martes, 28 de abril de 2020

DOMINGO IV DE PASCUA


DOMINGO IV DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14a. 36-41.

    El día de Pentecostés se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra: Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
     Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
     Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos.
    Con estas y otras muchas razones los urgía y los exhortaba diciendo: Escapad de esta generación perversa.
     Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

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    El texto recoge el final del primer discurso público de Pedro, acompañado de los Once. Se trata de una afirmación nítida y valiente de Jesucristo, el crucificado, como Señor y Mesías. Y a la pregunta de los oyentes -“¿Qué tenemos que hacer?”-, sigue la propuesta de la conversión para recibir el Espíritu Santo, que es la gran promesa de Jesús. Una promesa que no está condicionada por “antecedentes” culturales o étnicos sino que está abierta a todo el que busca la Verdad. Así comenzó la construcción de la Iglesia: aceptando la propuesta de la conversión a Jesucristo como Evangelio de Dios desde la lectura del Espíritu. 

2ª Lectura: 1 Pedro 2,20b-25.

     Queridos hermanos:
      Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando los insultaban, no devolvía el insulto; al contrario se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

                            ***             ***             ***
  
     La figura de Jesús debe ser el referente del cristiano, también en las situaciones adversas. Con su muerte inocente y redentora nos ha reconducido al redil de Dios como “pastor y guardián” de nuestras vidas. Seguir su “huellas” condensa todo el proyecto de vida cristiana.


Evangelio: Juan 10,1-10.

                                
      En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
     Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

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    Dos imágenes utiliza Jesús para revelar su relación con los suyos -sus ovejas-, la de la puerta y la del buen pastor. El contexto de estas palabras es una agria polémica con los fariseos (Jn 9,40).
    Tomados de una cultura pastoril, estos símbolos necesitan una clarificación. La puerta significa la vía de acceso “legal” al rebaño, y estaba vigilada por un guarda; los ladrones la evitan. En los rediles se recogían distintos hatos de ovejas de diversos pastores.
    Jesús se reivindica como la “puerta” no solo de acceso al redil, sino de acceso al Padre (Jn 14,6). Una puerta que no dudó en calificar de estrecha (Lc 13,24). A los que quieren acceder al redil prescindiendo de Jesús les califica ladrones y bandidos.
    Y se reivindica también como el buen pastor (Jn 10,11). Si el redil significa el pueblo de Dios, el guardián evoca a Dios, que ha reconocido a Jesús como su enviado y por eso le abre. El buen pastor conoce a sus ovejas por su nombre, las congrega, las precede y conduce a pastos fecundos, “para que tengan vida y la tengan en abundancia

REFLEXIÓN PASTORAL

       Afirmar que Cristo ha resucitado no es -no debe ser- una afirmación gratuita, teórica e insignificante. A la proclamación de Pedro sobre Cristo resucitado, siguió en el auditorio la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer?” (Hch 2,37). Y es que la resurrección del Señor es un acontecimiento vital, concreto, con consecuencias en la vida personal y comunitaria.
     La primera lectura ofrece la respuesta de Pedro: “Convertíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo” (Hch 2,38). Es decir, aceptad en vuestra vida a Jesucristo, dejaos normar por él, esforzaos por tener sus sentimientos y criterios, hacedle un espacio, concededle credibilidad y autoridad, porque es el único que la tiene, porque es el único que puede salvar la vida, el auténtico pastor.
      En la resurrección de Jesús, Dios dirige al hombre una llamada a un nuevo modo de existencia. “Antes andabais descarriados, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas” (1 Pe 2,25). Él es la puerta legítima de acceso al “redil” de la salvación de Dios. Hay que pasar por Jesús, hay que entrar en él y con él; lo contrario es buscar atajos equivocados.
      Dios nos ha llamado porque nos ha amado, no con una llamada genérica e indiferenciada, sino con una llamada concreta y personal, como personal y concreto es su amor. Y a ese Dios que ama y que llama personal y concretamente hay que responderle también personal y concretamente. ¡No hay anónimos…! ¿Tenemos esta experiencia? ¿Reconocemos su voz?
      Hoy la Iglesia celebra la Jornada mundial de Oración por las vocaciones. Y, ante planteamientos como este, existe el peligro de reducirlo todo a unas  cuantas peticiones  incomprometidas, para los otros o por los otros; el de considerar que esto no nos afecta, que es un tema para curas, frailes y monjas. No; las vocaciones de especial consagración son vocaciones de la Iglesia y para la Iglesia. Hay que orar, porque así lo mandó el Señor (Mt 9,38)-, pero con una oración responsable, que parta de la conciencia y de la vivencia de la propia vocación cristiana, que es de donde surgen y para quien surgen las vocaciones específicas a la Vida consagrada y al ministerio sacerdotal.
     La crisis vocacional no es un hecho aislado ni aislable, es la expresión de una crisis mayor, la de la familia y la de la comunidad cristiana, la de su identidad y sensibilidad. Las vocaciones son el termómetro, el indicador de la vitalidad religiosa de una comunidad. Por eso, la carencia de vocaciones en la Iglesia no es una fatalidad, que traen los tiempos, sino una irresponsabilidad –falta de responsabilidad – cristiana.
       Hemos de orar, en primer lugar, por nuestra vocación cristiana, para agradecerla, celebrarla y testimoniarla; y hemos de orar para que no nos falte la sensibilidad necesaria para acoger en nuestra vida, en nuestra familia la llamada del Señor a dejarlo todo por Él, por su causa, que es, también, la del hombre.
  
