jueves, 29 de noviembre de 2018

DOMINGO I DE ADVIENTO


1ª Lectura: Jeremías 33,14-16

    Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”.

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    En pleno asedio a Jerusalén por las tropas del rey de Babilonia (587 aC), Jeremías, prisionero del rey Sedecías, acusado de minar la esperanza del pueblo y de la tropa, tras denunciar el fracaso de los reyes de Israel y de Juda en su tarea “mesiánica”, anuncia una nueva intervención de Dios, regeneradora de la dinastía y de la sociedad. Dios actúa a través de mediaciones históricas, pero siempre está más allá de esas mediaciones, alimentando la esperanza.

2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2

    Hermanos:
    Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos, y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús  nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en el nombre del Señor Jesús.

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    La esperanza cristiana se actúa en el amor mutuo y a todos; esa es la plataforma existencial del cristiano, mientras espera la venida del Señor. La moral cristiana no es una moral casuista. Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a reproducir personalmente, con creatividad, los valores inherentes a la vocación cristiana.


Evangelio: Lucas 21,25-28
                                         
    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

                                   ***             ***             ***

      Textos como este  resultan difíciles de comprender porque nuestra precomprensión de la vida es muy distinta y distante de la de los primeros cristianos, que vivían muy sensibilizados ante la llegada del "Día del Señor", como respuesta a las dificultades históricas que estaban viviendo por causa de su fe. A nosotros esta "venida" del Señor no parece inquietarnos. Son textos que no pretenden asustar sino abrir la vida a lo definitivo, superando el "presentismo". Porque un presente sin futuro es una cárcel lóbrega, y un futuro sin presente es una evasión irresponsable. A pesar del lenguaje “apocalíptico”, la venida del Hijo del Hombre, descrita por Lucas según la terminología de Dan 7,13s, será un gran acontecimiento de liberación. Entonces serán recapituladas todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). Un proceso que ya ha comenzado. Los cristianos han de saber leer la historia, los signos de los tiempos, incluso en sus capítulos más sombríos, inyectando en ellos la dosis necesaria de esperanza, y colaborando para que en esos signos se perciba el proceso liberador de Dios. 

REFLEXIÓN PASTORAL

     Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos a los cristianos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.
     No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.
     Bellamente lo expresa san Pablo: “Sabemos que la creación entera gime hasta el presente… Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22-24).
      Un tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
      Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.
      La primera lectura, tomada del llamado “Libro de la consolación” del profeta Jeremías, habla del gran día en que Dios suscitará a Alguien que hará justicia y derecho, acabando con el desencanto de los defraudados por la prepotencia y la injusticia. Y ese alguien será Jesucristo. Pero, ¿realmente ha acabado Cristo con el desencanto? ¿No damos la impresión de que no ha venido ni se le espera?
      El Evangelio, por su parte, con un lenguaje propio del género apocalíptico, habla de la venida del Señor en poder y gloria; y urge a vivir con lucidez y discernimiento: “Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”.
        Jesús invita a levantar la cabeza y a caminar con la cabeza alta, no orgullosamente sino con esperanza, no cabizbajos sino esperanzados. El final de este mundo y de lo de este mundo es un dato irreversible. Lo importante no es el final de la existencia, sino la finalidad de la existencia. Jesús, que no nos informa del final de la existencia -el cuándo y el cómo del final- sí nos urge a "finalizar" a culminar nuestra existencia, dotándola de contenidos y horizontes profundos.
      Desde la segunda lectura se nos hace una llamada a la esperanza responsable, activando el amor fraterno, que es verdadero artífice de la esperanza.
      Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.
      El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones!

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué actitud me sitúo ante el Adviento?
.- ¿Mantengo esperanzas en la vida? ¿De qué tipo?
.- ¿Con qué alimento la esperanza?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 22 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


1ª Lectura: Daniel 7,13-14

    Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

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    En el marco de una visión nocturna, caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano radiante de luz, símbolo de Dios,  le entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual. Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria (Mc 14,62 par; Hch 7,55-56). 

2ª Lectura: Apocalipsis 1,5-8

     A Jesucristo,  el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, non ha convertido en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre, a Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.

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    Este texto, que sirve de apertura del libro del Apocalipsis, encadena una serie de títulos suficientes para elaborar una rica cristología. Es el Alfa (Principio) y la Omega (Fin); el Redentor, el que nos ama, el Veraz... El Príncipe de los reyes de la tierra.

