viernes, 27 de junio de 2014

SANTOS PEDRO Y PABLO


    1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 12,1-11

        En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su costa a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
    La noche antes de que lo sacara Herodes estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a las puertas de la cárcel.
    De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: Date prisa, levántate.
    Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: Ponte el cinturón y las sandalias.
    Obedeció, y el ángel le dijo: Échate la capa y sígueme.
    Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel.
    Pedro recapacitó y dijo: Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Los primeros pasos de la Iglesia están jalonados de cadenas y de muerte. Herodes  Agripa I, nieto de Herodes el Grande, queriendo congraciarse con la población judía, descontenta con su gestión, ordenó la muerte de Santiago, el primero de los Doce en beber el cáliz del Señor (cf. Mc 10,39), y la prisión de Pedro, con ánimo de ejecutarlo públicamente.  Lo había anunciado Jesús, pero también había prometido su asistencia. Esta escena quiere mostrar esa providencia de Dios sobre Pedro, rompiendo sus cadenas. El camino de la Palabra estará señalado de peligros, pero no podrá ser amordazada ni encadenada (cf. 2 Tim 2,9). Y no olvidar el detalle: en una situación tan crítica, la Iglesia oraba insistentemente


2ª Lectura: 2ª Timoteo 4,6-8. 17-18

    Querido hermano:
    Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de la partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.
    El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Conciente de haber recorrido el camino, de haber combatido bien, Pablo confía su suerte al Señor. Esta es la serenidad y la seguridad del Apóstol y de todo apóstol. Testigo de experiencias duras, también lo ha sido de la cercanía del Señor. Con estas palabras quiere animar a Timoteo, y en él a todos los pastores, a proclamar la Palabra de Dios “a tiempo y a destiempo” y a soportar los sufrimientos inherentes a la evangelización.

 Evangelio: Mateo 16,13-19

    En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
    Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
    Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
    Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
    Jesús le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     En un momento crítico de su ministerio, Jesús se retira al norte de Galilea. Allí intenta cohesionar al grupo y clarificarlo ante las impugnaciones que recibe de parte de las fuerzas vivas del pueblo. El texto reviste peculiaridades respecto de los paralelos sinópticos (es más extenso y la figura de Pedro está más destacada). Las palabras de Jesús a Pedro solo las transmite Mateo. La “piedra” sobre la que se edifica la Iglesia es la profesión de fe de Pedro, nombre con el que será designado a partir de este momento en el evangelio. La pregunta de Jesús a los discípulos, la respuesta de Pedro y las promesas de Jesús son centrales en el relato. En él pueden distinguirse dos niveles: uno cristológico, y otro eclesial.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La Iglesia celebra hoy la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Hermanados en el martirio en Roma, las relaciones de Pedro y Pablo no fueron, sin embargo, tan uniformes como una tradición, iniciada ya por san Lucas, ha querido presentar. Privilegiamos el testimonio personal de Pablo, que habla de tres encuentros con Cefas. Los dos primeros en Jerusalen, y un tercero en Antioquía. Es el tercero el que reviste los tonos más severos. Solo Pablo habla de él (Ga 2,11-15). Tiene lugar en Antioquía y está motivado por la actitud de Pedro, al retirarse de participar en la mesa con los cristianos venidos del paganismo ante la llegada de algunos judeocristianos del grupo de Santiago. Pablo lo afronta, calificando su conducta de “simulación” (Ga 2,13) y de “desviación de la verdad” (Ga 2,14).
    No sabemos nada más. Ni a Cefas ni a Santiago se les puede achacar  de pervertir el Evangelio. Pero Pablo vio más hondo y más lejos. El texto no dice cómo terminó el debate, y eso puede ser elocuente. La historia posterior ha querido limar arista.
    Con perfiles, procedencias y estrategias pastorales diferenciadas, les unió la pasión por Cristo.
   Pedro, un pescador rudo y temperamental, debía tener sus planes al unirse al Nazareno (Mt 19,27). Dispuesto a dar la vida por Jesús (Mc 14,31), lo siguió a casa de Caifás, para terminar negándolo…, y llorando (Mc 14,66-72). Fue el primero en la fe (Mt 16,16) y en la negación. Y es que todo lo referente a Jesús, Pedro lo vivía a tope. No sabía estar a la altura del Maestro (Mc 8,33), pero no sabía estar sin el Maestro (Jn 6,68-69). Se hundía hasta el cuello en sus temeridades, para gritar después: “¡Sálvame, Señor!” (Mt 14,30).
     Si Pedro amaba apasionadamente a Jesús, Jesús amaba profundamente a Pedro. Por eso, su sueño de Getsemaní le afectó particularmente (Mc 14,87). Pero no le retira su confianza, se la reitera.  No le importaban las caídas, sino el amor (Jn 21,15ss). Y le confió las llaves de la Iglesia (Mt 16,19). Pedro tenía lo justo para ser el primer Papa: humanidad, amor a Jesús…, y debilidades. ¡De ahí hace Dios los infalibles!
Pablo, presentaba otros antecedentes. Hebreo de origen (Flp 3,5) y ciudadano romano (Hch 16,37). Fariseo (Flp 3,5; Gal 1,14), fue captado por y para el Evangelio (I Co 9,16; Ef 3,11ss). Fascinado por Cristo (Flp 1,21) y por su Cruz (Gal 6,14). Perseguidor de la Iglesia (Gal 1,13), apasionado por ella (II Co 11,28; Col 1,24) y animador de su fe (Rom 1,11ss). Contemplativo (II Co 12,2ss) y viajero (II Co 11,26); místico (Gal 2,19-20) y teólogo (I Co 12,1ss). Irreductible ante las adversidades (Rom 8,35; II Co 11,24ss) pero vulnerable al desamor (II Co 2,1ss). Enérgico (II Co 10,1-11) y tierno (II Co 6,11-13); humilde (I Co 15,8-10) y “presumido” (II Co 11,16ss); tradicional (I Co 11,23ss; 15,3ss) y creativo (Gal 5,1ss; I Co 7,12.25); celoso de su libertad (Gal 2,4-5) y de la libertad cristiana (Gal 5,1ss)…  Así es Pablo: “un tesoro en vasijas de barro” (II Co 4,7).           
      La Iglesia les ha hermanado, fundiéndolos en un abrazo; un  hermanamiento necesario, pues no puede prescindir de ninguno de los dos. Es más, la Iglesia oscila entre Pedro (y lo que representa) y Pablo (y lo que representa): estilos y estrategias necesarias por su diversidad y complementariedad al servicio del Evangelio.
           