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento la resurrección del Señor como quehacer personal?
.- Reconozco al Señor y su palabra como normativos en mi vida?
.- ¿Cultivo y celebro mi vocación cristiana?

 Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.


martes, 21 de abril de 2020

DOMINGO III DE PASCUA -A-



 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-28.

    El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: Tengo siempre presente al Señor,
        con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua
                    y mi carne descansa   esperanzada.
Porque no me entregarás a la muerte
                    ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
                    Me has enseñado el sendero de la vida,
                    me saciarás de gozo en tu presencia.

                            ***             ***             ***

    El discurso que Lucas pone en boca de Pedro es el primero de una serie de seis discursos (Hch 2; 3; 4; 5; 10 y 13) que siguen fundamentalmente un esquema idéntico, y que resumen la predicación cristiana primitiva: Ha llegado el tiempo de la plenitud y el cumplimiento de las promesas a través de Jesús -su ministerio, muerte y resurrección-. Los primeros destinatarios del anuncio son los miembros del pueblo de Israel, pero no los únicos.


2ª Lectura: 1 Pedro 1,17-21.

    Queridos hermanos:
    Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

                            ***             ***             ***

   La Carta de Pedro invita a los cristianos a ser conscientes y a  no dilapidar la obra realizada por Dios en su favor mediante la entrega salvadora de Cristo. Hay que tomarla en serio y traducirla en la vida. La fe y la esperanza cristianas se acreditan desde la praxis, y deben ser el servicio que el creyente ofrezca al mundo.



Evangelio: Lucas 24,13-35.
                                              
    Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
    Él les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
    Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí estos días?
    Él les preguntó: ¿Qué?
    Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
    Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
     Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
    Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día va de caída.
     Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
    Ellos comentaron: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
    Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
     Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

                            ***             ***             ***

     El relato es exclusivo del evangelio de san Lucas. Dos discípulos, tras la crucifixión, han perdido la esperanza -“esperábamos”- y deciden abandonar el proyecto de Jesús. No daban crédito ni a las mujeres ni a los testigos del sepulcro vacío.    
     Jesús se les acerca para enseñarles a “leer” la historia y las Escrituras, porque buena parte de aquella decepción partía de una lectura equivocada, de una concepción mesiánica tergiversada, triunfalista y nacionalista.
    Esclarecido el sentido mesiánico de la vida de Jesús, que les había caldeado el corazón, la fracción del pan les abre los ojos, y acaban reconociéndolo. Y, desandando el camino del abandono, regresan con su testimonio a la comunidad de los discípulos.
    La escena podemos considerarla una parábola del encuentro personal con Jesús, un encuentro necesario, al tiempo que desvela a la Eucaristía como la plataforma para reconocer hoy al Señor.

