martes, 30 de abril de 2019

DOMINGO III de PASCUA -C-



1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27b-32. 40b-41

    En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les dijo: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.
    Pedro y los Apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quién vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.
    Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

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    Liberados milagrosamente de la cárcel, los Apóstoles vuelven al Templo a  dar, con valentía, testimonio de Jesucristo (Hch 5,17-21). Son apresados de nuevo y conducidos ante el Sanedrín. Es el contexto del texto seleccionado para este Domingo III.
    Porque, “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” los Apóstoles, con Pedro a la cabeza, no cesan de dar testimonio público, confortados por el Espíritu, de la resurrección del Señor “con mucho valor”, también ante las máximas autoridades religiosas del judaísmo. No les atemorizan las amenazas ni los castigos. Al contrario, el sufrimiento por Jesucristo es motivo de alegría.  Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” no es una excusa para no obedecer a nadie; es el principio radical de la obediencia cristiana. La respuesta de Pedro es, en realidad, una profesión de fe en Cristo resucitado. El resucitado no es distinto de Jesús de Nazaret. Hay una continuidad personal: el crucificado es el resucitado y glorificado.

2ª Lectura: Apocalipsis 5,11-14

    Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
    Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos- que decían: “Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Y los cuatro vivientes respondían: “Amén”.
    Y los ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que vive por los siglos de los siglos”.

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    El texto seleccionado pertenece a la  primera parte de “la sección de la visiones” del libro del Apocalipsis (caps. 4-16). En él se muestra la glorificación celestial del Cordero degollado (Cristo crucificado), a la que se unen todas las criaturas del Cielo y de la Tierra. En el marco de una comunidad cristiana perseguida, ya con numerosos mártires en sus filas, el libro del Apocalipsis se presenta como un estímulo a la fidelidad y a la esperanza. El triunfo de Cristo es la garantía. Los que mueran con él y por él, resucitarán con él y como él (Ap 7,14; 12,11; Rom 14,8; 1 Tm 2,11). La Pascua de Cristo, es también la pascua del cristiano: “Donde yo esté estará el que me haya servido” (Jn 12,26), “pues voy a prepararos un lugar” (Jn 14,2). Los que aún caminamos por “cañadas oscuras” (Sal 23,4) necesitamos esta inyección de optimismo para alimentar y testimoniar nuestra esperanza (Rom 12,12; 1 Pe 3,15).

Evangelio: Juan 21,1-19

                                                      

    En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros discípulos suyos. Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
   Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado?
   Ellos contestaron: No.
   Él le dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
   La echaron y no tenían fuerza para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor.
   Al oír que era el Señor, Simón Pedro que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
    Jesús les dice: Traed de los peces que acabáis de coger.
    Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
     Jesús les dice: Vamos, almorzad.
     Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
    (*Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
    Él contestó: Sí, Señor, tu sabes que te quiero.
    Jesús le dice: Apacienta mis corderos.
    Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
    Él le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
    Él le dice: Pastorea mis ovejas
    Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
    Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
    Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto añadió: Sígueme*).

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    El capítulo 21 del IV Evangelio plantea problemas respecto de su originalidad y autoría frente al conjunto de la obra (se piensa que es una adición posterior, basta comparar 20, 30-31 y 21,25), pero no respecto de su carácter inspirado y canónico. Consta de varios elementos entrelazados: 1) Una aparición junto al lago, una pesca infructuosa / fecunda, una comida y una conclusión: es la tercera aparición de Jesús. 2) El encargo del pastoreo a Simón Pedro; 3) la suerte del “discípulo amado” y 4) una conclusión. Nos ocupamos en este comentario  del punto 1) la aparición junto al lago.
    De regreso a Galilea, los discípulos siguen unidos. Han vuelto a sus “redes”.  El relato está cargado de sugerencias: pesca infecunda sin Jesús, fecunda al seguir sus sugerencias (cf. Lc 5,4-7); la faena trascurre “de noche”, mientras la presencia de Jesús tiene lugar “al amanecer” (Jesús es asociado a la luz, la ausencia a la oscuridad; la resurrección de Cristo va asociada al alba, a la aurora); banquete preparado y servido por Jesús...
    Jesús no ha abandonado a los suyos: les acompaña… Sigue siendo el mismo, aunque no de la misma manera, por eso no lo reconocen al principio. Pero enseguida el “discípulo amado” (el amor es clarividente) lo intuye: ¡Es el Señor! Y la reacción de Pedro, impetuosa, muestra que él sí es el mismo y lo mismo.
     La calidad de la pesca y la cantidad -150 peces grandes- simboliza la verdad de las palabras de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5); la comida es una evocación de las comidas de Jesús con los suyos: él la prepara y la sirve, pero también ellos han de aportar de su pesca.

