miércoles, 27 de junio de 2018

DOMINGO XIII -B-


1ª Lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-25

    Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Abismo sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

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    En los albores del NT y en las postrimerías del AT, este texto presenta una visión optimista de la creación como obra surgida de las manos de Dios. En el origen fue la Vida; no hay dos principios coetáneos: el bien y el mal, la vida y la muerte. El mal y la muerte son “posteriores”, y tienen otro origen, la envidia del diablo. Vida y muerte, más allá de una interpretación “material”, son dos modos de existencia: en uno reina la justicia y en el otro el pecado. La vocación original del hombre es la vida. Y una vida abundante (Jn 10,10).

2ª Lectura: 2 Corintios 8,7-9. 13-15

    Hermanos:
    Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su  pobreza, os hagáis ricos. Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de nivelar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remedirá vuestra falta; así habrá nivelación. Es lo que dice la Escritura: “Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba.”
                                                                                                     
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    Estos versículos originalmente forman parte, probablemente, de una carta escrita por Pablo a la comunidad de Corinto, una vez restablecidas las buenas relaciones entre él y un sector de la comunidad. El motivo era animarles a la generosidad con ocasión de la colecta en favor de las comunidades cristianas de Judea (Hch 11,29-30; Gál 2,10; Rom 15,25-28). Importante es la motivación: enriquecidos por la pobreza de Cristo, los cristianos deben compartir esa “riqueza” con los demás. La solidaridad eclesial debe ser expresión de la real comunión con Cristo.

Evangelio: Marcos 5,21-43
 
    En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
   Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: ¿Quién me ha tocado?
    Los discípulos le contestaron: Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”
    Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
    Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
    Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que tengas fe.
    No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: ¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.
    Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
    La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

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     Dos escenas que muestran la energía vitalizadora de Jesús y cómo el acercamiento salvador a Jesús se realiza desde la fe. No hay situaciones límite -enfermedad o muerte-; basta que el hombre se fíe y se confíe al Señor. Por otra parte, Jesús no rehuye el contacto y, además, percibe los detalles de la fe silenciosa. El relato se concluye con la prohibición de divulgar el hecho, porque la fe en Jesús no debe estar “condicionada” por el prodigio, sino que debe surgir de un espíritu libre.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes… Hizo al hombre de su misma naturaleza”.
     Aquí reside el optimismo creatural y el optimismo antropológico. Esta es su  raíz, la razón más profunda. En otro lugar del mismo libro de la Sabiduría se afirmará que Dios es “amigo de la vida” (11,26).
     Sí, Dios es un Dios vivo, vital, vitalista y vitalizador. Señor y dador de vida. Y hay que buscarle en los horizontes abiertos de la vida. Está en la Cruz, sí, pero en una Cruz convertida en eclosión y manifestación  de su Amor. Lo que nos salva no es el dolor, sino el amor; un amor que asume, redime e ilumina al dolor.
     ¿Por qué muchos cristianos, entonces, damos la impresión de creer en un Dios triste, vestido de negro, a quien solo agrada el sacrificio?
     El texto continúa: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. Sin embargo esta envidia,  pecado del hombre, no anuló el proyecto original de Dios, que envió a su Hijo, para tuviéramos vida y “una vida abundante” (Jn 10,10), convertido en “el pan de la vida” (Jn  6,35).
      El evangelio de este domingo nos presenta esa dimensión vitalizadora de Jesús: con una mujer enferma y con una niña ya difunta.
     Jesús es un foco de vida: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos, andan, los muertos resucitan (cf. Mt 11,5)… Pero Jesús no es un curandero. La salud que de Él emana es salvación: por eso, esa salud surge de la fe.
     A Jesús le “apretujaba la gente”, pero esos contactos a Jesús le dejaban indiferente, insensible; entre toda aquella multitud, sin embargo, hubo alguien que “le tocó con fe”. Y este “toque” le afectó, lo percibió. “Tu fe te ha curado”.
     Sí, hay que tocar con fe; orar con fe; pedir con fe… La fe es determinante. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, dirías a este monte…” (Mt 17, 20).
     Algo parecido sucede con Jairo. Se ha acercado a Jesús pidiendo por su niña, muy grave. Jesús se pone en camino con aquel padre angustiado. Pero de casa llega la noticia: la niña ha muerto; ya no vale la pena molestar al Maestro. Seguro que las miradas de Jesús y de Jairo se cruzaron. Y Jesús, percibió la angustia de aquel padre y le dijo: “No temas; basta que tengas fe”. Y siguieron juntos el camino. Y se produjo el milagro.