REFLEXIÓN PASTORAL

      Unos discípulos, desencantados deciden abandonar, olvidar  “la causa de Jesús”. Estaban de vuelta, resignados a volver a lo de siempre. ¡Todo había sido una ilusión!
      Lo de “al tercer día resucitará” (Mt 20,19), una quimera, “de eso ya han pasado tres días” (Lc 24,21); lo de “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), se acabó en el monte Calvario; lo de “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)… De eso, nada de nada. Lo de amar hasta entregar la vida (cf. Jn 15,13), tiene necesariamente un final: acaba con la vida de quien se entrega a ese ideal… “Esperábamos que fuera el libertador de Israel…, pero ya ves” (Lc 24,21). La realidad se ha impuesto frente al sueño que encarnaba Jesús.
     Así pensaban ellos, pero la realidad no era así. Y Jesús se acercó al desencanto de esos hombres. Les escuchó, y les hizo caer en la cuenta de que su lectura era equivocada. (Lc 24,25). Necesitaban “otra” lectura, más cálida y profunda. Y al querer seguir adelante, aquellos hombres, confortados por la presencia y las palabras del desconocido, le formularon un deseo eterno: “Quédate con nosotros, porque se hace tarde” (Lc 24,29). Y, al partir el pan, reconocieron al Señor. Y es que para el discípulo de Cristo, los auténticos espacios para reconocer al Señor son la escucha creyente de la Palabra de Dios y la Eucaristía. Es ahí donde se le encuentra y donde él nos encuentra.
     El camino del desencanto está hoy bastante transitado; sobre todo cuando empieza a hacerse la tarde en la vida; aunque tampoco faltan los desencantados prematuros. Con demasiada frecuencia también nosotros, desencantados y escépticos, a duras penas acallamos la pregunta de si esto tendrá sentido y de si habrá alguien que pueda dárselo; de si valdrá la pena creer… Y nuestra fe en Dios se atenúa, y nuestra confianza en los hombres va desapareciendo, colocándonos al borde del “¡sálvese quien pueda!”.
     El camino de Emaús tuvo un final paradójico: el desencanto inicial acabó en encantamiento y gozo  -“¿no nos ardía el corazón?” (Lc 24,32)-. También nosotros podemos salir encantados de nuestros desencantos, si aceptamos al Señor como compañero y maestro de lectura de nuestra historia.
      Quien se propuso a sí mismo como “el Camino” (Jn 14,6), convirtió los caminos en cátedra: “Recorría las aldeas predicando…” (Mc 9,35).  Jesús no fue un evangelizador con sede fija. La sinagoga (Mt 4,23), la barca (Mt 13,2), la casa (Mt 9,10), el lago (Mc 4,1), el monte (Mt 5,1), el templo (Mc 12,35), los caminos (Lc 8,1)…, eran espacios abiertos y aptos para realizar su misión. Más aún, Jesús parece “privilegiar” los espacios “naturales” frente a los “sagrados” en su acción evangelizadora. La “buena noticia” de Jesús requería espacios nuevos, donde poder encontrar la realidad de la vida.
         Hoy la evangelización ha de abrirse a esos “nuevos areópagos”; salir al encuentro del hombre; buscarle en los espacios por donde transita -muchas veces rutas alejadas de lo “religioso”-; sentarse junto a su pozo (cf. Jn 4,6); acercarse a su carro (cf. Hch 8,28-29) y preguntarle, sin pretensiones moralizantes, con amor y respeto: “¿Entiendes lo que vas leyendo?” (Hch 8,30). ¿Es correcta tu lectura de la vida? Y presentarlo, con humildad y claridad,  la “lectura alternativa de Jesús”.
El “camino” es un espacio bíblico de revelación y de encuentro. Impide el aburguesamiento, el dogmatismo y la teorización fría y distante. El camino favorece el encuentro, es creativo y propicia el diálogo.  En él se perciben libremente los olores, los colores, los cantos y los dolores de la vida. En el camino todos somos “buscadores”, ligeros de equipaje (Lc 9,3), hacia una verdad presentida pero no “controlada”.
La nueva evangelización debe sondear nuevas rutas, adentrarse en ellas, con la certeza de que pueden resultar difíciles y arriesgadas. Pero también con la seguridad de que “aunque camine por cañadas oscuras, Tú vas conmigo…” (Sal 23,4).

  REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tomo en serio mi proceder cristiano en la vida?
.- ¿Caldea mi vida la Palabra de Dios?
.- ¿Es para mí la Eucaristía un espacio de revelación?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.



miércoles, 15 de abril de 2020

DOMINGO II DE PASCUA -A-


1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,42-47.

    Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casa y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

                                   ***                  ***                  ***  
    No encontramos con el primero de los “sumarios” del libro de los Hechos que transmite el “tono” de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén (otros se encuentran en 4,32-35 y 5,12-16). En él se destaca como elemento central la “comunión” (koinonía) de vida. San Lucas, con estos “sumarios”, no solo quiere “evocar” el pasado, quiere sobre todo iluminar y estimular el presente de su comunidad, proponiendo este “estilo” de vida como el modelo de vida cristiana: formación, comunión espiritual (eucaristía) y material (de bienes). La resurrección de Jesús es el principio de esta nueva vida, nacida del Bautismo y del Espíritu. Una vida que “impresionaba” a los de fuera.

