miércoles, 26 de junio de 2019

DOMINGO XIII. TIEMPO ORDINARIO -C-


  1ª Lectura: I Reyes 19,16b. 19-21

“En aquellos días, el Señor dijo a Elías: Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de Abel-Mejolá.  Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto.
Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías contestó: Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego de los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes”.

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Elías que, desmoralizado por las amenazas de Jezabel, había huido al Horeb (I Re 19, 2-8), recibe de Dios la orden de regresar y de elegir a Eliseo como profeta y sucesor (I Re 19,15-16). La obra de Dios debe seguir adelante. Los vv 19-21 pertenecen al denominado ciclo de Eliseo (II Re 2-13). Este era un agricultor. El paso de Elías junto a él le cambió la vida. El manto no solo era ropa de abrigo, simbolizaba la personalidad y los derechos de su dueño. Además el manto de Elías tenía una eficacia milagrosa (II Re 2,8). Elías adquiere así un derecho sobre Eliseo. Eliseo acepta la invitación y, tras “quemar” los aperos de labranza, se convirtió en discípulo de Elías.

2ª  Lectura: Gálatas 4,31b-5,1. 13-18

“Hermanos:
Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley”.

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La libertad es el horizonte del cristiano y la gran conquista de Cristo. Una libertad para ser  asumida y vivida. Pero esa libertad no es un “ídolo”. Pablo no invita a la anarquía ni a la autosuficiencia. La libertad cristiana debe estar normada por el amor. La libertad impide esclavizar a nadie, poniéndolo a nuestros pies, pero nos hace esclavos, poniéndonos a los pies de los demás, asumiendo la actitud de Jesús (Jn 13,4-5), por amor. Pablo no es ingenuo: sabe de las tensiones existentes en las comunidades. Por eso, al tiempo que exhorta, denuncia. El proceder cristiano debe estar inspirado por el Espíritu, no por las tendencias de la carne. El cristiano no solo debe rehuir “el yugo de la esclavitud” (la circuncisión que querían imponer los judaizantes) sino “todo” yugo (“las obras de la carne” cf. Gál 5,19).  La libertad cristiana es libertad “de” todo lo que oprime, y libertad “para” poner todo, la vida, al servicio de las urgencias del amor (II Co 5,14).

Evangelio: Lucas 9,51-62

                                                                  
  “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas. Jesús le respondió: Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.

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Jesús decide orientar sus pasos hacia Jerusalén. Ha de atravesar Samaría, y envía a algunos para buscar alojamiento. En una aldea no fue aceptado por su condición de judío (“los judíos no se tratan con los samaritanos” Jn 4,9). El mismo Jesús en un primer momento advertirá a los discípulos de no entrar en los poblados de samaritanos (Mt 10,5). La reacción de Santiago y Juan es desechada por el Maestro. Que no ha venido a abrirse camino a sangre y fuego, sino a abrir camino entregando su propia sangre.
En ese camino aparecen tres personas; la primera pide ser admitida en su compañía. Jesús le responde con realismo, haciéndole ver cómo acababan de negarle un techo para hospedarse. La segunda es invitada por Jesús al seguimiento. Pero ésta pide un tiempo de demora. “Ir a enterrar a mi padre” equivale a: “lo haré cuando haya fallecido mi padre” (no es que su padre ya hubiera muerto y fuera inminente la sepultura). La tercera, se ofrece, pero pone unas condiciones que, en principio, parecen lógicas. Sin embargo Jesús radicaliza el seguimiento. El seguimiento de Jesús supera al de Eliseo respecto de Elías.

