jueves, 26 de diciembre de 2019

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA -A-


1ª Lectura: Eclesiástico 3,2-6. 12-14.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

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El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino también crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en las que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21.

Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

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El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre.
Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo.
Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

Evangelio: Mateo 2,13-15. 19-23.
                                            Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. 
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo Dios por el Profeta: “Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto”.
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño”.
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno.

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Además del hecho de la huida a Egipto de la Sagrada Familia, donde aparece ya la existencia de Jesús marcada por la señal de la cruz, el evangelista quiere ofrecer en este relato otras sugerencias importantes para los primeros cristianos provenientes del judaísmo y para los judíos que no aceptaban a Jesús ni lo reconocían como el enviado de Dios. Algunos detalles recuerdan la vida de Moisés: la matanza de los inocentes (Ex 1,15-16), la huida de Moisés al desierto ante el peligro del faraón (Ex 3,14-15), y su regreso a Egipto, una vez muerto el faraón (Ex 4,19-23). ¡Jesús es el nuevo Moisés! Pero más importante aún es la relación que establece entre Jesús e Israel. La huida de Jesús y su familia evoca el traslado de Jacob a Egipto (Gen 46,1-7). Desde allí, Jesús, el verdadero Hijo, inicia el nuevo y definitivo éxodo (Os 11,1). Su regreso a la tierra de Israel es el primer paso de un camino semejante al que recorrió Israel en sus orígenes. Jesús es el nuevo Israel y el modelo del nuevo Éxodo. Y todo esto en familia.

REFLEXIÓN PASTORAL

En el marco de la Navidad, la Iglesia quiere ofrecernos una referencia válida -la de la familia de Nazaret- para iluminar y estimular esa realidad tan fundamental de la existencia. ¿Pero, es una propuesta realista la de la familia de Nazaret? ¿No se trata de una referencia inalcanzable, no solo por su lejanía en el tiempo, sino, sobre todo, por la abismal distancia de calidad personal entre ella y nosotros?
A fuer de llamarla Sagrada, olvidamos que fue una familia real. Frente a los evangelios apócrifos, que la consideraban como un espacio idílico y fantástico, nuestros Evangelios, subrayan el riesgo, la tensión y el quehacer humanizador en el que se vio inmersa.
Así, la familia de Nazaret fue una familia en apuros, llegando al riesgo de la ruptura (Mt 1,18-19); situación que se superó por la inspiración del Espíritu Santo a José (Mt 1,20b), pero, también, porque ambos, María y José, supieron quererse y creerse más allá de la evidencias inmediatas.
Fue una familia amenazada. El poder tembló (Mt 2,3) cuando tuvo noticia del nacimiento de quien había venido a servir (Mt 20,28). Y María y José y el niño Jesús conocieron las penurias de la emigración y de la persecución política (Mt 2,19-23).
La Sagrada Familia fue un espacio de crecimiento, de maduración personal integral (“Jesús crecía” Lc 2, 40.52); un lugar donde, desde el respeto a las situaciones personales (José respeta la situación de María (Mt 1,18-25); Jesús hace ver a sus padres cuál es su principal tarea y que es inútil disuadirle (Lc 2,49); María acepta esos planteamientos, meditándolos en su corazón), se vive intensamente un proyecto de vida común (Lc 2,19.51).
Fue una familia temerosa de Dios. Uno de los rasgos que se subrayan en el evangelio es que cumplían todo lo dispuesto en la Ley del Señor.
La familia de Nazaret fue una familia idea por Dios; de ahí que se haya convertido en el ideal de toda familia cristiana y de toda la familia cristiana, que es la Iglesia.
Son muchos los interrogantes, los problemas, las tentaciones que se cierne sobre la familia. Las soluciones no pueden improvisarse. Cada caso requiere su discernimiento. La familia es una obra de arte y requiere artistas que la realicen; es un tejido muy sutil, elaborado con hilos finos y preciosos, y requiere manos expertas e inspiradas.
Que la Sagrada Familia nos inspire para construir cristianamente la familia de la carne y de la sangre, la familia de la fe, que es la Iglesia, y la familia de todos, que es el mundo.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Frecuento la escuela de Nazaret? ¿Aprendo sus lecciones?
.- ¿Siento a la Iglesia como familia?
.- ¿Privilegio la vida de familia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.


martes, 17 de diciembre de 2019

IVº DOMINGO DE ADVIENTO -A-



1ª Lectura: Isaías 7,10-14

    En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: “Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”.
    Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor”.
     Entonces dijo Dios: “Escucha casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros´).