2ª Lectura: 1 Pedro 1,3-9.

    Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

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    La 1ª carta de Pedro está dirigida a los cristianos que vivían el la Diáspora (1,1). Y quiere transmitirles un mensaje de aliento, invitándoles a vivir vigilantes en la esperanza de la venida del Señor.
    El texto señalado (1,3-9) es un canto de gratitud a la misericordia de Dios por la obra realizada en favor nuestro en la resurrección de Cristo: en ella hemos renacido a la esperanza. Aún, es verdad, caminamos en el exilio del mundo, en medio de pruebas, pero con la certeza de la fidelidad de Dios. Las pruebas son el control de calidad de la verdad de nuestra fe.

Evangelio: Juan 20,19-31.

 
  Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
    Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
    Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
    Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
     Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor.
     Pero él contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
    A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros.
    Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
    Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
    Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
    Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su Nombre.

                                   ***                  ***                  ***
    El relato contempla dos escenas: la primera (ausente Tomás) que, con modulaciones, encuentra equivalente en los sinópticos; y la segunda (presente Tomás), que es exclusiva del IV Evangelio.
     La primera parte presenta el cumplimiento de las promesas de Jesús a sus discípulos antes de su muerte en el discurso de despedida: “Volveré a vosotros” (Jn 14,18) = “Se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19); “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón” (Jn 16,22) = “Se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20; “Os enviaré el Espíritu y tendréis paz” (Jn 14,26; 15,26; 16,7.8.33) = “Paz a vosotros…; recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21.22); “Voy al Padre” (Jn 14,12) = “Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20,17). La resurrección es el cumplimiento de la vida y de la palabra de Jesús. Jesús es el Veraz y la Verdad.
    La escena de Tomás introduce nuevos elementos. Tomás personaliza no solo a un individuo concreto, sino a una tipología. Tomás necesita “ver” y “tocar” para creer. Jesús accede a esa “verificación”, pero advierte que la fe que hace bienaventurados es la de los que creen sin ver, fiados de la palabra de Dios. Con todo, de esa poca fe de Tomás, surge una gran profesión de fe. Del modo que sea, sin conocimiento y reconociendo de Jesucristo no hay fe cristiana.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Los textos bíblicos pascuales  nunca describen la resurrección -el cómo-, sino sus efectos. Su interés no reside en narrar anécdotas, orientadas a satisfacer la curiosidad del lector, sino que aparecen preocupados por testimoniar la presencia de Jesús entre los suyos y mostrar sus consecuencias. Una de ellas la recuerda la segunda lectura: “Dios, Padre de N.S. Jesucristo, rico en misericordia, por su resurrección de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera que os está reservada en el cielo”. Esperanza viva que sitúa al creyente en una relación nueva con Dios y con los hombres. Nos lo recuerda la primera lectura (Hch 2,42.46) ¿Qué queda de esto entre nosotros?
     Pero el mensaje de la resurrección no termina ahí; el Evangelio nos manifiesta otros aspectos importantes. Cristo resucitado nos da su paz,  su Espíritu y constituye a los discípulos en apóstoles del perdón, prolongando  existencialmente el poder salvador de su muerte y de su resurrección…
     ¡Pero faltaba Tomás! No somos comprensivos ni justos con este apóstol. Deberíamos estarle agradecidos. En realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo ante el anuncio de la resurrección (cf. Lc 24,22-24).
      A Tomás no le bastaban las referencias de terceros; buscaba la experiencia y el encuentro personal con Cristo. ¡Había sido tan verdadera su muerte! Lo experimentó y creyó – “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28)-,  y arrancó de Jesús una bienaventuranza para nosotros: “¡Dichosos los que crean sin haber visto!” (Jn 20,29). Que no quiere decir: dichosos los que crean sin conocerme, sin experimentar me, sino dichosos los que sepan reconocer mis nuevas presencias sacramentales.
     Es la última “bienaventuranza” de los evangelios. Dirigida a Tomas, la intención de estas palabras de Jesús sobrepasa ese horizonte individual, convirtiéndose en advertencia para todos los que ya no tendrán acceso “sensorial” sino “sacramental” a él, a través de la fe y del testimonio apostólico (cf. 1 Jn 1,1-3).
      Jesús no está invitando ni, menos aún, imponiendo una fe ciega: vino, precisamente, a curar cegueras (Mt 11,5). Está, más bien, exigiendo una fe lúcida, asentada en datos no procedentes de “la carne ni la sangre” (Mt 16,17), pues “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44).
      En este sentido ha de entenderse otra “bienaventuranza” de Jesús, aparentemente contraria a esta, pero que, en realidad, no la contradice sino que la corrobora: “Dichosos vuestros ojos porque ven…” (Mt 13,16-17), pues se trata de los ojos de los sencillos, iluminados no por la luz “natural”, de aquí abajo, sino por la luz del Padre (Mt 11,25-27), “que viene de lo alto, para iluminar y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
      Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29), es una llamada a descubrir al Señor, que está con nosotros “todos los días” (Mt 28,20) en los “sacramentos de la Iglesia”, particularmente en la Eucaristía; en “el sacramento del hombre”, especialmente en el desvalido (Mt 25,31-45) y en  “el sacramento de su Palabra” (Jn 8,31). Para ello, sin duda, necesitaremos el “colirio” de la fe (Apo 3,18), que dé luminosidad, perspectiva y profundidad a la mirada.
     Habrá quienes, a pesar de todo, digan: si no veo no creo. “Brille vuestra luz…” (Mt 5,16). Porque las dudas de muchos hombres nacen de la poca fe, de la poca luminosidad, de muchos cristianos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Se traduce mi fe en comunión?
.- ¿Acojo con gratitud le resurrección de Jesucristo en mi vida?
.-  ¿Qué necesito ver y tocar para creer?

