martes, 24 de julio de 2018

DOMINGO XVII –B-

1ª Lectura: 2 Reyes 4,42-44

    En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias -veinte panes de cebada- y grano reciente para el siervo del Señor.
     Eliseo dijo a su criado: Dáselo a la gente para que coman.
     El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
     Eliseo insistió: Dáselo a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: “Comerán y sobrará”.
     El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor.

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    El relato forma parte de la sección de “los milagros de Eliseo”. Se trata del cuarto de una serie de seis. Con ello se pretende acreditar su singularidad personal y profética. Eliseo no solo sirve al pueblo el pan de la palabra de Dios; también les sirve el pan de cada día. Además, sirve de “profecía” de otra multiplicación de los panes, la que realizará Jesús, el Profeta definitivo.

2ª Lectura: Efesios 4,1-6

    Hermanos:
    Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrelleváos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo transciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Bendito sea por los siglos de los siglos. Amén.

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    La vocación cristiana no es una evasión ni una alienación: configura la existencia. La fe en un solo Dios es el fermento y el alimento de la comunión interhumana y de la humanización de la vida.


Evangelio: Juan 6,1-15                                           


    En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
    Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: ¿Con qué compraremos panes para que coman estos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
    Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
    Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es eso para tantos?
    Jesús dijo: Decid a la gente que se siente en el suelo.
    Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: solo los hombres eran unos cinco mil.
    Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
    Cuando se saciaron, dijo a los discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
     Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
    Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.


                                    ***           ***         ***

     Cerca de la Pascua judía, este signo de Jesús reviste su sentido más profundo: es un avance de su Pascua, en la que él se entregará como el Pan de la vida. Todo es protagonizado por Jesús: levanta los ojos; pregunta, aunque ya sabe de antemano lo que ha de hacer; ordena que se siente la gente; toma los panes y pronuncia la acción de gracias; los reparte y ordena la recogida. 
     Tratándose del evangelio de san Juan hay que prestar atención al simbolismo. ¿Los cinco panes, simbolizan a la Ley (Pentateuco), y su insuficiencia? ¿Los doce cestos, simbolizan al nuevo pueblo de Dios, asentado ya no sobre las doce tribus sino sobre los doce apóstoles?
     El final del relato muestra a Jesús rehuyendo cualquier mesianismo político, e impidiendo cualquier manipulación e interpretación reductiva de su persona.


REFLEXIÓN PASTORAL


     Es tan fácil quedarse en la superficie de las cosas, en lo anecdótico… Quizá nuestro mayor peligro ante el Evangelio sea, precisamente, que ya “nos suena”, que casi lo conocemos de memoria; y así, ya no nos dejamos sorprender por él.
     Esto puede ocurrir con el relato evangélico de este domingo. Solemos llamarlo “la multiplicación de los panes y los peces”. Y, fijándonos en lo prodigioso y extraordinario, pasamos por alto otros aspectos más humanos, más sencillos, más a nuestro alcance. Porque en este relato hay algo más que un hecho prodigioso de Jesús, hay un mensaje y un reto dirigido a nosotros. Todos los evangelios lo transmiten, con diversos acentos y matices. Hoy la liturgia ha elegido el relato del IV Evangelio.
       Las multitudes han seguido a Jesús, alejándose de los centros de población. Y comienzan a ser un problema. Jesús es consciente y, aunque sabe cómo abordarlo, quiere implicar a los discípulos.
      Hacen cálculos y los números no salen. Por eso: “Despide a la gente” (Lc 9,12), es la reacción de los discípulos. “No tienen por qué marcharse, dadles vosotros de comer” (Mt 14,16), es la respuesta del Maestro.
     Una primera lección: invitación a asumir la propia responsabilidad ante los demás, frente a la tentación de rehuir los problemas.
      Entonces, surge la conciencia de la propia limitación: “No tenemos más que cinco panes y dos peces” (Lc 9,13). Creían que era poco, pero Jesús les demuestra que eso era suficiente, porque “era todo” lo que tenían.
      Con un mínimo de sensibilidad, también nosotros percibimos la problemática de situaciones que parecen rebasar nuestras capacidades y posibilidades. Constatamos crisis por todas partes y de todas las clases: morales, socio-económicas, de fe… Y quisiéramos pronunciar  un “¡que se vayan!”.
     Porque como los discípulos de entonces, también los de hoy, nos miramos a nosotros y a nuestras posibilidades y descubrimos, seguramente con verdad, que no disponemos de recursos, de respuestas para tan complejas situaciones -¡de las que en parte somos responsables!-. Y aparece, entonces, la tentación del abandono, del desencanto, de la huida o la inhibición.
      Dios no va a mandarnos salvadores: tenemos a Cristo; ni va a revelarnos soluciones extraordinarias: tenemos su evangelio. Él bendecirá lo que tenemos, lo que somos, pero para eso hay que ofrecerlo, hay que ofrecerse. Él no creó los panes, solo los bendijo. La aportación generosa del joven, de sus panes y peces, no fue irrelevante.
       “Dadles vosotros de comer” es la invitación que Jesús nos dirige para tomar en nuestras manos la suerte, o la desgracia, de los otros, sin remitirles, sin enviarles a otras puertas. Es la invitación de Jesús a imaginar soluciones, y no solo a lamentar situaciones. Y, además, como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura hay otras hambres de paz, de comprensión…, que hay  también que saciar, porque “el hombre no vive solo de pan” (Mt 4,4).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy sensible o indiferente ante las urgencias de los necesitados?
.- ¿Aporto soluciones o solo constato carencias?
.- ¿Soy parte de la solución o del problema?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

