lunes, 29 de julio de 2019

DOMINGO XVIII -C-




1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23

Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad.

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El Eclesiastés pertenece, junto con el libro de Job, a lo que se conoce como exponentes de “la crisis del pensamiento sapiencial en Israel”. Es una obra crítica y lúcida sobre los avatares del hombre en la tierra sin otro horizonte que la muerte. El autor no niega el sentido de la vida, invita a descubrirlo más allá de la apariencia inmediata. No es un ateo, sino un creyente que muestra, desde la oscuridad de la inmanencia, la necesidad de otra clave para acceder a su conocimiento profundo de la existencia. A Dios no hay que acudir apresuradamente: no es una respuesta barata; primero hay que apurar las respuestas de la vida. Eclesiastés invita a “vivir” el tiempo, no a “pasar” el tiempo; a “aprovechar” la vida, no a “perderla”…, consciente de que lo visible no agota lo real.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-5. 9-1

Hermanos:
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

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A los cristianos de Colosas, Pablo les invita a profundizar su vida, radicándola y renovándola en Cristo; a buscar nuevos horizontes.  El cristiano tiene que desvestirse de “la vieja condición humana” (el pecado y sus obras: el viejo Adán) y revestirse de “la nueva condición” (la imagen de Cristo: el nuevo Adán). En el nuevo orden, alumbrado en Cristo, desaparecen las divisiones discriminatorias y aparece un mundo renovado y unido en una fraternidad consolidada, al que nos incorporamos por el bautismo.
Las recomendaciones de san Pablo son una llamada a los cristianos de hoy, que quizá aún no hemos realizado ese proceso de radicación y de renovación de la vida, quedándonos en lo ritual y superficial.

Evangelio: Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”.
Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola:
“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida´. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?´”. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

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Ante la demanda puntual de uno que quería convertir a Jesús en mediador en asuntos de herencia, él aprovecha para instruir sobre algo que afecta a la “herencia” fundamental: la salvación. El hombre no debe equivocarse (pero puede hacerlo); en él hay dimensiones que no se sacian con productos efímeros.
El hombre puede ser dueño de muchas cosas, pero no es el dueño de su vida. Jesús vino a salvar la vida, no a devaluarla, rescatándola de afanes “intrascendentes”, abriéndola a horizontes y valores nuevos. “Atesorad tesoros en el cielo…” (Mt 6,19-20). La carta de Santiago (5,1-4) y la primera de Timoteo (6,9-10) pueden servir de  comentario a la parábola de Jesús. San Pablo muestra el sentido de los afanes del cristiano: “Si vivimos, vivimos para el Señor” (Rom 14,8), que es el señor de la vida y “amigo de la vida” (Sab 11,26).      

REFLEXIÓN PASTORAL

“Por ser criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar… Por ello siente en sí mismo la división… Son muchos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de tan dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos. Y no falta, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.
Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean con mayor profundidad las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?...
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo para que pueda responder a su máxima vocación… Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en el Señor. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo hoy, ayer y siempre”. Son todas expresiones del Concilio Vaticano II tomadas de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
Textos que acogen y responden a la temática sugerida por las lecturas bíblicas de este domingo: El sentido del quehacer humano, cuando se le despoja de su referencia trascendente (primera lectura); la urgencia de interiorizar nuestra vida y nuestra acción hasta cristificarlas (segunda  lectura); la convicción de que la grandeza del hombre no depende de sus bienes (3ª lectura).
Un mensaje de gran actualidad para una sociedad como la nuestra, distorsionada y confundida, que explica y define al hombre en términos de consumidor y productor, ahogando dimensiones más profundas y humanas. Una sociedad que ha elevado a la categoría de meta el bienestar, sacrificando en ese altar todo tipo de víctimas, incluso humanas.
No se trata de contraponer, de establecer divisiones irreconciliables, sino de saber reconocer la verdad de las cosas, que son criaturas, no ídolos, y la verdad del hombre, que no ha sido hecho para las cosas ni a su medida, sino para Dios y a su imagen. “Nos hiciste, Señor, para ti…”. Ésta es la vocación del hombre, su meta, y cualquier otra cosa es  “vaciedad sin sentido, todo vaciedad”. Pues los espacios que Dios no llena terminan por quedar vacíos. Y de ese vacío puede surgir la desesperación. En cambio, “quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”.
La invitación a buscar “los bienes de allá arriba” no es una invitación a la huida o a la evasión, sino a inyectar esos “bienes” (la paz, la verdad, la justicia…) en la tierra, para renovar su rostro.
Con la parábola Jesús invita a la sensatez: llama la atención la necesidad de saber mantener siempre el control sobre las cosas y de no ser controlados por ellas, porque ahí está la libertad. El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser él quien disponía de sus bienes, sino sus bienes los que disponían de él. Los bienes no son ni buenos ni malos, todo depende de quién “lleve” a quién, de quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. Y a esa falta de discernimiento Jesús la llama necedad: “Necio esta noche te van exigir la vida”.
Sí, la palabra de Dios nos invita a la sensatez. Aquel hombre pudo haber tomado otras decisiones, por ejemplo, repartir la producción con los más necesitados, y así haber ganado la vida. Pero la codicia le volvió insensato.
¿Y qué pasa entre nosotros? ¿No estamos hundidos en esta crisis, que parece ahogarnos, por nuestra insensatez, por la codicia, por creer que la vida depende del dios dinero, poder y placer? La salida a esta situación será, seguramente, difícil, lenta y larga, y solo será posible si todos, a nuestro nivel, adoptamos una gran dosis de sensatez para no distorsionar los valores de la vida.
“Buscad los bienes de arriba… Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría… Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo”.
“Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21) dice Jesús. Pero también es verdad que donde está tu corazón, allí está tu tesoro. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Cuál es nuestro tesoro?