REFLEXIÓN PASTORAL

         Afirmar que Jesús vive y convive, que está presente en la vida de sus discípulos, es la finalidad de los relatos evangélicos de las apariciones.  Por la resurrección Jesús no ha roto con los suyos. Sigue llamándoles “mis hermanos” (Jn 20,17), acompañándoles (Lc 24,13-35), inspirándoles (Lc  24,36-49) y compartiendo sus tareas. Así, hoy le vemos siguiendo atentamente, desde la orilla, una noche de trabajo de un grupo de discípulos, capitaneado por Pedro, en el lago de Galilea.
         El relato, a primera vista sencillo, está, sin embargo, cargado de simbolismo. Su intención no se reduce a la información sobre un hecho puntual y aislado, el de una pesca milagrosa; eso, con ser importante, no es trascendente. El evangelista quiere manifestarnos algo más profundo.
    Porque ese “ir a pescar” de Pedro y los apóstoles es un ir a la misión  evangelizadora; ese “lago” simboliza el mundo, y la “barca”, la iglesia; esa pesca nocturna simboliza la misión “autónoma” sin la compañía del Señor. Los “ciento cincuenta peces grandes” hablan de la plenitud y fecundidad de la misión; la “red que no se rompe” a pesar de la cantidad y magnitud de la pesca, significa la capacidad de acogida de la Iglesia; la “orilla” desde la que Jesús ordena y espera, es su puesto de vigía como Señor de la Iglesia y de la historia; la comida preparada por Jesús, la eucaristía, alimento y fortaleza de todo evangelizador… Pero, sobre todo, en esa pesca hay un antes y un después, un vacío y una plenitud, un trabajo estéril y un trabajo fecundo: la diferencia la marca la orden de Jesús -“Echad la red”- y su presencia.
     Éste es el núcleo del relato: la Iglesia, en su misión, solo es fecunda en la obediencia y en la comunión con el Señor; no cuando toma iniciativas o adopta estrategias autónomas, por muy programadas y técnicas que parezcan. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).  Y esta  obediencia al Señor, como nos recuerda la 1ª lectura, exige ciertas “desobediencias”. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. 
    Sin buscar la confrontación, la Iglesia, sin embargo, no debe adoptar posturas tibias ni ambiguas. Ni debe extrañarse de ser criticada y hasta perseguida; a la Iglesia solo debe preocuparle la fidelidad al Señor: ahí está su cruz, pero también su resurrección.   Y esto tiene su aplicación a la vida personal.
    Cada uno hemos  de convencernos de que sin la vinculación personal y entrañable con Xto., nuestra red estará siempre vacía. Y que esta conexión vital con el Señor no es un mero sentimiento, sino que está exigiendo una obediencia fundamental a Dios antes que a los hombres. Lo que no es una excusa o pretexto para no obedecer a nadie, sino un criterio para clarificar y dignificar nuestra obediencia. Hay dos modos de vivir, pero sólo uno es fecundo: vivir en el nombre del Señor, a su estilo. No se nos ha dado otro Nombre. Jesús es el único por el que se puede morir y vivir (2ª lectura).
         El relato evangélico se cierra con un cara a cara entre Jesús y Pedro. Un cara a cara que no culmina en una profesión de fe. Jesús no le pregunta a Pedro: ¿Crees en mí?, sino ¿me amas? Y es que creer es, en definitiva, una cuestión de amor. Pedro recuerda en ese momento sus infidelidades, pero esas infidelidades no le bloquean. Y se confía a la misericordia de Jesús: “Tú lo sabes todo; sabes que te amo”.
         Retengamos estos dos mensajes: vivir en el nombre y al estilo de Jesús y entender la fe como una cuestión de amor. Porque creer no es cuestión de muchas “verdades” sino de una Verdad, la verdad del Amor que se traduce en un amor de verdad.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué implica obedecer a Dios antes que a los hombres?
.-  De los dos modos de vivir, ¿cuál es el mío?
.- ¿Siento como propia la misión evangelizadora de la Iglesia?