    “Si tuviérais fe” (Mt 17,20)

·        Buscaríamos ante todo el Reino de Dios; daríamos mayor profundidad a la vida; seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios y de rastrear sus huellas en situaciones en las que sentimos la impresión de estar solos.
·        Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor” (2 Tim 1,8)…, y la tentación del disimulo; nuestra oración sería más abundante y comprometida; dejaríamos de “llevar cuentas del mal (1 Cor 13,5), para entregarnos a hacer el bien.
·       No nos contentaríamos con ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar un servicio en ella; no nos limitaríamos a oír el Evangelio, sino que buscaríamos “participar en los duros trabajos del Evangelio” (2 Tim 1,8).

Si tuvierais fe…” ¿Tan poca fe tenemos? ¿Y qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe  -“También los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19)-, sino reconocer las implicaciones de su existencia: “Si llamáis Padre a quien juzga a cada cual, conducíos con responsabilidad, mientras estáis aquí de paso” (1 Pe 1,17).
Creer no es  tanto opinar cuanto vivir. Es situar la vida en otra dimensión; sentirse profundamente captado, “seducido” por Dios (Jer 20,7); dejar que él protagonice la vida. Y, además, hacerlo con alegría y espíritu de gratuidad: “Cuando hayáis hecho lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17,10). O sea, que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que pasarle factura; solo hay que darle gracias.
         Reunidos en torno al altar, celebrando el sacramento de nuestra fe, pidamos al Señor: “¡Auméntanos la fe! Esa fe que nos permita testimoniarla y concretarla, como recuerda la segunda lectura, en solidaridad y caridad fraterna.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué rostro de Dios reflejo en mi vida?
.- ¿Sobresalgo en generosidad y solidaridad?
.- ¿Toco la vida con fe?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


miércoles, 20 de junio de 2018

DOMINGO XII -B-


1ª Lectura: Job 38,1.8-11

    El Señor habló a Job desde la tormenta: ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?

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    El texto seleccionado pertenece al inicio de los llamados “Discursos de Dios”. A un Job hundido en sus enigmas y preguntas, que, destrozado por el sufrimiento y el sinsentido, reta a Dios a que salga de su “silencio” (Jb 31,35), Dios le responde. Pero no desde los presupuestos de Job sino desde los de Dios. Le invita a un “paseo” por la maravillas de la creación, por su misterios, y desde ahí Dios mismo formula a Job preguntas de mayor trascendencia, invitándole a abrirse al misterio de la creación, en el que haya sentido también el misterio del hombre. Al final Job lo reconocerá (Jb 42,2-6).


2ª Lectura: 2 Corintios 5,14-17

    Hermanos:
    Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie por criterios humanos. Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no. El que vive con Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.

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     Frente a “rivales” procedentes de las comunidades cristianas palestinenses, con planteamientos un tanto distintos de los de Pablo, éste reivindica la centralidad de Cristo muerto y resucitado, superando cualquier otro argumento. Cristo no es de un “partido” o de una “facción”. Él lo ha renovado todo, comenzando por la existencia personal. Ha aportado la “novedad” definitiva, y frente a eso lo “viejo” es irrelevante. El cristiano es llamado a vivir en esa “novedad”, alternativa y salvadora.


