martes, 26 de febrero de 2019

DOMINGO VIII -C-


1ª Lectura: Eclesiástico 27,5-8

    Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es examinado; el horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en su razonar; el fruto muestra el cultivo del árbol, la palabra la mentalidad del hombre; no alabes a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre.

                                            ***             ***             ***

    El fragmento seleccionado es una llamada a la ponderación en el juicio valorativo de las personas. El hombre no debe ser apresurado en sus juicios; la vida es la prueba de la verdad. El texto invita a “pensar” la palabra, a cuidar el lenguaje, no solo verbal sino existencial -palabra y obra- porque ese lenguaje es la traducción del alma. Solo Dios conoce el interior del hombre.


2ª Lectura: 1 Corintios 15,54-58

    Hermanos:
    Cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: “La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”
    El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
    Así, pues, hermanos míos queridos, manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reserva, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

                                          ***             ***             ***

    Mientras llega esa transformación existencial, la culminación del ser hombre, vinculada y garantizada por la resurrección de Cristo,  el cristiano ha de mantenerse firme en el trabajo por el Señor, asumiendo las contradicciones y penalidades inherentes a esa fidelidad. Él no defraudará. Pablo no puede por menos de estallar en una exclamación de acción de gracias por tan magnífico don.

Evangelio: Lucas 6,39-45

                                                   
    En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
    ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?  ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota de tu ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
    No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
    El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa el corazón, lo habla la boca.


                                      ***             ***             ***

    La perícopa evangélica seleccionada concluye el  llamado “sermón de la llanura”, dirigido a los discípulos, y es una pieza de claro tono sapiencial, que nos revela un rasgo fundamental de la enseñanza del Maestro. Consta de dos momentos. En el primero, Jesús pone en evidencia la actitud equivocada, y frecuente, de pretender guiar a otros sin claridad personal en el propio interior. Querer iluminar desde la propia ceguera. Y también desactiva la pretensión hipócrita de corregir sin tener limpia la propia vida. Destaca la necesidad de cuidar el propio interior, porque el interior es la fragua de la verdad y de la bondad del hombre. La calidad de los frutos se nutre de la raíz.
   El segundo momento es una clara advertencia a no confundirse, pretendiendo sustituir o suplantar al maestro. En este caso Jesús es el Maestro de quien el cristiano -el guía cristiano- ha de aprender. 


