sábado, 26 de diciembre de 2015

SAGRADA FAMILIA -C-

1ª Lectura: Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

    Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
    Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

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    El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21

    Hermanos:
    Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

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     El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre. Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo. Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

 Evangelio: Lucas 2,41-52

                           
     Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y concidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban sombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
     Él les contestó: ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
     Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

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    La escena evangélica merece ser leída con detenimiento: nos habla de la familia de Nazaret como una familia religiosa practicante; de la actitud de Jesús: una actitud de libertad, de madurez; de la búsqueda angustiosa  de unos padres, que aceptan pero no entienden… Todo se recompuso felizmente. Jesús volvió a Nazaret, y allí, en el espacio familiar, aprendió a hacerse y a crecer como hombre. Su madre aparece como el sagrario de las palabras de Jesús, esperando el momento de su plena comprensión y comunicación.
    

REFLEXIÓN PASTORAL
                       
    Si algo propician las fiestas navideñas es el encuentro familiar. Y no es esta una aportación irrelevante. Pero en la familia cristiana hay que ir más allá: hay que encontrar a la Sagrada Familia.
       Los llamados “cambios de paradigma” afectan también -¡y cómo!- a la familia. No es el momento de describir sus múltiples rostros, pero sí de advertir de sus enormes riesgos.
    La familia hoy necesita ser “resdecubierta”, “liberada” y hasta “redimida”. No se puede asistir impasibles a su desmoronamiento ni a su tergiversación. Es cierto que los tiempos nuevos demandan formas nuevas, lenguajes nuevos pero no hasta el punto de convertir esa novedad en una alteración radical.
      La familia humana, en general, es una realidad “tentada” por distintos proyectos de configuración, y ha de estar alerta para no apartarse de su perfil original. Este puede ser el gran servicio de la familia cristiana: contribuir a esa “renovación” de la familia. Pero, para ello, ella debe vivir en ese estado de “renovación”, pues “si la sal se vuelve sosa…” (Lc 14,34). 
       “La familia es escuela del más rico humanismo” afirmó el Concilio Vaticano II, subrayando que “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS nn. 52. 47).
        Los textos de la palabra de Dios iluminan el tema, arrojando chorros de luz sobre el mismo. Con un lenguaje muy tradicional, el Eclesiástico comenta los deberes inherentes al cuarto mandamiento: amor, respeto, comprensión con los padres, especialmente cuando la debilidad menoscabe sus vidas. Los padres no deben ser desplazados ni ignorados: son la memoria viva, con sus luces y sombras, del arco del arco de la vida. Los padres ancianos tienen el derecho a ser despedidos con la misma ternura con que ellos nos acogieron al nacer.
         La carta a los Colosenses amplía el horizonte familiar a la comunidad eclesial, en la que deben reproducirse los sentimientos de una verdadera fraternidad, que se identifica como “familia de Dios” (Ef 2,19).
       Y el evangelio nos ofrece el testimonio de la familia de Nazaret. Un espacio de crecimiento en el respeto, la libertad, y el amor.
        La familia necesita confrontarse con modelos sólidos, dignificadores y regeneradores. La familia de Nazaret ofrece ese modelo: en su escuela podemos aprender las lecciones humanas y divinas para que el hombre viva en plenitud el designio familiar de Dios. “Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irremplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social” (Pablo VI, Alocución en Nazaret, 1964).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me siento miembro de la familia de Dios?
.- ¿Me siento miembro de la gran familia humana?
.- ¿Cómo vivo a mi familia de carne y sangre?



DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

NATIVIDAD DEL SEÑOR -C-


1ª Lectura: Isaías 52,7-10
 
    ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”!   Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra y la victoria de nuestro Dios.

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    Este poema, que evoca a Is 40,9-10, cierra una sección importante del libro y prepara a Is 62,6-7. Más allá de los problemas textuales, en el marco de la Navidad este texto halla su plenitud en el gran Mensajero de la Paz y constructor del Reino de Dios, Jesús. El nacimiento del Señor marca el punto de inflexión, a partir del cual renace la esperanza y la alegría.

2ª Lectura: Hebreos 1,1-6

    En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”? O ¿”Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.

