miércoles, 25 de enero de 2023

DOMINGO IV -A-

1ª Lectura: Sofonías 2,3; 3,12-13.

    Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.

                            ***             ***             ***

   Dios elige para la construcción de su proyecto un “resto” humilde y de humildes; un “resto” formado por personas buenas y sinceras, buscadoras de la justicia y la moderación. Ese resto supone la descalificación y la alternativa a la prepotencia, la injusticia y la mentira de los “imperios”. Ese “resto” anunciado por Sofonías es ya una profecía de los que serán declarados bienaventurados por Jesús. Dios siembra su Reino en la tierra de los pobres, porque allí germina sin resistencias y crece con más energía.

2ª Lectura: 1 Corintios 1,26-31.

  Hermanos:

    Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ellas muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo, lo ha escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así, como dice la Escritura, el que se gloríe que se gloríe en el Señor.

                            ***             ***             ***

    Pablo quiere concienciar a los cristianos de Corinto de que su fuerza está en su debilidad. Porque en esa debilidad se manifiesta la iniciativa y la grandeza de Dios. La grandeza de la Iglesia no reside en la sabiduría humana, en el poder ni en los títulos humanos de nobleza, riqueza… La Iglesia, y el cristiano, encuentran su razón de ser sólo en Cristo. Esa es su “bienaventuranza”.

Evangelio: Mateo 5,1-12a.

 

    En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:

    Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos.

    Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

    Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

    Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.

    Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

    Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

    Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”.

    Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

    Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

                            ***             ***             ***

         Las “bienaventuranzas” escenifican y visualizan el “resto” que preside Jesús; los mimbres con los que Dios decide construir su Reino; y  son la vocación y la misión de la Iglesia. En una apretada síntesis podrían subrayarse las siguientes líneas hermenéuticas de estas proclamaciones de Jesús, son: Palabra teológica: revelan el verdadero rostro de Dios. Palabra cristológica: revelan el proyecto y la causa de Jesús. Palabra antropológica: diseñan el programa del hombre nuevo. Palabra paradójica: son anuncio y denuncia; gracia y exigencia. Palabra escatológica: signos de la instauración del futuro de Dios entre los hombres, de su reino.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Si no lo hubiera dicho Jesús, nos parecería una tomadura del pelo; pero las bienaventuranzas son sus palabras y, sobre todo, son su vida. Son palabras de “altura” y “chocantes”.

    Él fue pobre (Mt 8,20), manso y humilde (Mt 11,29), tuvo hambre y sed de justicia (Lc 4,16-20), lloró (Lc 19,41), fue misericordioso (Mt 9,13), construyó la paz (Ef 2,14; Jn 14,27), y fue perseguido y murió por la causa del reino de Dios.

    Las bienaventuranzas no son un sermón improvisado, de circunstancias. Se encuentran al principio (Lc 4,16ss), en el centro (Mt 11,24) y al final de la vida de Jesús (Mt 25,31ss). Son su filosofía o, mejor, su teología. Porque ellas nos hablan en primer lugar de Dios, de sus preferencias y de sus sufrimientos.

    Son declarados bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los perseguidos… ¿Por qué? ¿Por qué Dios se complace en esas situaciones? No; porque a Dios le duelen y no las soporta más; porque ese dolor humano es dolor de Dios. El pobre, el que llora, el perseguido es bienaventurado no por la situación que padece, sino por la opción de Dios a favor suyo.

    Las bienaventuranzas son la expresión de la opción de Dios a favor del pobre contra la pobreza, a favor del hambriento contra el hambre, a favor del que llora contra las lágrimas… Nos dicen que Dios o es indiferente, sino beligerante, ante el dolor del hombre. Por eso decide instaurar el Reino, el suyo, que no es como los de este mundo.