REFLEXIÓN PASTORAL

    Se continúa y se concluye este domingo el llamado “sermón de la llanura” del evangelio de san Lucas, dirigido a los discípulos y centrado en dos grandes temas: el amor y la misericordia.
    Jesús quiere enseñar a vivir, a manejar las situaciones reales de la vida. Sabe que en la comunidad de los discípulos será necesario practicar el discernimiento, la corrección fraterna, que serán necesarios guías… Son unas enseñanzas válidas para todo discípulo, y de particular aplicación para los guías de la comunidad.
     La pregunta es drástica: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”. ¿Puede pretender un discípulo ser más que su Maestro? Porque aquí el maestro de referencia es el mismo Jesús. El guía ha de ser clarividente y fiel seguidor del Maestro, a quien ha de recrear, aunque sea a pequeña escala.
     Y, a semejanza del Maestro, no se arrogará el derecho de juzgar ni condenar precipitadamente a los otros, porque el “Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), y además “¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?” (Sant 4,12). “No juzguéis y no seréis juzgados…” (Mt 7,1).
     No apelará a su dignidad para ser servido, porque “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28).
     De su interior no brotará el veneno de la envidia y la soberbia (cf. Mt 15,19) sino, a imagen del corazón del Maestro, la mansedumbre y la humildad (Mt 11,29).
     De sus labios no saldrán palabras homicidas sino salvadoras… “Venid a mí y  aprended de mí” (Mt 11,28-29).
     Los textos de la Palabra de Dios que hoy iluminan la celebración eucarística son una llamada para cultivar una humanidad sana, auténtica, no hipócrita. Cargada de realismo y espiritualidad, es la invitación a una lectura crítica, generosa, paciente y no precipitada de la vida, pues “el horno prueba la vasija del alfarero, el fruto muestra el cultivo del árbol, porque “no hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que de fruto sano. Cada árbol se conoce por sus frutos”. Y porque “el hombre se prueba en su razonar, no alabes a nadie antes de que razone (1ª lectura)…, porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.
      Desde esta convicción, Pablo (2ª lectura) remite al momento final, “cuando esto corruptible se vista de incorrupción” para emitir los juicios definitivos. Mientras, todos estamos viviendo el tiempo de la misericordia de Dios; un tiempo que no hemos de desaprovechar, rechazando todo planteamiento hipócrita.
     Un signo de la misión de Jesús era: “los ciegos ven” (Lc 7,22). Él vino a abrir los ojos del hombre para que este viera por sus propios ojos; pero vino, además, a dar profundidad, horizonte y luminosidad a su mirada. No se trataba sólo de ver más, sino de ver mejor. Y todos necesitamos de esa clarificación, de esa profundidad y limpieza en nuestra mirada. Es necesario recuperar la mirada de Jesús, su perspectiva, su ángulo de visión. “Dios no ve como el hombre, pues el hombre mira la apariencia, pero Dios mira al corazón” (1 Sm 16,7). Y ése, el corazón, fue también el punto de mira de Jesús.
         Miró al corazón de la pecadora pública..., y descubrió mucho amor (Lc 7,44-47).
         Miró al corazón del publicano..., y descubrió un sincero arrepentimiento (Lc 18,9-         14).
         Miró al corazón de la hemorroísa..., y descubrió un mar de esperanza (Mc 5,25-34).
         Miró al corazón de la samaritana..., y descubrió una gran sed de verdad (Jn 4,1-38).
         Miró al corazón del centurión (Mt 8,5-10) y de la mujer cananea (Mt 15,21-28) y descubrió una gran fe.
         Miró al corazón de los fariseos, y tras la cosmética de sus observancias rituales, descubrió la podredumbre del egoísmo, la autosuficiencia, la hipocresía... (Mt 23,13-31).
Esa mirada cordial no es, sin embargo, una mirada  ingenua, sino generosa. La advertencia de la “paja y de la viga” no es una invitación  a desentenderse, a pasar por alto y de largo ante lo que no está bien; sino una llamada a ser críticos desde la autocrítica.  El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue  Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Pero era una mirada salvadora.
         Lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo (tu interior) está sano, todo tu cuerpo (la realidad) estará luminosa; pero si tu ojo (tu interior) está malo, todo tu cuerpo (la realidad) estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6,22-23).      
         Purifiquemos la mirada hasta ver con el corazón. Dios mira al corazón, porque allí es donde se fragua la verdad del hombre (Mt 15,19). Pero, además, solo el hombre limpio de corazón podrá mirar a Dios (Mt 5,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Mi mirada ofrece oportunidad o solo denuncia?
.- ¿Cultivo las raíces de la vida?
.- ¿Son precipitados mis juicios?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 20 de febrero de 2019

DOMINGO VII -C-


1ª Lectura: 1 Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23.

    En aquellos días, Saúl se puso en camino con tres mil soldados israelitas y bajó al desierto de Zif, persiguiendo a David… David y Abisaí fueron de noche al campamento enemigo y encontraron a Saúl, durmiendo, echado en el círculo de carros, la lanza hincada en tierra junto a la cabecera. Abner y la tropa dormían echados alrededor.
    Abisaí dijo a David: Dios te pone al enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra con la lanza de un solo golpe; no hará falta repetirlo.
    Pero David le replicó: No le mates. No se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor…
    Entonces David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y los dos se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó. Todos siguieron dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo. David volvió a cruzar el valle y se detuvo en lo alto de la montaña, a buena distancia de Saúl. Desde allí gritó: “¡Rey!, aquí está tu lanza, manda uno de tus criados a recogerla. El Señor recompensará a cada uno su justicia y su lealtad. Él te puso hoy en mis manos, pero yo no he querido atentar contra el Ungido del Señor.