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    Nos hallamos ante uno de los textos más densos del NT. En Jesús, Dios deja de pronunciar palabras para pronunciarse él. Deja de estar de parte del hombre, para hacerse él hombre. Jesucristo es el autopronunciamiento personal de Dios. En él desaparece toda fragmentariedad y provisionalidad. Él ha realizado el designio original de Dios. La Navidad no debe diluirse en un sentimentalismo fácil, sino abrirnos a una contemplación y escucha profundas del Niño que nace en Belén La Navidad inagura los tiempos definitivos.    

Evangelio: Juan 1,1-18
                                         

   En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió… La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad….

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    En los evangelios hay dos presentaciones del misterio navideño: uno “narrativo”: el de los sinópticos (Mt y Lc), y otro “kerigmático”: el de Juan. El prólogo del IV evangelio, texto elegido para la liturgia de esta solemnidad, rebosa densidad teológica. Presenta la identidad y misión profundas de Jesús -la Palabra personal de Dios, llena de luz y de vida…-; denuncia el peligro de no reconocer su venida en la debilidad de la carne, y anuncia la enorme suerte de los que reconocen y acogen esa “navidad” de Dios. Porque la “navidad” de Dios no será completa hasta que cada uno no nos incorporemos a ella y la incorporemos a nosotros.  


REFLEXIÓN PASTORAL

    Un año más, la NAVIDAD llama a nuestra puerta. Viene cargada de Luz, de Paz, de Dios...; pero también de equívocos y tópicos. Es un estallido gozoso y luminoso (1ª); marca el culmen de la locución divina (2ª). Es una gracia y un riesgo (evangelio).
     La comercialización de las fiestas navideñas supone un reto y un desafío a los cristianos. El derroche consumista de estos días amenaza con desfigurar y adulterar el “misterio” de la Navidad, que, precisamente, es un “derroche” de Dios, sin precedentes en la historia.
     ¡La Navidad es el derroche de Dios en nuestro favor! Dios se hace regalo, se hace don. Un don inestimable y accesible. Se hace como uno de nosotros (Flp 2,7), se hace menor, se hace niño.
      En la Navidad Dios ha derrochado sobre nosotros su amor y su sabiduría, “dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,8-10). Este debe eser el motivo profundo de nuestra fiesta y de nuestra alegría: celebrar el derroche de Dios, manifestado en Cristo.
     Esto es lo que hacía vibrar al “loco de Belén”, Francisco de Asís. Para el él la Navidad era la expresión de ese derroche de Dios, hecho no solo hombre, sino hombre pobre, para enriquecernos con su pobreza, como justamente apuntó ya san Pablo: “Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre a fin de que os enriquezcáis con su pobreza” (2 Cor 8,9).    
      Seguramente que todos hemos levantado en nuestras casas nuestro Belén, pero ¿nos preocuparemos de hacer la NAVIDAD en nuestra vida? ¡Porque esto es mucho más importante, y no es lo mismo!
Hacer la Navidad significa:
  • Encarnar la presencia de Dios y darla a luz con la profundidad, la fidelidad y el realismo de María.
  • Acoger el misterio de Dios, y servirlo incondicionalmente como José.
  • Postrarse ante Cristo con la sencillez de los pastores.
  • Buscar la Luz de Dios con la pasión de los Magos.
  • Ser mensajeros de paz como los ángeles...
    Sin renunciar a la interpretación festiva - tan necesaria en una sociedad expuesta al sobresalto y la desconfianza - hay que oponerse enérgicamente al secuestro y tergiversación de estos misterios, protagonizados por un consumismo y publicidad insolidarios con las necesidades de tantos hombres - hermanos- para quienes, careciendo esos días de lo necesario, tales mensajes resultan una provocación.
     Hacer NAVIDAD es revivir el misterio y renacer al misterio: Dios se ha hecho como nosotros para hacernos como Él. Hay una Navidad de Dios al hombre -Jesús-. Pero hay otra, del hombre a Dios -la nuestra-.  Ambas son protagonizadas por el Espíritu, y no pueden disociarse. ¡Hagámosla!