Evangelio: Marcos 4,35-40

    Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla.
    Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
    Lo despertaron diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
    Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate!  Y el viento cesó y vino una gran calma.
    Él les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
    Se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

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    La revelación de Dios en Jesús se hace  “a través de hechos y palabras  intrínsecamente ligados”. Comienzan ahora en el evangelio de Marcos (4, 35 - 5, 43) los hechos prodigiosos de Jesús, manifestando su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza (4,35-41), del mal (5, 1-20) y de la misma muerte (5, 21-43), superando toda limitación geográfica (5, 1-20) o ritual (5, 24-34).
    En la primera salida de Jesús al extranjero surge una tempestad que pone en peligro la vida de los navegantes. Él emerge con su autoridad para serenar la situación, provocando el estupor de los discípulos, a quienes recrimina su poca fe. Además del valor histórico del relato, el evangelista pretende subrayar el aspecto cristológico (serenando el mar, Jesús se revela como Dios: Sal 89,10; 65,8; 107,23-30; Jb 38,8-11) y eclesiológico (en toda travesía o salida  la Iglesia deberá afrontar  y asumir riesgos, “tormentas”, con serenidad y fe, consciente de la presencia del Señor).

REFLEXIÓN PASTORAL

    Dios siempre está con nosotros: se llama Enmanuel. Vivir esta verdad es muy importante.  Pero hoy es no solo importante sino urgente caer en la cuenta de ello.
    Cuando el papa Benedicto XVI en su visita a Polonia se acercó al lugar del holocausto nazi, Auswitz, se preguntó “¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué se calló? ¿Cómo pudo tolerar este triunfo del mal?”. Y todos los medios de comunicación se hicieron eco de la pregunta, para después entregarse cada uno a aventurar una respuesta a su medida.
     Preguntas que ya formulaba en apasionada oración el creyente israelita: “¡Despierta, Señor!, ¿por qué duermes? ¿Por qué nos escondes tu rostro, y olvidas nuestra desgracia y opresión?” (Sal 44, 24-25), que formularon los discípulos a Jesús: "¿No te importa que nos hundamos?", y que no rehuyó formular el mismo Jesús en la cruz: “¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34).
     Las preguntas del Papa  no eran unas preguntas dubitativas sino sorprendidas. Preguntas surgidas desde la fe en un Dios Bueno. Porque ¡Dios estaba allí! en el sufrimiento, y estaba sufriéndolo; expulsado del corazón de los verdugos y refugiado en el corazón de las víctimas. Y desde allí gritaba, con “llantos y lágrimas” (Heb 5,7): “lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40)… Otra cosa es que se escuchara su lenguaje. Y eso era lo que precisamente escuchaba allí Benedicto XVI, ese lenguaje de Dios.  Y una solidaridad tan profunda de Dios es, ciertamente, sorprendente. Pero los medios de comunicación no se hicieron eco de las respuestas del Papa.
     Hoy la primera lectura nos presenta la respuesta de Dios a un Job aturdido y desesperado en su tragedia personal, desde la que pretendía impugnar la justicia del plan de Dios e incluso la existencia de que Dios tuviera un plan. Y Dios le abre a un misterio todavía mayor, el de la creación…, pero, sobre todo, Dios le responde… Y Job acabará diciendo: “Te conocía de oídas, ahora te han visto mis ojos” (Jb 42,5).
     Esta es la diferencia: vivir de oídas o desde un conocimiento personal. ¿Dónde estamos nosotros? De oídas se puede iniciar el camino, pero no se puede mantener, porque la meta es el encuentro con Dios.
     El relato evangélico, por su parte, nos habla, también, de una situación difícil unida a la sensación de la soledad. Son muchos los elementos a considerar: la travesía, la tempestad, el miedo de los discípulos, la autoridad de Jesús y, sobre todo, la pregunta: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Por la reacción, parece que los discípulos a Jesús, a quien consideraban ausente, “dormido”, todavía solo le conocían de oídas -“¿Pero, quién es éste?”-. Porque Él siempre está. Se llama también “Enmanuel” (Mt 1,23).
     Sin caer en acomodaciones apresuradas no es difícil descubrir que, como entonces, hoy la travesía de la barca de la Iglesia se realiza por aguas difíciles, azotadas por fuertes oleajes. Y muchos se preguntan o nos preguntamos: ¿Dónde está el Señor? ¿Duerme? ¿No le importa que nos hundamos?...
     ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Estas palabras no pretenden restar importancia a la gravedad del momento. Con ellas se invita al creyente, se nos invita, en primer lugar, a caer en la cuenta de que Jesús no prometió cruceros de placer a sus seguidores, sino que les propuso “su cruz”. Y, sobre todo, esas palabras dicen que Jesús ni está ausente ni dormido. Estaba “a popa”, dejando que los discípulos condujesen la nave; pero “estaba”, y cuando fue necesario “acalló” la fuerza del huracán y “encendió” la fe de los discípulos.
     Una lección actual y necesaria para convertirnos en discípulos, como dice san Pablo en la segunda lectura, “apremiados” solo por el amor de Cristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Conozco a Dios de oídas o desde una experiencia personal?
.- ¿De dónde sugen mis miedos y mis dudas?
.- ¿Qué me urge en la vida? ¿El amor de Cristo?