REFLEXIÓN PASTORAL

El evangelio de este domingo nos habla del seguimiento de Cristo. Lo hace con expresiones chocantes a nuestros oídos, demasiado contemporizadores. Jesús no fue un rompe-familias, ni un ser sin entrañas, al contrario. Entonces, ¿qué nos quiere decir con estas expresiones?
Que en la vida, y en la vida de fe también, hay que priorizar. Que nada, ni nadie, deben impedir la respuesta fiel a la llamada del Señor. En eso consiste la libertad cristiana de la que nos habla la segunda lectura: una liberación de todo, hasta de uno mismo -de los amores y los temores- para seguir a Jesús. En eso consiste la verdadera “practica” religiosa; no en un cumplimiento superficial de normas, sino en la introducción de Cristo en el corazón, hasta convertirlo en nuestro criterio y norma de vida.
El conocimiento de Cristo es gracia, decíamos el pasado domingo, pero, además, implica, su seguimiento; significa no perderle nunca de vista. “Corramos con constancia en la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús” (Heb 12,1-2). ¡Una advertencia muy oportuna! El cristiano nunca debe perder de vista a Jesucristo como referencia primordial de la vida, so pena de despistarse, adentrándose por caminos equivocados y estériles: caminos que no conducen a “ninguna parte”.
Y este seguimiento no es cuestión de intuiciones personales más o menos bienintencionadas, discontinuas e intermitentes.  Se trata de “conocerlo a él” (Flp 3,10), de “ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp 3,8-9), de personalizar “los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5), de “caminar como él caminó” (I Jn 2,6)... y eso no se improvisa.
Al “seguimiento cristiano” le es imprescindible un talante contemplativo e interiorizador de la persona de Jesús, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3,12) inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 8,8). “De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse; tiene que resolverse en el encuentro y conocimiento personales. Cristiano es el hombre que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida; es aquél para quien Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante y decisivo.
¡No perderle de vista! Y esto significa descubrirle como inspirador permanente de las opciones de vida concreta.
Quizá lo prosaico de nuestra vida, la carencia de profundidad en nuestros compromisos..., todo eso que en momentos de sinceridad calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia, a que no hemos descubierto de verdad a ese Jesús a quien religarnos, y por eso nos cuesta tanto desligarnos de tantas cosas que lastran nuestra vida.
Un seguimiento que implica asumir el “estilo” de Jesús: su radicalidad, generosidad y decisión. Y también el no ser acogidos en ciertos espacios o foros desafectos a su causa, como le ocurrió en esa aldea de Samaría, porque Jesús es alternativo y portador de alternativas. ¿Demasiado, verdad? Sí, para nuestra debilidad congénita; pero posible si nos alimentamos con el pan eucarístico: pan de fortaleza para los débiles, luz para nuestras oscuridades y esperanza para nuestros desalientos.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué priorizo en mi vida?
.- ¿Es Jesús el referente de mi vida?
.- ¿Vivo en la libertad de los hijos de Dios?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 19 de junio de 2019

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR -C-.

1ª Génesis 14,18-20

“En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y Abrahán le dio el diezmo de todo”.

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Melquisedec (rey de justicia)  es un personaje misterioso. Identificado como rey de Salém (Jerusalén), aparece en el Sal 110, como figura del Mesías rey y sacerdote. El silencio sobre sus antepasados -“sin padre, ni madre, ni genealogía” (Heb 7,3)- sugiere que su sacerdocio es eterno. Bendice a Abrahán, mostrando que era superior a él -“pues es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior” (Heb 7,7)-, y Abrahán le ofrece el diezmo de todo, reconociendo su condición. La carta a los Hebreos  aplicará esta figura al sacerdocio de Cristo (Heb 7). Un sacerdocio no tribal (de Leví) sino anterior y superior. La ofrenda sacerdotal de Melquisedec, evoca la ofrenda sacerdotal que Cristo consagrará en su cuerpo y en su sangre.

2ª Lectura: I  Corintios 11,23-26

“Hermanos: Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he trasmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.

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San Pablo destaca la “autenticidad” de la tradición eucarística. Y desvela el sentido de la misma: la comunión es una proclamación y celebración permanente de la pascua del Señor, hasta que vuelva. Es con este espíritu con el que hemos de acercarnos a participar en ella, desde un profundo discernimiento, “pues quien come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre del Señor, come y bebe su propia condena” (I Co  11,29).

Evangelio: Lucas 9,11b-17

                                                
“En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó: Dadles vosotros de comer.  Ellos replicaron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”.

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San Lucas solo transmite un relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces (a diferencia de Mt y Mc, que trasmiten dos). El contexto es significativo: Jesús está a sus cosas: la predicación del Reino y a la actuación de ese Reino. Los Doce están también a lo suyo: a que no surja un problema por falta de alimento para la gente que sigue a Jesús.
Las estrategias son distintas: los Doce quieren desentenderse -“despide a la gente”-; Jesús aborda el problema y lo soluciona. Y así, aquellos hambrientos de oír la palabra de Dios, personificada en Jesús, encuentran en ella y de ella su alimento. Los Doce, con todo, no son desplazados; les convierte en mediadores del milagro. La aplicación catequética es clara: Cristo es el Pan que alimenta el hambre del hombre; los discípulos deben ser quienes hagan llegar ese Pan -Palabra y Eucaristía- a los hombres.

REFLEXIÓN PASTORAL

Celebramos hoy uno de esos días que, en frase popular, resplandecen más que el Sol. Una fiesta profundamente enraizada en la tradición de nuestro pueblo.  Una buena ocasión para interiorizar y exteriorizar nuestra  fe  y nuestro amor a la Eucaristía. Y  también, para reflexionar sobre ella. No sea que habituados a casi todo, nos insensibilicemos ante esta maravilla, ante este misterio.
    ¿Qué es la Eucaristía? Es la mayor audacia de Cristo, de su amor al hombre. El colofón de la gran aventura de la encarnación de Dios. “En la víspera solemne... los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Sí, se trata de un exceso.  La Eucaristía no fue un gesto, ni un hecho aislado ni aislable en la vida de Cristo. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Ha de situarse en la lógica de la vida de Jesús: una vida para los demás.  Y de maneras diferentes fue sembrando su vida de alusiones: las parábolas del banquete son un ejemplo...   Y así, “en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan...” (I Co 11, 23). La institución de la Eucaristía no fue un hecho “ritual”. “Haced esto en memoria mía…” no es la invitación a perpetuar o a repetir un rito, sino a hacer presente,
  La Eucaristía nos habla del amor de Dios  hecho presencia: Dios/Cristo está con nosotros; en nuestros pueblos y ciudades siempre hay una casa abierta en la que habita Dios hecho vecino de nuestras penas y alegrías, dispuesto siempre a la confidencia. ¡Cómo cambiarían nuestras vidas si fuésemos conscientes de esa verdad! La calidad de nuestra convivencia subiría muchos enteros  si la contrastáramos con este divino interlocutor.
   La Eucaristía nos habla del amor de Dios/Cristo  hecho entrega. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y éste se tomó a sí mismo, se hizo Eucaristía y dijo: “Esto es mi Cuerpo entregado...; esta es mi Sangre derramada; tomad”.
La Eucaristía nos habla del amor de Dios/Cristo  hecho comunión: “Comed, bebed...; el que come mi carne tiene vida eterna”.
Y para eso escogió un elemento sencillo, elemental: el pan y el vino. Realidades que justifican y simbolizan los sudores y afanes del hombre; que unen a las familias para ser compartidos, y que simbolizan el sustento básico...; eso lo escogió para quedarse  con nosotros, indicándonos el sentido de su presencia: alimentar nuestra fe y unirnos como familia de los hijos de Dios.  No es, pues, un lujo para personas piadosas; es el alimento necesario para los que queremos ser discípulos y vacilamos y caemos. Es el verdadero “pan de los pobres”.
   Pero ese amor de Dios/Cristo nos urge. Cristo hecho presencia nos urge a que le hagamos presente en nuestra vida, y nos urge a estar presentes, con presencia cristiana, junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan con los que no lo tienen. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, compañero de nuestros caminos, nos urge a no retirar la mano de todo aquél que, incluso desde su doloroso silencio, por amor de Dios nos pide un minuto de nuestro tiempo para llenar el suyo. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar las posiciones cómodas y tibias para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien....   Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. “Día de la caridad”.    Ella es la que hace posible, y al mismo tiempo exige la caridad.
“El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan” (I Co 10,16-17).
Esto significa la comunión. Y así entendida es un acto serio y comprometido, pero bello y apasionante. De ahí la recomendación de S. Pablo “Que cada uno se examine, porque quien come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre del Señor...” (I Co 11,28-29).  No es  una amenaza para que nos alejemos de la Eucaristía, sino una advertencia para que nos acerquemos a ella con dignidad.
Estas son algunas sugerencias que trae a nuestra vida la celebración del Corpus Christi. Cristo se ha entregado no solo por nosotros, sino a nosotros - se ha puesto en nuestras manos - para hacer de nosotros su propio cuerpo. Agradezcamos, adoremos y acojamos responsablemente su presencia.          

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias suscita en mí la Eucaristía?
.- ¿Qué “hambres” sacia y qué “hambres” provoca?
.- ¿Qué “entregas” en mi vida provoca la “entrega” de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 11 de junio de 2019

DOMINGO DE LA SMA. TRINIDAD -C-


1ª Lectura: Proverbios 8,22-31

“Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar: y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres”.
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Si bien en este texto de Proverbios la personificación de la Sabiduría es puro artificio literario y aparece como un realidad creada, la reflexión fue depurándose hasta llegar a Sab 7,22-8,1 donde es presentada como “emanación pura de la Gloria del Omnipotente”. En todo caso, estas formulaciones del AT, todavía imperfectas, son asumidas por el NT para hablar de Cristo como “Sabiduría de Dios” (Mt 11,19; I Co 1,24.30), quien, como la Sabiduría, pero con mayor protagonismo y entidad aparece vinculado a la creación. El prólogo del Evangelio de san Juan atribuye a la Palabra rasgos de la sabiduría creadora. Nos hallamos, pues, ante un texto “profético” del Verbo de Dios. Y dos subrayados finales: la familiaridad con Dios -“era su encanto cotidiano”- y con “los hijos de los hombres”.

2ª Lectura: Romanos 5,1-5

“Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

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San Pablo recuerda que la obra de la regeneración del cristiano, la justificación por la fe, es obra de Dios Padre, por medio de Jesucristo en el amor del Espíritu Santo. El cristiano es una realidad “habitada” por el amor de Dios. Está constituido sobre la roca sólida de la fe, que le permite mantener la esperanza en las tribulaciones de la vida y del seguimiento de Cristo. Sabe que su vida es “proyecto” de Dios, y que está garantizada por él, por su amor, “derramado en nuestros corazones”.


Evangelio: Juan 16,12-15

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.

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En el momento de la despedida, Jesús promete a sus discípulos, aún inmaduros para comprenderlo todo, la asistencia del Espíritu Santo. Será el Maestro interior, que les llevará al conocimiento de la Verdad plena, es decir, a la plenitud del conocimiento de Jesús. Profundamente vinculado a él, el Espíritu lo glorificará y plenificará su obra. La originalidad del Espíritu no está en la temática, que es la de Jesús, aprendida del Padre, sino en la capacidad para ayudar a profundizarla y a difundirla.

REFLEXIÓN PASTORAL

Celebramos la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su misterio. Y la verdad fundamental del cristiano.  Para unos resulta prácticamente insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros, por una u otra sinrazón, “pasan” de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y distanciado de nuestros núcleos originales?  En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados; en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Hoy se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse  “el silencio de Dios”, y que otros, más audaces, denominaron  “la muerte de Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental (Gén 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para que pueda desentenderse de Él.
Para nosotros, ¿quién es Dios?  Dios no puede ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas?
Estamos expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos “nuestro dios”, quizá porque le hemos hecho a nuestra medida, y que sirve para justificar nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese “dios” es el Dios verdadero.
A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1 ,18). Jesús es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo, comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios, esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros  más que un misterio, aunque no podemos por menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48; Lc 6,36).
Porque Dios es Familia, quiere que “todos sean uno,  como Tú y Yo somos uno” (Jn 17,21); porque es  Diálogo, quiere veracidad en nuestras relaciones: “vuestro sí sea sí...” (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de espaldas a las urgencias del hermano: “Tuve hambre...” (Mt 25,35); porque “es  Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos amemos... A Dios hemos de traducirlo en la vida.
Esto es creer en Dios, vivir a Dios. “Si vivimos, vivimos para Dios” (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. ¡Solo Dios!,  pero no  solos con Dios, porque Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de par en par, experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en “casa de acogida”.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo y testimonio de Dios?
.- ¿Es un “por si acaso” en mi vida?
.- ¿Con qué pasión busco su rostro?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



martes, 4 de junio de 2019

DOMINGO DE PENTECOSTÉS -C-


1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asía, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”.

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Antes de entrar en el comentario del texto, será bueno hacer unas aclaraciones sobre algunos términos del mismo.
Pentecostés era la designación tardía (ya aparece en Tob 2,1) de la Fiesta de las Semanas (Lv 23,15-22), que se celebraba 50 días después de la Pascua y cuya duración era de un solo día.  Era una fiesta de acción de gracias que marcaba el fin de la siega. Una de las tres grandes fiestas del calendario judío en las que estaba prescrita la visita al Templo. De ahí la presencia en Jerusalén de judíos de diversas procedencias geográficas y culturales. Este dato nos ofrece un mapa de la diáspora judía.
Con la expresión “prosélitos” se refiere a aquellos que no siendo de origen judío, abrazaron el judaísmo, aceptando la circuncisión. Hubo otros, denominados “temerosos de Dios” (Hch 10,2), que no aceptaban la circuncisión, aunque eran afectos al judaísmo.
El efecto de hablar en lenguas extranjeras es conocido como glosolalia. Con él se significa un lenguaje extático, que brota de un alma poseída por el Espíritu e impresiona por su intensidad y expresividad.
Con la venida del Espíritu se cumple la gran promesa de Jesús (Lc 24,49; Jn 16,5-15)  y queda garantizada su presencia en la comunidad. Respecto del momento del don del Espíritu hay testimonios que lo vinculan a las apariciones de Jesús a sus discípulos (Jn 20, 22). El relato de Hechos “oficializa”, “escenifica” y “solemniza” ese momento, desvelando su significado público.  Merece destacarse la universalidad del lenguaje: la Iglesia debe hablar todas las lenguas, conocer todos los “lenguajes” para anunciar las maravillas de Dios,  el evangelio de Jesús. La Iglesia es la anti-Babel.

2ª Lectura: 1 Corintios 12,3b-7. 12-13

“Hermanos: Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.

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El Espíritu es la posibilidad de la fe en Cristo; quien nos permite reconocerlo y confesarlo. Es también la posibilidad de la comunión en la diversidad, el cohesionador de los carismas eclesiales; la fuente en la que el creyente bebe del agua de la vida que es Cristo.

Evangelio: Juan 20,19-23

                                         
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

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Mientras el libro de los Hechos vincula el don del Espíritu  a Pentecostés, el Evangelio de san Juan habla del “anochecer del día primero de la semana”. Jesús confía a los discípulos la misión del perdón vinculada al Espíritu Santo. Descubre así el rostro del Espíritu, como Espíritu del perdón, porque el perdón es de Dios (cfr. Sal 130,4). Y ese perdón es el fundamento de la Paz. Los discípulos son enviados como prolongación de la misión de Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí,  me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la libertad a los cautivos…, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pentecostés no  marca solo la “hora” de la misión de la Iglesia, sino también los estilos y los contenidos. La Iglesia tiene como misión primordial actuar la misericordia y el perdón de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Esta fiesta culmina la gran trilogía pascual. Jesús, que había resucitado al tercer día, como lo había predicho; que había subido al cielo, como lo había anunciado; envía su Espíritu, como lo había prometido: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros  el Consolador; pero si me voy os lo enviaré (Jn 16,7)... Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,12-13)... Y después de la resurrección advirtió a los Apóstoles: “Mirad yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre (Lc 24, 49)…; recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).
     Con esta aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, tiempo fundamentalmente dedicado a la predicación del evangelio de Jesús de Nazaret.
No es fácil hablar del Espíritu Santo. Es un tema fluido que rehúye el encasillamiento en nuestros esquemas mentales ordinarios. Sin embargo, eso mismo es un indicio de que nos acercamos a un tema divino. Hablar de Dios siempre supera nuestra capacidad de comprensión y de expresión. La inexactitud, la imprecisión, resultan inevitables. Es casi un buen síntoma. Si a esto se añade la  falta de práctica, es decir, el relativo silencio creado en torno al Espíritu Santo, la dificultad se acentúa.
“¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó Pablo a los cristianos de Éfeso.  No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo”, respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad…Y quizá ahí se acabaría nuestra “ciencia del Espíritu”. Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.
Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento “sectario” en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.
Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -“Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino por influencia del Espíritu” (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -“Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios” (I Co 2,11)) -.
Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -“viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues “la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita”. Él da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. Él facilita su encarnación y su alumbramiento. “Él os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)
Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4,18) -; la vida de María  -“La fuerza del Altísimo descenderá sobre ti” (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué conocimiento y experiencia tengo del Espíritu Santo y de su magisterio?
.-  ¿Fructifican en mí los “frutos del Espíritu (Gál 5,22-23?
.- ¿Cómo concreto mi responsabilidad apostólica?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.