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    Este oráculo de Isaías se sitúa en el momento histórico en que Siria y Efraím (el Israel del norte), tras haber intentado sin éxito una alianza con Judá para atacar a Asiria (2 Re 15-16), se deciden a imponer en Judá, por la fuerza, un rey que favorezca sus planes (Is 7,6). Ante esta decisión “se estremeció el corazón del rey y el de su pueblo” (Is 7,2).
    El profeta intenta aportar serenidad, pero sin éxito (Is 7,4b-9b). Ante este rechazo del rey, Isaías pronuncia el oráculo conocido como “el del Enmanuel”. En él se anuncia la cercanía de Dios y su fidelidad a la dinastía davídica en ese momento difícil, y se asegura la desaparición de ese peligro, pero también se hace una llamada a la fe: “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9b).
     El centro del oráculo reside en el “niño”: él es la señal. Respecto de la madre se ha especulado sobre su identidad (¿una de las esposas del rey?, ¿la esposa de Isaías? ¿una alusión a la ciudad de Jerusalén?). La relectura cristiana ha introducido en la lectura de esa figura la perspectiva mariológica.

2ª Lectura: Romanos 1,1-7

    Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo,  nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús.
    A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

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    A una comunidad a la que no conocía personalmente, Pablo dirige la Carta síntesis de su pensamiento apostólico. Se presenta como elegido de Dios y siervo de Cristo para anunciar el Evangelio. Una reivindicación que él juzga necesaria, frente a los que impugnaban su condición de apóstol (cf. 2 Cor 11-12). Evangelio que hunde sus raíces en las Escrituras Santas, y que halla su plena manifestación en la persona de Jesucristo, -“Evangelio de Dios”-, Hijo de Dios, por el Espíritu, y verdadero hombre, de la estirpe de David. Un Evangelio que no conoce fronteras, y que ha llegado ya hasta la capital  del mundo conocido -Roma-.

Evangelio: Mateo 1,18-24

    La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
    José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
     Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: Dios-con-nosotros).
    Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