miércoles, 18 de julio de 2018

DOMINGO XVI -B-


1ª Lectura: Jeremías 23,1-6

    ¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño! -oráculo del Señor-.  Por eso así dice el señor, Dios de Israel: A los pastores que pastorean a mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones -oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países donde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen: ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá -oráculo del Señor-. Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: “El-Señor-nuestra-justicia.”

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   Con la designación “pastores” se englobaba a los dirigentes políticos y religiosos del pueblo de Dios. El profeta denuncia su “dejadez” en el ejercicio de su misión, que ha conducido al pueblo a una situación política sin salida y a una progresiva degradación religiosa, y avanza un juicio sobre esa gestión irresponsable, ante la cual Dios tomará la iniciativa de “pastorear” directamente al rebaño, y de confiarlo a otros pastores que cumplan la misión con fidelidad. Jesús será, definitivamente, ese Buen Pastor.

2ª Lectura: Efesios 2,13-18

    Hermanos:
    Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes  estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, Judíos y Gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear, en Él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en Él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz; paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

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      Jesucristo es el encargado de realizar el verdadero “encuentro de civilizaciones”, derribando el muro que separaba a los hombres: el odio. Más aún, ha dado origen a un nuevo tipo de hombre, en el que quedan integradas, en una comunión enriquecedora, las diversidades culturales, étnicas y religiosas tradicionales. Él es la Paz en la que pueden convivir los hombres, una Paz sellada en su sangre derramada por todos, los de lejos y los de cerca.

   
Evangelio: Marcos 6,30-34

  En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
    Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
    Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

                            ***             ***             ***

     Cumplida la misión, los apóstoles regresan e informan a Jesús del resultado de la misma. Es interesante advertir que durante la ausencia de los Doce, Jesús no ha hecho nada significativo que pudiera ser desconocido por ellos. El v 30 tiene diversas lecturas: "Y ellos le contaron todo (¿la muerte del Bautista, y en tal caso habría que considerar la retirada de Jesús a un lugar solitario como respuesta a la acción de Herodes, cf. Mt 14,13?), lo que habían hecho y enseñado". Según Marcos, sin embargo, la retirada a un lugar deshabitado está motivada por la necesidad de descanso (v 31); que puede traducirse también como necesidad de análisis y reflexión. La acogida de Jesús, en todo caso, deja entrever su delicadeza para con los misioneros. Mientras, las gentes le buscan sin descanso, como ovejas sin pastor. El texto sirve de preludio a la primera multiplicación de los panes, cuya finalidad es presentar a Jesús como el inagurador de los tiempos definitivos: el nuevo Moisés (maná), buen pastor, superior a Eliseo (2 Re 4, 42-44).