     El Dios que nos revelan las bienaventuranzas es un Dios de una gran seriedad ante el dolor humano: misericordioso y justo, pues no hay misericordia sin el restablecimiento de la justicia. La proclamación de las bienaventuranzas puede ser una mofa si se desplazan, interesada o inconscientemente, sus acentos. No pueden ser la canonización de situaciones humanamente deterioradas, de “segunda clase”. Porque en no pocas ocasiones, el hambre, las lágrimas, la pobreza…, no son signos de la presencia de dios, sino de su ausencia; y entonces son una invitación a actuar para cambiar tal estado de cosas.

    Las bienaventuranzas son a nuncio y denuncia; felicidad y juicio; sabiduría y necedad; antropología y teología; ética y gracia.

    Y el cristiano ha de abrirse al Dios que se revela en ellas, y al hombre a favor del que Dios se revela. Porque las bienaventuranzas son el proyecto de una vida – la de Jesús-, pero son, también, un proyecto de vida – el del cristiano -. Son la vocación y la misión de la Iglesia; respetando ese orden, ya que no pueden anunciarse, proclamarse si no es desde su vivencia, a ejemplo de Jesús. Las bienaventuranzas son las vibraciones más íntimas del corazón de Cristo. Confrontémonos con ellas y veamos si somos bienaventurados según ellas.

     Las Bienaventuranzas fueron proclamadas en una montaña, a cielo abierto. Con olor a tomillo…Y no pueden perder ese perfume.  Son la vocación y la misión de la Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden anunciarse sino desde su vivencia, a imagen de Jesús. Y hay que anunciarlas con claridad, amor y esperanza, como hay que vivirlas. Porque quien hace de ellas sólo una denuncia, no anuncia el Evangelio. La nueva evangelización, de la que tanto hablamos ahora, pasa por aquí. No se trata de otra cosa. Perdemos excesivo tiempo en buscar titulares.  Las Bienaventuranzas son el titular programático de la evangelización de Jesús. Salirse de ahí, o no entrar ahí, es andar por caminos equivocados.

     La vida cristiana necesita oxigeno,  y uno de esos principios de reanimación, de donde podemos extraer el aire necesario para oxigenarnos y oxigenar la vida son las Bienaventuranzas. Son el “cartel” de Jesús, su programa personal y vocacional.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Creo en las Bienaventuranzas?

.- ¿Hasta qué punto configuran mi proyecto personal y comunitario?

.- ¿Busco ser bienaventurado desde ellas? ¿O buceo en otras aguas?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

sábado, 21 de enero de 2023

DOMINGO III -A-

1ª Lectura: Isaías 9,1-4.

    En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.

    El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia como se gozan al segar, como se alegran al repartirse un rico botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como el día de Madián.

 

                            ***             ***             ***

 

    El oráculo de Isaías contempla, probablemente, la situación de humillación que hubieron de soportar los habitantes de Galilea, desterrados por Teglatfalasar III (732), y la situación tan deteriorada en que quedó la región.  A ese pueblo, “que habitaba en tinieblas”, el profeta le anuncia una luz y una gran alegría -el día del Señor-, “porque un niño nos ha nacido…” (Is 9,5). 

2ª Lectura: 1 Corintios 1,10-13.17.

    Hermanos:

    Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos diciendo: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”. ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? No me envió Cristo a bautizar sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

 

                            ***             ***             *** 

    Ante los sectarismos que estaban surgiendo en la comunidad de Corinto, Pablo advierte que en la Iglesia no hay más referente que Jesucristo. Denuncia y condena la fragmentación de la iglesia. Pero también denuncia la pretensión de convertirse en líderes, capitalizando lo que sólo es obra exclusiva de Cristo. Dos advertencias y dos denuncias que alertan sobre dos tentaciones que han acompañado siempre a la Iglesia: el sectarismo y el protagonismo excluyente. 

Evangelio: Mateo 4,12-23.

    Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:

    “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombras de muerte, una luz les brilló”.  Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos porque está cerca el reino de los cielos.

    Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

    Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

    Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo. 