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         En los evangelios sinópticos hay dos anuncios de la concepción de Jesús: el de san Lucas (Lc 1,26-38) y el de san Mateo. En este IV Domingo del ciclo A la liturgia nos presenta el de san Mateo. Con este relato el evangelista nos “avanza” el misterio de la Navidad, cuyos protagonistas son El Espíritu Santo, María y Jesús. Pero nos presenta también al “servidor” de la Navidad, al encargado de “gestionar” esa realidad y de poner el nombre al Niño que ha de nacer. Y ese gestor es José, que “era bueno”. Un personaje de silencio, de fidelidad, sobrio y sin adornos, lleno de amor a María y a Jesús. Un modelo para acoger y celebrar la Natividad del Señor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    En el umbral de la Navidad, María nos muestra el modo más veraz de celebrar la venida del Señor: acogida gozosa y cordial de la Palabra del Señor; y el estilo: encarnándola y alumbrándola en la propia vida.  María es la primera luz, la señal más cierta de que viene  el Enmanuel, porque lo trae ella.
     En esto consiste la grandeza inigualable de María: en una entrega inigualablemente audaz y confiada en las manos de Dios; en una acogida inigualablemente creadora del Señor.
    María es una figura que produce vértigo, por su altura y profundidad. Interiorizada por Dios, que la hizo su madre, e interiorizadora de Dios, a quien hizo su hijo. Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza María y, milagrosamente, María es la tierra en la que florece el Hijo de Dios.
    Pero esto no le dispensó de la fe más honda y difícil. La encarnación de Dios estuvo desprovista de todo triunfalismo. La Navidad fue para  María, ante todo, una prueba y una profesión de fe. “Dichosa tú, que has creído” (Lc 1,45). Por eso es “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42).       
    Y junto a María, José, “que era justo” (Mt 1,19).  Y porque era justo: aceptó el misterio que Dios había obrado en María, su esposa (Mt 1,24); se entregó sin fisuras al servicio de Jesús y de María; asumió las penalidades de la huida a Egipto para proteger la vida de Jesús, amenazada por Herodes, (Mt 2,13-15); lo buscó angustiado, con María, cuando, a los doce años, decide quedarse en Jerusalén (Lc 2,41-50); fue el acompañante permanente del crecimiento de Jesús en edad, sabiduría y gracia (Lc 2,52); y aceptó el silencio de una vida entregada al servicio del plan de Dios, renunciando a cualquier tipo de protagonismo… José no es un “adorno”, ni un personaje secundario. Nos enseña a saber estar y a saber servir.
     María y José son los protagonistas de un SÍ a Dios, que hizo posible el gran SÍ de Dios al hombre: Jesucristo, a quien san Pablo presenta (2ª lectura) como el núcleo del Evangelio, destacando su condición humana -“de la estirpe de David”- y su condición divina -“Hijo de Dios, según el Espíritu”-.
     Estos son los mimbres con los que Dios quiso tejer el gran misterio de su nacimiento.  Mimbres humildes, flexibles, pero sólidos. Dios elige “lo que no cuenta…” (1 Cor 1,28).
    No temas quedarte con María” (Mt 1,20). Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es maestra del Evangelio; porque con  ella siempre estará su Hijo.  Será la mejor compañera, constructora y maestra de la Navidad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- En el umbral de la Navidad, ¿con qué actitudes me dispongo a celebrarla?
.- ¿Qué ha supuesto para mí el tiempo de Adviento?
.- ¿En qué modelos me inspiro para celebrar la Navidad?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.



martes, 10 de diciembre de 2019

IIIº DOMINGO DE ADVIENTO -A-



1ª Lectura: Isaías 35,1-6a. 10.

    El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor el narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza: alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

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    El capítulo 25 de Isaías es un poema que contempla la vuelta del Destierro y, por tanto, habría que relacionarlo con la segunda parte del libro de Isaías (caps. 40-55), conocido como “Deutero  Isaías”. El profeta contempla y canta la restauración de Israel. El pueblo contemplará la gloria y la belleza del Señor, reflejada en la transformación del desierto en vergel. Esa noticia debe regenerar a la comunidad que, liberada de sus ataduras, recuperada de  su fragilidad, es invitada a ponerse en camino hacia la patria, la Sión renovada y convertida en morada permanente del Señor.
    Situado en el Adviento cristiano, el texto supone un estímulo para dotar a nuestra vida de esperanza y de alegría, superando miedos y debilidades, y encantarnos con la contemplación de la belleza y la gloria de nuestro Dios, reflejada en rostro de Cristo (2 Cor 4,6), verdadero renovador de la humanidad.   

2ª Lectura: Santiago 5,7-10.

    Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

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    A los primeros cristianos les inquietaba el retraso de la venida del Señor. Esperaban con ansiedad ese momento. La situación que estaban viviendo era difícil -“rodeados de toda clase de pruebas” (Sant 1,2)-. En la Carta, dirigida a cristianos de origen judío dispersos por el mundo greco-romano, se les anima no solo a la paciencia sino también a la fortaleza y la perseverancia. Hay que abandonar cálculos de tiempo cronológico,  y “abandonarse” a la promesa del Señor, que no fallará.

Evangelio: Mateo 11,2-11.

    En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
    Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”
    Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quién está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.