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE S. JUAN BAUTISTA

                                        “MÁS QUE PROFETA(Mt 11,9)
         
     En este Domingo XII, la liturgia celebra la Natividad de san Juan Bautista. Sólo la Natividad de María, además de la de Jesús tienen celebración litúrgica propia. Y solo la de Juan y la de Jesús son reseñadas "solemnemente" en los Evangelios. Por este motivo avanzo esta breve reflexión para la celebración de esta fiesta.
     Juan Bautista tiene un perfil bastante definido en los Evangelios (los cuatro hablan de él), pero siempre “subordinado” a Jesús.
    Presentado como un don para unos padres que no habían logrado tener descendencia y que ya habían perdido toda esperanza, Juan pertenece a esa galería de personajes “gratuitos”, inesperados. Es un hijo de la gracia de Dios y para la gracia de Dios.
Muchos se gozarán en su nacimiento…; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel los convertirá a Dios”  (Lc 1,14-16). Así le anuncia el Ángel del Señor a Zacarías, su padre, el nacimiento de Juan. Jesús, por su parte, subrayará que “no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11).
Es cierto que para un paladar moderno resulta un tanto agrio este individuo selvático, que practica una dieta a base de “saltamontes y miel silvestre” (Mt 3,4); que, en lugar de la ciudad, escoge el desierto (Mt 3,1) y prefiere para sus bautismos penitenciales las aguas libres del Jordán (Jn 3,23) a las rituales de Betesda (Jn 5, 2ss); que, en vez  vestidos elegantes, endosa uno “de pelos de camello con un cinturón de cuero a los lomos” (Mt 3,49. Que se olvida de hablar de sí, para anunciar a Otro “mayor” que él (Mt 3,11ss). Con una pasión irrefrenable por la justicia (Lc 3,7-15), por la dignidad (Mc 6,17-20) e insobornable ante el poder (Lc 3,19-21), hasta el martirio (Mc 6, 17-29).
         ¿Y qué predica? La revisión de la falsa conciencia religiosa de creerse justos y legitimados por el mero hecho de tener una tradición gloriosa: “¡De las piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán!” (Lc 3,8). La necesidad de dar “frutos dignos de conversión” (Lc 3,8)… Y, sobre todo, anuncia la venida de Alguien superior a él, “sobre el que se posará el espíritu del Señor”. Alguien que “juzgará”, pero “no por apariencias, ni sentenciará de oídas”. Alguien que “defenderá con justicia al desamparado y con equidad dará sentencia al pobre”. Alguien cuyo “ceñidor de sus lomos será la justicia, y ceñidor de su cintura la fidelidad” (Is 11,1-5). Alguien que será portador de la Paz. Alguien cuyo nombre (quizá él lo desconocía) es JESÚS.
         ¿Cuáles fueron las relaciones entre el Bautista y Jesús? Si bien es cierto que en  el evangelio de san Lucas aparece una vinculación familiar entre ambos y su suerte parece ligada (Lc 1,39-45.76), respecto de las relaciones en su vida adulta no existe unanimidad a la hora de calificarlas, aunque sí exista unanimidad en afirmarlas.
         No cabe duda que Juan precedió e interpeló vitalmente a Jesús, hasta el punto que decidió ir hasta él para conocerlo más de cerca, participando en uno de sus bautismos penitenciales (Lc 3,21).
         Juan dio que pensar a Jesús, aunque no fue un “imitador” de Juan. Juan marca un punto de llegada y Jesús un punto de partida: “La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios” (Lc 16,16).
         A partir del bautismo, experiencia determinante en su vida, decidió iniciar una nueva ruta, marcando sus distancias, aunque no parece que lo cuestionara públicamente ni dudara de su calidad profética.
         ¿Dudó Juan de Jesús y de su proyecto? La embajada enviada desde la prisión deja sospechar que los modos y contenidos de la misión de Jesús suscitaron en él serias perplejidades. Y, honestamente, decide salir de dudas (Lc 7,18-20).   En la pregunta del Bautista hay sed de la Verdad. Y en este contexto de sitúa el elogio que Jesús hace del prisionero de Maqueronte.
         Lo recogen con matizaciones propias los relatos evangélicos de Mt 11,7-15 y Lc 7,24-30. En él se manifiesta la grandeza de ánimo de Jesús. Admitiendo la diversidad existente entre ambos, reconoce la grandeza de Juan como el mayor de los nacidos de mujer (Lc 7,28). Ser distintos no les hace distantes ni mucho menos les enfrenta. 
         Jesús subraya la veracidad existencial de Juan: su calidad ética: no es un hombre ambiguo, sometido a cualquier “corriente”, y su sobriedad: Juan el Bautista es un hombre sin adornos, esencial, como su mensaje. Y es que para anunciar al Único necesario y lo único necesario se impone el despojo de toda vanidad y vaciedad ornamental y personal, y la adopción de un lenguaje sencillo, directo y hasta molesto. 

