jueves, 26 de diciembre de 2019

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA -A-


1ª Lectura: Eclesiástico 3,2-6. 12-14.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

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El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino también crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en las que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21.

Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

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El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre.
Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo.
Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

Evangelio: Mateo 2,13-15. 19-23.
                                            Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. 
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo Dios por el Profeta: “Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto”.
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño”.
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno.

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Además del hecho de la huida a Egipto de la Sagrada Familia, donde aparece ya la existencia de Jesús marcada por la señal de la cruz, el evangelista quiere ofrecer en este relato otras sugerencias importantes para los primeros cristianos provenientes del judaísmo y para los judíos que no aceptaban a Jesús ni lo reconocían como el enviado de Dios. Algunos detalles recuerdan la vida de Moisés: la matanza de los inocentes (Ex 1,15-16), la huida de Moisés al desierto ante el peligro del faraón (Ex 3,14-15), y su regreso a Egipto, una vez muerto el faraón (Ex 4,19-23). ¡Jesús es el nuevo Moisés! Pero más importante aún es la relación que establece entre Jesús e Israel. La huida de Jesús y su familia evoca el traslado de Jacob a Egipto (Gen 46,1-7). Desde allí, Jesús, el verdadero Hijo, inicia el nuevo y definitivo éxodo (Os 11,1). Su regreso a la tierra de Israel es el primer paso de un camino semejante al que recorrió Israel en sus orígenes. Jesús es el nuevo Israel y el modelo del nuevo Éxodo. Y todo esto en familia.

REFLEXIÓN PASTORAL

En el marco de la Navidad, la Iglesia quiere ofrecernos una referencia válida -la de la familia de Nazaret- para iluminar y estimular esa realidad tan fundamental de la existencia. ¿Pero, es una propuesta realista la de la familia de Nazaret? ¿No se trata de una referencia inalcanzable, no solo por su lejanía en el tiempo, sino, sobre todo, por la abismal distancia de calidad personal entre ella y nosotros?
A fuer de llamarla Sagrada, olvidamos que fue una familia real. Frente a los evangelios apócrifos, que la consideraban como un espacio idílico y fantástico, nuestros Evangelios, subrayan el riesgo, la tensión y el quehacer humanizador en el que se vio inmersa.
Así, la familia de Nazaret fue una familia en apuros, llegando al riesgo de la ruptura (Mt 1,18-19); situación que se superó por la inspiración del Espíritu Santo a José (Mt 1,20b), pero, también, porque ambos, María y José, supieron quererse y creerse más allá de la evidencias inmediatas.
Fue una familia amenazada. El poder tembló (Mt 2,3) cuando tuvo noticia del nacimiento de quien había venido a servir (Mt 20,28). Y María y José y el niño Jesús conocieron las penurias de la emigración y de la persecución política (Mt 2,19-23).
La Sagrada Familia fue un espacio de crecimiento, de maduración personal integral (“Jesús crecía” Lc 2, 40.52); un lugar donde, desde el respeto a las situaciones personales (José respeta la situación de María (Mt 1,18-25); Jesús hace ver a sus padres cuál es su principal tarea y que es inútil disuadirle (Lc 2,49); María acepta esos planteamientos, meditándolos en su corazón), se vive intensamente un proyecto de vida común (Lc 2,19.51).
Fue una familia temerosa de Dios. Uno de los rasgos que se subrayan en el evangelio es que cumplían todo lo dispuesto en la Ley del Señor.
La familia de Nazaret fue una familia idea por Dios; de ahí que se haya convertido en el ideal de toda familia cristiana y de toda la familia cristiana, que es la Iglesia.
Son muchos los interrogantes, los problemas, las tentaciones que se cierne sobre la familia. Las soluciones no pueden improvisarse. Cada caso requiere su discernimiento. La familia es una obra de arte y requiere artistas que la realicen; es un tejido muy sutil, elaborado con hilos finos y preciosos, y requiere manos expertas e inspiradas.
Que la Sagrada Familia nos inspire para construir cristianamente la familia de la carne y de la sangre, la familia de la fe, que es la Iglesia, y la familia de todos, que es el mundo.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Frecuento la escuela de Nazaret? ¿Aprendo sus lecciones?
.- ¿Siento a la Iglesia como familia?
.- ¿Privilegio la vida de familia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.


martes, 17 de diciembre de 2019

IVº DOMINGO DE ADVIENTO -A-



1ª Lectura: Isaías 7,10-14

    En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: “Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”.
    Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor”.
     Entonces dijo Dios: “Escucha casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros´).