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    A la cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de sus obras, que no parecen coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado y encarnado por él (cf. Mt 3,1-12; 11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de Jesús. Y esta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos (Is 35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es la Buena Noticia.
     Junto a este testimonio de sí mismo, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un plus  -un tono y un rostro nuevo-, no lo descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos del poder; es más que profeta: es el Precursor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is 35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo “gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf. Rom 8,22)?
    La Palabra de Dios nos invita no solo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo para la misma: la venida del Señor.  El profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la creación, reflejo de “la belleza de nuestro Dios” (vv. 1-2), del rejuvenecimiento hombre, que recuperará el pleno uso de sus sentidos, y del de la misma sociedad (vv. 3-6).
    La alegría y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
   La venida cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría. Pero esperar no es fácil. Por eso la Carta de Santiago nos advierte: “Tened paciencia, hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
    ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa  pregunta se encuentra condensada la expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn 14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que, por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú? Y Jesús no duda en la respuesta: SÍ, Él es todo eso, y no hay que esperar a otro. Y concluye: Dichoso el que no se siente defraudado por mí” (Mt 11,6). 
       En realidad Él, Jesucristo, no defrauda, porque vino a dar testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados los que van tras Él buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
    Acojamos la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma nuestra esperanza; si es Él el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión, pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?
.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.

martes, 3 de diciembre de 2019

II Domingo de Adviento: SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA



1ª Lectura: Génesis 3,9-15.20.

Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás? Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó. ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te he prohibido comer? Adán respondió: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho. Ella respondió: La serpiente me engañó y comí. El Señor dijo a la serpiente: Por haber hecho esto serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón. El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de los que viven.

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Entre las múltiples resonancias que encierra este texto con que se abre la historia humana, denominado “protoevangelio”, la liturgia de hoy quiere subrayar la esperanza basada en la misericordia de Dios, que va más allá del pecado del hombre, destacando la figura de “la mujer”, madre de los que viven, de la que surgirá esa esperanza.  La Iglesia ha visto en esa madre de los que viven a María, madre de los creyentes.

2ª Lectura Romanos 15,4-9.

Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.

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El texto seleccionado pertenece al final de la parte exhortativa de la Carta y está tomado de la liturgia del segundo domingo de Adviento por disposición de la Conferencia Episcopal que quiere conservar en esta celebración de la Inmaculada una presencia de la liturgia del Adviento. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo. Dios no discrimina: la elección, en otro tiempo, del pueblo judío no supuso la exclusión de los gentiles, y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no oscurece esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).

Evangelio: Lucas 1,26-38.

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso pues no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la dejó.

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El relato de la Anunciación nos presenta a María, mujer de fe, humilde, llena de gracia, bendita entre las mujeres, como el instrumento por el que Dios llevará a cabo su obra sanadora y salvadora. Dios llamó respetuosamente a su puerta y ella la abrió de par en par: “Hágase en mí según tu palabra”. En esto consiste la grandeza inigualable de María, en una entrega inigualablemente audaz y generosa a la voluntad de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

       En el tiempo del Adviento, aparece esta fiesta como razón y estímulo de esperanza. Una fiesta de grandes resonancias en el pueblo cristiano; una verdad que, antes de ser declarada dogma, fue creída, vivida y celebrada por el pueblo de Dios, y particularmente por el pueblo español, donde ciudades y pueblos asumían como compromiso público la defensa de este privilegio de María. Una verdad que fue fervientemente defendida en el campo del debate teológico y de la práctica devocional por la familia franciscana, enarbolando el título de la Inmaculada como enseña y bandera peculiar de su amor a la Virgen.
         La Inmaculada ha sido una constante fuente de inspiración, no solo religiosa sino estética. Las palabras de los hombres se han potenciado, depurado y estilizado en filigranas de ritmos y rimas para pronunciar su belleza; los pinceles inventaban colores con que traslucir su misterio; la música buscó melodías siempre nuevas para cantar a la “Tota pulchra”, a la Purísima…
         Sí, María ha sido cantada, pero, ¿ha sido comprendida? Y, sobre todo, ¿ha sido escuchada? ¿Qué celebra la Iglesia en esta solemnidad de la Inmaculada?
La realización en ella de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho singular, que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.
         La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.
         Y no fue un hecho discriminador para los demás: el privilegio de María no ofende sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”. Contemplar a una mujer Inmaculada y Purísima es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. María es un avance profético de esa nueva creación. El misterio, el milagro de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. “A esto estábamos destinados por decisión de aquel que hace todo según su voluntad” (Ef 1,11)
         Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos.
         “Dios  nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad a ser  sus hijos…” (Ef 1,3.4.5). El privilegio de la Inmaculada es nuestra vocación, que a partir del bautismo nos introduce en esa ruta de redención. 
        Pero hay otro aspecto a reseñar. En una sociedad donde aflora el desencanto, y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada.
 Quizá nos falta inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes, vacíos y banales, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.
Que la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en gracia de Dios, para ser nosotros, como nos recuerda san Pablo, “alabanza de su gloria”; para proclamar también nosotros con voz propia, como María, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la celebración de esta fiesta?
.- ¿Celebró solo el “privilegio” de María o también mi vocación a la santidad?
.- Como la Virgen, ¿hago de mi vida un canto de alabanza y acción de gracias, un Magnificat?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano-capuchino.




