jueves, 27 de agosto de 2015

DOMINGO XXII -B-


1ª Lectura: Deuteronomio 4,1-2. 6-8

    Habló Moisés al pueblo diciendo: Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente. Y, en efecto, ¿hay alguna nación que tenga a los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como lo está toda esta ley que hoy os doy?

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   Moisés exhorta al pueblo a la observancia de los mandatos de Dios. Esos mandatos son don de Dios, principios de vida y deben iluminar la inteligencia y la conciencia del creyente. Su “escucha” supera la mera audición, supone la acogida, la meditación y la obediencia cordial. Y su puesta en práctica ha de convertirse en testimonio de fe del Dios en quien creemos: Un Dios cercano.


2ª Lectura: Santiago 1,17-18. 21b-22.27

    Queridos hermanos:
    Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los Astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo. 

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    Engendrado por Dios con la Palabra de la verdad, Cristo, el cristiano está llamado a ser la primicia de la creación. Para ello ha de mantenerse en esa Palabra, haciéndola vida de su vida. Vida concreta. La fe exige no mancharse con este mundo, pero sí hundirse en él, en sus zonas más profundas, las del dolor, para hacer ahí presente la fuerza redentora del amor de Dios.
    


Evangelio: Marcos 7,1-8a. 14-15. 21-23
                                                     

    En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse la manos). (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
    Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?
    Él les contestó: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
                                          pero su corazón está lejos de mí.
                                          El culto que me dan está vacío,
                                          porque la doctrinan que enseñan
                                          son preceptos humanos.
    Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
    En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.

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     El texto evangélico contempla tres escenas diferentes: la primera la protagonizan Jesús y los letrados y fariseos (vv. 1-8); la segunda, Jesús y la gente (vv. 14-15), y la tercera, Jesús y los discípulos (vv. 21-23). Jesús pone de relieve el absurdo de una observancia anecdótica y casuista de los mandamientos, olvidando el corazón, el espíritu de los mismos. Una llamada de atención a los intentos de codificar la vida asfixiando su dinamismo interno, desde rubricismos litúrgicos o normativas anquilosadas por un tradicionalismo trasnochado. La verdad del hombre se fragua en su corazón, que para que sea limpio ha de ser renovado por Dios ( Ez 36, 26).

REFLEXIÓN PASTORAL

    Vivimos en un mundo al que quiere habituársele al silencio de Dios, considerado como una explicación para culturas menos evolucionadas, explicación a la que el hombre moderno, autónomo y secular, puede y debe renunciar. 
     Para ese hombre, menguado y debilitado en su sentido de Dios, somos los creyentes. Pero también nosotros somos como ese hombre. Debilitados en nuestra capacidad de sintonizar con la frecuencia en que Dios emite, conectamos frecuentemente con otros centros emisores. ¡Es necesario que nos pongamos en la onda de Dios!
     La Palabra de Dios nos habla de un Dios próximo, presente y cercano, un Dios que habla y escucha. "¿Hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?".
     Este interrogante está formulado en un contexto politeísta, cuando los pueblos circundantes a Israel adoraban a dioses diversos, diferentes del verdadero Dios. Dioses lejanos e incapaces de salvar. Hechuras de manos humanas (Sal 135,15).  Pero puede resonar en nuestra comunidad  y en nuestras vidas, donde, quizá con más frecuencia de la deseable, existen otros dioses a los que entregamos nuestro tiempo, para terminar por entregarnos nosotros.
     ¿Dónde está vuestro Dios? Está cerca, pues "el que  me ama…, vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).  Está en el prójimo:"donde dos o tres están reunidos en mi nombre” (Mt 18,20)...; “tuve hambre...; lo que hicisteis a uno de estos...” (Mt 25,35.40)
     Pero esa cercanía, esa presencia de Dios es exigente, es normativa, entraña unos contenidos. En frase de la primera lectura "contiene unos mandatos" y, como dice Santiago, exige "llevarla a la práctica".
      Todo ello nos está hablando de una interiorización y de una verificación de nuestra fe en Dios. Que no basta con decir: ¡Señor, Señor...!” (Mt 7,21), porque así podemos merecer el reproche de Cristo:"Este pueblo me honra con los labios...” (Mt 15,8).   
     Con la misma lógica insiste Santiago en la segunda lectura: la acogida de la salvación - de la presencia de Dios - para que sea auténtica ha de superar el ritualismo y formulismo religioso, y traducirse en actitudes de comunión interhumana. "La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en sus tribulaciones..., y mantenerse incontaminado del  mundo". Y esta no es una recomendación a la evasión, sino a mantener una presencia íntegra, inspirada en la fe e inspiradora de fe en los que nos contemplen.
    Interiorizar, he aquí la primera exigencia de nuestra fe. Superar lo anecdótico (eso en lo que tantas veces nos perdemos) para acertar con lo fundamental: convertir a Dios el corazón; poner en movimiento el corazón y no solo los labios, pues es en el corazón donde, según el evangelio, se fragua la verdad del hombre.
    Y exteriorizar, porque “la fe sin obras, está muerta” (Sant 2,26).


