viernes, 27 de octubre de 2017

DOMINGO XXX -A-

1ª Lectura: Éxodo 22,21-27

   Esto dice el Señor: No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás ni a viudas ni a huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.
    Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él usurero cargándole de intereses.
    Si tomas en prenda el manto de tu prójimo se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a costar?
    Si grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.

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     Nos hallamos en la sección de las leyes sociales y religiosas del Código de la Alianza (Ex 20,22-23,33). El texto contempla ya a una comunidad asentada en la tierra prometida y en convivencia con otros grupos étnicos y sociales. Una sociedad que empieza a tener “poder”.
    En él se revela el rostro del Dios compasivo, volcado sobre el débil social -el forastero, el huérfano y la viuda-. Las actitudes que deben guiar la praxis social deben estar inspiradas en la justicia y la misericordia. Dios será garante y reivindicador de la dignidad del hombre.


2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 1,5c-10

    Hermanos:
    Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra comunidad, la palabra de Dios ha resonado no solo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que os libra del castigo futuro.

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   Pablo, en un diálogo vivo con los cristianos de Tesalónica, les recuerda cómo fueron los orígenes de su fe: una acogida gozosa y esforzada -entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo-, ejemplarizando con su vida la verdad del Evangelio -que eso es evangelizar-. El fragmento se concluye con una apelación a la esperanza en la venida liberadora del Señor. Es la primera referencia a este tema, la venida del Señor, característica importante de esta carta. 

Evangelio: Mateo 22,34-40

    En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
   El le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.

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    Tras la pregunta por la licitud de pagar el tributo al César, sigue otra pregunta fundamental: la del mandamiento pricipal de la Ley. Y si la respuesta a la primera pregunta fue precisa y clarificadora, no lo es menos a la segunda. La respuesta de Jesús es clara: Amarás.  A Dios sin reticencias -alma, vida y corazón-, y con la misma intensidad al prójimo. El amor al prójimo no es algo distinto del amor a Dios. El amor a Dios no merma el amor al prójimo: lo fundamenta. Si se ama de verdad a Dios, se ama al prójimo y viceversa, aunque a veces no se tenga plena conciencia de ello (cf. Mt 25,31-46). Esta es la revelación y la revolución de Jesús: la del AMOR.


REFLEXIÓN PASTORAL

    En tiempos de Jesús, en Palestina había escuelas, corrientes de pensamiento y de   tema religioso y moral. En ese ambiente, los fariseos, se acercan a Jesús, para ponerlo a prueba, preguntándole, para que,  entre la multiplicidad de opiniones existentes, Él diera también la suya. “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt 22,36). ¡Había 163 en la Ley!
    Salvadas las lógicas distancias, quizá no sea muy diferente de aquella nuestra situación actual. Se han multiplicado las opiniones...; el pluralismo, en sí sano y necesario, no pocas veces crea un cierto confusionismo y hasta indiferencia. Por eso puede venirnos muy bien la pregunta por lo principal. Es un síntoma de madurez personal y social formularse este tipo de preguntas, y no distraerse con preguntas accidentales y anecdóticas. Pues si no nos preguntamos por lo esencial, tampoco encontraremos la respuesta fundamental y esencial. Hay que esencializar la vida y en la vida con preguntas esenciales.
     Pero esencializar no es tender a lo mínimo sino a lo íntimo. Es delimitar, y no solo limitar; es precisar el objetivo y lo objetivo desde las prioridades del Evangelio. Es alcanzar esa zona de silencio que permite escuchar la voz de la verdad sin tergiversaciones. Una esencialización cualitativa.
     En la vida cristiana lo esencial es Dios, tal como nos lo ha revelado Jesucristo. Y lo esencial de Dios es su Amor. Hay que retornar de esa dispersión, de esa diáspora existencial en que vivimos, interiormente disgregados, para vivir lo esencial y hacerlo visible: el amor de Dios y al Dios Amor.   
    Y ¿cuál es la respuesta de Jesús? “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Mt 22,37). Es decir con un amor total. ¿Y podemos decir que amamos a Dios así?
     Cuando apenas le dejamos un resquicio en nuestra vida, cuando en nuestro tiempo casi no hay tiempo para Él, cuando nuestro corazón está saturado de tensiones, rencores, frivolidad, ambiciones..., ¿podemos amar a Dios con todo el corazón?
     “Amarás a Dios...”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). No opone ni contrapone; no separa; no establece ni siquiera un antes a Dios y luego al prójimo. Se trata de un amor contemporáneo: amar a Dios en el prójimo y amar al prójimo en  Dios.
    Y si el amor de Dios no puede ser teórico, tampoco el amor al prójimo. La primera lectura,  pone nombre a las exigencias del amor: la práctica de la justicia y de la misericordia (Ex 22,20.21.24).  Esta es la caridad, o una manifestación seria de la misma.
     El amor al prójimo no puede reducirse a un sentimiento, aunque deba ser sentido. El amor al prójimo no puede ser solo limosna superflua...; implica solidaridad, fraternidad, perdón... ¡Obras son amores! Por lo menos, ya lo sabemos: la respuesta fundamental es AMARÁS. “En esto conocerán que sois discípulos míos...” (Jn 13,35).
    En la segunda lectura, Pablo da gracias a Dios porque la comunidad cristiana de Tesalónica ha acogido la Palabra con alegría. Aún en medio de “tanta lucha” (1 Tes 1,6) vive y testimonia su fe, y su testimonio se ha extendido por todas partes Ese es el rostro y la voz de la nueva evangelización ¡Ojalá también pudiera decir esto de nosotros!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Mi vida está volcada hacia esa prioridad, la del amor?
.- ¿Con qué intensidad es cristiana mi vida?
.- ¿Sé esencializar la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 18 de octubre de 2017