Domingo J. Montero Carrión, Ofmcap.






martes, 23 de abril de 2019

DOMINGO II DE PASCUA -C-


1ª Lectura: Hechos de los apóstoles 5,12-16

    Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de  común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
    La gente sacaba a los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudían a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritus inmundos, y todos se curaban.

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     Nos hallamos ante el tercero de los “sumarios” del libro de los Hechos. Se trata de tres pasajes (2,42-47; 4,32-35 y 5,12-16) situados en la primera parte del libro (1,12-5,42). En los dos primeros se subraya la naturaleza y el modo de vida de la comunidad (comunidad de bienes, asistencia a la instrucción y a la oración y solidaridad fraterna); en el tercero se destaca la actividad taumatúrgica, capitaneada por Pedro, pero no limitada a él. La “sombra” de Pedro no era otra cosa que la prolongación de “sombra” de Jesús. En todos ellos se destaca el crecimiento interno (en cohesión) y externo (en número) de la comunidad, no obstante las reticencias de los dirigentes judíos. Aún no ha llegado el momento de la “ruptura” con el Israel oficial, por eso acudían al Templo para las oraciones rituales judías.


2ª Lectura: Apocalipsis 1,9-11a. 12.-13. 17-19

    Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.
    Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como de trompeta, que decía: Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia.
    Me  volví a ver  quién me hablaba y, al volverme, vi siete siete  lámparas de oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos.; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.

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    Presentado el libro del Apocalipsis como “profecía” (Ap 1,3), el autor se presenta como “profeta”, con rostro fraterno y solidario, desterrado en Patmos por su testimonio sobre Jesús. La alusión al domingo quizá pueda sugerir que “el éxtasis” pudo haber tenido lugar en el marco de una celebración litúrgica. De hecho el sonido de la trompeta remitía a un instrumento cultual que anunciaba al Señor, que “asciende al son de trompeta” (Sal 47,6).
    El mensaje que se le comunicará tiene como destinataria a la Iglesia, representada en las siete lámparas de oro, en medio de la cual se encuentra Cristo. No hay cristología sin eclesiología, y viceversa: no hay eclesiología sin cristología.
    Cristo es representado con símbolos que apuntan a su condición sacerdotal (larga túnica) y regia (cinturón de oro). Un Cristo glorioso, por su resurrección (no desaparece la historia de Jesús), juez de vivos y muertos, que tiene en sus manos las llaves no solo de la eternidad sino de la historia, de “lo que está sucediendo y lo que va a suceder”-.
    El difícil presente eclesial de aquel entonces necesitaba de una lectura profunda para superar la tentación del desaliento. También hoy la Iglesia está necesitada de una lectura profunda para no sucumbir a los problemas externos y  a los pecados de su propia historia.

Evangelio: Juan 20,19-31

    Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz vosotros.
    Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
   Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
   Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor!
    Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo.
    A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
     Tomás contestó: ¡Señor mío y Dios mío!
     Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!
      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.