REFLEXIÓN PERSONAL
    .- ¿Es coherente mi vida cristiana?
    .- ¿Soy persona de interior o de fachada?
    .- ¿Interiorizo y exteriorizo mi fe?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.






jueves, 20 de agosto de 2015

DOMINGO XXI -B-


 1ª Lectura: Josué 24,1-2a. 15-17. 18b

    En aquellos días Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos, a los jefes, a los jueces, a los magistrados para que se presentasen ante Dios.
    Josué dijo a todo el pueblo: Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Eufrates o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor.
    El pueblo respondió: ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

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    Poco antes morir, Josué reúne a las tribus en la llamada asamblea de Siquén. Tras el relato de la “memoria histórica” (vv. 2-13), Josué propone al pueblo la renovación de la alianza ofrecida por el Señor o su rechazo. La respuesta del pueblo supone una decisión clara por el servicio del Señor. Josué advierte que esa decisión no es una decisión sin exigencias ni consecuencias. El texto es de gran densidad teológica: supone la refundación del pueblo, como pueblo del Señor. No basta la opción de Dios por el pueblo; es necesaria la opción del pueblo por Dios: se trata de una relación de libertad y de amor, que ha de vivirse desde esas plataformas.

2ª Lectura: Efesios 5,21-32

    Hermanos:
    Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Este es un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

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   En su propósito de configurar la existencia cristiana desde el modelo de Cristo, la carta a los Efesios aborda también las relaciones matrimoniales. El punto de partida de comprensión es la relación esponsal de Cristo con la Iglesia: relación de comunión y entrega. No se están defendiendo relaciones supeditadas ni subordinadas, sino integradas y entregadas al amor. Pues, “ya no hay distinción enre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28). La descalificación de este texto como “antifeminista” no tiene fundamento, pues si es cierto que en él puede descubrirse el modelo de matrimonio de entonces, en el que la figura del varón era predominante, la Carta a los Efesios no lo está reivindicando, sino corrigiendo: el paradigma del matrimonio cristiana se configura desde las relación Cristo/Iglesia.

Evangelio: Juan 6,61-70


    En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
    Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues sabía Jesús desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar.  Y dijo: Por eso os he dicho que nadie viene a mí, si el Padre no se lo concede.
    Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
    Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

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    Tras la “propuesta eucarística” (Jn 6,51-58), también en el círculo de los discípulos surgen la crítica y las defecciones. Les parecía un lenguaje radicalizado, sin precedentes. ¡Y en realidad así era! Pero Jesús no da marcha atrás; aclara que su seguimiento, y la comprensión de su palabra y de su persona no se hacen desde la carne y la sangre sino desde la revelación del Padre. Y la pregunta a los Doce, al círculo de intimidad, supone la necesidad de clarificación y decisión libre y personal. La respuesta de Pedro es luminosa: ¡No hay alternativa salvadora a Jesús!