martes, 26 de noviembre de 2019

Iº DOMINGO DE ADVIENTO -A-


1ª Lectura: Is 2,1-5.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

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Conocido como “el profeta del Adviento”, será Isaías quien aporte el apoyo veterotestamentario a las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico.
El texto seleccionado tiene afinidades con Miq 4,1-3. En ambos se contempla la restauración de Sión, convertida en centro de peregrinación de las naciones, la restauración de la paz y un mundo y una sociedad regida por la palabra del Señor.
Se trata de un oráculo de restauración escatológica, orientado a alimentar la esperanza, a depositar la confianza en la fidelidad de Dios. Él será el protagonista de una salvación universal, el árbitro de las naciones y el artífice de la verdadera paz. Él será la luz bajo la que caminarán pueblos numerosos. Esta era la esperanza del profeta, que halló su cumplimiento en Cristo: el juez definitivo (Jn 5,22), el constructor de la paz (Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos de los hombres (Jn 1,9).

2ª Lectura: Romanos 13,11-14

Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.

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San Pablo exhorta a vivir con lucidez el presente. Con la redención de Cristo ha llegado la “Hora” de Dios. El cristiano, “hijo del día” (1 Tes 5,5), ya desde ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y  del imperio de las tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp 3,20). Consciente de vivir en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de Jesucristo, ha de conformar su vida con esa “hora” de la historia. Esta consideración es uno de los fundamentos de la moral paulina.

Evangelio: Mateo 24,37-44.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.

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El texto evangélico es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).
Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).

REFLEXIÓN PASTORAL

Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un tiempo crítico, que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
El Adviento es tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para  recrearnos en ella. Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:
·        Saber que Dios tiene la última palabra, y concedérsela.
·         Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).
·        Desenmascarar falsas esperanzas.
·        Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.
·  Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como  irremediable.
·        Descubrir el encanto de la dura realidad.
En nuestros días, caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” y  no  alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.
Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!
En la misma línea está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).         
    Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y privarle de una clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz del Señor!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud abordo el Adviento?
.- ¿Qué espero y a quién espero?
.- ¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 16 de octubre de 2019

DOMINGO XXIX -C-


DOMINGO XXIX -C-
1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.
Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

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La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió solo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.

2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2
Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.

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El texto rezuma un tono pastoral. Comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico.  Palabra que debe ser  escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.

Evangelio: Lucas 18,1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

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Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará al corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre. Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.


REFLEXIÓN PASTORAL

   Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.
   “La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas.
  Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.
   Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…
   Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.
  La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…
   En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.
Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio devocional o marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.
     Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo. Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible?
   La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del evangelio” (II Tm 1,8).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?
.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?
.- ¿Soy perseverante en la oración?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.

martes, 8 de octubre de 2019

DOMINGO XXVIII -C-


1ª Lectura: II Reyes 5,14-17.

En aquellos días Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo: Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía, lo rehusó.
Naamán dijo: Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor.

                                   ***                  ***                  ***

Tras la curación, el ministro del rey de Siria, regresa a Eliseo para expresarle su gratitud y reconocimiento. El profeta, al rechazar el presente, evidencia la calidad de su profecía: él no vive de la religión. Y muestra también la calidad del  Dios de quien es profeta: un Dios que no establece distinciones entre los hombres,  ni está vinculado a ninguna tierra. Es padre de todos.

2ª Lectura: II Timoteo 2,8-13.