                                             ***             ***             ***

    El relato consta de tres partes netamente diferenciadas: a) Una aparición al grupo de los discípulos; b) la escena de Tomás y c) una conclusión final del evangelista.
    La sección a) encuentra similitudes, dentro de las peculiaridades propias del IV Evangelio, con los testimonios de los otros evangelistas que narran encuentros de Jesús resucitado con unos discípulos asustados y recluidos por temor a los judíos. Juan destaca en esta primera escena aspectos importantes: 1) el Resucitado se identifica y se acredita desde la muerte en cruz: el Resucitado es el Crucificado. 2) El resucitado es portador de Paz, de su Paz, que no es como la del mundo, y del Espíritu. 3) La aparición está orientada a la Misión, no solo a confortar a los discípulos. Y esa misión es anunciar  el perdón de Dios. Un signo esencial de la evangelización es, según Juan, anunciar y hacer posible el perdón de Dios.
    La sección b) es propia del IV Evangelio. En ella se dramatiza y personaliza en un discípulo concreto, Tomás, un elemento común a todos los relatos pos pascuales: la duda de los discípulos (cf. Lc 24, 11. 21-27.38; Mc 16,11. 13. 14).
    La sección c), propia también de Juan aunque con afinidades con Lc 1,4, aporta dos datos interesantes: los testimonios sobre Jesús en esta obra no son exhaustivos, y la finalidad de la misma es llevar a la fe en Cristo, y por la fe a la salvación. Este es el objetivo de toda evangelización.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Una cosa bien clara dejan los relatos evangélicos: la resurrección de Jesús no fue una invención de los discípulos; éstos fueron los primeros y los más sorprendidos. Tal vez por eso quiso Cristo dedicar cuarenta días a explicar a los suyos este misterio de luz que tanto les costaba penetrar. ¡Había sido tan real y tan cruel su muerte!
    A los dos días de la crucifixión, los discípulos habían empezado a resignarse ante lo irremediable: dar por perdido a Jesús y a su causa. Pero Jesús no podía resignarse a esa idea y quiere meterles por los ojos y por las manos su resurrección, con la paciencia de un maestro que repite la lección una y otra vez con distintos recursos.
    Las apariciones de Jesús no son un jugar al escondite; son las últimas lecciones del Maestro antes de  que los discípulos se abran al mundo con la insospechada novedad del evangelio. Eso fueron los cuarenta días que siguieron a la resurrección: una pugna de la luz contra el temor que cegaba los ojos de los discípulos. Y éste es el contexto del relato evangélico que acabamos de leer: miedo, retraimiento, desorientación...
    La resurrección del Señor no es, y no fue, una creencia fácil. Y Jesús se hace presente con un saludo -la paz- y una misión -la paz del perdón en el Espíritu Santo-. Su aparición no es solo para consolar sino para consolidar la misión que el Padre le encomendó, y que Él ahora confía a su Iglesia.
    Pero faltaba Tomás. No somos comprensivos con este apóstol. Lo consideramos incrédulo  cuando, en realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo. Fue el primero que dijo “vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). 
      Tomás es como el hombre moderno que no cree más que lo que toca; un hombre que vive sin ilusiones; un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero no se atreve a creer en el bien. A Tomás no le bastaban las referencias de terceros, buscaba la experiencia, el encuentro personal con Cristo. Y Xto. accedió.
      Y de aquel pobre Tomás surgió el acto de fe más hermoso que conocemos: “Señor mío y Dios mío”. Y Tomás arrancó de Jesús la última bienaventuranza del evangelio: “Dichosos los que crean sin haber visto”.  Que no quiere decir dichosos los que crean sin conocerme, sino dichosos los que sepan reconocer mi presencia en la Palabra hecha evangelio; hecha alimento y perdón en los sacramentos; hecha comunión fraterna; hecha sufrimiento humano; pues desde la fe y el amor podemos contemplarle en las manos y los pies, la carne y los huesos de aquellos que hoy son la prolongación de su pasión y muerte.
    Y es que el resucitado es el crucificado, y a Xto. resucitado solo se accede por la comprobación de la Cruz. Las llagas de Cristo, contraídas por nuestro amor, nos ayudan a entender quién es Dios y que sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, herido y dolorido Él también, es digno de fe. 
    ¡A Cristo resucitado se le  afirma en tantos momentos  y situaciones del dolor humano…! Tomás nos dice que las “heridas”, las “llagas”, no son un obstáculo para creer en el Resucitado, sino más bien la prueba necesaria para no confundir la resurrección con una idea o una ideología. Tocar las “llagas” con fe y curarlas con misericordia. Como hacía Pedro, prolongando en su "sombra" la "sombra" salvadora de Jesús.
    Habrá quienes digan: “Si no veo...”; “Brille vuestra luz...”. Porque las dudas de muchos hombres surgen de la poca fe/luz de muchos cristianos. ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?  
    Este segundo domingo de Pascua es también conocido como “Domingo de la misericordia”, desde que así lo denominara Juan Pablo II. De la misericordia de Dios con Tomás y con nosotros, pues sus “heridas”, las de Jesús, nos han curado; pero también  de nuestra misericordia con los otros,   porque es una llamada a reconocer  al Señor en las heridas y dolores de la vida. Y es particularmente importante recordarlo en este Año de la Misericordia.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué huellas deja en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Soy cristianamente luminoso?
.- ¿Me acerco misericordiosamente a los “llagados” de la vida?