REFLEXIÓN PASTORAL

    "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44).  Quizá lo hemos olvidado: ser cristiano es una gracia, un don de Dios. ¡Hemos sido agraciados! Sin embargo, ¡qué difícil resulta reconocer en nuestros rostros inexpresivos y cansinos el gozo de creer! Si profundizáramos en esa verdad, cómo cambiaría nuestro modo de ver y vivir la vida.
    Porque no hemos alcanzado nosotros a Dios, sino que es Dios quien nos ha alcanzado a nosotros. Nuestra fe en Dios no es sino la respuesta  a la fe que Dios tiene en nosotros. Sí, Dios es también creyente: cree en el hombre, en cada hombre, hasta el punto de dejar en manos de cada uno de nosotros la posibilidad y la libertad de reconocerlo como Dios y Señor; la posibilidad y la responsabilidad de seguirlo o abandonarlo.
     De esto nos habla hoy la palabra de Dios: la respuesta a la fe es algo que hay que renovar y concretar cada día. Cada momento, cada estado y situación de vida, como nos recuerda la segunda lectura, es una oportunidad de configurar la vida desde Cristo, de vivirlos desde la fe.
     No podemos dejar que envejezcan los motivos de nuestra fe. No podemos vivir el hoy  desde el ayer.  Como a los israelitas, también a nosotros se nos pone en la disyuntiva, en la alternativa de escoger a qué Dios queremos servir; sabiendo que es imposible servir a dos señores (cf. Mt 6,24)
    Vivimos tiempos de ídolos, antagonistas declarados o camuflados del Dios verdadero. Nuestra vida discurre en una profunda contradicción: la de confesar teóricamente a Dios, para desplazarlo después en la vida real a espacios insignificantes e irrelevantes; la de decir que le amamos sobre todas las cosas, para que después cualquier cosa sea un pretexto para no amarle sobre todo. O lo que es más grave aún: la de caer en la tentación de hacernos un dios a nuestra medida, que legitime y tranquilice nuestra mediocridad.
     No es la idolatría una característica exclusiva de las culturas primitivas. Nuestra sociedad, que reclama y proclama la secularización, no ha podido, en la práctica, sortear los riesgos ni sustraerse a los reclamos seductores de los ídolos, que, aunque más sofisticados en sus formas, no son menos “vacíos”, y sí más peligrosos que las rústicas manufacturas de los antiguos.
    El dios poder-dinero-placer (la nueva trinidad), con su cortejo de ídolos menores, sus “templos”, sus “evangelios” y sus “apóstoles” configuran la nueva religión. Y así, a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos vamos convirtiendo en víctimas del consumo. Retiramos nuestros sacrificios del altar de Dios, para inmolar nuestras vidas a los ídolos del egoísmo y el materialismo.
    Ya hace muchos años resonó esta advertencia: “Tened mucho cuidado... No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto… Reconoce  hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (Dt 4,15-20. 39-40).
    Es posible la idolización, al menos práctica, de algunas dimensiones de nuestra existencia y de nuestro entorno. Es posible vivir referidos prácticamente a un dios distinto del profesado teóricamente. Es posible…, pero no es correcto, porque “¡No hay otro!”. El reto de Josué es una llamada de alerta:"Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quien queréis servir...".
     El evangelio nos presenta una situación parecida: superado el entusiasmo de los primeros días, ante las inequívocas exigencias de Jesús, comienzan los abandonos "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él".  Pero Jesús no se desdice, no recorta su mensaje: "¿También vosotros queréis marcharos?". 
     Una pregunta válida para nosotros. Porque hay muchos tipos de abandono. No abandonan solo los que se van: hay muchas presencias que son ausencias; presencias rutinarias, indefinidas...
     No basta con estar, ¡hay que saber estar! Lo advirtió Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15,8). Y todos estamos expuestos a la tentación, si no de abandonar abiertamente, sí de distanciarnos un poco de las exigencias del Evangelio; de replegarnos hacia posiciones de comodidad y tibieza, hasta donde nos conviene...

     Examinemos nuestra situación; revisemos y corrijamos, si es necesario, nuestra orientación para poder decir con verdad, como los antiguos israelitas: "Lejos de nosotros abandonar al Señor”, o como el Apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".

REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Vivo la fe desde el ayer o desde el hoy?
 .- ¿Qué ídolos lastran mi vida?
 .- ¿Gozo y experimento qué bueno es el Señor?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 13 de agosto de 2015

DOMINGO XX -B-

1ª Lectura: Proverbios 9,1-6

    La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia.