REFLEXIÓN PASTORAL

     "Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco... Y se fueron en barca a solas a un lugar desierto". ¿Las vacaciones de Jesús con sus discípulos? No. Este texto, en su intención original, no pretende ser una legitimación bíblica del período de vacaciones, del que muchos - no todos- disfrutan en estos meses; pero sí que puede ayudarnos a vivir esos días con profundidad humana y cristiana.
     Ya nos dice la Biblia que "el séptimo día descansó de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró... (Gén 2,2-3)".
     El descanso -no el paro- es un don de Dios al hombre; una bendición divina; un derecho tan inherente a la dignidad y vocación del hombre como lo es el trabajo. El problema reside en cómo interpretar ese descanso, que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión superficial y consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones que responden a las exigencias más íntimas de nuestra personalidad sin la presión de un horario laboral rígido.
     Mientras que en el trabajo profesional, especialmente en el mecánico o técnico, el hombre aparece teledirigido desde fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre quien desde sí crea y se recrea, actualizando su libertad y su interioridad.
     En el período de vacaciones el hombre debe reencontrarse consigo mismo; debe también reencontrarse con su entorno: personas y cosas, desde una perspectiva más festiva, cordial y desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrase con Dios. El verano no debe ser "un tiempo de rebajas" en nuestra vivencia religiosa. Dios debe seguir ocupando el centro de nuestro tiempo. Saber vivir el descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia es la ciencia del cristiano. El tiempo de descanso debe ser también un tiempo “consagrado”.
     Atendamos un momento a la segunda lectura. En un verano en que no hay vacaciones para la violencia y la guerra, Jesús “vino a anunciar la paz: a los de lejos y a los de cerca”. En un verano donde, por motivos políticos, económicos y religiosos los pueblos no solo están divididos sino enfrentados, Él, “de los dos pueblo ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad”. En un verano donde es posible  que continúe el proceso de degeneración de los auténticos valores: El ha venido para “crear en sí mismo un único hombre nuevo”.
     Descansar con Jesús no es una huida, sino un encuentro; no es una evasión sino un auténtico “curso de verano”, donde se aprenden lecciones importantes para la vida;  no es solo tiempo de ocio, sino tiempo de gracia.
     El verano ofrece posibilidades inéditas para la acción pastoral y la vivencia de la fe. Favorece la reflexión, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, una oración más pausada, la oportunidad de celebrar el tiempo y la naturaleza con una actitud más festiva y menos precipitada, agradecer la compañía de los amigos y familiares, y disponer de más tiempo para los demás, la acogida de forasteros…
     El verano obliga a redimensionar los servicios pastorales, pero no a reducirlos (menos aún, a suprimirlos); a cuidar una liturgia más dinámica y plural, porque muchos vienen de “fuera” y de “lejos”, y han de ser atendidos y acogidos; a esencializar para no cansar.
       Porque del verano hay que regresar, y no solo con la tez morena sino con el espíritu tonificado para afrontar con ilusión y energías los retos del nuevo curso. Del verano no hay que volver cansados, sino enriquecidos.      
     Acojamos con gratitud y responsabilidad el descanso de estos días; no olvidemos a quienes no pueden disfrutar de él por el motivo que sea, y dispongámonos para en todos nuestros encuentros ser portadores de paz y bien. Procediendo así “encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo programo el tiempo de verano?
.- ¿Es un tiempo de rebajas espirituales?
.- ¿Lo vivo solo como tiempo de ocio o también como tiempo de gracia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 11 de julio de 2018

DOMINGO XV -B-



 1ª Lectura: Amós 7,12-15

    En aquellos días dijo Amasías, sacerdote de Betel, a Amós: Vidente, vete y refugiate en tierra de Judá: come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en “Casa de Dios”, porque es el santuario real, el templo del país.
    Respondió Amós: No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve a profetizar a mi pueblo Israel.

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    Nos hallamos ante el testimonio de un enfrentamiento entre la oficialidad político/religiosa y la libertad impredecible del profeta. Amós es expulsado de los espacios religiosos institucionales, vinculados al poder -el Templo de Betel-. Pero él se reafirma en su condición de enviado carismático de la palabra de Dios, elegido no de entre las corporaciones proféticas existentes en Israel, sino de la vida “secular”.

2ª Lectura: Efesios 1,3-14

    Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos consagrados e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
    Con Cristo hemos heredado también nosotros: A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que esperamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros -que habéis escuchado la Verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados y habéis creído- habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual -mientras llega la redención completa del pueblo, propiedad de Dios- es prenda de nuestra herencia.

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    El hombre forma parte del proyecto original de Dios, hunde en él sus raíces, asociado a la persona de Cristo. En él participamos del “derroche” del amor de Dios, que, en su querido Hijo, nos ha elegido, nos ha consagrado y destinado a ser sus hijos. En Cristo hallará su culmen la creación entera y a ese proyecto somos ya incorporados todos los que ya hemos sido marcados por Cristo. Lo importante ahora es ya llevar y mostrar esa “marca” en la vida.