Querido hermano:
Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si lo negamos, él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

                                   ***                  ***                  ***

Pablo invita a Timoteo a mantener siempre viva en su vida la memoria de Jesucristo. ¡Nunca hay que perderle de vista ni de la memoria! Y no se trata una contemplación o un recuerdo evasivos; supone afrontar con generosidad y audacia la tarea evangelizadora. El evangelizador podrá ser encadenado, y hasta eliminado, pero no el Evangelio -“la palabra de Dios no está encadenada”-. Jesús es la garantía, porque permanece fiel.

Evangelio: Lucas 17,11-19.
                                                                     
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo. “Id a presentaros a los sacerdote”.
Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado”.

                                   ***                  ***                  ***

El relato es propio del evangelio de san Lucas y subraya, una vez más, la actitud compasiva y bienhechora de Jesús. Curiosamente se trata de un grupo “mixto” de enfermos de lepra (judíos y samaritanos). La desgracia une a quienes la ortodoxia oficial consideraba inconciliables (los judíos y los samaritanos no se relacionaban). Como ese tipo de enfermedad excluía oficialmente de la comunidad, Jesús les ordena que vayan a los sacerdotes para que, reconociendo su curación, les devuelvan a la vida social. Los enfermos, creyendo en la palabra de Jesús, aún leprosos, se ponen en camino. Al verse curados, nueve siguen adelante a oficializar su situación legal, pero uno, y samaritano, regresa para dar gracias. Jesús, que no actúa por interés pero no es indiferente a la ingratitud, alaba la actitud agradecida del samaritano, y lamenta profundamente la ingratitud de los otros nueve. Estos fueron curados de la lepra; el samaritano, ademas, es salvado.

REFLEXIÓN PASTORAL
    Dios es gratuito, no se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios, que es Padre de todos, está sobre todos y lo transciende todo (Ef 4,6). Es el mensaje de la primera lectura. También Naamán, el sirio, experimentó la bondad de Dios, y desde esa bondad Naamán reconoció al verdadero Dios.
   Entrega y bondad que se hizo realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito” (Jn 3,16)-, que vino para derribar el muro que separaba a los hombres, reuniendo a todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la iglesia (cf. Ef 2,14).
   Nada más contrario al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del evangelio.
    Hasta aquí una afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación gratuita de Dios, es Dios que se da. Pero hay un segundo elemento a destacar: a la gratuidad corresponde la gratitud.
    ¡Dar gracias! Hoy, cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo; cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.
    Hemos absolutizado la dimensión productiva del hombre, olvidando otras fundamentales, como la estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del trabajo, hasta convertir de bendición en opresión; de medio de realización personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra vida…, por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonos de dar gracias a Dios y a los hombres.
   Jesús fue una persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de agua dado en su nombre quedará sin recompensa; por eso le apenaba profundamente la falta de gratitud: “¿No eran diez los curados?;  los otros nueve ¿dónde están?”
   María, también, fue una mujer agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible: agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; agradece, de antemano, la acogida que la dispensarán las generaciones futuras; agradece el que Dios tome parte por los pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un “magnificat”, un “gracias, Señor” (cf. Lc 1,47-55).
Francisco de Asís fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas, sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas, mi Señor”.
   Dar gracias es nuestra vocación. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios quiere de vosotros” (I Tes 5,18) exhorta san Pablo. Es nuestra tarea, pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de nuestra oscuridad interior. Sólo purificando la mirada hasta el grado de ver a Dios en las cosas, suceso y personas se puede reconocer su verdad íntima y última.
   Dar gracias es acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación de Dios. Es un ejercicio del corazón y no sólo de los labios; es un compromiso real y no sólo un cumplido.
    La eucaristía, memorial de Cristo por excelencia, es la acción de gracias que el cristiano presenta al padre en nombre de Cristo. En Cristo, por Cristo y con Cristo agradezcamos el donde la fe, su constante presencia entre nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta en el dolor) y que Él no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer y agradecer su presencia entre nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué espacio ocupa en mí  la gratitud y la gratuidad?
.- ¿Hago memoria de Jesucristo en mi vida y con mi vida?
.- ¿Cómo participo en la Eucaristía, rutinaria o responsablemente?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.