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    La Sabiduría hace una invitación pública al banquete que ha preparado, en contraste con la posterior invitación que hace la necedad (Prov 9,13-18). El hombre siempre es un “invitado”, y puede elegir la invitación: una, a la sabiduría e inteligencia; otra, a la necedad y la vaciedad. La revelación de Dios, su palabra, es la maestra que instruye en el camino de la verdad y ofrece el alimento para el camino. El texto, desde una lectura cristiana, puede considerarse una profecía del banquete eucarístico.

2ª Lectura: Efesios 5,15-20

    Hermanos:
    Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje; sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

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    Los cristianos son advertidos de la necesidad de hacer un discernimiento en la vida, pues no todo tiene la misma calidad. Un discernimiento que ha de hacerse desde el Espíritu. La comunidad cristiana debe abundar en la oración, litúrgica y personal, privilegiando la espiritualidad de la acción de gracias, que encuentra su visibilización y realización más plena en la Eucaristía.

Evangelio: Juan 6,51-59

                                                           
    En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
    Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
    Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come de este pan vivirá para siempre.

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    Continúa la liturgia presentando el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, destacando en este fragmento del llamado discurso eucarístico,  la presentación de Jesús como el pan de la vida. Su lugar original parece que encajaría mejor en el momento de la Última Cena; pero allí Juan hizo la opción de presentar otra visibilización del amor de Dios: el lavatorio de los pies. La propuesta de Jesús es no solo novedosa sino "escandalosa". Jesús no se impone, se ofrece, pero advierte que rechazarle es una opción por la muerte. La encarnación del Hijo de Dios en el hombre y por los hombres solo hallará su plenitud cuando esa encarnación se realice en cada hombre. Y eso es la comunión eucarística: encarnar al Hijo de Dios en la propia carne, y encarnar la propia carne en la carne del Hijo de Dios. En Jesús descansa y halla su plenitud la oferta, el banquete, la gran propuesta de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Continúa la liturgia presentándonos como tema central de la palabra de Dios el llamado discurso eucarístico del evangelio según san Juan. Este domingo con resonancias peculiares.  Y nos invita a un profundo discernimiento de la vida y de los dones de Dios.
    Discernir es una invitación a la vigilancia; a buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33); a anhelar las cosas de arriba Col 3,1); a hacer luz en la maraña de las urgencias humanas que nos solicitan; a silenciar reclamos tentadores de auto-realización para escuchar la palabra de la cruz; a vivir disponibles para que los otros encuentren en nosotros la apertura necesaria para sus angustias, esperanzas y alegrías.
    Discernir, en última instancia, es un modo seguro de realizar la conversión.  El discernimiento es un don del Espíritu Santo (1 Cor 12,10).
    La primera lectura, del libro de los Proverbios, es como un avance profético del misterio eucarístico. Dios, en su Sabiduría, ofrece su banquete a todos los hombres: “Venid a comer mi pan…”. “Gustad qué bueno es el Señor” (Sal 34,9). 
    En el evangelio, Jesús se hace banquete: “Yo soy el pan de la vida”; alimento insustituible, imprescindible parara vivir y profundizar la comunión con Cristo.
     Ante tal propuesta los judíos, la sabiduría humana, quedó desconcertada y escandalizada: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”.
     Nosotros, quizá, no nos extrañamos porque, insensiblemente, nos hemos habituado y hemos convertido en rutina esa audacia de Jesús.
    ¡No estaría mal que también nosotros recuperáramos la sorpresa, la admiración, ante esta realidad, que está llamada a ser diaria, pero no rutinaria, en nuestra vidas. Porque la Eucaristía es sorprendente.
     Jesús nos dice que la comunión eucarística no es una cuestión menor; es cuestión de vida o muerte. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
    Implica encarnar a Cristo en la propia carne; la comunión es una prolongación de la Encarnación. Hay que comer su carne y beber su sangre, hay que hacer nuestra su carne y su sangre, y hacer suya nuestra carne y nuestra sangre, es decir, nuestra vida, y esto no es solo “comulgar” sacramentalmente, sino existencialmente con la carne y sangre de Cristo. ¿Y dónde está hoy su carne y su sangre? “¿Cuándo te vimos?” “Tuve hambre…” (Mt 25,37ss), por ahí pasa la comunión con la carne y sangre de Cristo. Comer su carne y beber su sangre no es solo ligarnos intensamente a su causa, sino ligarlo a él a la nuestra y a la causa del hombre. Y eso ya desde la “primera” comunión. Solo así viviremos en él y tendremos su vida eterna.   
     La comunión eucarística es donde alcanza su máxima cota de intimidad la relación del creyente con Cristo. “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. La comunión eucarística es la única posibilidad para una existencia verdaderamente cristiana. “El que me come, vivirá por mí”.
     Una expresión con doble lectura. “El que me come, vivirá por mí”, es decir, recibirá vida de mí; yo seré su vida. Y, también, “el que me come, vivirá por mí”, es decir, existirá para mí; yo seré su referencia vital. Y es que en la Eucaristía Cristo se manifiesta como el origen y el sentido de nuestra vida.
     “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lc 22,19) fue la recomendación de Jesús. Y no es una invitación ritual, sino vital. No se trata tanto de repetir unos ritos sino de interpretar y recrear la vida al estilo de Jesús, en clave de donación y de entrega. Pero esto solo es posible desde Él y con Él. 