                            ***             ***             ***

    Mateo, vincula a Jesús el oráculo esperanzador de Isaías, y ve encarnada en Cristo la “luz grande” que viene a iluminar “a los que habitaban en tierra y en sombras de muerte”. Esa luz comienza a iluminar con un anuncio gozoso: la conversión ante la cercanía del reino de Dios. Y se concreta y manifiesta en una acción regeneradora de la humanidad, curando sus dolencias y enfermedades.

    Pero Jesús busca compañeros, que serán seguidores suyos y continuadores de su obra. Y de ahí surge la Iglesia, con la misma vocación y misión sanadora del Señor.  El seguimiento de Jesús no se agota en “seguirle” (yendo detrás), exige “proseguirle” (continuando su obra).

REFLEXIÓN PASTORAL

La Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9). Podrán ser apresados y silenciados sus mensajeros, pero ella siempre encuentra caminos y cauces nuevos para hacerse oír. De eso nos habla el relato evangélico: silenciada la voz  profética de Juan, aparece la de Jesús.

         La profecía de Isaías (Is 9,1), san Mateo la ve cumplida en Jesús, él es esa “luz grande, que ha amanecido  al pueblo postrado en tinieblas, a los que habitaban en tierra y sombras de muerte” (Mt 4,16).

         Y esa luz comienza a iluminar los caminos de los hombres, de todo hombre, con la llegada de Jesús, con su llamada a la conversión -“¡Convertíos!”- y con una oferta de salvación -“el Evangelio del Reino”, acompañada de credenciales palpables -“curando las enfermedades y dolencias del pueblo”-. Y es que la Palabra de Dios, y Jesús es su encarnación personal, es una realidad “viva y eficaz” (Heb 4,12).

         Y esa luz, esa palabra ha de seguir brillando y resonando; y para eso necesita continuadores y testigos. Es el segundo aspecto que subraya el Evangelio. Cristo se acerca a unos hombres sencillos, en sus puestos de trabajo, para ofrecerles tarea. ¡Jesús nunca llama al paro!

          Como nos recuerda la parábola de los obreros enviados a la viña (Mt 20,1-16), Dios constantemente está saliendo a buscar trabajadores, porque “la mies es mucha” (Mt 9,37).

         La respuesta, generosa y decidida, de aquellos hermanos se convierte en ejemplo de respuesta.  A Jesús no se le puede seguir con reticencias y ambigüedades. Ellos dejaron “inmediatamente” las redes; y nosotros hemos de “desenredarnos” de todo lo que nos impida ese seguimiento. Y el subrayado “inmediatamente” es intencionado. El seguimiento ha de hacerse conscientemente pero sin reticencias (Lc 9,57-62), con alegría.

    Y será precisamente la experiencia de ese seguimiento, lo aprendido en la compañía de Jesucristo, lo que anunciarán después: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1 Jn 1,1-3).  Aquellos hombres fueron los intermediarios entre Jesús y la Iglesia; y hoy la Iglesia, es decir nosotros, debemos ser los intermediarios entre Jesucristo y el mundo ¿Estamos en condiciones de asumir esa tarea, de ser ese canal de transmisión, ese punto de conexión? Quizá podríamos conseguirlo si, como nos recuerda s. Pablo en la 2ª lectura, en nosotros brillara de forma inequívoca la unidad de sentimiento y pensamiento -“¿Está Cristo dividido?” (1 Co 1,13)-; ¿no hay excesivos maestros y sectarismos?

Estamos celebrando el Octavario de oración por la unidad de los cristianos. “Que todos sean uno…, para que el mundo crea”, oró Jesús (Jn 17,21). Pero esa unidad no significa la uniformidad empobrecedora y monótona, sino saber vivir en un sano pluralismo, sin descalificaciones partidistas, buscando todos, con la mejor voluntad y rectitud de intención, la verdad en el amor, “creciendo hasta Aquél que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo toma cohesión” (Ef 4,15-16).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué responsabilidad y generosidad asumo mi tarea evangelizadora?

.- ¿Soy constructor de unidad y comunión en la comunidad eclesial y en la vida?