  
Evangelio: Lucas 23, 35-43


    En aquel tiempo, las  autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
    Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
    Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
    Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
     Pero el otro le increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
     Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
     Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

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    El relato de la crucifixión de Jesús en  Lucas presenta peculiaridades respecto de los otros sinópticos: suaviza la agresividad de las autoridades judías; incluye la burla de los soldados, desarrolla la escena de los dos ladrones y sustituye las palabras “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” por aquellas otras de “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lucas subraya que sea un malhechor crucificado el único que declara inocente a Jesús. Y convierte la súplica de ese malhechor en la oración del primer creyente que experimenta el fruto salvador de la cruz. Jesús entra en el paraíso acompañado de aquel “bienaventurado”. Muere como vivió: ejerciendo la misericordia.


REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, de las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
      La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Apo 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Apo 1,5)...
      Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13),  porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20). Es significativo que el texto evangélico de este domingo sea el de Cristo en la cruz, como servidor de misericordia.
     Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
     Sí, Cristo es rey. Él habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la cruz...
      Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).
      Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.
        O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es como los de este mundo…, pero es para este mundo!
      Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de su existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. Él no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (San Juan Pablo II).


REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?
.- ¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?
.- ¿Abro a Cristo las puertas de mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 15 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXIII -B-

1ª Lectura: Daniel 12,1-3

    En el tiempo aquel se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

                            ***             ***             ***

    Las horas negras por las que pasa el pueblo no serán definitivas. Lo definitivo será una vida nueva; habrá una reivindicación final y solemne de la verdad y la justicia. Este es uno de los textos veterotestamentarios en que se afirma explícitamente la resurrección de los muertos. La luz que definitivamente iluminará al mundo será la sabiduría y la justicia.


2ª Lectura: Hebreos 10,11-14.18

    Hermanos:
    Cualquier otro sacerdote  ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrados de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

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    El futuro está asegurado por la obra salvadora de Cristo. A diferencia de cualquier otro sacerdocio, el de Cristo es personal; en él se funden e identifican, en una unidad indivisible, ofrenda y oferente. Su sacrificio es el único que tiene poder de borrar realmente los pecados. Él será el juez y el salvador de la historia.


Evangelio: Marcos 13,24-32

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.
      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre.

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    El texto de S. Marcos se apoya en referencias veterotestamentarias (Is 13, 9-10 y 34,4). Los prodigios cósmicos sirven en el lenguaje de los profetas para describir las intervenciones poderosas de Dios en la historia; aquí, en concreto, se quieren subrayar dos aspectos: una novedad-renovación radical, que implica la desaparición de lo antiguo (cf. 2 Pe 3,13)- y la transitoriedad de la realidad presente, sin entrar a describir el cómo, ni a determinar el cuándo. El centro de esta pequeña unidad recae en la afirmación de la venida del Hijo del hombre. Para S. Marcos se trata de la venida de Jesús; pero de una venida peculiar: lo sugiere la referencia a la nube (que es signo del mundo divino) y la afirmación "con gran poder y gloria". La imagen está inspirada en Dan 7,13-14, con la que se anunciaba el restablecimiento del reino mesiánico. Aunque no se afirma expresamente la finalidad de esa venida, los contextos literarios sugieren que es para juzgar. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para reunir a los elegidos. Reunir a todos los hijos de Dios dispersos era el gran sueño de Israel (Zac 2,10; Dt 30, 4). Ninguno se perderá. La venida del Hijo del hombre pondrá fin a la dispersión originada por la gran tribulación. El final, pues, no será catastrófico, sino salvador.
    Con la parábola de la higuera, Jesús invita al discernimiento correcto de los signos de los tiempos.