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo celebro la Navidad?
.- ¿Qué gusto deja en mi vida?
.- ¿Celebro en ella mi filiación divina y fraternidad interhumana?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


jueves, 17 de diciembre de 2015

DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-


 1ª Lectura: Miqueas 5,2-5a

    Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel. En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y esta será nuestra paz.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Este oráculo contrapone al rey actual, Ezequías, humillado por Senaquerib, rey de Asiria (cf. 2 Re 18,13-16), con el el nuevo jefe de Israel, cuyo nacimiento inagurará la nueva era de paz y de gloria. Miqueas se imagina a este mesías en la forma tradicional de los profetas de Judá. La mención de Belén, lo enraiza con la figura de David. El evangelista Mateo retomará este oráculo para presentar el nacimiento de Jesús, en quien ve cumplida la profecía.

2ª Lectura: Hebreos 10,5-10

    Hermanos:
    Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
    Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se ofrecen según la ley-. Después añade: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
    Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y, conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

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    Cristo no es una mera “continuación”, ni un eslabón más en la cadena de la historia de la salvación, él es el Salvador.  Desaparecen las mediaciones instrumentales, provisorias, para aparecer lo definitivo; desaparecen los sacrificios y ofrendas rituales, superados con “su” ofrenda sacrificial. Es el “hoy” definitivo de Dios (Heb 1,2). Pablo, escribiendo a los romanos, recordará que la ofrenda que agrada a Dios no es la ritual sino la personal (Rom 12,1-2), recreando el modelo de la de Jesús.


Evangelio: Lucas 1,39-45                                             
    En aquellos días, maría se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

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    Este encuentro entre las dos madres es también el primer encuentro entre los dos hijos. Juan inagura su misión de precursor, saltando de gozo en el seno materno y anunciando por boca de su madre el señorío de Jesús (v.43). Isabel es la mujer profeta que desvela el misterio más profundo acaecido en María. Como más tarde Juan (Lc 3,16), ella también se reconoce inmerecedora de la visita de la madre de su Señor. Y ofrece la radiografía más profunda de María, descubriendo su secreto y su grandeza: su fe en la palabra de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL

     El domingo IV de Adviento tiene todos los elementos para ser considerado el umbral de la Navidad. En los textos bíblicos que iluminan la celebración eucarística ya aparecen los paisajes y personajes que enmarcan y protagonizan el misterio.
     Belén, el espacio geográfico privilegiado: "Y tú Belén..., aunque eres la más pequeña entre las familias de Judá..., de ti saldrá el pastor de Israel"(1ª). Es la primera opción de Jesús por los pobres: la opción por lo pobre.
    Xto., corazón y núcleo de la Navidad, revela el sentido de su venida: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (2ª); y María (evangelio), la realizadora de la Nochebuena, la mujer escogida por Dios para la encarnación y alumbramiento del Verbo.
     En este preludio navideño es bueno centrar nuestra atención en MARIA, pues nadie como ella vivió y dio vida al misterio que nos disponemos a celebrar.
    Fijémonos: Apenas recibe la buena y sorprendente noticia de su maternidad, conociendo la situación de su prima Isabel, ya en el sexto mes de su embarazo, se pone inmediatamente en camino -" a prisa" dice el evangelio-, para servirla.
     Antes de alumbrar físicamente al Señor, María lo hace presente con su caridad, traducida en servicio. Entrando en casa de Isabel, lo irradia. E Isabel lo percibe en lo más íntimo de su ser. "Apenas te he oído, saltó de gozo el niño en mi seno". Y desvela el misterio."Dichosa tú que has creído". Este es el núcleo y el secreto de María: su fe. Una fe que integra en sí el misterio -"¿Cómo puede ser esto?"-, y una fe que la integra a ella en el misterio -"Hágase en mí según tu palabra"-, sabiendo de quien se ha fiado.  En esto consiste su inigualable grandeza, en su entrega inigualablemente audaz y creadora al plan de Dios.
     Acogió con tanta profundidad y verdad a la Palabra de Dios que la hizo su Hijo, y fue profundizada con tanta verdad por ésta que la hizo su Madre.
     La fe es el eje en torno al cual gira la comprensión y vivencia auténtica de la Navidad. Sin la fe  todo se distorsiona, se tergiversa y banaliza. Esa fe es el origen, la causa más profunda, la razón última de la alegría con que el cristiano vive estos días. En este sentido, la Virgen es correctamente invocada como "causa de nuestra alegría", porque ella es la madre de la alegría cristiana: Cristo -Él es nuestra alegría-.
     María es un ser transparente, mejor, una transparencia de Cristo. No tiene luz propia; en ella brilla radiante la luz de Dios. Ella es alumbradora de esa luz. Antes del parto,  en la visitación, ya lo irradia; en Belén, lo da a luz; y en Caná de Galilea, remite a Él: "Haced lo que Él os diga".
    Sí, María es un proyector de luz; la imagen de María Virgen proyecta una luz particular para vivir estos días navideños, para iluminar y motivar nuestra alegría, y sobre todo nuestro modo de ser y estar con los demás: en actitud de servicio, irradiando y transparentando la presencia del Señor. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué luz proyecto en mi vida y con mi vida?
.- ¿Cuál es mi disponibilidad para el servicio?
.- ¿Interpreto mi vida como “ofrenda agradable a Dios”?