DOMINGO J. MONTERO, OFMCap.

domingo, 21 de abril de 2019

DOMINGO DE RESURRECCIÓN -C-



1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Hermanos, vosotros conocéis lo que pasó en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

                                   ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado forma parte del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio. En él hace una apretada síntesis de la historia de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte y resurrección. Subraya su “paso” bienhechor por el mundo, “porque Dios estaba con él”. Destaca su glorificación/resurrección por Dios, y la aparición a los discípulos, convertidos en anunciadores de que Jesús, por su resurrección, es el Señor de vivos y muertos, fuente de perdón para los que creen en él, más allá de connotaciones étnicas o culturales (Hch 10,34-35).

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4

    Hermanos:
    Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

                                   ***                  ***                  ***

    La fe en la resurrección es urgencia de vida. En Cristo resucitado el creyente tiene ya un espacio reservado. Vive sacramentalmente unido a Él; esa comunión de existencias se manifestará plenamente cuando “aparezca Cristo” como Señor de la historia. Mientras, el cristiano no debe desorientar su vida ni desorientar con su vida: ha de remitir linealmente a Cristo.

Evangelio: Juan 20,1-9


    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

                                   ***                  ***                  ***

    La fe en Cristo resucitado no se apoya en un sepulcro vacío. El sepulcro vacío es un testimonio, una “prueba” secundaria. No es la tumba vacía la que explica la resurrección de Jesús, sino viceversa: la resurrección clarifica a la tumba vacía. Solo el encuentro con el Señor aclarará la vida de los discípulos. Es el IV Evangelio el que ofrece el relato más detallado. Presenta a Pedro y al discípulo amado como testigos privilegiados y destaca el “orden” existente dentro del sepulcro. Allí se ha producido “algo” extraordinario y de momento inexplicable; solo la comprensión de la Escritura lo aclarará.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La resurrección de Cristo es el hecho central de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado vana es vuestra fe” (1 Cor 15,17), pero, frecuentemente, es considerada como un dato lejano en el tiempo. Los cristianos nos hemos habituado a creer y celebrar la resurrección de Cristo sin preguntarnos por su significado existencial. Certificamos su resurrección como certificamos su muerte, y no es lo mismo, pues “su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; más su vida es un vivir para Dios… Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más” (Rom 6,10.9).
    La muerte de Cristo fue un hecho histórico (dentro de los marcos de la historia); su resurrección, transhistórico (supera esos marcos). La muerte  de Jesús pudieron verificarla los habitantes de Jerusalén; la resurrección solo la creyeron los discípulos. Y esta fe les cambió y complicó radicalmente la vida. Y no solo a ellos.
     ¿Qué hemos de hacer?” (Hch 2,37). Fue la reacción de los oyentes al primer discurso de Pedro sobre la resurrección (Hch 2,14-36).
     Atendiendo al testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de los efectos de la resurrección de Cristo fue la insurrección de los discípulos. “Les llamaron (los jefes del pueblo) y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron: `Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,18-20), pues “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
      La resurrección de  Jesús hizo saltar los cerrojos de las puertas (Jn 20,19) y lanzó a la calle a un grupo de hombres socialmente irrelevantes (Hch 4,13; cf. 1 Cor 1,27-29), para transformar el mundo con su anuncio.
      La resurrección de Jesús inició una insurrección existencial y social contra lo viejo (2 Cor 5,17; 1 Cor 5,7), contra las obras de las tinieblas (Rom 13,2), contra las obras de la carne (Gal 5,18-21), contra los esquemas mundanos (Rom 12,1-2), contra la mentira (Ef 4,25), contra todo lo que deteriora la convivencia (Col 3,5-9). Insurrección que  culmina en una resurrección a la vida y de la vida (Col 3,9b-16).
     Celebrar la resurrección de Jesús sin experimentar, de alguna manera, la insurrección que implica, es no haber entrado en su dinamismo profundo y liberador.
     Y, junto a esto, la alegría. La resurrección de Cristo, alegría del mundo,  resucitó la alegría. Con su resurrección no solo abrió y vació “su” sepulcro, sino que abrió y vació “los” sepulcros (Mt 27, 51-53) y llenó la ciudad de alegría (Hch 8,8).
            En la resurrección de Cristo, volvió a la vida aquella alegría original y primera del Dios creador -“Vio que todo era muy bueno” (Gen 1,31)-, y que pronto se había visto empañada por el pecado del hombre (Gen 6,5). La resurrección de Jesús devolvió la alegría a Dios y al mundo: Dios volvió a sonreír y el mundo comenzó a vivir.
            Estad siempre alegres…” (1 Tes 5,16). Pero es posible y realista esta invitación a la alegría en nuestro mundo embadurnado de soledad, hambre, guerra….? Sí, porque Cristo con su resurrección nos ha devuelto la alegría.
            La alegría de la Resurrección es una alegría “motivada”, con raíces e implicaciones muy profundas: es la plenitud del Evangelio, y, además, no es solo la alegría por “su” resurrección, sino por “nuestra” resurrección (Col 3,1, 1 Cor 15), pues en su resurrección hemos resucitado todos.  Y una alegría “motivadora”, portadora de esperanza.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué procesos de renovación personal genera en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Alegra mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Soy testigo de esa alegría?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 9 de abril de 2019