DOMINGO XXIX -A-


 1ª Lectura: Isaías 45,1. 4-6

    Así dice el Señor a su Ungido, Ciro, a quien lleva de la mano: Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por mi nombre, te dí un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro.

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   El texto presenta la investidura de Ciro como instrumento de la acción de Dios. Denominado como su Ungido, el profeta ve en este personaje el nuevo horizonte que se abre en la historia. Ese Ungido, emperador de los persas, aparece inserto en la lista de Israel, aunque él no lo supiera. Dios no está circunscrito, ni tampoco lo está su plan. Trabaja con “instrumentos” propios.  La “unicidad” de Dios, ya subrayada en los libros del Éxodo (8,6) y Deuteronomio (4,35.39; 32,29), brillará en esta opción sorprendente de Dios. El texto puede entrañar una velada crítica al primer “elegido” -Israel-, incapaz de haber cumplido con la misión que se le confió (Ez 36,20-22; Rom 2,24). El plan de Dios es integrador y no excluyente.


2ª Lectura: 1ª Tesalonicenses 1,1-5b

   Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo solo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis.

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    Tesalónica fue la primera comunidad cristiana del mundo occidental, fundada por Pablo en su segunda etapa apostólica (Hch 17,1-10). Ya desde el saludo, Pablo no aparece como un evangelizador  solitario, sino solidario. La designación de los destinatarios como “iglesia” merece ser destacada. Pablo no escribe a individuos aislados, sino a una comunidad de hombres y mujeres elegidos por Dios y convocados por el Evangelio. Recuerda los fundamentos del Evangelio -Dios Padre y el Señor Jesucristo-, y los fundamentos de la comunidad: una fe activa, una caridad esforzada y una esperanza probada. Y les anima a permanecer en el espíritu de la primera hora. Por otro lado, la existencia de esta comunidad es ya la concrección de la apertura y consolidación del Evangelio en un nuevo horizonte, en un nuevo mundo, más allá de las fronteras ideológicas y geográficas del judaísmo.


Evangelio: Mateo 22,15-21
                                            
    En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuestos al César o no?
   Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
    Le presentaron un denario. Él les preguntó: ¿De quién son esta cara y esta inscripción?
    Le respondieron: Del César.
    Entonces les replicó: Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

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    La escena traduce la tensión existente entre Jesús y los grupos “oficiales” de la sociedad judía. Fariseos y herodianos, representantes de dos sensibilidades diferentes, se unen para formularle la pregunta trampa. Con todo, hay que destacar el “elogio” que hacen de la integridad personal de Jesús. Éste descubre su mala voluntad, pero no elude la respuesta: A Dios no hay utilizarle como “moneda” de nada. Los temas sociales hay que abordarlos dentro de su propia órbita. La licitud o ilicitud del impuesto al César debe ser dirimido en su fuero propio: las responsabilidades sociales y políticas del momento. Y cada uno debe asumirlas.  Y no debe llevarse al campo de la religión. Dios se mueve en otra órbita y, aunque no esté ausente, no interviene en la legítima autonomía de la historia. Dios no es una “excusa” ni un “argumento” para evadir impuestos, aunque, les recuerda Jesús, Dios tiene también sus espacios. La moneda, al César, y el corazón, a Dios. 
   