                            ***             ***             ***

    En la historia real de Saúl hubo luces y sombras, como en la de David. Y mientras en uno se acentúan las sombras (Saúl), en otro se acentúan las luces (David). Así se escribe la historia, también la historia bíblica. El presente relato parece un duplicado del del cap. 24, y ofrece la lectura de la escuela deuteronomista, que presenta una historia marcada por una clara intención catequética: el éxito está ligado a la bendición de Dios, y ésta está vinculada al cumplimiento de su voluntad. Mientras Saúl es presentado como cruel con David (1 Sam 23,19-28) “desobediente” con el Señor (1 Sam 13,7b-14), David es presentado como obediente al mandato del Señor y respetuoso con la persona de su Ungido.

2ª Lectura: 1 Corintios 15,45-49

    Hermanos:
    El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo. El último Adán, en espíritu que da vida. El espíritu no fue lo primero: primero vino la vida y después el espíritu. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos, igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

                            ***             ***             ***

   En el marco de las reflexiones de Pablo sobre el significado y alcance de la resurrección de Cristo se hallan estos versículos. Para explicar su lenguaje -cuerpo animal y cuerpo espiritual- el apóstol acude a la especulación judía sobre el primer Adán, formado del barro (Gén 2) y el segundo Adán, creado a imagen de Dios (Gén 1). Pero da un paso adelante. Para él, el segundo Adán, el hombre espiritual definitivo al que deben asimilarse los cristianos, es Jesucristo resucitado. Él es paradigma antropológico.

Evangelio: Lucas 6,27-38
                                        
    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
    Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
    Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis solo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
   ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
    Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.