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -C-


1ª Lectura: Isaías 50,4-7

    Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

                            ***             ***             ***

    El texto seleccionado forma parte una sección importante del libro de Isaías, denominada “Cantos del Siervo”. Estamos en tercer “canto”. Más allá de los problemas exegéticos sobre la identidad del “Siervo”, la figura que aparece en este canto es la de un hombre consciente de una misión encomendada por Dios, una misión que le ha destrozado la vida, pero no le ha arrancado la esperanza en el Señor.
    En él se cumplen las palabras del salmo 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo tu cayado me consuela”, o aquellas otras de san Pablo “Sé de quién me he fiado” (2 Tim 1,12). Estos cantos han sido releídos y aplicados, en parte, a la persona de Jesús en el NT y en la liturgia de Iglesia.

2ª Lectura: Filipenses 2,6-11

    Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame:¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

                            ***             ***             ***

    Nos hallamos ante un himno prepaulino, posiblemente se remonte a la catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,39). San Pablo lo inserta en su carta a los Filipenses y lo enriquece con aportaciones personales, entre las que destaca la mención a la muerte de cruz. Tampoco puede descartarse en él una alusión a la antítesis Adán-Cristo: mientras uno tiende a “autodivinizarse” (Adán), el otro opta por “rebajarse” (Cristo).
    En el texto  se perciben dos momentos: uno kerigmático, centrado en esa opción del Hijo de Dios manifestada en Jesucristo (Dios y Hombre), que es revalidado por el Padre y convertido en Señor del universo, y otro parenético: exhortación a los cristianos a identificarse con esa opción humilde y de entrega del Hijo de Dios: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5).


Evangelio: Lucas 22,14-23,56 (Relato de la Pasión)

                                               

    Quizá lo distintivo del relato de la Pasión del evangelio de san Lucas sea el  Jesús que traduce: un Jesús que ora, que intercede, que perdona, que da testimonio de su verdad de Hijo de Dios… Un Jesús ejemplo para el discípulo, que ha de llevar cada día su cruz hasta, como él, morir en ella. Y también destaca la presencia de unos personajes ejemplares: el cireneo, caracterizado con las palabras típicas del seguimiento -llevar la cruz detrás de Jesús-, las mujeres compasivas, el ladrón que dialoga en la cruz con Jesús… El relato de la Pasión de san Lucas no es solo una crónica, sino un proyecto, una propuesta, un camino: el camino, la propuesta y el proyecto de Jesús.