REFLEXIÓN PASTORAL

    La cuestión de la licitud del tributo romano era discutida entre los judíos. Significaba el reconocimiento de una sumisión  La aceptaban los herodianos; más resignadamente los saduceos; los fariseos se mostraban reticentes; los zelotes la rechazaban abiertamente. En general, en el pueblo producía indignación ese tributo de vasallaje. La pregunta formulada a Jesús contenía material inflamable: “¿Es lícito pagar el tributo al César  no?” (Mt 22,17).
    Jesús, que probablemente no era partidario de pagarlo, pide la moneda del tributo y pronuncia la frase: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Pocas frases han hecho correr tanta tinta y han sido citadas con más frecuencia e imprecisión.
     No fue una respuesta evasiva o diplomática. Los oyentes se admiraron, quizá, porque no la entendieron. Porque la respuesta iba contra los judíos, que regulaban la política con la religión, haciendo de Dios un césar, y contra los romanos, que regulaban la religión con la política, haciendo del César un dios. Con su respuesta, Jesús quemaba la tierra bajo las plantas de todos.
     “Dad al César…”, denunciaba la pretensión clericalista de convertir y manipular todo desde la religión. Reconocer o no al César, aceptar o no sus leyes fiscales, es un tema político, que no debe trasladarse a la esfera de la religión.
    “Y a Dios lo que es de Dios”, con lo que asestaba un golpe de muerte al cesarismo, a la pretensión absolutista del poder político, de invadir todos los espacios de la vida, de hacer del hombre un mero súbdito.
      En la respuesta de Jesús hay, pues, mucho más de cuanto entendieron los judíos, y de lo que han entendido a lo largo de los siglos muchos cristianos, en cuya historia Dios y el César se mezclaron tanto y de tal manera, que llegó un momento en que ya no solo no se distinguía qué era de uno y qué era de otro, sino quién era uno y quién era otro.
      Jesús distingue netamente los campos. No establece una división excluyente, pero introduce una clarificación: religión y política son realidades distintas, pero no distantes y no pueden distanciarse, porque ambas afectan al hombre.
    Por otro lado, no conviene olvidar, en el saludo de la carta a los Tesalonicenses, los tres elementos que subraya san Pablo como característicos de la espiritualidad cristiana: fe activa, amor esforzado y esperanza acrisolada en las pruebas. Tres ingredientes necesarios para saber hacer un discernimiento de los distintos debates y cuestiones de la historia y de la vida.
         Hoy, Domingo Mundial de las Misiones, se nos recuerda nuestra responsabilidad misionera. Y que existe una avanzadilla de la Iglesia, donde hermanos y hermanas nuestros están entregando su vida en un servicio generoso, y silencioso, a otros más necesitados. Ellos son la memoria de la Iglesia; los que nos recuerdan que hay que seguir ampliando las fronteras del Reino de Dios; que una comunidad cuando deja de mirar al futuro, lo pierde. Una Jornada para orar por ellos y colaborar con ellos en las arduas tareas de la evangelización (1 Tim 1,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cumplo mis deberes cívicos con honestidad y responsabilidad?
.- ¿Doy a Dios lo que es de Dios?
.- ¿Es mi fe activa, mi caridad esforzada y mi esperanza acrisolada?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



lunes, 9 de octubre de 2017

DOMINGO XXVIII -A-

1ª Lectura: Isaías 25,6-10a

    Preparará el Señor de los ejército para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país -lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quién esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.

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   El profeta contempla el banquete que Dios ofrecerá sobre el monte de Sión, un banquete abierto a todos los pueblos, el banquete de la salvación. Allí llevará a cabo la regeneración y renovación de Israel y de los demás pueblos, que también serán reconocidos y reconocerán al Señor. La muerte y las lágrimas serán eliminadas. Es una formulación de la visión escatológica del profeta: total y definitiva. Pero a ese banquete, al que todos los pueblos están convocados, hay que incorporarse personal y responsablementee.  

2ª Lectura: Filipenses 4,12-14. 19-20

    Hermanos:
    Se vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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    Pablo agradece la ayuda recibida desde la comunidad de Filipos. Sin embargo les hace una precisión importante: todo queda dimensionado por la experiencia de Jesucristo, que es la suficiencia de Pablo. Hay que saber vivir la fidelidad a Cristo en pobreza y abundancia, en salud y enfermedad. Las circunstancias de la vida no pueden cambiar la orientación y la opción fundamental de la vida.