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué nos dicen estas figuras a los cristianos de hoy?
.- ¿Con cuál de ellas me siento más identificado?
.- ¿Siento su seducción por Cristo?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 19 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -A-


1ª Lectura: Deuteronomio 8,2-3. 14b-16a

     Habló Moisés al pueblo y dijo: Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná -que tú no conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo de cuanto sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó con un maná que no conocián tus padres.

                        ***                  ***                  ***                  ***
    Antes de entrar en la Tierra prometida, Moisés invita al pueblo a “recordar” el camino liberador que Dios ha hecho con él a lo largo del desierto. Esa “memoria” debe acompañarle siempre. Un camino jalonado de “pruebas”, para conocer sus verdaderas intenciones, pero sobre todo un camino jalonado de providencia amorosa de Dios, manifestada, entre otros signos, en el maná, evocación de otro alimento, el verdadero: el que sale de la boca de Dios, y profecía del pan eucarístico.


2ª Lectura: 1ª Corintios 10,16-17

    Hermanos:
    El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     Nos encontramos ante el testimonio más antiguo del Nuevo Testamento sobre la Eucaristía. Pero Pablo no solo está dando una información ni haciendo solo una afirmación sobre la Eucaristía. Está advirtiendo del peligro de distorsionarla, de desnaturalizarla. La Eucaristía es presencia real/sacramental de Cristo, pero es al mismo tiempo propuesta existencial de Cristo para los cristianos. La Eucaristía debe ser vínculo de unión de los cristianos con Cristo y de los cristianos entre sí.

Evangelio: Juan 6,51-59

                                                    
     En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
    Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
    Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

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    Quizá estos versículos encajarían mejor en el contexto de la última cena de Jesús con sus discípulos, tal como la narran los sinópticos. El autor del IV Evangelio los insertó aquí como continuación del discurso sobre el pan de vida (Jn 6,22-71), tras la multiplicación de los panes (Jn 6,l 1-15). Como Moisés desveló el sentido del maná (Dt 8,3), Jesús desvela el sentido y la identidad del pan verdadero: el de la vida eterna que solo el Hijo del Hombre puede dar (Jn 6,27). Él es el verdadero maná (Jn 6,32). Pan de la vida; pan necesario; pan gratuito; pan de comunión. Ese es el pan por el que hemos de esforzarnos (Jn 6,27); porque ese es el pan que sacia de verdad las hambres más profundas del hombre, y que aporta inspiración y fuerza para aliviar otras hambres.