REFLEXIÓN PASTORAL

     Nos encontramos en las postrimerías del año litúrgico, y los textos de la palabra de Dios nos invitan a reflexionar sobre un hecho inevitable: el fin de “este” mundo. Más de uno podrá haber quedado impresionado por el lenguaje de estos textos, especialmente el del evangelio. No es este el momento para abordar su explicación. Pertenece a un género literario especial -el apocalíptico-, caracterizado por la viveza  de sus imágenes, y que tiene por tema, generalmente, la revelación de los acontecimientos últimos de la historia. En todo caso, es una literatura de esperanza, no de catástrofe. Pero si no podemos abordar la peculiaridad de ese lenguaje literario, no debemos eludir, sin embargo, la necesidad de alcanzar su mensaje.
     Para muchos de nuestro contemporáneos la perspectiva del fin de la propia existencia y del mundo en que se mueven, y en cuya construcción han empleado, quizá, lo mejor de su vida, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable.
     Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades, que pretenden ver en los acontecimientos que estamos viviendo el umbral o el dispositivo que ponga en funcionamiento el detonador fatal. Como creyentes, ¿qué responder a esto? De todas maneras, la cuestión es seria.
      Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza responsable. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los muertos y de los últimos días, san Pablo les escribe “para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Además, “el día y la hora nadie la conoce” (Mc 13,32), por tanto “en lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba” (1 Tes 5,1)…, “y no os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra… ¡Que nadie en modo alguno os engañe!” (2 Tes 2,2-3).
      Pero es que, además, según los textos del NT, ese fin no será una catástrofe, sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la “nueva creación de unos cielos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3,13): se oirá la voz de Jesús: “Mira,  hago nuevas todas las cosas” (Apo 21,5). Será una transformación de la existencia, por la que “la creación entera ahora gime y sufre dolores de parto…, pues hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,22.24). Entonces recibirán el premio los que vienen de la “gran tribulación” (Apo 7,14).
     La carta a los Efesios ofrece las claves para una lectura optimista del llamado fin del mundo: recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). No se trata, pues, de destrucción, sino de novedad; no de muerte, sino de esperanza. Si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea sembrado, enterrado (Jn 12,24); que Jesús sea crucificado (Mt 17,22-23); que el cristiano tome cada día su cruz (Mt 16,24) y que la representación de este mundo pase (1 Cor 7,31). Pero no lo olvidemos, el hecho fundamental de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos con Él (1 Cor 6,14; 2 Tim 2,11).
      Nada de actitudes negativas. Creemos en Cristo, vivamos en consecuencia, empeñándonos diariamente porque esta nueva creación  -para los pesimistas el final- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el Padrenuestro, no puede sernos ajena. Nos lo recuerda la parábola de los talentos.
      Por tanto, en espera de que nuestra existencia adquiera una dimensión definitiva, sigamos el consejo de san Pablo a los cristianos de Filipos: “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (4,8), y “todo lo que de palabra o de obra, realicéis, sea  todo en el nombre de Jesús” (Col 3,17). Solo con una vida así interpretada, podremos celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Sé leer desde la fe los “signos de los tiempos”?
.- ¿Cómo afronto el presente? ¿con esperanza?
.- ¿Funciono en la vida con mentalidad de sembrador o de recolector?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.        

miércoles, 7 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXII -B-


1ª Lectura: 1ª Reyes 17,10-16

    En aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña. Le llamó y le dijo: Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.
    Mientras iba a buscarla le gritó: Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.
    Respondió ella: Te juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.
    Respondió Elías: No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Pues así dice el Señor Dios de Israel:
La orza de harina no se vaciará,
la alcuza de aceite no se agotará,
hasta el día en que el Señor envíe
la lluvia sobre la tierra.
    Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

                            ***             ***             ***

    El relato se sitúa en el contexto de una gran sequía que asoló la región como castigo por los pecados del rey Ajab (1 Re 17,1). A una orden del Señor, Elías se dirige desde el torrente de Kerit, al este del Jordán, a Sarepta, en territorio de Sidón, donde Dios proveerá a su supervivencia por medio de una viuda. Ni Sarepta ni la viuda pertenecían al pueblo de Israel, pero sí a ese “pueblo de Dios” anónimo con el que él construye la historia. La generosidad de aquella pobre viuda salvó la vida del profeta. Su servicio no la empobreció, sino que la inmortalizó en la historia de la salvación.


2ª Lectura: Hebreos 9,24-28

    Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres -imagen del auténtico-, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces -como el sumo sacerdote que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, Cristo tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo-. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.
    El destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que lo esperan.

                            ***             ***             ***

    La figura de Cristo como el Sumo Sacerdote y la Víctima definitiva es enfatizada en estos versículos. En él ha desaparecido toda fragmentariedad y provisionalidad. El sacrificio de Cristo es único y definitivo, no necesita repetirse; borra el pecado no mediante “sangre ajena” sino con la propia. Convertido en intercesor permanente, es la garantía de la esperanza cristiana. 