Evangelio: Mateo 22,1-14           

    En aquel tiempo volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo:
    El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisara a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendió fuego a la ciudad.
    Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
    Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca.
   Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.

                   ***             ***             ***             ***

   Parece que Mateo ha fusionado dos parábolas originalmente distintas: la del banquete, análoga a la de Lc 14,16-24, y otra, la de la expulsión del banquete, que contempla la idea del juicio final. En todo caso, Jesús continúa hablando a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo. La parábola, claramente alegorizada, les descubre la voluntad salvadora de Dios. El banquete, evoca el de Is 25,6-10a (1ª lectura); los criados enviados son los profetas y apóstoles; los que rechazan la invitación son los judíos (más directamente sus líderes); los invitados de los caminos: los pecadores y paganos; el incendio de la ciudad, la ruina de Jerusalén… La segunda parte, a partir del v.11, destaca la idea de la responsabilidad en la respuesta: el vestido evoca la necesidad de las obras de la fe.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Dios ama al hombre, le busca y le invita a participar de su misma vida, de su misma mesa, de Él mismo. Pero esta invitación, gratuita, no es irresponsable. En la invitación de Dios no hay excluidos, pero sí auto-excluidos.  En la línea del profeta Isaías (1ª lectura), la parábola propuesta por Jesús ilustra perfectamente la situación. Dios ha soñado lo mejor: un banquete de bodas  - ¿quién no se apunta a un banquete? -, e invita generosamente a él. Pero, sorprendentemente, esa invitación es rechazada de una manera insultante. 
    Con este ejemplo Jesús denuncia el comportamiento del judaísmo oficial de su tiempo, que se automargina; y anuncia una nueva edición de la invitación salvadora (Mt 22,9). 
    Pero no termina ahí la parábola. También en la comunidad cristiana puede continuar esa dinámica de rechazo de la oferta. También nosotros podemos despreciar la invitación anteponiendo nuestros "intereses".
    Y no basta con “apuntarse”. Es lo que se quiere subrayar con la alusión al hombre que no llevaba vestido de fiesta. El asunto no termina con la invitación. Hay que acogerla. Pertenecer al Reino, sentarse a su mesa,  requiere un estilo, un vestido adecuado. Un vestido que ofrece el mismo Señor, pero que hay que aceptar y adoptar.
    El Señor no pide falsos oropeles, sino un corazón convertido. Porque de quien tenemos que revestirnos es de Cristo (Rom 13,14).  No es, pues, cuestión de telas o de colores, sino de actitudes. Y para ello necesitamos desvestirnos de muchas cosas. De la vieja condición, del hombre viejo... (Col 3,9).
   Es necesario revisar nuestro ropero espiritual -también quizá el material- y ver si nuestra “cobertura” es cristiana; si se aproxima un poco a lo que san Pablo sugería a los cristianos de Éfeso: el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, los zapatos de la paz, el escudo de la fe (cf. Ef 6,10-17).
    La respuesta no es fácil, pero con Cristo es posible: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (2ª lectura).
    Es necesaria la vinculación a Cristo para transformar la vida, pues "separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Es Jesucristo mi punto de apoyo?
.- ¿Cómo acojo la invitación de Dios a participar en su banquete?
.- ¿Qué vestido llevo en la vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 4 de octubre de 2017

DOMINGO XXVII -A-

1ª Lectura: Isaías 5,1-7

    Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.
     Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
    Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni escardarán, crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
   La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.

                                      ***             ***             ***

     Conocido como “canción de la viña” (Is 5,1-7), el texto forma parte de la primera sección del cap. 5 del libro y está articulado en tres momentos: la canción (5,1-7), una serie de maldiciones (5,8-24) y el anuncio de un castigo a cargo de los asirios (5,26-30). Los problemas exegéticos y literarios del texto no son pocos. Se trata de una canción compuesta por el profeta al inicio de su ministerio, probablemente en tiempo de la vendimia. ¿De qué viña se trata? A partir del v 7 se descifra su rostro –la casa de Israel, los hombres de Judá-. Pero eso no soluciona todas las preguntas sobre el origen del texto. En todo caso, antes que el anuncio de un juicio, parece tratarse, en su primer nivel, de la confesión una “desilusión” por el amor rechazado. ¿Cómo ha sido posible? ¿Qué ha hecho mal el “amigo”?  Por otro lado, la imagen de Israel como viña elegida y luego repudiada había sido ya esbozada por Oseas (10,1), y la repetirán Jeremías (2,21; 5,10; 6,9; 12,10) y Ezequiel (15,1-8; 17,3-10; 19,10-14). También el NT se referirá a la “viña” con otras modulaciones (Mt 21,33-44 y paralelos; Jn 15,1-2).