.- ¿Con qué radicalidad sigo al Señor?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

miércoles, 11 de enero de 2023

DOMINGO II -A-

1ª Lectura: Isaías 49,3.5-6. 

    “Tú eres mi siervo (Israel) de quién estoy orgulloso”. Y ahora habla el Señor que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-: Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

                            ***         ***                  ***          ***

    No es fácil acertar con la identidad de este “siervo” del libro de Isaías. La cuestión ya aparece planteada en Hch 8,34. En el judaísmo precristiano y contemporáneo a Cristo se pensaba sobre todo en Israel (glosa hebrea en Is 49,3 y de los LXX en Is 42,1) o en un personaje del AT (Sab 2,12-20; 5,1-7; Hch 8,32). Algunos niegan la interpretación mesiánica; otros la afirman, y explican que la supresión fue debido al uso que de ella hacían los cristianos.

    El NT ha señalado los contactos entre el “siervo” y Jesús. De ahí que la tradición cristiana haya seguido en esa línea. Pero hay que notar,  por lo que se refiere a Jesús: Parece que él no vio especialmente reflejada su conducta y misión en los tres primeros cantos. Los textos más importantes serían los del cuarto canto y otros fragmentos isaianos como 43,4; 44,26; 50,10; 59,21; él mismo aplicó a sus discípulos ideas del segundo y tercer canto (cf. Mt 5,14.16 con Is 49,3.6; 50,6). Aunque la iglesia primitiva consideró a Jesús como el Siervo de Dios, esto no eliminó la interpretación colectiva (Lc 1,54) ni impidió que se aplicasen a los discípulos algunos rasgos del Siervo (cf. Hch 8,34s=Jesús; 14,37; 26,17s=Pablo).  La interpretación mesiánica, pues, debe ir acompañada de la interpretación eclesial. Y no hay que exagerar su importancia a la hora de explicar la vida de Jesús. Hay otros textos de más relieve: Is 61,1-3= Lc 4,18-19.

2ª Lectura: 1 Corintios 1,1-3.

    Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro y de ellos. La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sea con vosotros.

                          ***      ***             ***             ***

    Esta introducción / saludo de la primera carta a los Corintios no es un mero trámite o protocolo literario. En ella Pablo destaca ideas fundamentales: su identidad de apóstol de Jesucristo y su legitimidad -llamado…,  por voluntad de Dios-, y la identidad de la comunidad de Corinto: pueblo santo, Iglesia de Dios, consagrados por Jesucristo. Destaca un detalle significativo: no sólo los cristianos de Corinto son los destinatarios de la carta sino todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo; esta extensión, pues, nos incluye a nosotros. Y sería importante no olvidar este aspecto a la hora de leerla o de escucharla.

Evangelio: Juan 1,29-34.

    En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quién yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.

    Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

                   ***             ***             ***             ***

    El ciclo de los testimonios -en la 1ª lectura sobre el “siervo”; en la 2ª lectura sobre Pablo y la comunidad cristiana-, se cierra con el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús: es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

    El Cordero es uno de los símbolos de la cristología joánica (cf.Ap 5,6.12…), y funde en él la imagen del “siervo” de Is 53, que carga con los pecados de los hombres y se ofrece como cordero expiatorio (Lev 14), y el rito del Cordero pascual (Éx 12,1), símbolo de la liberación de Israel.

    Jesús es el hombre signado por el Espíritu Santo, es estructuralmente “espiritual”. “Obra” del Espíritu, el Espíritu lo dimensiona. Concebido por obra del Espíritu (Lc 1,35), toda su existencia se explica desde él. Es el Hijo de Dios y el verdadero Cordero de la liberación y la redención. Consciente de la prioridad y superioridad de Jesús, Juan contrapone su bautismo con agua -de preparación-  y el bautismo de Jesús, con Espíritu Santo -de plenitud-.

REFLEXIÓN PASTORAL

El Evangelio que se proclama este domingo nos ofrece el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesucristo: es el Cordero de Dios (cf. Ex 12,1ss; Is 53,7.12). Garantizado por el Espíritu (cf. Is 11,2) y plenificado por él, Jesús es el hombre del Espíritu. Y ese testimonio nos permite o más bien nos obliga a una reflexión sobre nuestro testimonio cristiano.

