1ª Lectura:
Isaías 45,1. 4-6
Así dice el Señor a su Ungido, Ciro, a
quien lleva de la mano: Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas
de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se cerrarán. Por mi
siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por mi nombre, te dí un título,
aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios.
Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a
Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro.
*** *** *** ***
El texto presenta la investidura de Ciro
como instrumento de la acción de Dios. Denominado como su Ungido, el profeta ve en este personaje el nuevo horizonte que se
abre en la historia. Ese Ungido, emperador de los persas, aparece inserto en la
lista de Israel, aunque él no lo supiera. Dios no está circunscrito, ni tampoco
lo está su plan. Trabaja con “instrumentos” propios. La “unicidad” de Dios, ya subrayada en los
libros del Éxodo (8,6) y Deuteronomio (4,35.39; 32,29), brillará en esta opción
sorprendente de Dios. El texto puede entrañar una velada crítica al primer
“elegido” -Israel-, incapaz de haber cumplido con la misión que se le confió
(Ez 36,20-22; Rom 2,24). El plan de Dios es integrador y no excluyente.
2ª Lectura: 1ª
Tesalonicenses 1,1-5b
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los
Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y
paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en
nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad
de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en
Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha
elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo solo palabras,
sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien
sabéis.
*** *** *** ***
Tesalónica fue la primera comunidad
cristiana del mundo occidental, fundada por Pablo en su segunda etapa
apostólica (Hch 17,1-10). Ya desde el saludo, Pablo no aparece como un
evangelizador solitario, sino solidario.
La designación de los destinatarios como “iglesia” merece ser destacada. Pablo
no escribe a individuos aislados, sino a una comunidad de hombres y mujeres
elegidos por Dios y convocados por el Evangelio. Recuerda los fundamentos del
Evangelio -Dios Padre y el Señor Jesucristo-, y los fundamentos
de la comunidad: una fe activa, una
caridad esforzada y una esperanza probada. Y les anima a permanecer en el
espíritu de la primera hora. Por otro lado, la existencia de esta comunidad es
ya la concrección de la apertura y consolidación del Evangelio en un nuevo
horizonte, en un nuevo mundo, más allá de las fronteras ideológicas y
geográficas del judaísmo.
En aquel tiempo, los fariseos se retiraron
y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron
unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad;
sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues,
qué opinas: ¿es lícito pagar impuestos al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo
Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron: Del César.
Entonces les replicó: Pues pagadle al César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
*** *** *** ***
La
escena traduce la tensión existente entre Jesús y los grupos “oficiales” de la
sociedad judía. Fariseos y herodianos, representantes de dos sensibilidades
diferentes, se unen para formularle la pregunta trampa. Con todo, hay que
destacar el “elogio” que hacen de la integridad personal de Jesús. Éste
descubre su mala voluntad, pero no
elude la respuesta: A Dios no hay utilizarle como “moneda” de nada. Los temas
sociales hay que abordarlos dentro de su propia órbita. La licitud o ilicitud
del impuesto al César debe ser dirimido en su fuero propio: las
responsabilidades sociales y políticas del momento. Y cada uno debe asumirlas. Y no debe llevarse al campo de la religión.
Dios se mueve en otra órbita y, aunque no esté ausente, no interviene en la
legítima autonomía de la historia. Dios no es una “excusa” ni un “argumento”
para evadir impuestos, aunque, les recuerda Jesús, Dios tiene también sus
espacios. La moneda, al César, y el corazón, a Dios.
REFLEXIÓN
PASTORAL
La cuestión
de la licitud del tributo romano era discutida entre los judíos. Significaba el
reconocimiento de una sumisión La
aceptaban los herodianos; más resignadamente los saduceos; los fariseos se
mostraban reticentes; los zelotes la rechazaban abiertamente. En general, en el
pueblo producía indignación ese tributo de vasallaje. La pregunta formulada a
Jesús contenía material inflamable: “¿Es lícito pagar el tributo al
César no?” (Mt 22,17).
Jesús, que probablemente no era partidario
de pagarlo, pide la moneda del tributo y pronuncia la frase: “Dad al César
lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Pocas frases
han hecho correr tanta tinta y han sido citadas con más frecuencia e
imprecisión.
No fue una respuesta evasiva o
diplomática. Los oyentes se admiraron, quizá, porque no la entendieron. Porque
la respuesta iba contra los judíos, que regulaban la política con la religión,
haciendo de Dios un césar, y contra los romanos, que regulaban la religión con
la política, haciendo del César un dios. Con su respuesta, Jesús quemaba la
tierra bajo las plantas de todos.
“Dad al César…”, denunciaba la
pretensión clericalista de convertir y manipular todo desde la religión.
Reconocer o no al César, aceptar o no sus leyes fiscales, es un tema político,
que no debe trasladarse a la esfera de la religión.
“Y a Dios lo que es de Dios”, con lo
que asestaba un golpe de muerte al cesarismo, a la pretensión absolutista del
poder político, de invadir todos los espacios de la vida, de hacer del hombre
un mero súbdito.
En la respuesta de Jesús hay, pues, mucho
más de cuanto entendieron los judíos, y de lo que han entendido a lo largo de
los siglos muchos cristianos, en cuya historia Dios y el César se mezclaron
tanto y de tal manera, que llegó un momento en que ya no solo no se distinguía
qué era de uno y qué era de otro, sino quién era uno y quién era otro.
Jesús distingue netamente los campos. No
establece una división excluyente, pero introduce una clarificación: religión y
política son realidades distintas, pero no distantes y no pueden distanciarse,
porque ambas afectan al hombre.
Por otro lado, no conviene olvidar, en el
saludo de la carta a los Tesalonicenses, los tres elementos que subraya san
Pablo como característicos de la espiritualidad cristiana: fe activa, amor
esforzado y esperanza acrisolada en las pruebas. Tres ingredientes necesarios
para saber hacer un discernimiento de los distintos debates y cuestiones de la
historia y de la vida.
Hoy, Domingo Mundial de las Misiones,
se nos recuerda nuestra responsabilidad misionera. Y que existe una avanzadilla
de la Iglesia, donde hermanos y hermanas nuestros están entregando su vida en
un servicio generoso, y silencioso, a otros más necesitados. Ellos son la
memoria de la Iglesia; los que nos recuerdan que hay que seguir ampliando las
fronteras del Reino de Dios; que una comunidad cuando deja de mirar al futuro,
lo pierde. Una Jornada para orar por ellos y colaborar con ellos en las arduas
tareas de la evangelización (1 Tim 1,8).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Cumplo mis
deberes cívicos con honestidad y responsabilidad?
.- ¿Doy a Dios
lo que es de Dios?
.- ¿Es mi fe
activa, mi caridad esforzada y mi esperanza acrisolada?
DOMINGO J.
MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario