1ª
Génesis 14,18-20
“En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció
pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo:
Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra.
Y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y
Abrahán le dio el diezmo de todo”.
*** *** ***
Melquisedec (rey de justicia) es un personaje misterioso. Identificado como
rey de Salém (Jerusalén), aparece en el Sal 110, como figura del Mesías rey y
sacerdote. El silencio sobre sus antepasados -“sin padre, ni madre, ni
genealogía” (Heb 7,3)- sugiere que su sacerdocio es eterno. Bendice a Abrahán,
mostrando que era superior a él -“pues es incuestionable que el inferior recibe
la bendición del superior” (Heb 7,7)-, y Abrahán le ofrece el diezmo de todo,
reconociendo su condición. La carta a los Hebreos aplicará esta figura al sacerdocio de Cristo
(Heb 7). Un sacerdocio no tribal (de Leví) sino anterior y superior. La ofrenda
sacerdotal de Melquisedec, evoca la ofrenda sacerdotal que Cristo consagrará en
su cuerpo y en su sangre.
2ª
Lectura: I Corintios 11,23-26
“Hermanos: Yo he recibido una tradición que procede
del Señor y que a mi vez os he trasmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en
que iban a entregarlo, tomó un pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo
partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en
memoria mía.
Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo:
Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que
bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de
la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.
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San Pablo destaca la “autenticidad” de la tradición
eucarística. Y desvela el sentido de la misma: la comunión es una proclamación
y celebración permanente de la pascua del Señor, hasta que vuelva. Es con este
espíritu con el que hemos de acercarnos a participar en ella, desde un profundo
discernimiento, “pues quien come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre del
Señor, come y bebe su propia condena” (I Co
11,29).
“En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente
del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce
se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y
cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en
descampado.
Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: No tenemos más que cinco
panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este
gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se echen en
grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la
mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a
los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se
saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”.
*** *** ***
San Lucas solo transmite un relato del milagro de la
multiplicación de los panes y los peces (a diferencia de Mt y Mc, que trasmiten
dos). El contexto es significativo: Jesús está a sus cosas: la predicación del
Reino y a la actuación de ese Reino. Los Doce están también a lo suyo: a que no
surja un problema por falta de alimento para la gente que sigue a Jesús.
Las estrategias son distintas: los Doce quieren
desentenderse -“despide a la gente”-; Jesús aborda el problema y lo soluciona.
Y así, aquellos hambrientos de oír la palabra de Dios, personificada en Jesús,
encuentran en ella y de ella su alimento. Los Doce, con todo, no son
desplazados; les convierte en mediadores del milagro. La aplicación catequética
es clara: Cristo es el Pan que alimenta el hambre del hombre; los discípulos
deben ser quienes hagan llegar ese Pan -Palabra y Eucaristía- a los hombres.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Celebramos hoy uno de esos días que, en frase popular,
resplandecen más que el Sol. Una fiesta profundamente enraizada en la tradición
de nuestro pueblo. Una buena ocasión
para interiorizar y exteriorizar nuestra
fe y nuestro amor a la Eucaristía.
Y también, para reflexionar sobre ella.
No sea que habituados a casi todo, nos insensibilicemos ante esta maravilla,
ante este misterio.
¿Qué es la Eucaristía? Es la mayor audacia
de Cristo, de su amor al hombre. El colofón de la gran aventura de la
encarnación de Dios. “En la víspera solemne... los amó hasta el extremo” (Jn
13,1). Sí, se trata de un exceso. La
Eucaristía no fue un gesto, ni un hecho aislado ni aislable en la vida de
Cristo. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Ha de
situarse en la lógica de la vida de Jesús: una vida para los demás. Y de maneras diferentes fue sembrando su vida
de alusiones: las parábolas del banquete son un ejemplo... Y así, “en la noche en que iba a ser
entregado, tomó pan...” (I Co 11, 23). La institución de la Eucaristía no fue
un hecho “ritual”. “Haced esto en memoria mía…” no es la invitación a perpetuar
o a repetir un rito, sino a hacer presente,
La Eucaristía
nos habla del amor de Dios hecho
presencia: Dios/Cristo está con nosotros; en nuestros pueblos y ciudades
siempre hay una casa abierta en la que habita Dios hecho vecino de nuestras
penas y alegrías, dispuesto siempre a la confidencia. ¡Cómo cambiarían nuestras
vidas si fuésemos conscientes de esa verdad! La calidad de nuestra convivencia
subiría muchos enteros si la
contrastáramos con este divino interlocutor.
La Eucaristía
nos habla del amor de Dios/Cristo hecho
entrega. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y éste se tomó a sí
mismo, se hizo Eucaristía y dijo: “Esto es mi Cuerpo entregado...; esta es mi
Sangre derramada; tomad”.
La Eucaristía nos habla del amor de Dios/Cristo hecho comunión: “Comed, bebed...; el que come
mi carne tiene vida eterna”.
Y para eso escogió un elemento sencillo, elemental: el
pan y el vino. Realidades que justifican y simbolizan los sudores y afanes del
hombre; que unen a las familias para ser compartidos, y que simbolizan el
sustento básico...; eso lo escogió para quedarse con nosotros, indicándonos el sentido de su presencia:
alimentar nuestra fe y unirnos como familia de los hijos de Dios. No es, pues, un lujo para personas piadosas;
es el alimento necesario para los que queremos ser discípulos y vacilamos y
caemos. Es el verdadero “pan de los pobres”.
Pero ese amor
de Dios/Cristo nos urge. Cristo hecho presencia nos urge a que le hagamos
presente en nuestra vida, y nos urge a estar presentes, con presencia
cristiana, junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan
con los que no lo tienen. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna.
Cristo, compañero de nuestros caminos, nos urge a no retirar la mano de todo
aquél que, incluso desde su doloroso silencio, por amor de Dios nos pide un
minuto de nuestro tiempo para llenar el suyo. Cristo, entregado y derramado por
nosotros, nos urge a abandonar las posiciones cómodas y tibias para recrear su
estilo radical de amar y hacer el bien....
Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. “Día
de la caridad”. Ella es la que hace
posible, y al mismo tiempo exige la caridad.
“El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es
comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el
cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos
un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan” (I Co 10,16-17).
Esto significa la comunión. Y así entendida es un acto
serio y comprometido, pero bello y apasionante. De ahí la recomendación de S.
Pablo “Que cada uno se examine, porque quien come y bebe indignamente el cuerpo
y la sangre del Señor...” (I Co 11,28-29).
No es una amenaza para que nos
alejemos de la Eucaristía, sino una advertencia para que nos acerquemos a ella
con dignidad.
Estas son algunas sugerencias que trae a nuestra vida
la celebración del Corpus Christi. Cristo se ha entregado no solo por nosotros,
sino a nosotros - se ha puesto en nuestras manos - para hacer de nosotros su
propio cuerpo. Agradezcamos, adoremos y acojamos responsablemente su presencia.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué resonancias suscita en mí la Eucaristía?
.-
¿Qué “hambres” sacia y qué “hambres” provoca?
.-
¿Qué “entregas” en mi vida provoca la “entrega” de Jesús?
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