1ª Lectura:
Daniel 7,13-14
Yo vi, en una visión nocturna, venir una
especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable
y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su
reino no acabará.
*** *** ***
En el marco de una visión nocturna,
caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro
imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel
contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano
radiante de luz, símbolo de Dios, le
entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar
la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una
interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual.
Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús
evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia
esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria
(Mc 14,62 par; Hch 7,55-56).
2ª Lectura: Apocalipsis 1,5-8
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, non ha convertido en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre, a Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, non ha convertido en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre, a Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.
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Este texto, que sirve de apertura del libro del Apocalipsis, encadena una serie de títulos suficientes para elaborar una rica cristología. Es el Alfa (Principio) y la Omega (Fin); el Redentor, el que nos ama, el Veraz... El Príncipe de los reyes de la tierra.
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a
Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el
Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados,
ofreciéndole vinagre y diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo.
Había encima un letrero en escritura
griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba
diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le increpaba: ¿Ni siquiera
temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque
recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino.
Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el paraíso.
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El relato de la crucifixión de Jesús
en Lucas presenta peculiaridades respecto
de los otros sinópticos: suaviza la agresividad de las autoridades judías;
incluye la burla de los soldados, desarrolla la escena de los dos ladrones y
sustituye las palabras “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” por aquellas
otras de “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lucas subraya que sea un
malhechor crucificado el único que declara inocente a Jesús. Y convierte la
súplica de ese malhechor en la oración del primer creyente que experimenta el
fruto salvador de la cruz. Jesús entra en el paraíso acompañado de aquel
“bienaventurado”. Muere como vivió: ejerciendo la misericordia.
REFLEXIÓN
PASTORAL
La fiesta de Cristo Rey da culmen al año
litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús
humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro,
esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo
trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, de las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la
originalidad de cada caso.
La afirmación del señorío de Cristo se
encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el
primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es
digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Apo 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra
(Apo 1,5)...
Pero no es este el único tipo de
afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy;
pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13), porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su
vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los
seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20). Es significativo que el texto evangélico de este domingo sea el de Cristo en la cruz, como servidor de misericordia.
Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el
designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en
un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política,
social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos
infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza;
el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese
tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
Sí, Cristo es rey. Él habló ciertamente de
un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la
instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la cruz...
Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone
para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu
Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no
hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad
del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se
alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un
corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí
(de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).
Un reino por el que hemos de trabajar
ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el
prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad
y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.
O sea, la lucha contra todo tipo de
mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y
después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural),
contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la
locura suicida y fratricida del odio. ¡No es como los de este mundo…, pero es para este
mundo!
Un reino que necesita militantes que
sitúen a Cristo en el vértice y la base de su existencia; abriéndole de par en
par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla
posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la
vida. No tengáis miedo. Él no viene a incautarse de nada, sino a dar
posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la
esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (San Juan Pablo II).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?
.-
¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?
.-
¿Abro a Cristo las puertas de mi vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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