REFLEXIÓN PASTORAL

La celebración de esta fiesta debe suscitar una pregunta: ¿Qué es la Eucaristía? Una pregunta necesaria en unos contextos como los nuestros, donde todo se desdibuja y desfigura con presentaciones “a la carta”. Porque no podemos convertir en irrelevante la herencia de Jesús.
La Eucaristía es la mayor audacia de Cristo, de su amor. El colofón de la gran aventura de la encarnación de Dios. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar y, si es preciso, de darse. Pero, además, el amor desea quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor. En la hora del “adiós” se dejan cosas que suplan o amortigüen la ausencia… No importa lo que sea, pero siempre es algo en el que uno pone lo mejor de sí mismo, “para que te acuerdes de mí”, decimos.
La Eucaristía no fue, pues, un hecho aislado ni aislable en la vida de Cristo: se sitúa en la lógica de su vida, una vida para los demás.  Y de maneras diferentes fue sembrando su vida de alusiones. Siendo sapientísimo, no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la Eucaristía.        
La Eucaristía es presencia real, no única (no excluye otras presencias de Jesús), pero singular y privilegiada. Presencia para adorar y escuchar en la oración y meditación; presencia a celebrar como sacramento de nuestra fe (Lc 22,19); presencia para actualizar apostólicamente “hasta que vuelva” (1 Cor 11,26); presencia cohesionadora de la comunidad cristiana (1 Cor 10,16-17); presencia que nos invita a interpretar eucarísticamente la propia vida, en clave de donación y entrega (Lc 22,19-20) y de acción de gracias (Col 3,15).
            De esto nos habla la Eucaristía, pero no solo nos habla, también nos urge. Esa presencia no es solo evocadora sino provocadora. Cristo hecho presencia nos urge a hacerle presente en nuestra vida, y a estar presentes junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar posiciones cómodas para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien. Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. Es la expresión de la caridad de Dios al hombre y llamada a la caridad del hombre para con el hombre.
Hay, entre otros muchos aspectos y de gran transcendencia, uno que no conviene olvidar: la Eucaristía es presencia y ausencia de Cristo; certeza y nostalgia. Nos habla de Cristo y nos remite a Cristo. Es memoria de Cristo y  profecía de Cristo. La celebramos mientras esperamos su gloriosa venida (Apo 22,20). Por eso es “el sacramento de nuestra fe”, del amor de Cristo y de la esperanza cristiana.  Solo desde ella estamos capacitados para salir al encuentro de la vida como profetas del Señor (Jn 15,5). La Eucaristía no solo es alimento de vida, nos aporta la energía de Jesús, sino proyecto y modelo de vida: no convoca y compromete en su proyecto.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Alimento mi vida con la fuerza de la Eucaristía?
.- ¿Cómo me acerco a ella?
.- ¿Cómo la traduzco en mi vida


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

viernes, 13 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


1ª Lectura: Éxodo 34,4b-6.8-9

    En aquellos días Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en sus manos las dos tablas de piedra.
    El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
    El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
    Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ese es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.

                                   ***                  ***                  ***

    Tras romper Moisés las tablas de la Alianza, al ver el pecado del pueblo postrado ante el becerro de oro (Ex 32, 15-24), Dios, movido a compasión, le ordena de nuevo labrar dos tablas como las primeras y subir de nuevo al monte. Allí tiene lugar la revelación de Dios por el mismo Dios: “compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Esa es su identidad más profunda. Y la historia no será otra cosa que la traducción de esa realidad en la vida. Dios está siempre dispuesto a renovar su Alianza.


2ª Lectura: 2 Corintios 13,11-13

    Hermanos:
    Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

                                   ***                  ***                  ***

    Pablo concluye su carta a los Corintios con esta exhortación a una vida de comunión en el amor de Dios. Y se despide con una fórmula trinitaria, probablemente de origen litúrgico. Les desea que en su comunidad acojan y traduzcan el misterio de Dios: su gracia, su amor y su comunión. Dios es familia, y la Iglesia debe vivir, aunque sea a pequeña escala, como la familia de Dios.