 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

DOMINGO III DE ADVIENTO -C-


1ª  Lectura: Sofonías 3,14-18a

    Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.

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    El libro de Sofonías se sitúa en tiempos  del rey Josías (s. VII aC). Posiblemente el profeta contribuyó a la reforma llevada a cabo por el rey, y que culminó con el descubrimiento del Libro de la Ley (622 aC). Sofonías anuncia el Día del Señor, que implicará un juicio contra las naciones pecadoras y contra “la ciudad rebelde” (Jerusalén), pero culminará en una regeneración de la comunidad, asentada en “un pueblo pobre y humilde, que buscará refugio en el Señor” (Sof 3,12). A esa comunidad de “pobres” se dirigen las palabras reseñadas en el texto. Dios construye el futuro con mimbres humildes.

2ª  Lectura: Filipenses 4,4-7

    Hermanos:
    Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

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    La alegría es uno de los rasgos fundamentales que acompañan al Evangelio. El creyente ha de hacer una traducción concreta y creíble de la Buena Noticia en la vida de cada día. Pablo invita a los de Filipos a evangelizar desde la vida, convertida en testimonio. La esperanza en la cercanía del Señor no debe ser una excusa para eludir el compromiso humano, sino un criterio para iluminarlo.


Evangelio: Lucas 3,10-18


    En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos? Él contestó: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo.
    Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? Él les contestó: No exijáis más de lo establecido.
    Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos nosotros? Él les contestó: No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
    El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anuciaba la Buena Noticia.

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    La propuesta del Bautista alcanza a las zonas concretas de la vida. A la pregunta, “¿Qué hemos de hacer?”, Juan no rehuye la respuesta: solidaridad, justicia, honestidad, no violencia. No se trata de una respuesta ideológica, sino concreta. Y añade algo más: reconoce que él no es la respuesta. Esa respuesta la tiene otro, que “puede más”, y que aportará un bautismo en el Espíritu Santo. El anuncio de la Buena Noticia no puede ser solo un tema de estética -bellas palabras-, sino de ética -buenas obras-.