                            ***             ***             ***

    Jesús diseña algunos rasgos del hombre nuevo, de su propuesta antropológica, de la identidad cristiana. Inspirada en el comportamiento de Dios Padre, que es bueno con los malvados y desagradecidos y es compasivo, Jesús invita a reproducirla. Sin duda que una identidad así, asumida y encarnada, aportaría credibilidad a la vida de cada cristiano en particular y a la de la Iglesia en general. Y es interesante considerar los casos concretos a que se refiere Jesús: son los retos de la vida de cada día. Y su horizonte es todo hombre.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Hoy se habla mucho de la "identidad cristiana". Hela aquí diseñada en los textos de la palabra de Dios que hoy se proclaman. Una identidad que no es otra que la realización del proyecto-hombre, pensado en la creación (Gen 1,16), y que culmina en Jesús, el último Adán (2ª lectura).  El cristiano debe ser ese hombre generoso, “celestial”, abierto a la comprensión hasta lo inverosímil, enemigo de toda condena, de toda revancha (1ª lectura y evangelio). Una identidad en la que entran como ingredientes fundamentales el perdón y el amor.
     La reacción de David ante la propuesta de Abisaí manifiesta el secreto de la grandeza de espíritu: “No se puede atentar impunemente contra el Ungido de Dios”. Y todo hombre es “ungido”, “imagen y semejanza” de Dios. No existe una lectura neutra del hombre. El hombre no es “un caso”, ni “una cosa”.
     Es hermosa la reflexión del libro de la Sabiduría: “Tú, Señor, te compadeces de todos porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces… Mas tú todos lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida… Dueño de tu fuerza juzgas con moderación y nos gobiernas con extrema indulgencia…, y obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano” (Sab 11,23-24. 26. 18-19).
     Si tenemos un enemigo; si el odio nos quema; si alguna agresión nos resulta intolerable; si sentimos hacia alguien una repulsa o un asco inmenso, si hay personas que no podemos tragar, que quisiéramos que nunca hubieran existido... ¡No pasemos de largo ante esta página!
      Por ahí discurren también las palabras del evangelio. También Jesús diseña la praxis cristiana y, además, la motiva desde dos principios. Uno inmanente, tomado de la ética común: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”, pero que él amplía al infinito, abriéndolo a un nuevo horizonte, los enemigos. “Haced el bien…, amad…, orad…, bendecid”. Lo peculiar del cristiano está en superar la lógica de una justicia retributiva, para entrar en la lógica salvadora de Dios. “Así seréis hijos de Altísimo”.
      Es el segundo principio motivador, y el fundamental: un principio trascendente: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”, que como dice el salmo responsorial “perdona todas tus culpas…; es lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados”. Esta motivación descubre, además, una plusvalía en el hombre: no es solo un semejante, es un hermano.
      En el texto paralelo del evangelio de san Mateo se dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). San Lucas dice: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Y es que la “perfección” de Dios y la perfección cristiana residen en la “misericordia”.
“PERDONAD”. Son palabra de Jesús; y sus palabras no se eligen. Son palabras que quieren hacer de cada uno nosotros un “hijo del Altísimo”, y un hermano universal. Pero PERDONAR no es fácil.
..Porque no es solo aceptar la disculpa del ofensor, sino protagonizar la reconciliación. ("Si al acercarte al altar..." Mt 5,23).
..Porque no es vivir atrapado por el recuerdo de la ofensa (perdono pero no olvido), sino renovar el rostro de las cosas y de las personas desde la renovación del propio corazón (1 Cor 13,5).
..Porque no es identificarse con pacifismos acríticos, renunciando a la búsqueda de la verdad y la justicia. En ocasiones el perdón exigirá actitudes enérgicas, ya que todo perdón debe ser liberador, pero siempre desde la misericordia y la experiencia del perdón de Dios.
..Porque nos hace correr un riesgo: nos pone en manos del otro, del ofensor.
..Porque es también perdonarse a uno mismo, para, aceptando los propios fallos, aceptar el perdón ajeno. Y esto no es cómodo. Sin embargo ese perdón es necesario, comenzando por el de Dios, para recomponer nuestra existencia fracturada, y abrirnos a la acogida de los otros.
         PERDONAR es difícil; pero por ahí pasa la línea de la identidad cristiana. Lo otro -hacer el bien a los que os hacen bien...- “también lo hacen los pecadores”. El cristiano sabe -debe saber- que perdonar no es rebajarse sino elevarse hasta Dios, que es perdón, y elevar al otro hasta nosotros.
El que perdona no se deja dominar por el mal producido. No cura calumnia con calumnia, difamación con difamación, engaño con engaño, muerte con muerte. Crea otra relación: vence el mal con el bien. El perdón es una llamada a que el mal no tenga la última palabra.
Las palabras de Jesús no se eligen; se aceptan o se rechazan.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo es mi relación con los demás?
.- ¿Qué principios la inspiran?
.- ¿Qué experiencia tengo del perdón percibido y ofrecido?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 12 de febrero de 2019

DOMINGO VI -C-


1ª Lectura: Jeremías 17,5-8

    Así dice el Señor: Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
    Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a las corrientes echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.

                            ***             ***             ***

     Nos hallamos ante un oráculo de estilo sapiencial, en que se parafrasea al salmo 1. Presenta la vida del hombre ante las opciones que tome ante Dios. El que aparta su corazón del Señor, la ubica en una tierra inhóspita, árida, sin vida. El que pone su confianza en el Señor, la sitúa junto a las fuentes de agua viva.
    El profeta no está abogando la desconfianza en el hombre, sino denunciando el olvido de Dios. Invita a sentar la vida sobre bases sólidas e indefectibles.

2ª Lectura: 1 Corintios 15,12. 16-20

    Hermanos:
    Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que decía alguno que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo, se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.


                            ***             ***             ***

    Para los cristianos de Corinto, de mentalidad griega, la resurrección de los muertos no era fácilmente asumible. Admitían una inmortalidad espiritual, la del alma. Pablo afirma, partiendo de la resurrección integral de Cristo, núcleo de nuestra fe, que también será integral la resurrección de los creyentes en Cristo. Si no fuera así, el Evangelio por él predicado habría sido un fraude.
    Esta afirmación de la resurrección de Cristo, sin embargo, no es solo la afirmación de un hecho puntual, aislado en el tiempo, sino la afirmación de una verdad con hondas repercusiones en la vida. Porque si es cierto que si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los más desgraciados de los hombres, no lo es menos que nuestra esperanza en Cristo debe verificarse también en esta vida.