Juan es el “precursor”, y Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Como dice san Agustín: Juan era “la voz”,  y Cristo “la Palabra”. (Sermón 293,3). Y cada uno asumió su papel y reconoció el del otro.

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 14 de junio de 2018

DOMINGO XI -B-


1ª Lectura: Ezequiel 17,22-24

    Esto dice el Señor Dios:
    Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

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    Dios no abandona ni olvida su promesa. En lenguaje poético el profeta Ezequiel denuncia un pecado y anuncia un futuro de salvación para el pueblo. De un cedro, paradigma de árbol noble, Dios tomará una rama pequeña que plantará en “el alto monte de Israel”, dando origen a un reino poderoso y universal. Si en un principio el oráculo alimentó la esperanza de un regreso de los desterrados en Babilonia a la patria con la dinastía legítima renovada, más tarde se leyó como profecía mesiánica. Con esta alegoría quiere el profeta recrear la esperanza en un futuro nuevo, originado en Dios y sustentado en su providencia, que elige “lo debil del mundo” (1 Cor 1,27) y “enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Israel tendrá futuro, porque su futuro está en Dios. Jesús será esa rama, origen de un nuevo reino, el reino de Dios, donde vendrán las aves a anidar (Mt 13,32).

2ª Lectura: 2 Corintios 5,6-10

    Hermanos:
    Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.

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    El cristiano es un ser radicado en la esperanza. Las realidades de este mundo no le obnubilan. Lo único importante es vivir para el Señor; el único que emitirá un juicio sobre la vida. Pablo sitúa estas reflexiones en el marco de las tribulaciones y esperanzas que conlleva el ministerio (2 Cor 4,7-5,10).  La pasión por estar definitivamente con Cristo suscita en él estas expresiones. “Destierro” y “patria” expresan dos situaciones del cristiano: una, la provisionalidad; otra, lo definitivo. Mientras, “caminamos guiados por la fe”, orientados hacia Cristo, ante quien se desvelarán definitivamente nuestras vidas. Los vv. finales no son una amenaza sino una exhortación a la fidelidad al Señor. Puede verse a este respecto Rom 8, 31-39.