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    Este oráculo de Isaías se sitúa en el momento histórico en que Siria y Efraím (el Israel del norte), tras haber intentado sin éxito una alianza con Judá para atacar a Asiria (2 Re 15-16), se deciden a imponer en Judá, por la fuerza, un rey que favorezca sus planes (Is 7,6). Ante esta decisión “se estremeció el corazón del rey y el de su pueblo” (Is 7,2).
    El profeta intenta aportar serenidad, pero sin éxito (Is 7,4b-9b). Ante este rechazo del rey, Isaías pronuncia el oráculo conocido como “el del Enmanuel”. En él se anuncia la cercanía de Dios y su fidelidad a la dinastía davídica en ese momento difícil, y se asegura la desaparición de ese peligro, pero también se hace una llamada a la fe: “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9b).
     El centro del oráculo reside en el “niño”: él es la señal. Respecto de la madre se ha especulado sobre su identidad (¿una de las esposas del rey?, ¿la esposa de Isaías? ¿una alusión a la ciudad de Jerusalén?). La relectura cristiana ha introducido en la lectura de esa figura la perspectiva mariológica.

2ª Lectura: Romanos 1,1-7

    Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo,  nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús.
    A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

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    A una comunidad a la que no conocía personalmente, Pablo dirige la Carta síntesis de su pensamiento apostólico. Se presenta como elegido de Dios y siervo de Cristo para anunciar el Evangelio. Una reivindicación que él juzga necesaria, frente a los que impugnaban su condición de apóstol (cf. 2 Cor 11-12). Evangelio que hunde sus raíces en las Escrituras Santas, y que halla su plena manifestación en la persona de Jesucristo, -“Evangelio de Dios”-, Hijo de Dios, por el Espíritu, y verdadero hombre, de la estirpe de David. Un Evangelio que no conoce fronteras, y que ha llegado ya hasta la capital  del mundo conocido -Roma-.

Evangelio: Mateo 1,18-24

    La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
    José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
     Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: Dios-con-nosotros).
    Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

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         En los evangelios sinópticos hay dos anuncios de la concepción de Jesús: el de san Lucas (Lc 1,26-38) y el de san Mateo. En este IV Domingo del ciclo A la liturgia nos presenta el de san Mateo. Con este relato el evangelista nos “avanza” el misterio de la Navidad, cuyos protagonistas son El Espíritu Santo, María y Jesús. Pero nos presenta también al “servidor” de la Navidad, al encargado de “gestionar” esa realidad y de poner el nombre al Niño que ha de nacer. Y ese gestor es José, que “era bueno”. Un personaje de silencio, de fidelidad, sobrio y sin adornos, lleno de amor a María y a Jesús. Un modelo para acoger y celebrar la Natividad del Señor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    En el umbral de la Navidad, María nos muestra el modo más veraz de celebrar la venida del Señor: acogida gozosa y cordial de la Palabra del Señor; y el estilo: encarnándola y alumbrándola en la propia vida.  María es la primera luz, la señal más cierta de que viene  el Enmanuel, porque lo trae ella.
     En esto consiste la grandeza inigualable de María: en una entrega inigualablemente audaz y confiada en las manos de Dios; en una acogida inigualablemente creadora del Señor.
    María es una figura que produce vértigo, por su altura y profundidad. Interiorizada por Dios, que la hizo su madre, e interiorizadora de Dios, a quien hizo su hijo. Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza María y, milagrosamente, María es la tierra en la que florece el Hijo de Dios.
    Pero esto no le dispensó de la fe más honda y difícil. La encarnación de Dios estuvo desprovista de todo triunfalismo. La Navidad fue para  María, ante todo, una prueba y una profesión de fe. “Dichosa tú, que has creído” (Lc 1,45). Por eso es “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42).       
    Y junto a María, José, “que era justo” (Mt 1,19).  Y porque era justo: aceptó el misterio que Dios había obrado en María, su esposa (Mt 1,24); se entregó sin fisuras al servicio de Jesús y de María; asumió las penalidades de la huida a Egipto para proteger la vida de Jesús, amenazada por Herodes, (Mt 2,13-15); lo buscó angustiado, con María, cuando, a los doce años, decide quedarse en Jerusalén (Lc 2,41-50); fue el acompañante permanente del crecimiento de Jesús en edad, sabiduría y gracia (Lc 2,52); y aceptó el silencio de una vida entregada al servicio del plan de Dios, renunciando a cualquier tipo de protagonismo… José no es un “adorno”, ni un personaje secundario. Nos enseña a saber estar y a saber servir.
     María y José son los protagonistas de un SÍ a Dios, que hizo posible el gran SÍ de Dios al hombre: Jesucristo, a quien san Pablo presenta (2ª lectura) como el núcleo del Evangelio, destacando su condición humana -“de la estirpe de David”- y su condición divina -“Hijo de Dios, según el Espíritu”-.
     Estos son los mimbres con los que Dios quiso tejer el gran misterio de su nacimiento.  Mimbres humildes, flexibles, pero sólidos. Dios elige “lo que no cuenta…” (1 Cor 1,28).
    No temas quedarte con María” (Mt 1,20). Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es maestra del Evangelio; porque con  ella siempre estará su Hijo.  Será la mejor compañera, constructora y maestra de la Navidad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- En el umbral de la Navidad, ¿con qué actitudes me dispongo a celebrarla?
.- ¿Qué ha supuesto para mí el tiempo de Adviento?
.- ¿En qué modelos me inspiro para celebrar la Navidad?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.