REFLEXIÓN PASTORAL

    El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Dos rostros muestra la liturgia de este día: a) la entrada en Jerusalén, y b) la presentación de la Pasión en una triple versión: narrativa (Evangelio de san Lucas), profética (la figura del Siervo de Isaías) y kerigmática (muerte y resurrección de Cristo, en la carta a los Filipenses).
    La entrada en Jerusalén, seguramente no conmocionó la ciudad, pero sí alertó a los dirigentes. Quienes aclamaban a Jesús serían un reducido grupo de discípulos y simpatizantes galileos. Jesús ya había venido en otras ocasiones a Jerusalén -el IV Evangelio habla de tres-; en las dos primeras subió a celebrar la pascua de los judíos; en esta, la última, subía a celebrar “su” pascua. Y cuidó los detalles. “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros…” (Lc 22,15).
     Los textos evangélicos subrayan el perfil mesiánico de Jesús, pero Jesús no se durmió en los laureles de las aclamaciones. Ese mismo día, según el texto de san Lucas,  llevó a cabo un gesto profético y político de gran calado: la expulsión de los vendedores del Templo y el enfrentamiento directo con los sumos sacerdotes (Lc 19,45-20,7). ¡La suerte estaba echada!
      En el Domingo de Ramos no debería olvidarse este gesto de Jesús, reivindicando un Templo limpio, abierto, casa donde Dios sea patente y accesible a todos, sin limitaciones étnicas o económicas. Jesús elimina “la planta comercial” del Templo, y al Templo como “comercio”, para reivindicar su dimensión de casa de oración. No deberíamos quedarnos en un entusiasmado agitar de palmas. Hay que leer los signos escogidos por Jesús y su significación profunda.
     Lo que celebramos en estos días de la Semana no fue algo que pasó porque sí, sino  por nuestra salvación. Sentirnos directamente implicados, es el modo más responsable de vivirla.
     Si no nos sentimos afectados, quedaremos suspendidos en un vacío vertiginoso. Si nos reconocemos destinatarios e implicados en esa opción radical de amor divino, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las más variadas y arriesgadas alternativas de la vida (Rom 8,35-39; cf. 1 Cor 4,9-13). Y hasta qué punto nos sentimos afectados por ese amor de Dios, lo sabremos en la medida en que seamos capaces de amar  como Dios manda, que es lo mismo que amar como Dios ama (Jn 15,12-13).
       Es verdad que no faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús, prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. El mismo Jesús temió esta tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura. Jesús previó su muerte (Mc 8,31-32; 9,31; 10,33-34 y par.), la asumió (Mc 8,32-33; Jn 11,9-10), la protagonizó (Jn 10,18; Mt 27,48) y la interpretó (Mc 14,24) para que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la malinterpretaran. Su muerte y su vida estuvieron indisolublemente unidas: un vivir y un morir para Dios y para los otros (cf. Rom 6,10-11; 14,8).
     Si nos desconectamos, o no nos sentimos afectados por su muerte y resurrección, si no vivimos y no vibramos con la verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no superar la condición de un “pasacalles” piadoso.
     Si, por el contrario, nos reconocemos destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad cristianas.
    La Semana Santa no puede ser solo la evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La Semana Santa debe ser una provocación, una llamada a renovar la pasión por Cristo. Celebrar la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.
    ¡Todo transcurre en tan breve espacio de tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al  “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas. Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces banalizados y comercializados.
    La Semana Santa es una semana para hacerse preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él. Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué personaje me reconozco…
     La Semana Santa debe llevarnos a descubrir los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado, y donde son necesarios “cireneos” y “verónicas” que den un paso adelante para enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿En qué paso, con qué personaje de la Pasión me siento más identificado?
.- ¿Me esfuerzo en sentir y consentir con Cristo?
.- ¿Me afecta, de verdad, la Pasión de Cristo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



jueves, 4 de abril de 2019

DOMINGO V DE CUARESMA. -C-


1ª Lectura: Isaías 43,16-21

    Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

                                         ***             ***             ***

    La memoria regresiva, nostálgica puede impedir la contemplación del futuro que se está generando en el presente, a veces, es cierto, con ambigüedades. El profeta quiere romper con las nostalgias históricas -“Ya está brotando algo nuevo, ¿no lo notáis?”-, e invita al pueblo a desplazarse del pasado al futuro. Un desplazamiento nada fácil, pero necesario. Dios no queda hipotecado por la historia, es el Señor de la historia. Y sus acciones son siempre nuevas y renovadoras.


2ª Lectura: Filipenses 3,8-14

    Hermanos:
    Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la Ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

                                         ***             ***             ***

     Cristo es el referente existencial para Pablo. Lo demás, comparado con su conocimiento, es irrelevante. Él ya ha tomado una decisión por Cristo, pero sabe que aún le queda camino por hacer. No ignora la obra de Dios en él, pero cree que es aún mayor la obra de Dios que le espera. No queda atrapado en el pasado, sino que, lanzado, corre a culminar la carrera. Pablo sigue corriendo.


Evangelio: Juan 8,1-11
                                        

    En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
    Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?
    Le preguntaban esto para ponerlo a prueba. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.
    Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
    Ella contestó: Ninguno, Señor.
    Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

                                    ***             ***             ***

     La escena parece encajar mejor en el tono del evangelio de Lucas. Algunos cuestionan la autenticidad joánica del relato. El enfrentamiento de Jesús con los letrados y fariseos se evidenció de diversas formas. Llamándole “Maestro” quieren contraponer su magisterio con el de Moisés. Pero Jesús no entra a discutir sobre un precepto de la ley. Se remite al argumento personal: les confronta con sus propias vidas, para que actúen no desde la ley sino desde sus vidas. ¿Qué escribía Jesús? Algunos pretenden iluminar el gesto desde un texto de Jeremías (Jer 17,13). El núcleo del relato está en la respuesta de Jesús. Con ella abre a la mujer a un futuro de esperanza, pues “si llevas cuanta de los delitos, Señor, ¿quién podrá subsistir?” (Sal 130,3).