2ª Lectura: Filipenses 4,6-9

    Hermanos:
    Nada os preocupe; sino que en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en  Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

                                      ***             ***             ***

   Nos hallamos al final de carta, y Pablo exhorta a los filipenses a intensificar la comunión en la oración. Y, además, a discernir y a poner en práctica los auténticos valores humanos. El cristiano no tiene valores morales distintos de los demás; lo que le distingue es el “espíritu” con que los vive. Ha de tener en cuenta todo lo bueno que hay en la vida. Y, finalmente, Pablo se propone a sí mismo como referente.


Evangelio: Mateo 21,33-43

                                             
    En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
    Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto de mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos ladrones?
    Le contestaron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.
    Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?
     Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

                                    ***             ***             ***

   Con esta parábola, dirigida a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, Jesús quiere denunciar la irracionalidad de su hostilidad antes los enviados de Dios (el Bautista), y ante su propio Hijo (Jesús). Trabajando sobre la imagen veterotestamentaria de la “viña”, Jesús modula el tema, poniendo el acento no en la viña sino en lo viñadores, dejando en evidencia su irresponsabilidad. El final de la parábola justifica el cambio que se producirá: la viña se dará a otros viñadores. Pero ese “riesgo” sigue pendiente sobre todo los que reproduzcan la actitud de los primeros viñadores. Nadie puede apropiarse la “viña”, ni apropiarse sus frutos.

REFLEXIÓN PASTORAL

Esperó que diese uvas, pero dio agraces…” (Is 5,2). Es la queja de Dios, y también su esperanza.
Dios no es indiferente ante la reacción del hombre. Porque el amor nunca es indiferente. Eligiendo al pueblo de Israel, obró como el labrador con su viña, con amor, mimo e ilusión. ¿Qué más cabía hacer? (Is 5,4).  Esperó unos frutos. Pero esos frutos no se produjeron. A Dios, su pueblo elegido le hizo experimentar la decepción.
La parábola evangélica, con más propiedad alegoría, conocida como la de “los viñadores homicidas”  contiene acentos distintos de los del texto de Isaías. Mientras el profeta destaca la irresponsabilidad de la viña; Jesús subraya la irresponsabilidad de los viñadores, eliminando todas las mediaciones divinas, hasta la del Hijo.
Por eso, Dios “arrendará la viña a otros labradores que le den los frutos a su tiempo” (Mt 21,41); creará un pueblo nuevo. Y ese pueblo nuevo, asentado en la piedra angular que es Cristo (Ef 2,20), vitalizado por la sabia de la única vid, que es Cristo (Jn 15,1.5), es la Iglesia. Y de ese pueblo, también objeto del mimo, del amor y de la ilusión de Dios, Dios sigue esperando los mismos frutos, es decir, justicia y derecho (Is 5,7). ¿Los damos? Para ello hay que estar vinculados a la vid. “Sin mí no podéis hacer nada…” (Jn 15,4-5). ¿Lo estamos? Lo sabremos, si nuestros frutos son cristianos... Porque “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16.20).
 Haber sido objeto de la elección y el amor de Dios es una gracia; pero, también, una gran responsabilidad. Pues “el amor de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14) a concretar, a fructificar. Y porque la Palabra de Dios no es solo palabra de entonces, sino de hoy, nos dirige la misma advertencia: “Se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (Mt 21,43).
Responsabilidad que, entre otras cosas, significa apertura a los auténticos valores de la vida. “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable...; todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (Flp 4,8).  Porque esa es la religión auténtica: la que no se construye a costa ni de espaldas a los valores humanos. El cristiano no devalúa, sino que revalúa lo auténticamente humano; lo profundiza, liberándolo del egoísmo, de la superficialidad y lo eleva a la categoría de alabanza a Dios.
Es el mensaje que Dios, por medio de su palabra, nos dirige hoy. Y que debemos acoger con gratitud y responsabilidad, por haber sido elegidos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Produzco frutos? ¿Qué frutos?
.- ¿Tengo en cuenta todo los que es justo, verdadero…?
.- ¿Soy motivo de decepción o de ilusión

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.