1ª
Lectura: Is 2,1-5.
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y
Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en
la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los
gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del
Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y
marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra
del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De
las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada
pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven;
caminemos a la luz del Señor.
*** *** ***
Conocido como “el profeta del Adviento”, será Isaías
quien aporte el apoyo veterotestamentario a las lecturas de los domingos de
este tiempo litúrgico.
El texto seleccionado tiene afinidades con Miq 4,1-3.
En ambos se contempla la restauración de Sión, convertida en centro de
peregrinación de las naciones, la restauración de la paz y un mundo y una
sociedad regida por la palabra del Señor.
Se trata de un oráculo de restauración escatológica,
orientado a alimentar la esperanza, a depositar la confianza en la fidelidad de
Dios. Él será el protagonista de una salvación universal, el árbitro de las
naciones y el artífice de la verdadera paz. Él será la luz bajo la que
caminarán pueblos numerosos. Esta era la esperanza del profeta, que halló su
cumplimiento en Cristo: el juez definitivo (Jn 5,22), el constructor de la paz
(Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos de los hombres (Jn 1,9).
2ª
Lectura: Romanos 13,11-14
Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de
espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos
a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades
de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como
en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria
ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que
el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.
*** *** ***
San Pablo exhorta a vivir con lucidez el presente. Con
la redención de Cristo ha llegado la “Hora” de Dios. El cristiano, “hijo del día” (1 Tes 5,5), ya desde
ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y
del imperio de las tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su
Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp 3,20). Consciente de vivir
en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de Jesucristo, ha de conformar su
vida con esa “hora” de la historia. Esta consideración es uno de los
fundamentos de la moral paulina.
Evangelio:
Mateo 24,37-44.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que
pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del
diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el
arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo
mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el
campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo:
a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué
hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué
hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete
en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del Hombre.
*** *** ***
El texto evangélico es una llamada a la vigilancia.
Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo.
Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo
ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4).
El día del Señor, llegará, “mas de aquel
día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre”
(Mt 24, 36).
Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a
situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No
son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25),
sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).
REFLEXIÓN
PASTORAL
Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de
Adviento. Un tiempo espiritualmente muy
rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de
nuestra esperanza. Un tiempo crítico,
que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el
hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último
con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo
importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que
avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor
Jesucristo”.
El Adviento es tiempo para recrear la esperanza
cristiana, y para recrearnos en ella.
Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:
·
Saber que Dios
tiene la última palabra, y concedérsela.
·
Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del
hombre y del mundo (Is 64,7).
·
Desenmascarar
falsas esperanzas.
·
Asumir con
serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.
· Trabajar por un
mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como irremediable.
·
Descubrir el
encanto de la dura realidad.
En nuestros días, caracterizados por una especie de
desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores, necesitamos
vibrar ante proyectos como los presentados el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las
lanzas podaderas” y “no
alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra”
(Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante
la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son
necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.
Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando
calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento
irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en
vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado
con el “sueño” religioso!
En la misma línea está la recomendación de san Pablo
en la segunda lectura: “Daos cuenta del
momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día,
con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del
Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo”
(Rom 13,14).
Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento.
No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir
distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y
privarle de una clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz
del Señor!
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Con qué actitud abordo el Adviento?
.-
¿Qué espero y a quién espero?
.-
¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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