            Por eso, san Pablo nos invita, en la segunda lectura, a celebrarla constantemente, con sentido eclesial. “Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”; pero con discernimiento: “Fijaos bien cómo andáis…, dejaos llevar por el Espíritu”. Pues no se trata de una celebración cualquiera. Acojamos este mensaje e introduzcámoslo en nuestra vida.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son mis criterios de discernimiento?
.- ¿Qué discernimiento hago de la Eucaristía?
.- ¿Vivo la comunión como encarnación o solo como devoción?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 6 de agosto de 2015

DOMINGO XIX -B-


 1ª Lectura: 1 Reyes 19,4-8

    En aquellos días, Elías llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Continuó él por el desierto una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo: Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres. Se echó debajo de una retama y se quedó dormido. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: Levántate y come. Miró Elías y vió a su cabecera un pan cocido en las brasas y una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a echarse. Pero el ángel del Señor le tocó por segunda vez diciendo: Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas. Se levantó Elías, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.

                        ***                  ***                  ***                  ***

      La reina Jezabel, esposa de Ajab, rey de Judá, ha planeado eliminar a Elías, y este decide ponerse a salvo. El sentimiento de abandono y fracaso hunde al profeta, que se echa a morir en el desierto, en donde el pueblo sufrió desesperanza, Moisés estuvo acosado y Agar se vió a las puertas de la muerte. Pero allí recibe un alimento inesperado, como el antiguo maná que alimentó al pueblo en su camino hacia la tierra prometida. Elías está recorriendo ahora el camino a la inversa: de la tierra prometida al lugar original de la promesa, el Horeb; pero en ese camino también está el Señor. Los caminos de Dios solo pueden recorrerse con el alimento del Señor.


2ª Lectura: Efesios 4,30-5,2

    Hermanos:
    No pongáis triste al Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Marcados por Dios con el Espíritu Santo, hemos de evitar entristecerle con cualquier comportamiento o actitud que rompa o deteriore la comunión fraterna. La comunidad eclesial está expuesta a tensiones y rupturas. El cristiano es invitado a vivir en el amor de Cristo y a recrearlo en la vida.


Evangelio: Juan 6,41-52


                                                         
    En aquel tiempo criticaban los judíos a Jesús porque había dicho “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: ¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
    Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”
    Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
    Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

                        ***                  ***                  ***                  ***

            Continuamos en el discurso eucarístico del cap. 6 de san Juan. El acceso a Jesús no se origina desde la carne ni la sangre, sino desde el Padre, desde la fe. Él, Jesús, es el pan de la vida que cura las hambres más profundas del hombre y fortalece sus debilidades.

