quizá en esto se ha exagerado. Jesús rompe con las imaginaciones inútiles y hasta delirantes. Serán “como ángeles”, es decir, “estarán con Dios”. Dios será su única referencia. No se está devaluando la realidad positiva del matrimonio, ni se nos prohíbe soñar cómo viviremos allí nuestros amores de aquí, con tal de no olvidar que se trata de algo inimaginable.
    ¿Obedecerá esto, como a  veces insinúan algunos, a la necesidad de tranquilizarnos contra el miedo a morir? Hay anhelos de tranquilidad a toda costa que no son sanos ni verdaderos; pero creer en Jesús, que es la Verdad, forma parte de una buena salud humana y cristiana.
    Frente a sus oyentes judíos, saduceos, Jesús recurre a lo que más podía impresionarles, la autoridad de Moisés. Esto también puede decirnos algo a nosotros: “Buscad la respuesta al tema del más allá no en los filósofos o imaginativos, sino en la revelación, en la Palabra de Dios”. Nuestra fe en la resurrección y en la otra vida no es fruto del mero deseo, de una nostalgia o de un razonamiento: es solo fruto de la adhesión a Cristo, que dice: “Yo soy la resurrección y la vida…, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá (Jn 11,25)… Porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos” (Lc 20,38).
     Dios no nos ha creado para hacer de nosotros meros candidatos a la muerte, unos difuntos en potencia. El, “amigo de la vida” (Sab 11,26), no puede permitir que su grandioso proyecto, el hombre, -“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,126)- acabe sepultado para siempre en un cementerio.
    El evangelio nos impulsa y estimula a vivir la fe en el Dios vivo, con realismo, pues la fe es también compromiso humano, pero sobre todo, con optimismo, pues sabemos que nuestros mejores sueños y deseos serán superados por los planes y deseos que nuestro Padre Dios ha concebido para nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tiene algún eco la resurrección en mi vida de cada día?
.- ¿Siento a Dios como el amigo de la vida?
.- ¿Vivo con gratitud el don de la fe?


 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.