jueves, 19 de mayo de 2022

DOMINGO VI DE PASCUA -C-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-2. 22-29.

“En aquellos días, unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo y Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los Apóstoles y presbíteros sobre la controversia.

Los Apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes de la comunidad y les entregaron esta carta: “Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado con sus palabras. Hemos decidido por unanimidad elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado la vida a la causa de nuestro Señor. En vista de esto mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud”.

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Desde Jerusalén, se intenta “judaizar” a los convertidos del paganismo. La comunidad de Antioquía no acepta esa “colonización”, y envía a Jerusalén  una legación encabezada por Bernabé, Pablo y posiblemente Tito. Expuesta su postura con libertad y claridad, todos llegan a un acuerdo de no imponerles otra cláusula que el recuerdo de los pobres de la comunidad jerosolimitana (cf. Ga 2,1-11). La “carta apostólica” que recoge el libro de los Hechos -y que aparece en este texto- parece que debió producirse en otro momento. Su objetivo era evitar tensiones entre los convertidos del paganismo y los judeocristianos más tradicionales. Unos y otros debían hacer concesiones en lo disciplinar, no en lo doctrinal, sin servilismos ni claudicaciones al núcleo del Evangelio. No se menciona el tema central del debate: la circuncisión, tema definitivamente superado. Lo esencial es el bautismo. San Agustín, en formulación feliz, afirma: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad”.

2ª Lectura: Apocalipsis 21,10-14. 22-23.

“El ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. El muro tenía doce cimientos, que llevaban doce nombres: los nombres de los Apóstoles del Cordero. Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.

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Continuamos en la presentación de la Jerusalén celeste, la ciudad santa. El Vidente ante la imposibilidad de describir algo “trascendente” recurre a esquemas e imágenes extraídos de la Sagrada Escritura (Ez 40,2; 48,31-35), que, en el fondo, todas resultan “sugerentes”, aunque “insuficientes”.  Este proyecto de Dios es nuevo y renovador, pero no es ajeno a su plan “histórico”. La alusión a las tribus de Israel lo sugiere; pero, además, ese proyecto se asienta sobre los pilares de los doce Apóstoles del Cordero. Cristo está a la base de esa realidad. Es reseñable una ausencia fundamental: la ausencia del templo, porque el verdadero templo es el Señor Todopoderoso y el Cordero (cf. Jn 19-21). No serán necesarios “espacios” sagrados. Dios será ese “espacio” de santidad, en el que viviremos y existiremos (cf. Hch 17,28). También la ausencia de las luminarias celestes es destacable: porque esa dimensión la personaliza el mismo Dios y el Cordero es su lámpara. La Ciudad Santa será una realidad luminosa, brillante, pero la luz no vendrá de fuera, sino originada desde dentro, desde la presencia de Dios que la ilumina. 

Evangelio: Juan 14,23-29.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais os alegraríais de que vaya al padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

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El texto seleccionado forma parte del discurso de despedida de Jesús. Tres aspectos destacan en él. 1) Jesús ofrece criterios de identidad para reivindicar proximidad con él: guardar su palabra. No solo oírla, sino guardarla en el sentido de convertirla en vida. No es una llamada al intimismo piadoso sino a la verificación existencial. El amor no es un “sentimiento” sino un “consentimiento”. 2) Garantiza a los discípulos la presencia del Espíritu como compañero permanente, intérprete y memoria de sus palabras. 3) Les envuelve en “su” paz, capaz de vencer todos los temores inherentes a su seguimiento.

La “partida” de Jesús no abre un vacío ni supone su ausencia. Es la culminación del proyecto que el Padre le encomendó. Su presencia será real, pero a otro nivel: Ya no estará “con” nosotros, sino “en” nosotros, junto al Padre, en todo aquel que cumpla sus palabras.

 REFLEXION PASTORAL

Próximos ya a la fiesta de la Ascensión del Señor, seguimos comentando las palabras de despedida de Jesús en la tarde del Jueves Santo. Con ellas no sólo quiso abrir confidencialmente su corazón a los discípulos, sino que también quiso abrirles los ojos, clarificándoles algunos criterios para que,  en su ausencia, y “antes de que suceda”, supieran interpretar correctamente las situaciones, sabiendo a qué atenerse. Pues los conflictos y los problemas no tardarían mucho en presentarse (1ª lectura).

Así, el pasado domingo considerábamos la señal del cristiano: el amor al prójimo “como Yo os he amado”, con una advertencia: “permaneced en mi amor”.

Hoy nos dice: “El que me ama, guardará mi palabra”. Y es que amar a Jesús -y al prójimo- es una cuestión práctica. No se trata de manifestaciones rotundas de fidelidad, como S. Pedro; ni de meros sentimientos (“No el que diga: Señor, Señor…” Mt 7,21); ni de escuchas incomprometidas (“Has predicado en nuestras plazas...” Lc 13,26).

“El que me ama, guardará mi palabra; el que no me ama, no guardará mi palabra”. Con ello Jesús nos quiere decir dos cosas: que solo desde el amor es posible guardar su palabra, y que solo el que guarda su palabra “permanece en su amor”, le ama de verdad.