REFLEXIÓN PERSONAL
.-  ¿Cuáles son los valores que dan sentido a mi vida?
.-  ¿Es Dios el “ante todo” de mi vida?
.-  ¿Cómo invierto mi vida?, ¿en el interés personal o en la gratuidad?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

miércoles, 24 de julio de 2019

DOMINGO XVII. TIEMPO ORDINARIO -C-


1ª Lectura: Génesis 18,20-32

     En aquellos días, el Señor dijo: “La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré”. Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: “¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable, ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?”. El Señor contestó: “Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos”. Respondió Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?”. Respondió el Señor: “No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco”. Abrahán insistió: “Quizá no se encuentren más que cuarenta”. Le respondió: “En atención a los cuarenta, no lo haré”. Abrahán siguió: “Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?”. Él respondió: “No lo haré, si encuentro allí treinta”. Insistió Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran solo veinte?”. Respondió el Señor: “En atención a los veinte no la destruiré”. Abrahán continuó: “Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?”. Contestó el Señor: “En atención a los diez no la destruiré”.

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     El relato es de gran belleza y profundidad. Discurre entre Dios y Abrahán, una vez que los dos acompañantes de Dios marcharon a Sodoma. La acusación contra Sodoma era de inmoralidad (sodomía). Dios quiere verificar la acusación. Abrahán asume el papel de intercesor interesado, pues en Sodoma estaban Lot y su familia, y quiere salvarlos. El diálogo con Dios está construido con sutileza. Abrahán va rebajando el número de justos creyendo poner un tope a Dios, pero Dios accede a cada propuesta de Abrahán. Dios no se cansa de personar, pero Abrahán se cansa de interceder. Se detiene en el número 10, una vez que ha asegurado la salvación de la familia de Lot (Gén 19,15-16). Según Jer 5,1 y Ez 22,30, Dios perdonaría a Jerusalén aun cuando no hallara en ella más que un justo. En Is 53, el sufrimiento del Siervo salvará a todo el pueblo. La misericordia de Dios es infinita y se ha revelado en plenitud en Cristo.

2ª Lectura: Colosenses 2,12-14

     Hermanos:
     Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

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      Cristo ha borrado el protocolo de nuestra condena: la Ley, que nos descubría el pecado, pero no nos daba la fuerza para vencerlo. Esta fuerza nos ha venido de Cristo,  personalización de la misericordia de Dios. El cristiano por la fe en el Señor resucitado se ha incorporado sacramental y realmente a Cristo, pasando de la muerte a la vida, del régimen del pecado al de la gracia. Él es nuestra oración de intercesión ante el Padre.

Evangelio: Lucas 11,1-13

                                         
     Una vez que estaba orando Jesús en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”. Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la media noche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”.

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      El texto que ofrece la liturgia de hoy consta de tres bloques: 1) la oración del “Padre nuestro”; 2) la parábola del amigo importuno y 3) la eficacia de la oración.
     Mientras los puntos 1) y 3) encuentran paralelos en Mt (6,9-13; 7,7-11), el 2) es propio de Lucas. Respecto del “Padre nuestro” las diferencias entre Mt y Lc son notables: el texto lucano es más breve, contiene cinco peticiones frente a las siete del mateano. También es distinto el contexto del mismo: en Mt la iniciativa parte de Jesús en una instrucción sobre la oración (Mt 6,7-8); en Lucas, a petición de los discípulos. Todo ello deja entrever la existencia de dos recensiones de la oración dominical. A pesar de ser la de Lucas la más breve, se reconoce la antigüedad a la de Mateo.
    Con la parábola del amigo importuno Jesús invita a la perseverancia en la oración, y encuentra un duplicado en la parábola de la viuda que demanda justicia (Lc 18,1-8). “Pedid”, “Buscad”, Llamad”… A ello nos invita Jesús.