Evangelio: Marcos 12,38-44

    En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.
    Estando sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
     Llamando a sus discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado de lo que tenía para vivir.

                            ***             ***             ***

    Jesús pone en evidencia dos comportamientos radicalmente opuestos: el de los escribas, mostrando cómo la vanidad y la avaricia son comportamientos repugnantes, sobre todo cuando se arropan con “argumentos religiosos”. Y el de la pobre viuda, subrayando lo que marca la calidad de los comportamientos: el corazón. La escala de valores del Reino de Dios no coincide con la mundana. ¡Y existe el peligro de olvidarlo!
La verdadera maestra de vida es la pobre viuda, no los sabios letrados. 


REFLEXIÓN PASTORAL

    El evangelio de este domingo presenta dos escenas diametralmente opuestas: la de la ostentación de los escribas y fariseos, y la de la ofrenda humilde y silenciosa de la pobre viuda. La de la extorsión en nombre de la religión, y la de la humildad y sinceridad de corazón. A la primera, Jesús la denuncia severamente; a la segunda la eleva a la categoría de la ejemplaridad. Vamos a detenernos en la segunda escena.
     En el templo de Jerusalén había una gran arca donde la gente depositaba sus ofrendas. Y Jesús, un día, tuvo la feliz ocurrencia de sentarse frente a él. ¡Buen puesto para observar no tanto el bolsillo cuanto el corazón! “Pues donde está tu tesoro, allí estará  tu corazón” (Mt 6,21).
    Y “muchos ricos echaban mucho; se acercó una pobre viuda y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a los discípulos les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de los que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
      Las conclusiones a extraer pueden ser variadas. Sugiero una: Jesús no criticó a los que dieron mucho por lo que dieron, sino porque no se dieron; ni alabó a la viuda por lo poco que dio, sino porque se dio. Jesús advirtió, sencilla y claramente, de la insuficiencia de las donaciones superfluas.
     La primera lectura, por su parte, abunda en la misma idea, destacando cómo la ofrenda de la viuda a favor de Elías no la empobreció a ella ni a su familia, sino que les enriqueció: “Ni la orza de harina se vació, ni alcuza de aceite se agotó”. Y es que, como dice un proverbio chino: “El que espera a tener lo superfluo para darlo a los otros, nunca les dará nada”. Cuando no se es desprendido y generoso, resulta imposible distinguir entre lo necesario y lo superfluo, porque todo nos parece necesario…, incluso lo de los otros.
         Pero hay algo más; junto a esta lección práctica, la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos hace una revelación: nuestra salvación, no se ha producido con “excedentes”, con "sobras", sino con la entrega más radical de Dios, la de su Hijo, convertido en mediador e intercesor ante el Padre.
          Cristo es la ofrenda de Dios en favor nuestro; una ofrenda nada extrínseca sino íntima, en la que Dios entregó a su Hijo y se entregó en su Hijo, quien “se ha manifestado al final de los tiempos para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo…, y para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”.  Nada extraño que san Pablo nos invite a presentarnos como sacrificio agradable a Dios, porque este es vuestro culto espiritual” (Rom 12,1).
      Hoy se pretende, pretendemos, arreglar los problemas y carencias del mundo distribuyendo “excedentes”… Olvidando que el pan que realmente sacia el hambre no es el que se reparte sino el que se comparte.
     Mientras solo demos de lo que nos sobra, aunque sea mucho, los problemas no se arreglarán. Una construcción levantada con materiales de derribo, de desecho, no será más que una mala chabola. 
      Aprendamos de la generosidad de Dios a ser generosos; apropiémonos los sentimientos de Jesús que se entregó y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9).  Y aprendamos, también, de estas dos viudas pobres, la de Sarepta y la de Jerusalén, no escribieron libros ni predicaron, pero con su gesto silencioso y humilde nos dan una lección con la que entrarían en vías de solución tantos problemas que los más sesudos economistas parecen no saber solucionar, porque la cuestión no está en dar sino en darse; el problema no es solo de cartera sino de corazón.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Dónde está mi corazón?
.- ¿Me doy de mí mismo o solo doy de mis excedentes?
.- ¿Hasta dónde me inquieta el dolor del prójimo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.