martes, 10 de diciembre de 2019

IIIº DOMINGO DE ADVIENTO -A-



1ª Lectura: Isaías 35,1-6a. 10.

    El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor el narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza: alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

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    El capítulo 25 de Isaías es un poema que contempla la vuelta del Destierro y, por tanto, habría que relacionarlo con la segunda parte del libro de Isaías (caps. 40-55), conocido como “Deutero  Isaías”. El profeta contempla y canta la restauración de Israel. El pueblo contemplará la gloria y la belleza del Señor, reflejada en la transformación del desierto en vergel. Esa noticia debe regenerar a la comunidad que, liberada de sus ataduras, recuperada de  su fragilidad, es invitada a ponerse en camino hacia la patria, la Sión renovada y convertida en morada permanente del Señor.
    Situado en el Adviento cristiano, el texto supone un estímulo para dotar a nuestra vida de esperanza y de alegría, superando miedos y debilidades, y encantarnos con la contemplación de la belleza y la gloria de nuestro Dios, reflejada en rostro de Cristo (2 Cor 4,6), verdadero renovador de la humanidad.   

2ª Lectura: Santiago 5,7-10.

    Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

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    A los primeros cristianos les inquietaba el retraso de la venida del Señor. Esperaban con ansiedad ese momento. La situación que estaban viviendo era difícil -“rodeados de toda clase de pruebas” (Sant 1,2)-. En la Carta, dirigida a cristianos de origen judío dispersos por el mundo greco-romano, se les anima no solo a la paciencia sino también a la fortaleza y la perseverancia. Hay que abandonar cálculos de tiempo cronológico,  y “abandonarse” a la promesa del Señor, que no fallará.

Evangelio: Mateo 11,2-11.

    En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
    Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”
    Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quién está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.

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    A la cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de sus obras, que no parecen coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado y encarnado por él (cf. Mt 3,1-12; 11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de Jesús. Y esta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos (Is 35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es la Buena Noticia.
     Junto a este testimonio de sí mismo, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un plus  -un tono y un rostro nuevo-, no lo descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos del poder; es más que profeta: es el Precursor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is 35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo “gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf. Rom 8,22)?
    La Palabra de Dios nos invita no solo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo para la misma: la venida del Señor.  El profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la creación, reflejo de “la belleza de nuestro Dios” (vv. 1-2), del rejuvenecimiento hombre, que recuperará el pleno uso de sus sentidos, y del de la misma sociedad (vv. 3-6).
    La alegría y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
   La venida cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría. Pero esperar no es fácil. Por eso la Carta de Santiago nos advierte: “Tened paciencia, hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
    ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa  pregunta se encuentra condensada la expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn 14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que, por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú? Y Jesús no duda en la respuesta: SÍ, Él es todo eso, y no hay que esperar a otro. Y concluye: Dichoso el que no se siente defraudado por mí” (Mt 11,6). 
       En realidad Él, Jesucristo, no defrauda, porque vino a dar testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados los que van tras Él buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
    Acojamos la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma nuestra esperanza; si es Él el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión, pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?
.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.

martes, 3 de diciembre de 2019

II Domingo de Adviento: SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA



1ª Lectura: Génesis 3,9-15.20.

Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás? Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó. ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te he prohibido comer? Adán respondió: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho. Ella respondió: La serpiente me engañó y comí. El Señor dijo a la serpiente: Por haber hecho esto serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón. El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de los que viven.

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Entre las múltiples resonancias que encierra este texto con que se abre la historia humana, denominado “protoevangelio”, la liturgia de hoy quiere subrayar la esperanza basada en la misericordia de Dios, que va más allá del pecado del hombre, destacando la figura de “la mujer”, madre de los que viven, de la que surgirá esa esperanza.  La Iglesia ha visto en esa madre de los que viven a María, madre de los creyentes.

2ª Lectura Romanos 15,4-9.

Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.

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El texto seleccionado pertenece al final de la parte exhortativa de la Carta y está tomado de la liturgia del segundo domingo de Adviento por disposición de la Conferencia Episcopal que quiere conservar en esta celebración de la Inmaculada una presencia de la liturgia del Adviento. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo. Dios no discrimina: la elección, en otro tiempo, del pueblo judío no supuso la exclusión de los gentiles, y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no oscurece esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).

Evangelio: Lucas 1,26-38.

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso pues no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la dejó.

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El relato de la Anunciación nos presenta a María, mujer de fe, humilde, llena de gracia, bendita entre las mujeres, como el instrumento por el que Dios llevará a cabo su obra sanadora y salvadora. Dios llamó respetuosamente a su puerta y ella la abrió de par en par: “Hágase en mí según tu palabra”. En esto consiste la grandeza inigualable de María, en una entrega inigualablemente audaz y generosa a la voluntad de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

       En el tiempo del Adviento, aparece esta fiesta como razón y estímulo de esperanza. Una fiesta de grandes resonancias en el pueblo cristiano; una verdad que, antes de ser declarada dogma, fue creída, vivida y celebrada por el pueblo de Dios, y particularmente por el pueblo español, donde ciudades y pueblos asumían como compromiso público la defensa de este privilegio de María. Una verdad que fue fervientemente defendida en el campo del debate teológico y de la práctica devocional por la familia franciscana, enarbolando el título de la Inmaculada como enseña y bandera peculiar de su amor a la Virgen.
         La Inmaculada ha sido una constante fuente de inspiración, no solo religiosa sino estética. Las palabras de los hombres se han potenciado, depurado y estilizado en filigranas de ritmos y rimas para pronunciar su belleza; los pinceles inventaban colores con que traslucir su misterio; la música buscó melodías siempre nuevas para cantar a la “Tota pulchra”, a la Purísima…
         Sí, María ha sido cantada, pero, ¿ha sido comprendida? Y, sobre todo, ¿ha sido escuchada? ¿Qué celebra la Iglesia en esta solemnidad de la Inmaculada?
La realización en ella de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho singular, que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.
         La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.
         Y no fue un hecho discriminador para los demás: el privilegio de María no ofende sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”. Contemplar a una mujer Inmaculada y Purísima es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. María es un avance profético de esa nueva creación. El misterio, el milagro de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. “A esto estábamos destinados por decisión de aquel que hace todo según su voluntad” (Ef 1,11)
         Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos.
         “Dios  nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad a ser  sus hijos…” (Ef 1,3.4.5). El privilegio de la Inmaculada es nuestra vocación, que a partir del bautismo nos introduce en esa ruta de redención. 
        Pero hay otro aspecto a reseñar. En una sociedad donde aflora el desencanto, y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada.
 Quizá nos falta inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes, vacíos y banales, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.
Que la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en gracia de Dios, para ser nosotros, como nos recuerda san Pablo, “alabanza de su gloria”; para proclamar también nosotros con voz propia, como María, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la celebración de esta fiesta?
.- ¿Celebró solo el “privilegio” de María o también mi vocación a la santidad?
.- Como la Virgen, ¿hago de mi vida un canto de alabanza y acción de gracias, un Magnificat?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano-capuchino.