REFLEXIÓN PASTORAL

      El pasado domingo nos decía Jesús: “María ha escogido la mejor parte”. Hoy escuchamos esta petición de los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!” 
    ¿Pero es posible orar hoy? ¿Sirve para algo?  Orar no solo es posible, sino urgente. El hombre sufre un acoso implacable a su verdad más profunda; más que nunca está expuesto a la equivocación; se experimenta indigente de sentido; busca un interlocutor  válido de quien fiarse y a quien confiarse sin temor a ser defraudado; vive en una dispersión interior y exterior..., y necesita reencontrase, verificar su posición, hallar ese espacio de confianza, de veracidad y de libertad..., y la  oración es la posibilidad de encontrar orientación a esa situación.
      Pero la necesidad cristiana  de orar no se justifica desde las carencias, desde los riesgos y enigmas del hombre. Es más bien la manifestación de una nostalgia, la de Dios, de cuyas manos salimos y  a las que buscamos retornar para recobrar nuestro ambiente original. Es decir, que no oramos  por ser pobres y necesitados, cuanto por ser hijos. Por eso solo el Hijo puede enseñarnos a orar.
       Porque la oración cristiana tiene sus peculiaridades y hasta sus incompatibilidades. No es un paréntesis que abrimos en la vida para hablar con Dios, ni una mera devoción o un acto más de piedad. Orar es estar abiertos en todas las situaciones de la vida a la búsqueda y aceptación de la voluntad de Dios...
       No es presentar a Dios nuestros proyectos, perfectamente delimitados, para que Él los rubrique; es presentarnos  para que Dios plasme en nosotros su proyecto.
       No oramos para estar seguros y tranquilos, sino para escuchar cada día la voz del Señor que nos invita a salir de nosotros mismos, para seguir su camino.  No oramos para inmunizarnos ante las cuestiones más agudas y dolorosas de la existencia, sino para saber asumirlas e interpretarlas...
       Por eso orar es mucho más que rezar, aunque el rezo sea también una forma de oración. La oración pone en movimiento no los labios sino el corazón, por eso “al orar no digáis muchas palabras...” (Mt 6,7.).
        La oración es un acto de fe, por eso, “cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis” (Mc 11, 24).
       La oración no es ostentación ni ruido, por eso “cuando ores entra en tu cuarto...” (Mt 6,6)
       La oración es comunión, por eso “si al presentar tu ofrenda ante el altar...” (Mt 5,23ss).
       La oración debe ser perseverante, “porque quien pide, recibe” (Lc 11,10).
      La oración debe ser cristiana, por eso “pedid en mi nombre” (Jn 14,14).
      La oración debe ser perseverante, por eso “pedid, buscad, llamad…” (Mt 7,7)
      La oración debe ser filial, por eso “cuando oréis decid: Padre” (Lc 11,2).
      A Dios no le molesta nuestra insistencia sino nuestra inconstancia; no son nuestros méritos los que garantizan que nuestra oración sea escuchada, sino el amor de Dios. Y a Dios nos hay que ocultarle ninguna necesidad en nuestra oración, pero hay temas prioritarios  -el Reino y el Espíritu-.        
       Centrado en lo fundamental, la causa de Dios y las necesidades del hombre, el “Padre nuestro” no es un formulario sino el ideario de los que buscan ante todo el Reino de Dios, confiando “lo demás” a la Providencia; es la oración de los hombres libres que perdonan, comparten y luchan; la oración de los hijos de Dios, y todo hombre lo es; la oración de los que experimentan la fragilidad y la tentación.   Y desde ahí se nos descubre un horizonte nuevo: el de Dios y el del mundo. La oración es mística y compromiso humanizador.  Tenían razón los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!  Porque orar así no es fácil; pero así es como hemos de orar, si queremos hacerlo como seguidores de Jesús. Y sólo así nuestra oración será escuchada.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Soy constante en la oración?
.- ¿Es el “Padre nuestro” mi proyecto de vida, o un rezo rutinario?
.- ¿Soy solícito de las demandas de los que llaman a mi puerta?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.