REFLEXIÓN PASTORAL

            “Regocíjate..., grita de júbilo..., estad siempre alegres en el Señor”. Es el mensaje del tercer domingo de Adviento. ¿Pero es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad un espacio y un motivo para la alegría?
A pesar de la euforia progresista; pese a los reclamos de la propaganda; no obstante las ansias de goce, de vivir bien, de placer..., nuestro mundo se siente agarrotado por el pesimismo, porque en este mundo, superficialmente feliz, hay soledad y abandono, hambre y guerras, injusticia y explotación, odio y egoísmo...
            La palabra de Dios que se  proclama este domingo nos invita no solo a la alegría, nos ofrece el auténtico motivo de la misma: el Señor está cerca. La venida del Señor es, debe ser, el fundamento, la causa de nuestra alegría.  
¿Queremos, creemos en la venida del Señor? ¿Nos damos cuenta de que sin esa esperanza nuestra presencia en la celebración eucarística carece de sentido, si nos reunimos mientras esperamos su gloriosa venida y no sentimos esa necesidad ni ese deseo?
            La venida, cierta pero sorpresiva, del Señor es el motivo de nuestra alegría, porque nos libera, porque nos da su presencia, -y “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8,31)-, porque nos responsabiliza -esperar al Señor no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, o de brazos cruzados mirando al suelo-.
El pasado domingo, el Bautista nos marcaba el estilo de la esperanza cristiana: hacer camino, preparar el camino del Señor, introduciendo rectificaciones personales y estructurales allí donde fueren necesarias. Acondicionando el propio camino: valles de desesperanza y vacío, que hay que rellenar; monte y colinas de presunción, que hay que abajar; caminos sinuosos de ambigüedades y contradicciones, que hay que rectificar...; hacer habitables y transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, creando oasis de autenticidad y esperanza desde una profunda y sincera conversión al Señor y a los hermanos.
Hoy continúa precisando su mensaje: preparar el camino del Señor, esperar su venida, supone una opción por el amor concreto y solidario: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida, que haga lo mismo”.  Una opción por la justicia: “No exijáis más de lo debido”, dice a los que detentan el control del dinero. Una opción por la no violencia: “No hagáis extorsión a nadie”, dice a los que ejercen el poder de las armas. ¿No son el egoísmo, la injusticia y la violencia causas de las tristezas del mundo?
No es verdadera alegría la que brota del vicio, de la situación privilegiada, del dominio, sino la que nace del servicio humilde, del amor no falsificado, de la justicia que se realiza en la conversión constante...
Si hay conversión hacia Dios y hacia los hermanos, habrá alegría verdadera. Pidamos al Señor, por medio de María, madre de la esperanza y causa de nuestra alegría, Cristo, que en nosotros los que nos rodean encuentren un motivo para vivir la vida con alegría y esperanza, y que ese motivo sea nuestra fe y nuestra caridad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué implicaciones trae a mi vida la espera del Señor?
.- ¿Mi alegría en qué se funda y cómo se manifiesta?

.- ¿Valoro la opción de Dios por los pobres y me identifico con ella?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 3 de diciembre de 2015

DOMINGO II DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Baruc 5,1-9

     Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia, Gloria en la piedad”.
    Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.
    Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.


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    El texto pertenece a la parte conclusiva del libro de Baruc. Construido con fraseología que en buena parte evoca los mensajes proféticos del final del exilio, se trata un escrito complejo, datado en torno a mediados del siglo II aC, y pseudónimo. Su atribución a Baruc, el secretario de Jeremías, es un recurso literario para dar realce a la obra.  En esta sección se exhorta  y se estimula a Jerusalén a recuperar la confianza en una restauración operada por la acción salvadora de Dios. Dios será el protagonista de la restauración.


2ª Lectura: Filipenses 1,4-6. 8-11

    Hermanos:
    Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inagurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.


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    Con palabras entrañables Pablo se dirige a la comunidad de Filipos, una de las iglesias más fieles a su persona y a su mensaje. Ora, con alegría, para que esa comunidad no quede estancada, sino que crezca en su construcción y consolidadación interna, en la espera del Día de Cristo. La esperanza en la venida del Señor debe actuar de estímulo permanente.


Evangelio: Lucas 3,1-6


    En el año quince del reinado   del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.

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    La historia de la salvación no es una abstracción: se ubica en la historia de los hombres: tiene nombres, geografía y cronología… La irrupción de Jesús se vio precedida  por la actividad de Juan el Bautista: la voz que gritaba en el desierto un mensaje renovador y de esperanza, ofreciendo como signo un bautismo de conversión.