Evangelio: Marco 6,7-13

                                                

   En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
   Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

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    Los Doce son iniciados en el segundo objetivo de la elección: “ser enviados a predicar con poder de arrojar los demonios” (Mc 3, 14-15). Enviados por Jesús, con la misión de Jesús y al estilo de Jesús. Se trata de una avanzadilla circunscrita a Galilea. La misión evangelizadora es una misión liberadora, que exige, en primer lugar, la liberación del evangelizador. El mensaje debe ser el único bagaje del misionero. El envío de dos en dos puede obedecer a la conveniencia de ayuda recíproca y de fortalecimiento del testimonio de la palabra. Quizá en estas recomendaciones se recojan ya prácticas de la primera misión pospascual.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Misionero del Padre, Jesucristo nos ha dado a conocer el Misterio de su voluntad, el plan que había proyectado realizar cuando llegase la plenitud de los tiempos: recapitular todo en Cristo (2ª lectura; cf. Col 1,15-20).
    En Él “hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales”, hemos sido elegidos y consagrados; en Él hemos sido destinados a ser hijos de Dios y hemos sido redimidos de nuestros pecados. ¡Somos la obra del amor de Dios revelado en Jesucristo! Este es el plan que el Padre le encomendó. Y del que Él nos ha hecho no solo destinatarios sino mensajeros-misioneros.
     Una misión, un plan que primero hemos de vivenciar personalmente nosotros y después anunciar públicamente a los otros. En eso consiste la misión de la Iglesia y de cada miembro de la Iglesia.
     Una misión que encontrará reticencias y resistencias. Fue lo que ya le ocurrió al profeta Amós (1ª lectura). Las instituciones oficiales, acostumbradas a las rutinas de lo oficial y a los intereses del poder, lo rechazaron. Como le sucedió a Jesús. Su misión liberadora, salvadora fue rechazada por la oficialidad de entonces, porque no encajaba ni servía a sus intereses.
     La misión, el anuncio del Evangelio, lleva en sí este riesgo, porque es una llamada real a la conversión y a la revisión, y eso nos cuesta a todos asumirlo. Pero hay que hacerlo. ¡Misión hay! ¿Hay misioneros?
     El relato evangélico de hoy nos dice que ser cristiano es enrolarse en la misión de Jesús: con su contenido y sus estilos.
     Hubo tiempos en que “misión” sonaba a lejanas tierras, y  que identificaba a “misionero” con hombres y mujeres abnegados, que, dejándolo todo, se embarcaban para esa tarea. Ese rostro de la misión continúa, pero no es ya su único rostro y, si se me permite, no es el más urgente.         
     Se han producido transformaciones importantes en nuestra sociedad y en la misma Iglesia. Ya no hace falta embarcarse hacia tierras lejanas, porque el campo misional se ha extendido e introducido en espacios y ambientes considerados tradicionalmente cristianos. Hoy es campo de misión la familia, la parroquia, la sociedad en que vivimos…; nuestra propia vida necesita ser “misionada”, en cuanto está necesitada de una sincera conversión.
         Es necesario avivar y vivir esta conciencia y esta urgencia misionera, que es tanto como decir que es necesario vivir conscientemente nuestra responsabilidad cristiana. “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz…, brille vuestra luz” (Mt 5,13. 14.16). ¿Qué hemos hecho de esa luz…? ¿Qué hemos hecho de esa capacidad de sazonar la vida? “Si la luz  que hay en ti está oscura… (Mt 6,23); si la sal se vuelve sosa…” (Mt 5,13)”.
         Hoy es un día para dar gracias a Dios por la obra, por la misión realizada en favor nuestro por Jesucristo; pero también es un día para tomar conciencia de la necesidad de entregarnos generosamente a la difusión, al testimonio de esa obra -que es nuestra misión-.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento en mí la urgencia de la misión?
.- ¿Vivo encerrado en mis intereses?
.- ¿Experimento la obra de Dios realizada en mí por Jesucristo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 4 de julio de 2018

DOMINGO XIV -B-


1ª Lectura: Ezequiel 2,2-5

    En aquellos días el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía: Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el Señor.” Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde) sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.

                            ***             ***             ***

    Ezequiel es enviado, como profeta de Dios, al pueblo desterrado en Babilonia. Su misión será anunciar lo que Dios le ordene. El profeta ha de asumir e integrar el rechazo a su mensaje y a su misma persona. Es el sino de los profetas; pero habrá de ejercer su ministerio con fidelidad. Será voz y centinela de Dios, y de Dios recibirá la fortaleza.