Evangelio: Lucas 6,17. 20-26

    En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
    Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
    Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
    Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
    Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
    Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre.
    Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
     Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.

                            ***             ***             ***

    Las “bienaventuranzas” del evangelio de Lucas resultan sorprendentes respecto de las del evangelio de san Mateo por su ubicación (una llanura); por su número (cuatro frente a nueve), compensado con los cuatro “¡ay!” (ausentes en Mateo); por el “vosotros” directo y el inmediato “ahora” (distinto del tono general del 1º evangelio), y por el tono social. No se habla de pobres de espíritu, ni de hambre y sed de justicia, ni de persecución por ser justos…, solo se habla de pobres, de hambre y de persecución..., y de “ahora”. Para ellos, para los que se hallan en esas situaciones, son las bienaventuranzas de Jesús. Para los que se encuentran en las antípodas, aunque se confiesen sus discípulos, son las amenazas. ¿Hay algo más chocante?
    En el origen de esta “compilación”, verdadera Carta Magna del cristianismo, hay que suponer una colección de dichos de Jesús pronunciados en circunstancias distintas y después reunidos en la predicación cristiana. Y constituyen una síntesis del perfil del verdadero discípulo, así como una denuncia de los peligros y riesgos que le acechan. 
        

REFLEXIÓN PERSONAL

    La Palabra de Dios es una luz y una fuerza orientada a producir un discernimiento, una decantación personal. Nuestra fe en Dios, en su Palabra, es un hecho personal, pero no privado: "Brille vuestra luz..." (Mt 5,16; cf. Flp 2,15).
    ¿Qué nos dice hoy esa palabra? Los textos nos invitan a una verificación profunda de nuestra situación personal, una llamada a tomar partido. A verificar dónde estamos ahora.
     Si no lo hubiera dicho Jesús, las “bienaventuranzas” nos parecerían una tomadura de pelo. Pero son sus palabras, y sobre todo son su vida. Él fue pobre, manso y humilde, tuvo hambre y sed de justicia, fue misericordioso,  construyó la paz, fue perseguido y murió por la causa del Reino de Dios.
     No son un sermón improvisado; se encuentran al principio, en el centro y al final del evangelio. Son la filosofía, o mejor la teología de Jesús... Porque ellas nos hablan, en primer lugar, de Dios, de sus preferencias y de sus sufrimientos. Son la expresión de la opción de Dios en favor del pobre contra la pobreza, del hambriento contra el hambre, del que llora contra sus lágrimas...  Nos dicen que Dios no es indiferente, y mucho menos complaciente, sino beligerante ante el dolor del hombre; por eso ha decidido instaurar el cambio, su Reino.
      Las bienaventuranzas vienen a romper un maleficio que durante mucho tiempo se abatió y esgrimió contra los "desgraciados". El sufrimiento no es reprobación ni lejanía de Dios, es un “espacio” de Dios... En la Cruz de Cristo, y en toda cruz, Dios se revela particularmente como Dios-con-nosotros.
      Si esto no fuera verdad, jugar con la esperanza de los desvalidos sería una burla cínica. Por eso Jesús hizo de esta proclamación el núcleo de su mensaje y la causa de su vida. El Dios que nos revelan las bienaventuranzas es un Dios de una gran seriedad ante el dolor humano: misericordioso y justo, pues no hay misericordia sin el restablecimiento de la justicia (y esto pretenden resaltar los "ayes").
      ¿De qué lado estamos nosotros, del lado de los que apartan su corazón del Señor, para depositarlo en los ídolos del dinero, del bienestar, de la violencia..., o de los que ponen en el Señor su confianza, aceptando vitalmente el criterio de Dios como criterio de vida (1ª lectura)? ¿Del lado de los que son llamados "dichosos" por Jesús, o del lado de aquellos sobre los que recaen los "ayes" amenazadores?
     Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”, dice el salmo responsorial. Este es el núcleo de las bienaventuranzas.
     ¿En quién confiamos nosotros? Si lo hacemos  en el Señor, debemos abrir nuestro corazón sincera y cálidamente a los hermanos. Porque las bienaventuranzas son el proyecto de una vida - la de Jesús - , y un proyecto de vida -el del cristiano-.
      Son la vocación y la misión de la Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden anunciarse sino desde la vivencia del seguimiento de Cristo resucitado (2ª lectura). Y hay que anunciarlas con claridad, amor. Porque quien hace de las bienaventuranzas solo una denuncia, no anuncia el evangelio. Y quien se contenta solo con oírlas no participa de su promesa salvadora.
         Hay que verificar la ubicación existencial en la vida: si estamos en el seguimiento de Jesús, orientados a sus promesas o en una vía paralela si no radicalmente contraria.
Las bienaventuranzas son un constante y radical examen de conciencia: la medida para evaluar la autenticidad y globalidad de la existencia cristiana.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Examino mi vida por las bienaventuranzas?
.- ¿Me reconozco en ellas?
.- ¿Cómo las traduzco en mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