REFLEXIÓN PASTORAL

          Comenzábamos el pasado domingo la andadura por el ciclo litúrgico del Adviento con el deseo de adentrarnos en el camino de Cristo, de convertirnos a ese horizonte de esperanza que es la venida del Señor. Venida que san Pablo hoy designa como “el Día de Cristo Jesús” (2ª lectura); lo que, implícitamente, supone afirmar que, en tanto llegue ese día, estamos viviendo “días de otro”, de otros señores, de otros poderes, de otros valores..., y eso puede desorientar nuestra fe y desfondar nuestra esperanza.
         ¿Cómo vivir estos tiempos, en verdad recios? Ante todo no permitiendo que las contradicciones de la vida nos sumerjan en el escepticismo, ni que las utopías humanas aminoren o ahoguen en nosotros el deseo por el Señor y su venida.
            Hoy, la liturgia quiere fortificar nuestra esperanza con una verdad fundamental: la llegada del “Día de Cristo”, que supondrá un juicio -no una revancha, sino el triunfo de la verdad-, clarificando definitivamente las diversas situaciones de la historia humana, poniendo a cada uno en su sitio e invirtiendo, consecuentemente, bastante ordenes y escalafones (cf. Sab 5).
Y es importante mantener viva esta referencia a la verdad última, para que no nos obnubilen y ofusquen las medias verdades o las grandes mentiras.
“En el cristianismo hay muchas paradojas. Y una de ellas es esta: cuanto más peso damos en nuestro corazón a la otra vida, más capaces nos hacemos de liberar y transformar esta a favor del hombre. Porque así son los planes de Dios. Cuando la vida eterna desaparece de nuestra mente, las cosas de este mundo se agrandan ante nosotros y acaban dominándonos, nos deshumanizan, nos dividen, acaban con la paz del mundo y la alegría de los corazones” (Sebastián Aguilar).
            La palabra de Dios (1ª) nos invita a despojarnos de vestidos de luto y aflicción (las obras del pecado) y a revestirnos de galas perpetuas (las obras del amor); a ponernos en pie, a ascender y mirar al Oriente, lugar de donde viene la Luz. Dios diseñará un horizonte nuevo y un camino nuevo con su justicia y su misericordia.
Pero la liturgia de hoy no solo nos muestra el objeto final de nuestra esperanza, nos descubre también el modo de vivir en la espera: “Preparad el camino del Señor”. Acondicionando primero el propio camino: valles de desesperanza y vacío, que hay que rellenar; montes y colinas de presunción y orgullo, que hay que abajar; caminos sinuosos y llenos de ambiguedades y contradicciones que hay que clarificar y rectificar...
Hacer habitables y transitables los espacios de nuestra vida persona y comunitaria, abriendo oasis de autenticidad, solidaridad y esperanza, desde una profunda conversión al Señor y a los hermanos.
La esperanza cristiana no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, ni de brazos cruzados mirando al suelo. Nuestra esperanza debe implicarnos y complicarnos en la realización de lo que esperamos.
            Hacer camino, he ahí el modo cristiano de esperar. Pero, ¿cómo? Es san Pablo quien nos dice: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para discernir los valores”. El amor es el mejor constructor de caminos a la esperanza, además de ser el mejor camino. Pero no un amor platónico ni diplomático, sino un amor operativo, “como yo os he amado” (Jn 13,34). Un amor crítico, que discierne situaciones personales y estructurales, un amor que urge rectificaciones donde sean necesarias. No, por tanto, condescendencia indolente, sino urgencia para el bien.
Esto, entre otras cosas, significa esperar “el día de Cristo” y trabajar porque su Reino llegue a nosotros. Que el Señor nos ayude a comprenderlo y a vivirlo.   

Reflexión Personal

.- ¿Cómo preparo y me preparo para "el Día de Cristo"?
.- ¿Por qué caminos discurre mi vida?
.- ¿Qué discernimiento hago de los valores de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 26 de noviembre de 2015

DOMINGO I DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Jeremías 33,14-16

    Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”.

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    En pleno asedio a Jerusalén por las tropas del rey de Babilonia (587 aC), Jeremías prisionero del rey Sedecías, acusado de minar la esperanza del pueblo y de la tropa, tras denunciar el fracaso de los reyes de Israel y de Judá en su tarea “mesiánica”, anuncia una nueva intervención de Dios, regeneradora de la dinastía y de la sociedad. Dios actúa a través de mediaciones históricas, pero siempre está más allá de esas mediaciones, alimentando la esperanza.