Domingo J. Montero Carrión. Franciscano Capuchino.

martes, 7 de abril de 2020

DOMINGO DE RESURRECCIÓN.



1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43.

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
    Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo sino a los testigos que él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de los pecados.

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     El texto seleccionado forma parte del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio, y se enmarca en una proclamación de la universalidad de la salvación revelada en Cristo -“Dios no hace acepción de personas” (Hch 10,34b)-, frente a las resistencias del núcleo “duro” de los judeocristianos.
    En él encontramos lo elementos fundamentales de la predicación cristiana: Jesús de Nazaret: su condición y su misión; su muerte y su resurrección. Tanto de la vida y muerte como de su resurrección se destaca, por un lado, la presencia y acción de Dios -Jesús, en todo y en todo momento estuvo dentro del designio de Dios-, y, por otro, la presencia de los discípulos, que les convierte en testigos creíbles y, desde, ahí en misioneros de Jesucristo. El Resucitado es el Crucificado y el que en su vida “pasó haciendo el bien”.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4.

    Hermanos:
    Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

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    El cristiano de verdad es una “criatura nueva” (2 Cor 5,17), y su vida ha de adecuarse a esa condición. La “búsqueda de los bienes de arriba” no es una invitación a la evasión sino a la liberación.
    El cristiano sabe que no es de este mundo, pero que es para este mundo, en el que ha de inyectar el dinamismo y la sabia de la resurrección, de la vida nueva nacida de la resurrección de Cristo. Cristo no es un “escondite” ni un “refugio”, sino el espacio identificador de la vida y misión del creyente.

Evangelio: Juan 20,1-9.                                             
    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuándo aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quién quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto.
    Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas por el suelo: pero no entró.
    Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.  Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

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    La comprensión del relato ha de hacerse desde distintas perspectivas. La resurrección nadie la vio; los discípulos solo ven el sepulcro vacío. Sin embargo, el sepulcro vacío, por sí mismo, no es prueba de la resurrección. Podría haber sido “vaciado”. Es la primera constatación de María Magdalena -“se han llevado al Señor”-. Pronto circuló esta interpretación entre los judíos (cf. Mt 28,12-15). Pero el “orden” que hay dentro del sepulcro desmiente esa interpretación.
    La progresión en el acceso al misterio también merece notarse: María solo ve “la losa quitada”; el discípulo amado ve más: “asomándose vio las vendas..., pero no entró”; fue Pedro el primero en entrar y constatar el hecho. Sin embargo es el discípulo amado, entrando después, el que “vio y creyó”. Solo la fe ayuda a la lectura correcta, solo la fe aporta la visión completa y profunda del hecho.