miércoles, 6 de febrero de 2019

DOMINGO V -C-


1ª Lectura: Isaías 6,1-2a. 3-8.

    El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo: ¡Santo, santo, santo el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria! Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
    Yo dije: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos.
     Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaperecido tu culpa, está perdonado tu pecado.
     Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame.

                                                ***                  ***                  ***

   Nos encontramos en el año 740 a.C., en el templo de Jerusalen, donde Isaías, de estirpe sacerdotal, recibe la llamada de Dios a la misión profética. Dios es presentado en el ámbito de la santidad y la transcendencia, una visión que anonada a Isaías. Pero eso no es sinónimo de lejanía. Dios mantiene su interés y compromiso salvífico con su pueblo. Busca un servidor. Isaías, tras la experiencia de la purificación personal, se ofrece para la misión que le confiará el Señor. A diferencia de Moisés (Ex 4,10) o de Jeremías (Jer 1,6), no pone reservas. Se trata del relato de vocación del profeta, que comporta cuatro momentos: a) teofanía (vv 1-4), b) rito de purificación/capacitación (vv.5-7), c) misión profética (vv 8-10), d) resultado final (vv 11-13).


2ª Lectura: 1 Corintios 15,1-11

    Hermanos:
    Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado nuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.


                                                ***                  ***                  ***

    Dirigiéndose a los Corintios, que de alguna manera y en algunos sectores comenzaban a cuestionar a Pablo frente a otros maestros que iban introduciéndose en la comunidad, Pablo reclama su condición de apóstol y de llamado por el Señor. Es una reivindicación de legitimidad vocacional. Pero, sobre todo, de la veracidad de su Evangelio, centrado en el misterio pascual de Cristo. Todo gira en torno a este núcleo. Un anuncio que él ha recibido de la tradición eclesial, pero que él ha vivenciado personalmente. Y también traducido pastoralmente con originalidad. Pablo se interpreta, vocacional y ministerialmente, como una obra de la gracia, a la que él ha procurado responder con fidelidad. No compite con los otros Apóstoles, pero no oculta su conciencia y legitimidad apostólicas.


Evangelio: Lucas 5,1-11

         
    En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
    Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
    Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
    Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
     Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
    Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
    Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
    Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


                                    ***                  ***                  ***

    Nos hallamos ante el relato vocacional de los primeros discípulos. Lucas lo sitúa después de la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret y de algunos de sus primeros signos, a diferencia de Marcos (1,16-20), que lo hace antes de las primeras intervenciones públicas de Jesús. En él se destaca la iniciativa, que es de Jesús, y la respuesta de los llamados. Lucas, a diferencia de Mateo (4,20) y Marcos (1,18) subraya la radicalidad -“dejándolo todo”-. Con este subrayado marca el estilo del seguimiento. Una de las características de su evangelio. Por otro lado, la pesca abundante es un presagio de la fecundidad de la misión, siempre que se eche la red al estilo y en el nombre del Señor. A destacar, solo Lucas, entre los sinópticos, singulariza la misión de Pedro.