2ª Lectura: 2 Corintios 12,7-10

    Hermanos:
    Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, se me ha metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él y me ha respondido: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

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    Previamente (2 Cor 12,1-6), Pablo ha aludido a revelaciones y experiencias especiales; pero eso no le nubla la vista. Ahora reconoce que todo eso es compatible con otras experiencias menos “luminosas”. No se acierta con la identificación de cuál fuera la “espina en la carne” -¿sufrimiento físico, dificultad moral?-. Una cosa es cierta, el Apóstol asume esa realidad, consciente de que en su debilidad y en las penalidades ocasionadas por las tareas evangelizadoras brillan la fuerza y la gracia de Dios.

Evangelio: Marcos 6,1-6
    En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
    Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
    No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.

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    Los paisanos de Jesús creían conocerle, porque conocían a sus parientes; pero la verdadera y más profunda dimensión de Jesús escapaba a su control:¡les faltaba la fe! El relato es valioso por las informaciones que nos filtra sobre los familiares de Jesús, y su propia identificación como “el carpintero”. Probablemente san José ya habría muerto. Jesús, como los profetas de Israel, no fue reconocido como enviado de Dios. Solo la fe descubre a los profetas.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Podríamos titular esta reflexión como “El desprecio de un profeta”. De eso nos hablan la primera lectura -el desprecio del profeta Ezequiel-, y el Evangelio -el desprecio de Jesús-. También san Pablo alude a que, en su condición de apóstol de Cristo, vive “en medio de las debilidades, los insultos, las  privaciones, las persecuciones y las dificultades”. Y es que “un discípulo no es más que su maestro” (Mt 10,24).
     Un rechazo que en el fondo no lo es tanto del personaje en sí, sino, sobre todo, del mensaje que anuncia, porque es considerado molesto, inquietante, “desestabilizador” de sistemas, intereses y posturas personales muy arraigadas. Y es que la Palabra de Dios, Jesús, ya fue presentada como bandera discutida (Lc 2,34), y su evangelio como “espada de doble filo” (Heb 4,12), que por su capacidad y exigencia renovadoras provoca resistencias, sin que falten los intentos de silenciarla, ignorarla o despreciarla, encadenando a sus profetas, pero “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9).
      Es el reto y el riesgo de la palabra de Dios. Con un plus de peligrosidad añadida para nosotros. La proclamamos y aclamamos como palabra de Dios, pero ¿la damos cabida en nuestro corazón y la concretamos en la vida? Porque ya advirtió Jesús de que es posible decir “no”, diciendo “sí”; y de que también es posible lo contrario: decir “sí”, diciendo “no”.
      Es posible decir “sí” y no hacer;  y decir “no” y hacer. Lo ilustró con una parábola: “Un hombre tenía dos hijos. Al primero le dijo: “Hijo, vete a trabajar hoy en la viña”. El contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Y él contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo la voluntad de su padre?” (Mt 21,28-31).
     Y es que no basta con decir “Señor, Señor”, hay que cumplir “la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). De lo contrario podremos escuchar aquella recriminación: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).
      La palabra de Dios nos insta a acogerla cordialmente y a concretarla vitalmente, pero también nos recuerda que esa palabra, su acogida, su vivencia y testimonio no es una decisión cómoda. Esa palabra  implica riesgos y sacrificios, porque esa no es hoy la “palabra oficial”, ni es la palabra “de moda”, sino una palabra crítica, polémica, impugnada y hasta ridiculizada como “locura” (1 Cor 1,18) por lo que san Pablo llamaba la “sabiduría” del mundo (1 Cor 1, 20). Sin embargo es el mismo apóstol quien nos dice que eso no le acobarda, al contrario, en esa situación “vive contento” porque ahí se manifestará la fuerza de Cristo. 
     A nosotros, sin embargo, esta situación de acoso, de ninguneo, nos pone nerviosos, nos asusta, nos cohíbe y paraliza. Y desde esa situación quizá podamos orar con propiedad las palabras del salmo responsorial: “Misericordia, Señor…, que estamos saciados de desprecios, nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos” (Sal 123,3); pero también podremos decir con san Pablo: “Muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo” (2 Cor 12,9). Y “si Dios, en Cristo, está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31).

REFLEXIÓN PERSONAL
    .- ¿Cómo reconocer hoy a los profetas?
    .- Estoy dispuesto a correr riesgos por fidelidad a la palabra de Dios?
    .- ¿Es profética la voz de la Iglesia hoy?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.