REFLEXIÓN PASTORAL

    ¡Cristo ha resucitado! Es el clamor que hoy se alza inundando de fiesta a la comunidad cristiana.  Su palabra, su persona, su ser y quehacer no pudieron ser neutralizados ni silenciados; no podían terminar en un sepulcro.
    Han pasado los días de la pasión de Cristo, que no debemos olvidar, pues la Resurrección no difumina sino que ilumina la Cruz del Señor. Pero lo que nos distingue como creyentes no es afirmar la muerte de Cristo (eso lo afirmaron sus contemporáneos) sino el sentido de su muerte – redentora – y de su resurrección (eso lo creyeron sólo sus discípulos).
    Hoy en la Resurrección celebramos su triunfo sobre la muerte, la mentira, la violencia, el egoísmo. Celebramos el triunfo de la VIDA, la VERDAD, la PAZ, el AMOR, que eso es Cristo.
     La última palabra de Dios sobre Jesús no fue aceptar su muerte. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana. Cristo dejaría de ser el señor de vivos y muertos para pasar a engrosar la lista de los que con generosidad e ilusión quisieron elevar el nivel de la humanidad fracasando en su intento.
     Si Jesús no hubiera resucitado, el Padre no sería el Dios de nuestro credo, “el que le resucitó de los muertos”, y nosotros estaríamos aún en nuestro pecado. Si Cristo no hubiera resucitado, su causa habría sido devaluada y derrotada por la fuerza del egoísmo, de la mentira, de la injusticia...Y Él sería sólo un muerto ilustre.
     Pero no; CRISTO HA RESUCITADO. Y esta resurrección ilumina su muerte. Dios Padre aceptó la  vida y muerte de su Hijo como testimonio de auténtica donación  y, porque eso no podía terminar, no podía quedar sepultado, lo eternizó resucitándolo.
     La resurrección de Xto. es el SÍ del Padre  a la obra del Hijo, y el NO del Padre al egoísmo, a la violencia, al pecado de los hombres. Es al mismo tiempo victoria y derrota, vida y muerte, salvación y condenación... Glorificando a Cristo, el Padre descalifica cualquier otro tipo de existencia... Por eso cuando hablamos de ella y la celebramos, hablamos y celebramos no sólo la reanimación de un cadáver sino  mucho más.
     El modelo de la resurrección de Lázaro no nos sirve para comprender la  de Jesús. Si la  de Lázaro fue un milagro, la de Jesús, además, es un misterio. Al resucitar Jesús no da un paso hacia atrás sino hacia delante; no vuelve a estar vivo sino que se convierte en  “el  viviente”, el que hace vivir -Señor y dador de vida-. Su resurrección no es una mera prolongación de la vida de antes, sino la fundación de una vida nueva..., que ha de ser nuestra vida.
      Esta es la gran apuesta que hacemos los cristianos al proclamar la resurrección de Cristo.  ¿Pues qué puede significar afirmar que Cristo ha resucitado por nosotros, si no ha resucitado en nosotros? 
     La resurrección de Jesús no es un hecho aislado ni aislable. Es un movimiento iniciado en Él, pero que nos afecta y se prolonga en nosotros. ¿Y ya percibimos y testimoniamos en nosotros los gérmenes de esa vida nueva?
     No podemos decir: ¡Cristo ha resucitado! y ¿qué? Sino, ¡Cristo ha resucitado!, ¿qué tenemos que hacer? Lo hemos escuchado: dar una nueva orientación a nuestra mirada: “buscad las cosas de arriba”, que no una invitación a la evasión de esta vida, sino a la interiorización de la misma.
      Por el bautismo nos hemos incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Experiencia inevitable, ineludible para un cristiano. “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, también lo estará en una resurrección como la suya”.  Pero, si no lo está..; entonces, ser cristiano será una pretensión imposible. Y, ¿Cómo sabremos que nos hemos incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. “En esto lo sabemos: si amamos a los hermanos”. Para el cristiano el criterio es el amor, “como yo os he amado”.
    Felicitémonos por la Resurrección de Cristo y, sobre todo, vivámosla dándola cabida en nosotros. ¡Ojalá que también nosotros, como el discípulo amado y Pedro, regresemos a nuestras vidas  dando testimonio de Cristo Resucitado! ¡Que la situación tan dramática que estamos viviendo no apague la llama de la fe y la esperanza en Cristo resucitado!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué significa en mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Es él mi vida?
.- ¿Soy testigo creíble de Cristo resucitado?

 Domingo J, Montero Carrión, franciscano capuchino.