2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2

    Hermanos:
    Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos, y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús  nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en el nombre del Señor Jesús.

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    La esperanza cristiana se actúa en el amor mutuo y a todos; esa es la plataforma existencial del cristiano, mientras espera la venida del Señor. La moral cristiana no es una moral casuista. Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a reproducir personalmente, con creatividad, los valores inherentes a la vocación cristiana.


Evangelio: Lucas 21,25-28

                                                  

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabez; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

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    A pesar del lenguaje apocalíptico, la venida del Hijo del Hombre, descrita por Lucas según la terminología de Dan 7,13s, será un gran acontecimiento de liberación. Entonces serán recapituladas todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). Un proceso que ya ha comenzado. Los cristianos han de saber leer la historia, los signos de los tiempos, incluso en sus capítulos más sombríos, inyectando en ellos la dosis necesaria de esperanza, y colaborando para que en esos signos se perciba el proceso liberador de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos a los cristianos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.
     No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.
     Bellamente lo expresa san Pablo: “Sabemos que la creación entera gime hasta el presente… Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22-24).
    En su libro/entrevista “Cruzando el umbral de la esperanza”, el Papa Juan Pablo II subrayaba esta dimensión.
      Un tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
      Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.
      La primera lectura, tomada del llamado “Libro de la consolación” del profeta Jeremías, habla del gran día en que Dios suscitará a Alguien que hará justicia y derecho, acabando con el desencanto de los defraudados por la prepotencia y la injusticia. Y ese alguien será Jesucristo. Pero, ¿realmente ha acabado Cristo con el desencanto? ¿No damos la impresión de que no ha venido ni se le espera?
      El Evangelio, por su parte, con un lenguaje propio del género apocalíptico, habla de la venida del Señor en poder y gloria; y urge a vivir con lucidez y discernimiento: “Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”.
      Desde la segunda lectura se nos hace una llamada a la esperanza responsable, activando el amor fraterno, que es su verdadero artífice.
      Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.
      El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones!

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué actitud me sitúo ante el Adviento?
.- ¿Mantengo esperanzas en la vida? ¿De qué tipo?
.- ¿Con qué alimento la esperanza?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

viernes, 20 de noviembre de 2015

DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


 1ª Lectura: Daniel 7,13-14

    Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

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    En el marco de una visión nocturna, caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano radiante de luz, símbolo de Dios,  le entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual. Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria (Mc 14,62 par; Hch 7,55-56)

2ª Lectura: Colosenses 1,12-20

   Hermanos:
   Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

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    En la carta se destaca el “primado” salvífico, cósmico y eclesial, de Cristo. Un “primado” personal y funcional, de servicio. El reinado de Cristo no es excluyente ni exclusivo: nos incluye y nos capacita para compartir su herencia. Es un reinado de reconciliación, de paz por medio de la sangre de su cruz. Esta, la cruz, ha sido el medio por el que Cristo ha sido entronizado como rey de nuestra historia (cf. Lc 23,38).

  
Evangelio: Juan 18,33b-38

Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices eso por tu cuenta , o es que otros te lo han dicho de mí?.
   Pilato contestó: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 
Respondió Jesús: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido; pero mi Reino no es de aquí.
Entonces Pilato le dijo: ¿Luego tú eres rey?
   Respondió Jesús: Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

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La respuesta de Jesús a la pregunta de Pilato: "¿Eres tú el rey de los judíos?", es doble. Por una parte, la afirmación -“Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36)- pudiera inducir  a la equivocación de pensar que su Reino no es para este mundo. En realidad esa respuesta  clarifica el horizonte: El reino de Cristo, y Cristo rey, no se identifican con los esquemas de los reinos de este mundo, pero sí que reivindican su protagonismo como fuerzas transformadoras de este mundo. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo! Por otra parte, Jesús subraya su condición regia: "Sí, soy rey".  Pero de un reino asentado no en el poder sino en la verdad, que hace libres. 




REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
      La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5)...
      Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13),  porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
     Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
     Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15).
      Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable porque “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).
      Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.
        O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
      Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de la existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).


REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?
.- ¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?
.- ¿Abro a Cristo las puertas de mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.