REFLEXIÓN PASTORAL

  
         Un pequeño lago, una ensenada, un joven predicador, unos cuantos pescadores sin especial cualificación: así comienza la aventura de la Iglesia que S. Lucas va a relatarnos en su obra.
Releyendo esta página evangélica alguno, quizá desalentado, se pregunte: ¿Dónde pescar hoy? y ¿cómo?  Eso es lo que pretende esclarecer S. Lucas, mostrando la confianza en Jesús como antídoto contra el desánimo o la autosuficiencia, y el estilo de Jesús como la única estrategia con futuro.
            Los resultados no habían correspondido a los esfuerzos. Resignado, Simón atracó la barca, sin percatarse, quizá, de la presencia del Maestro, o al menos sin prestarle mucha atención, ocupado en el lavado de sus redes (¡sus redes le enredaban...!).  Pero Jesús se acercó pidiéndole un favor, la barca, para, desde ella, hablar "a la gente que se agolpaba para oír la Palabra de Dios". Simón se la cedió...Y la barca infecunda de Simón se convirtió en la primera cátedra del Evangelio.
            "Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: rema mar adentro, y echad las redes". Pero Simón, que no había dudado en cederle la barca, no estaba, sin embargo, dispuesto a recibir lecciones de pesca (y menos de un carpintero). ¡Si conocería él los caladeros del lago..., y acababa de recorrerlos en vano! Al final aceptó, declinando toda responsabilidad, consciente de la inutilidad de la faena. "En tu nombre -porque Tú lo dices-...echaré las redes". ¡Y esto fue lo que le salvó! Las redes se llenaron hasta reventar, y él paso a ser pescador de hombres. 
            Sí, hay dos modos de pescar, y de vivir: en nombre propio o en nombre del Señor. Vivir concediendo nuevas posibilidades a la realidad, abriéndose a ella con la  esperanza de descubrir siempre nuevos caladeros, o dándola por sabida, por agotada, por irrecuperable...
Y ambos modos de pescar y de vivir producen resultados diferentes. ¡Cuántos esfuerzos baldíos por falta de estilo, de "modos", de esperanza...!
            Aunque nuestros caladeros parezcan sobradamente recorridos; aunque el resultado no parezca compensar los esfuerzos...:"Echad las redes", pero en el nombre del Señor y a su estilo. Obsesionados no por obtener resultados inmediatos, sino ilusionados por situar nuestra vida en una actitud de esperanza, no dando por definitiva ni por perdida ninguna situación.
Rema mar adentro”. Sí, hay que adentrarse en la realidad. Eso fue la encarnación del Hijo de Dios: adentrarse en nuestra realidad, y desde dentro la salvó. 
Hay excesivos espectadores, quizá también entre nosotros, sentados en la orilla, y pocos “pescadores”. Y pescar, como dice san Pablo, no es engañar con cualquier cebo sino anunciar de palabra y de obra a Jesucristo (2ª).
            Hay dos modos, dos estilos, de vivir: enredados o desenredados, en la orilla o mar adentro, al estilo propio o al estilo de Jesús, pero sólo uno es fructífero: vivir y actuar en el nombre del Señor, a su estilo, creyendo en las posibilidades y bondad de lo creado.  ¡Ojalá que ése sea el nuestro
         Nunca como hoy al hombre puede definírsele como un ser “enredado”. Las redes son múltiples, no solo las redes sociales, las de la informática. Están las redes del dinero, del sexo, del poder, del miedo…
Dejaron las redes y lo siguieron”. Así presentan Mt (4,20) y Mc (1,18) el inicio del seguimiento. Lucas lo radicaliza: “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). El seguimiento de Jesús exige desenredarse de las redes que nos enredan.  Exige abandonar esas redes “estériles” con las que hemos pasado la noche bregando sin coger nada. Una decisión dura porque supone la fractura con el pasado. Y esta es una decisión libre, que ha de asumir todo aquel que quiera ser discípulo de Jesús. Es el umbral que hay que traspasar para entrar en el espacio de la libertad evangélica. Para seguir a Jesús hay que desenredarse, hay que estar disponibles.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué redes son las que me enredan?
.- ¿Vivo al estilo del Señor?
.- ¿Estoy disponible para la misión?
        
 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.