Evangelio: Marcos 4,26-34

    En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
    Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pajaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
    Con muchas parábolas parecidas les explicaba la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a los discípulos se lo explicaba todo en privado.

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   El texto tiene un doble perfíl: doctrinal (explicación del misterio del Reino de Dios) y biográfico (aporta informaciones sobre la praxis pastoral/catequética de Jesús). Comenzando por este último perfil: Jesús era un maestro popular, acomodándose a las capacidades de comprensión de sus oyentes; es un maestro que visualiza el mensaje a través de ejemplos (parábolas); les habla de su mundo (agrícola, ganadero, doméstico…). Es interesante el matíz de que a sus discípulos les reservaba una ulterior explicación (porque serán ellos los encargados de ultimar y anunciar su mensaje).
   Respecto del perfil doctrinal, Jesús propone con dos imágenes, la de la semilla y la del grano de mostaza, que la iniciativa siempre es de Dios -el Sembrador-, y que su estrategia es deslumbrante por su originalidad: escoge lo menor para instaurar su Reino. Y ese Reino deberá pasar por la crisis del enterramiento germinal, del crecimiento lento en medio de dificultades, pero dará fruto a su tiempo; un tiempo que lo marca el dinamismo de la semilla y la providencia de Dios. Jesús pretende con estas parábolas activar la esperanza verdadera, no favorecer la pereza irresponsable. Con la de la mostaza, además, subraya la universalidad del Reino. La semejanza con la imagen de Ezequiel es patente: Dios es quien dirige la historia, pero no al margen de la historia. Es un agricultor activo y paciente.  

REFLEXIÓN PASTORAL

    Las lecturas bíblicas de este domingo giran todas ellas, aunque con matices peculiares, sobre el tema de la esperanza. Y  si de algo  comenzamos a presentar carencias importantes es de esperanza. Hoy esa falta de esperanza ha recibido un nombre: desencanto. Y ese desencanto acampa no solo en la sociedad, sino que también se ha introducido en la misma Iglesia, bajo la forma de cansancio y escepticismo. Muchos cristianos hoy aparecemos cansados y desorientados por las prisas de unos y los retrasos de otros; por los progresismos de unos y los conservadurismos de otros…
     Necesitamos alzar los ojos y clavarlos en la verdadera fuente de esperanza: Cristo. Quizá no somos lo suficientemente claros los cristianos al proclamar los motivos de nuestro esperar, y con ello contribuimos al confusionismo y a la ambigüedad.
     Es Jesucristo, solo Él, el núcleo y el motivo de nuestra esperanza, porque solo Él es nuestra salvación. Es el ancla de nuestra esperanza (Heb 6,19).Y afirmar esto no es devaluar las esperanzas humanas, que en buena parte hemos de compartir, pero sí una crítica profunda de las mismas.
      El motivo de la esperanza cristiana es la fe en Dios y en el hombre. Porque el cristiano no puede hablar de Dios sin hablar del hombre, ni hablar del hombre sin evocar a Dios, que se ha hecho hombre; ni tampoco puede esperar en Dios sin hacerlo, a su vez, en el hombre.
      Si en el mundo hay falta de esperanza es, en parte, imputable a los cristianos, que no sabemos crearla. Porque no se trata solo de que tengamos esperanza, sino de que ofrezcamos esperanza.
     Hoy casi nadie se fía de nadie… La inseguridad se ha convertido en la excusa para desconfiar de todo y de todos. Hemos comenzado a fortificar nuestras casas y a recluirnos en nuestros egoísmos y recelos. ¡No se puede vivir desconfiando! ¡Esa es la mayor inseguridad! Muchos hombres y mujeres se han hundido en lo que llamamos delincuencia o mala vida porque no encontraron personas que les concedieran, en sus primeros momentos de equivocación, un poco de credibilidad y confianza. Porque en toda persona hay una “plusvalía”, un porcentaje divino que la revaloriza. Hay que trascender las apariencias, para mirar con el corazón, porque “lo esencial es invisible a los ojos”. Lo dijo Jesús: “Los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8) en el hombre.
     La esperanza es la posibilidad que el hombre tiene de transcenderse a sí mismo y a las contradicciones de la vida; la posibilidad de no quedar atrapado en los estrechos horizontes del consumismo, del utilitarismo o del hedonismo. Tener esperanza es afirmar, sin ambigüedades, la existencia de otra dimensión, como nos recuerda hoy san Pablo, frente a los que quieren silenciar este aspecto.
     Tener esperanza es aceptar ser semilla que germina a través del silencio y el dolor. La semilla está en la raíz de las cosas: es invisible (encerrada en la tierra), pero deslumbrante en el fruto. Jesús recurrió frecuentemente a la “semilla” como imagen de esperanza, de silencio, de dinamismo interior, de humildad, de providencia de Dios. Ser semilla de evangelio es la vocación del cristiano. Es fácil saber cuántas semillas hay en una manzana, pero solo Dios sabe las manzanas que hay en una semilla. Solo Él sabe las posibilidades de la semilla.
    Aceptar ser semilla es entregar la vida a las manos de Dios, el buen sembrador.  Es aceptar con paz la propia limitación y la limitación del hermano. Es ser optimista, porque Dios actúa en el mundo y en el hombre, y continúa sembrando pequeñísimos granos de mostaza,  que acabarán por ofrecer acogida a los deseos e inquietudes de los hombres.
    Los fuertes, ante las dificultades, esperan; los débiles, se refugian en los sueños. Que el Cuerpo y la Sangre del Señor alimenten nuestra esperanza y nos conviertan en testigos inequívocos de ella ante los hombres.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Soy semilla de esperanza?
.- ¿Soy sembrador de esperanza?
.- ¿Quién fundamenta mi esperanza?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