REFLEXIÓN PASTORAL

         Ahora no se trata de una parábola sino de un hecho. Jesús es puesto en la disyuntiva: o condena (y  su enseñanza sobre la misericordia queda en entredicho) o absuelve (y se coloca en contra de la legislación vigente). No era aquella una situación cómoda. Pero lo más incómodo y enrarecido era el ambiente. Jesús percibe que allí faltaba sinceridad y, sobre todo, no había compasión. Aquella mujer ya había sido juzgada y condenada de antemano.
         Por eso se hizo el desentendido; no quería entrar en aquel juego sucio. Y se puso a escribir en el suelo. ¿Qué escribiría Jesús?  Muchos se lo han preguntado; pero me parece que esa es una pregunta casi frívola y superficial. Una vez  más la curiosidad puede apartarnos de lo esencial.
         Y ante la impaciencia de los acusadores, se limita a decir: El que esté sin pecado... Y en el fondo aquellos hombres fueron sinceros; entendieron la indirecta; quizá recordaban lo que ya había dicho Jesús en otra ocasión sobre el adulterio del corazón (Mt 5,28)... Y se retiraron sin lanzar una sola piedra.
         Jesús no es un ingenuo: sabe quién es aquella mujer, que en su vida había pecado; que aquella mujer fue durante un tiempo -¿mucho?- moneda de uso y de cambio para satisfacer infidelidades y pasiones… Pero sabe también que aquella mujer no era solo una prostituta sino una mujer prostituida por otros; sabe que no todo es pecado en su vida ni que todo el pecado era suyo. Allí había gérmenes buenos en espera de ser despertados y reconocidos. Lo que hace Jesús es mirar a la parte buena de aquel corazón y mirarlo con un corazón limpio.
         Ya solos, dialoga con la mujer. No la recrimina, no la ruboriza con preguntas. No silencia su pecado pero tampoco lo absolutiza. Prefiere alentar a regañar. Y aquella mujer se sintió acogida. No fue juzgada ni prejuzgada. Era consciente de su pecado: eso bastaba. No había que abrumarla con preguntas mortificantes. Necesitaba más comprensión que reprensión... No vuelvas a pecar. Jesús lanza la vida hacia delante, al camino nuevo. No te condeno porque Dios la ama en su debilidad y por su debilidad. Porque en la medida en que está arrepentida ya fue condenado lo que debía ser condenado: el pecado. Ahora mira adelante... Así es Dios; éste es su estilo. Es  el primer mensaje de este evangelio.
     Pero el comportamiento de Jesús es también un ejemplo de actuación. ¡Somos tan inclinados a sorprender, a denunciar! ¡Cuántas personas se han hundido...! El que esté sin pecado... es una invitación a purificar la mirada, pues para los limpios todo es limpio; para los contaminados nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminados (Tit 1,15); una invitación  a ser no sólo críticos sino autocríticos. Pero no es una invitación a desentenderse, a pasar por alto o a justificar lo que no está bien. ¡No!    Hoy hay mucha indiferencia disfrazada de tolerancia porque falta mucho amor  al prójimo y a la verdad. El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Por eso no condena a la mujer adúltera, pero tampoco legitima su adulterio.
         Desde el ejemplo que Jesús nos ofrece en el evangelio de hoy aprendamos a apropiarnos sus actitudes ante la vida; con la pasión de Pablo para quien todo era nada con tal de ganar a Cristo y existir en él. Esto no es fácil ni cómodo, pero sólo así se es cristiano de verdad.
         El mensaje de este domingo quinto de Cuaresma, en el umbral de la Semana Santa, nos dice que un futuro mejor es posible, y que ese futuro nos lo trae Jesús con su muerte y resurrección. Hay que abrirse a ese futuro.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué espíritu abordo la competición de la fe?
.- ¿Advierto la primavera de Dios en la vida?
.- ¿Doy oportunidades o solo exijo responsabilidades?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.