Evangelio: Juan 3,16-18

                                                          
    En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
    El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

                                   ***                  ***                  ***

    Jesús desvela el proyecto de Dios que él ha venido a llevar a plenitud: un proyecto de amor. No ha venido a condenar, su pastoral fue siempre de integración, de acogida… Y ese estilo no debe perderse. El Evangelio de Jesús es el del amor de Dios, que solo puede proclamarse con amor. Dios nunca condena, es Salvador. La condenación no la gestiona Dios, sino el propio hombre que se coloca de espaldas a su iniciativa amorosa. Pero Él siempre está dispuesto a escribir de nuevo las tablas de su Alianza.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Celebramos la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su misterio. Y la verdad fundamental del cristiano.  Para unos, este Misterio resulta prácticamente insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros, por una u otra sinrazón, "pasan" de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y distanciado de nuestros núcleos originales?  En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados; en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
    Hoy se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse  “el silencio de Dios”, y que otros, más audaces, denominaron  “la muerte de Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental (Gen 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
    ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para desentenderse de Él.
     Para nosotros, ¿quién es Dios?  Dios no puede ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas (Jb 42,5)? Estamos expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos "nuestro dios", quizá porque le hemos hecho nosotros, a nuestra medida y que sirve para justificar nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese "dios" es el Dios verdadero.
     "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1 ,18). Jesús es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo, comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios, esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros  más que un misterio, aunque no podemos por menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48; Lc 6,36).
     Porque Dios es Familia, quiere que "todos sean uno,  como Tú y Yo somos uno" (Jn 17,21); porque es  Diálogo, quiere veracidad en nuestras relaciones: "vuestro sí sea sí..." (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de espaldas a las urgencias del hermano: "Tuve hambre..." (Mt 25,35); porque “es  Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos amemos...
     Esto es creer en Dios, vivir a Dios. "Si vivimos, vivimos para Dios" (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. Solo Dios.  Pero no  solos con Dios, por que Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de par en par experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en "casa de acogida".


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo de Dios, y qué experiencia transmito?
.- ¿Contemplo al hombre como “espacio” de Dios?
.- ¿Traduzco la comunión con Dios en comunión fraterna?



DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 4 de junio de 2014

DOMINGO DE PENTECOSTÉS



1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

    Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
    Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
     Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos estos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

                                                ***                 ***                  ***

        El libro de los Hechos ha sido calificado como “el Evangelio del Espíritu”, pues él es el protagonista principal. Y en este capítulo se evidencia. El texto está cargado de sugerencias y construido con elementos significativos del AT., con una clara intencionalidad teológica. No se trata de un “reportaje” grafico de la venida del Espíritu, sino de la proclamación de un “mensaje”: el inicio de la nueva y definitiva etapa de la historia de la salvación. La escenografía (viento, lenguas de fuego, ruido…) evoca “el día del Señor” anunciado ya por los profetas (cf. Jl 3,1-5). Como la historia de Jesús comenzó con el descenso del Espíritu (Mc 1,10), también la de la Iglesia comienza con el descenso del Espíritu. Se han roto las fronteras, la unidad perdida en Babel (Gn 11,1-9) se recupera en Pentecostés. La lengua del Evangelio es universal, porque es la lengua del amor de Dios manifestado en Cristo. La “glosolalia”, frecuente en los comienzos de  la Iglesia (Hch 10,46; 11,15; 16,9; 1 Cor 12-10; Mc 16.17), así lo manifiesta. Desde los inicios los horizontes del Evangelio son universales. No hay excluidos, todos son convocados. Es la misión confiada a la Iglesia, que realizará guiada y fortalecida por el Espíritu.
     

 2ª Lectura: 1 Corintios 12,3b-7. 12-13

    Hermanos:
    Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

                                                ***                 ***                  ***

    Dos ideas a destacar en este fragmento: 1ª) Sin el Espíritu es imposible la vida cristiana. Todo está “gobernado” por el Espíritu Santo, que se manifiesta en cada uno para el bien común. Los dones personales tienen vocación eclesial.  San Pablo nos ofrece una breve formulación trinitaria: un Espíritu, un Señor (Cristo) y un Dios (Padre) (cf. 2 Cor 13,13).
    2ª) Con el símil del cuerpo se subraya la unidad existente de todos los creyentes en Cristo por el bautismo y la comunión en un mismo Espíritu. El es el cohesionador de la Iglesia.


Evangelio: Juan 20,19-23
                                               
    Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

                                                ***                 ***                  ***

     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.
     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.
      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.
       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (I Co 2,11)) -.
       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". Él da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. Él facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)
      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
      Es el Maestro de la compresión mutua, el que permite oír y hablar  al otro en su "propia lengua" .  
      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre tí" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?
.- ¿Sigo su magisterio?
.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.