miércoles, 6 de junio de 2018

DOMINGO X -B-


1ª Lectura: Génesis 3,9-15

    Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás?
    Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
    El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
    Adán respondió: la mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
    El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?
    Ella respondió: la serpiente me engañó y comí.
    El Señor dijo a la serpiente: por haber hecho esto, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.

                                                ***                  ***                  ***

        Pretendiendo ser como Dios, se descubrió desnudo; y temeroso rehuye afrontar a Dios, que le busca. Adán encarna la tipología humana. Pero Dios no lo abandona, no lo deja desnudo; desde ese primer momento suscita una esperanza. De la estirpe de la mujer surgirá un descendiente que devolverá la esperanza y la salvación; y ese descendiente será Jesús, “nacido de una mujer…” (Gal 4,4). Como dirá Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). Desde el principio Dios estuvo con el hombre y por el hombre.

2ª Lectura: 2 Corintios 4,13-5,1

    Hermanos:
    Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: “creí, por eso hablé”, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios. Por eso no nos desanimamos. Aunque nuestra condición física se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria. No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve, es transitorio; lo que no se ve, es eterno. Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres.

                                                ***                  ***                  ***

    La confianza y la audacia apostólica de Pablo residen en la fuerza de Dios que se ha hecho presente en la resurrección de Cristo. La dificultad, inherente al anuncio del Evangelio, no merma su ministerio.  El desmoronamiento físico va acompañado de una renovación interior. El apóstol trabaja con una perspectiva amplia y profunda: lo visible no agota lo real. El cristiano sueña con una morada  eterna en el cielo.  

Evangelio: Marcos 3,20-35

    En aquel tiempo volvió Jesús a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
    Unos letrados de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
    Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
    Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.
    Les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
    Y paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.