  
REFLEXIÓN PASTORAL

    "Gustad y ved qué bueno es el Señor... (Sal 34,9). Es la gran experiencia cristiana - debe serlo -. La hizo Pedro ("¡Qué bueno es que estemos aquí!" Mt 17,4); Pablo ("Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo" Flp 3,8); Teresa de Jesús ("Quien a Dios tiene nada le falta..."); Francisco de Asís ("Dios mío y todas mis cosas").
     El mundo, nuestro mundo, está cada vez más saturado y más insatisfecho, porque las capacidades más hondas del hombre no se colman con sucedáneos ni con productos efímeros, que llevan necesariamente la fecha de caducidad. ¡Y esa, desgraciadamente, es nuestra más frecuente y principal dieta: productos perecederos que no sacian y, además, estropean el gusto, el buen gusto.
     "Gustad y ved qué bueno es el Señor" no es una llamada sentimental ni al sentimentalismo; es una invitación a adentrarse en el misterio de Cristo, en su conocimiento y seguimiento. Es una gracia, pues "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44); se requiere una sabiduría "escondida, misteriosa", que supera las capacidades humanas de comprensión (cf. 1 Cor 2,7). Por eso muchos miran sin ver, porque solo "tu luz nos hace ver la luz" (Sal 36,10).
     Y ¿desde dónde hacer esa experiencia de Dios? La Sagrada Escritura nos muestra uno de esos espacios privilegiados: La Eucaristía. Aquí se nos ofrece la posibilidad de gustar y ver qué bueno es el Señor.
      No fue la Eucaristía una ocurrencia de última hora; fue algo muy madurado por Jesús. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar: es, por definición, don. El que ama tiende a dar cosas, incluso las que más aprecia, hasta, si es posible y necesario, darse. Pero, además, el amor desea  quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor.
     En la hora de los "adiós" se dejan cosas que suplan la presencia y llenen la ausencia: un regalo, una foto... No importa lo que sea, pero siempre es algo en lo que se pone lo mejor de uno mismo "para que te acuerdes de mí", decimos.
     Pues bien, Jesús "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1), sintió deseos de quedarse con nosotros dándose a sí mismo en comida y bebida. Y ¿por qué? "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
      Siendo sapientísimo no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo  hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la Eucaristía.
     Por eso cada vez es más urgente un discernimiento del uso que hacemos del Cuerpo y la Sangre del Señor. Comulgar es interiorizar a Cristo en nuestra vida; es una adhesión cordial y práctica al amor y al proyecto de Jesucristo.  Por eso antes de comulgar se proclama el Evangelio (para saber a quien nos unimos sacramentalmente), y por eso recibimos a Cristo después de la proclamación del Evangelio (para que con la fuerza de Jesús podamos cumplirlo). El concilio Vaticano II sintetizó muy bien estos aspectos de la celebración eucarística, donde los fieles nutren su espíritu "con el pan de la vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (DV 21).
      Comulgar con Cristo es “peligroso” y “maravilloso”: supone asumir sus actitudes, su proyecto, sus opciones.  No es una devoción piadosa.
     Una pastoral poco discernida ha convertido la comunión, ya desde la “primera”, en un acto devocional, intimista, carente de proyección vital. La comunión sacramental eucarística hoy está demandando discernimiento personal y pastoral (1 Cor 11,27-29).
     No se trata de alejar a nadie, estableciendo barreras de elitismo religioso. Para comulgar no hay que “saber” mucho, sino “ser” y “sentirse” pobre; no estar saturado, sino tener hambre y sed de justicia. La comunión sacramental con Cristo debe ser una comunión real con su vida y con su proyecto.
     Y como el profeta Elías (1ª lectura), necesitamos ese alimento para recorrer el camino de la vida, y hacer frente a los retos y dificultades que necesariamente habremos de encontrar. Pues Cristo no nos prometió un camino fácil; nos prometió que no estaríamos solos en el camino.

            "Gustad y ved qué bueno es el  Señor" ¡Que el Señor nos conceda esta experiencia!

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son los nutrientes de mi vida cristiana?
.- ¿Con qué frecuencia me acerco a la mesa de la Eucaristía?
.- ¿Siento en mí y manifiesto en mí las marcas del Espíritu?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.