    ¿Quién decís que soy yo?” (Mt 16, l5). Formulada por Jesús a los Doce, en un momento de desconcierto, la pregunta implica dos niveles en la respuesta.

      ¿Quién soy para vosotros? - nivel personal -. No es una invitación a inventar a Jesús, sino a descubrirle, a reconocerle cómo y dónde Él ha querido manifestarse. Y puesto que ese conocimiento no es “hechura de manos humanas” (Sal 115,4), nos conducirá al mundo de la oración y de la escucha de la Palabra, porque “nadie conoce al Hijo sino el Padre” (Mt 11,27, y “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44).

    Pero a ese Cristo descubierto personalmente hay que descubrirlo públicamente. ¿Quién decís a los otros que soy yo? - nivel testimonial - . Y esto nos conducirá al encuentro con la vida de cada día.

    Los dos aspectos de la pregunta son importantes; porque somos propensos, por una parte a contentarnos con imágenes de Cristo más devocionales que reales, y, por otra, cedemos fácilmente a la tentación de privatizar demasiado esa fe, olvidando que la fe que no deja huella pública en la vida es irrelevante.

    Hoy el Evangelio nos habla de la necesidad de un testimonio de Cristo claro y coherente, sabiendo que, por eso mismo, ha de ser conflictivo -“porque no sois del mundo” (Jn 15,19)-, preferencial -“obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29)- e integral -“hacedlo todo en el nombre del Señor” (1 Cor 10,31).

    El nombre de cristiano no debe ser la envoltura de “nada”, y, menos aún, de una mercancía soporífera, sino la consecuencia de un descubrimiento, el de Cristo, que termina en un compromiso real con la vida.

    La tarea de cada momento de la Iglesia y de cada miembro de la Iglesia es dar testimonio de Jesucristo; en esa línea se situaron Pablo y Sóstenes (2ª lectura). ¿Y lo damos?

    Pero sobre la Iglesia en general, y sobre cada cristiano en particular, se alza, también en este tema, el mandamiento del Señor: “No darás falso testimonio” (Ex 20,16). Y a eso pueden equivaler ciertos silencios y ambigüedades.

    Dentro del Octavario de Oración por la Unión de todos los Cristianos, que comenzamos esta semana, hemos de considerar esta unidad y conversión al proyecto de Jesús como uno de los retos  y de los rostros específicos del testimonio cristiano, “para que el mundo crea” (Jn 17,21).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo es mi testimonio de Cristo?

.- ¿Hablo solo de oídas?

.- ¿Es un testimonio vivencial y creíble?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

sábado, 7 de enero de 2023

FIESTA EL BAUTISMO DEL SEÑOR -A-

 1ª Lectura: Isaías 42,1-4. 6-7.

    Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.

                            ***             ***             ***

     El texto seleccionado es el primero de una colección isaiana denominada “Cantos del Siervo”. Se ha debatido mucho sobre la identidad de este personaje -¿individual o colectivo?-, pero en todo caso era uno de los catalizadores de la esperanza de Israel. Se trata de un personaje ligado profundamente a Dios, elegido por él y convertido en alianza y luz de los pueblos. Su misión será regeneradora de la sociedad y de las personas, con un estilo humilde. La liturgia cristiana, siguiendo la huella del NT (Mt 12,18-21), aplica este primer canto a Jesús. 

2ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-38.

     En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: "Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

                            ***             ***             ***

     Al entrar en casa del centurión Cornelio, un pagano, Pedro declara la “apertura” de Dios a todo el que le busca con sincero corazón. Una apertura personalizada en Jesucristo, el Señor de todos, Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, y cuya historia pública se inició en las aguas del Jordán, río de hondas resonancias en la historia bíblica. 

Evangelio: Mateo 3,13-17.

     En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?

     Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere".

     Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

                            ***             ***             ***

     El bautismo de Jesús en el Jordán fue un hecho incuestionable, pero difícil de asumir por la primitiva comunidad cristiana en sus relaciones con los seguidores del Bautista. San Mateo quiere dejar clara la prioridad de Jesús sobre el Bautista, cuya misión es la de precursor. Su persona y su bautismo son preparación de la persona y misión de Jesús, que queda desvelada con la presencia del Espíritu de Dios y la voz del cielo. El texto está cargado de intencionalidad teológica. La alusión al Jordán evoca la entrada definitiva del pueblo en la Tierra prometida y supone el fin del éxodo. Entrando en sus aguas, Jesús anuncia la verdadera libertad. Juan le reconoce como el Mesías de Dios, y la voz del cielo le identifica como su Hijo. Jesús es el Libertador, el Mesías, el Hijo de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

         La fiesta del bautismo de Jesús pone fin al ciclo litúrgico de la Navidad. Es una fiesta chocante, ¿Jesús bautizado? Sin embargo, el hecho de que Jesús acudiera al río Jordán, para ser bautizado por Juan es un hecho históricamente cierto. Coinciden en el dato los cuatro Evangelios.

         En la Palestina contemporánea a Jesús estaba extendida la costumbre de purificarse ritualmente por medio del agua. En este contexto apareció Juan, predicando conversión y ofreciendo, como signo de la misma, una purificación a través de un bautismo. Para ello eligió las aguas del río Jordán, un río que evocaba el paso definitivo a la tierra prometida.  Y muchos aceptaban su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo como signo de esa voluntad de conversión. Hasta aquí todo normal.

          ¿Pero, qué hace Jesús en la fila de los hombres pecadores? ¿Por qué realiza él ese gesto de bautizarse, además diluido en “un bautismo general” (Lc 3,21). El mismo Juan se extraña: “Soy yo quien debe ser bautizado por ti...” (Mt 3, 14). Pero es que Jesús no había venido a hacer ostentación de sus privilegios, sino que, por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en el pecado (2 Cor 5,21; I Jn 3,5; 1 Pe 2,22).  Hasta aquí llegó la encarnación del Hijo de Dios. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la andadura humana, hasta pasar por la muerte, él que era la Vida. El bautismo de Jesús en el Jordán no es un bautismo de remisión de los pecados sino de identificación con los pecadores.

          Por eso Jesús, sin pecado, no duda en mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y desde abajo, la condición del hombre... Jesús entra en nuestra “corriente de agua”, para sanarla, cual nuevo Elías (2 Re 2,19-22); entra en nuestra vida, en nuestra historia para salvarlas. El pecado no entró en él; es él quien entró en el pecado, para redimirlo y desactivar su poder destructor (2 Cor 5,21; Rom 8,33; Gal 3,13).

           Y, al confundirse entre los hombres, al hundirse en nuestras aguas, se abren los cielos de par en par para revelar su grandeza y su verdad y se “oye la voz del Señor sobre las aguas” (Sal 29,3): “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Ya no son ángeles, pastores ni estrellas quienes nos descubren su verdad, es el Padre Dios quien nos revela la verdad personal de Jesús.

      Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: no quebrar ni ahogar esperanzas... (Is 42,2-3). Y hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y esperanzas donde otros sólo constatan desesperación y muerte. Muchos se han hundido en lo que llamamos “mala vida”, porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas y acogedoras, sólo encontraron dedos anatematizadores y descalificadores.

El paso de Jesús, como nos recuerda la 2ª lectura, fue muy distinto. “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos..., porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38), sembrando esperanza.

          De todo esto nos habla la fiesta del bautismo de Jesús, y nos invita a verificar nuestra vivencia bautismal, porque el bautismo no se acredita con un documento sino con una vida, y  nuestra vida no puede ser la negación, sino la acreditación de nuestro bautismo.

 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué significa para mí el bautismo?

.- ¿Qué huella dejo en la vida?

.- ¿La de Jesús, que pasó haciendo el bien?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.