                                          ***                  ***                  ***

    El relato presenta dos escenas: una, protagonizada por los familiares de Jesús, y otra, protagonizada por unos letrados venidos de Jerusalén. Pero en realidad, el verdadero protagonista es Jesús. Respecto de los primeros, Jesús clarifica los horizontes de su verdadera familia -el cumplimiento de la voluntad de Dios-; no se deja apresar por los vínculos de la carne y de la sangre. Respecto de los segundos, denuncia su cerrazón espiritual y su falta de discernimiento, al no saber reconocer al enviado de Dios, confundiendo el Espíritu Santo con el espíritu del príncipe de los demonios. Ese es el pecado “imperdonable”, no porque no tenga perdón sino porque, al no reconocerlo como pecado, impide su arrepentimiento (cf. Jn 8,21). Es el pecado contra la Verdad.

REFLEXIÓN PASTORAL

    El relato evangélico de este domingo, a primera vista, chocante y hasta difícil de comprender, nos habla, en primer lugar de la posibilidad, que fue realidad, de una comprensión equivocada, malvada, de la persona y de la obra de Jesús, de un pecado misterioso y particularmente grave, el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado contra la Verdad y contra la Luz.
    La actitud sus familiares, “que decían que no estaba en sus cabales”, y la actitud de los letrados, que decían “tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”, son  expresión de ese pecado, imperdonable según Jesús.
    ¿Por qué, si cualquier pecado puede ser perdonado, éste no? Porque esta actitud no deja espacio a Dios en la vida; supone inmunizarse ante Él; cerrarse ante el Dios que humildemente, “despojado de su rango” (Flp 2,7), llama a nuestra puerta esperando ser abierto (cf. Ap 3,20), rechazando la mano tendida por Dios en Jesucristo.
    Jesús apareció rompiendo los cánones de la ortodoxia judía más estricta, cuestionando certezas inveteradas, relativizando normativas hasta entonces intocables, moviéndose libremente por espacios y con estilos que los oficiales de la religión judía consideraban escandalosos, redimensionando valores…; y, sobre todo, predicando un Dios y un proyecto de Dios que consideraron imposible e inaceptable para sus esquemas tradicionales. Y eso, para ellos era signo, por decirlo suavemente, de que no estaba en sus cabales, además de suponer un peligro para la familia y para el Estado (cf. Jn 11,48).
     Quizá, en el fondo, no andaban tan equivocados en su diagnóstico. Jesús no era “normal”, no encajaba en aquella “oficialidad” socio-religiosa, no formaba parte del paisaje “tradicional” y, además, es que no lo pretendía.
      Frente a la “cordura”, compatible con tibiezas y rutinas, Jesús era un ser “alternativo”; encarnaba la “locura” del amor y de la libertad. No encajaba en las estrechas casillas de los intereses familiares y de los esquemas religiosos en curso, rutinarios y oficialistas; los desbordaba y, por eso, “está loco”. ¡Dichosa locura! San Pablo la reivindicará para sí (1 Cor 4,10) como signo de identidad apostólica. Y es que hay “corduras”, también en la Iglesia, que no son sino expresión de la opción por la mediocridad, la oficialidad, la rutina, el moralismo, la tibieza, el desamor…
     Aceptar a Cristo significa participar de su “locura”, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios, pues “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,25); una “locura” que debería ser un carisma esencial en una Iglesia que pretenda más ser fiel a la paradoja evangélica que a encajar en ciertas “lógicas” humanas, muchas veces inspiradas en miedos, prudencias, hipocresías, en  ansias, en definitiva, de mera supervivencia.
      Pero en el relato evangélico hay otro hecho chocante: su posicionamiento ante sus familiares. Jesús da una muestra más de su libertad interior; no se deja hipotecar. No se distancia de su familia, solo marca los horizontes de la nueva familia: el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y ahí destacó con fidelidad particular su madre, la que cumplió con fidelidad la voluntad del Padre (Lc 1,38). Y de esa familia formamos parte nosotros, si asumimos los criterios de Jesús como criterios de vida, sin desanimarnos en las dificultades (segunda lectura) ni escondiéndonos en nuestro pecado (primera lectura).


REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Articulo mi fe en un lenguaje existencial cristiano?
.- ¿Participo de la “locura” de Cristo o de la “cordura” mundana?
 .- ¿Espero en el Señor, en su palabra?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.