Queda, pues, al descubierto la contradicción del que se confiesa “creyente, pero no practicante”. El que no adopta, el que no asume la praxis de Jesús, su palabra, no cree en Él ni le ama de verdad. El amor, como la fe, sin obras está muerto.

Hay que guardar su palabra. ¿Y eso qué implica? En primer lugar, conocerla -¿y  ya la conocemos?- ; y, además, interiorizarla y vivirla en el día a día, impregnando con su sentido y su luz los comportamientos y actitudes personales  - “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?” (Lc 6, 46) -. En otra ocasión manifestó su desacuerdo con estas palabras “Anuláis la palabra de Dios con vuestras tradiciones” (Mt 15, 6).

Abrir el evangelio en todas las situaciones de la vida, y abrirnos al evangelio. En un mundo saturado de palabras, vacías, artificiales, contradictorias, dichas para no ser guardadas, infectadas por el virus de la caducidad; hay una palabra plena, veraz, fiel, dicha para ser guardada, con una garantía de origen, la de Jesús.

En la carta de Santiago se nos hace una advertencia muy pertinente: “Recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros y que es capaz de salvaros. Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (1,21-22).

Pero, hay que reconocerlo, esto no es fácil, ni es obra del sólo esfuerzo humano; se requiere la presencia y la fuerza del Espíritu Santo, como en María. Nadie como ella guardó la Palabra con tanta verdad y profundidad. Aquí reside la inigualable grandeza de María, en su entrega inigualablemente audaz a la Palabra de Dios, haciéndose total disponibilidad: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38. Y actuando así convirtió a la palabra de Dios en su hijo, quedando ella convertida en Madre  de la Palabra y en Morada de Dios. Y en nadie como en María fue tan fuerte y tan íntima la acción del Espíritu Santo.

Abrámonos a las Palabra de Jesús, porque son más que palabras, son “espíritu y vida” (Jn 6,63); son la llave para hacer de nuestra vida una morada de Dios: “pues al que guarda mi palabra mi Padre le amará y vendremos a el y moraremos en él”. ¡Siendo así las cosas, bien vale la pena el empeño!

REFLEXION PERSONAL

.- Ante la realidad eclesial, ¿soy abierto, crítico o indiferente?

.- ¿Con qué responsabilidad asumo la misión de ser luz, en ese proyecto nuevo de Dios?

.- ¿Cuál es mi actitud ante la palabra de Dios?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

 

 

 

miércoles, 11 de mayo de 2022

DOMINGO V DE PASCUA -C-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 14,20b-26.

“En aquellos días volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios. En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayudaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge y bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.

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Tras la lapidación en Iconio (Hch 14, 19), que casi acaba con su vida, Pablo se recupera y, junto con Bernabé, se dirige a Derbe. Tras un tiempo evangelizando con éxito en esa ciudad, ambos dan por concluida la primera etapa misionera y deciden regresar a Antioquía de Siria. En el viaje de regreso visitan las comunidades fundadas, confirmando la fe de los cristianos, a la vez que las  proveen de las estructuras pastorales necesarias para su funcionamiento autónomo. Llegados a la iglesia madre de Antioquía, informan del resultado de la misión que se les confió: “Dios ha abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Un relato en el que se percibe la sensibilidad y responsabilidad misionera desde la comunión eclesial, así como su dinámica interna. Y nos dice que evangelizar no es oficio de francotiradores, sino de comunidades responsabilizadas  con el Evangelio.

2ª Lectura: Apocalipsis 21,1-5a.

“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos.  Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora hago el universo nuevo”.

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En esta séptima visión, Juan contempla la nueva y definitiva realidad pensada y realizada por Dios. El cielo nuevo y la tierra nueva, alude a la nueva creación, ya de alguna manera apuntada por Is 65,17 y 66,22. La ausencia del mar  -realidad oscura y espacio de la bestia (Apo 13,1)- destaca la idea de una realidad ausente de toda sombra de mal. La Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, es una realidad alternativa a todo proyecto intrahistórico. No se identifica sin más con la Iglesia, aunque la Iglesia, por su renovación y santidad, está llamada a entrar en ella. Esta imagen no supone, por tanto, la canonización de ningún proyecto intrahistórico, civil o eclesiástico, es solo obra de Dios y marca el ápice de su proyecto creador. Y no se trata tanto de una realidad cosmológica sino teológica. San Pablo formula esta realidad con otro lenguaje más directo y menos simbólico (Rom 8,19-23; II Co 5,17). La imagen del matrimonio de Dios con su pueblo aludida en el texto también hunde sus raíces literarias en el AT: Is 65,18; 61,10; 62,4-6; Os 2,16…  Esa Ciudad será la sede permanente de Dios, a la que todos estamos llamados como miembros de su pueblo por la obra salvadora de Jesucristo, muerto y resucitado.

Evangelio: Juan 13,31-33a. 34-35. 

“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús. Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará). Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. 

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La salida de Judas del cenáculo supone un paso adelante en el desarrollo de los acontecimientos. Jesús ya ve próxima su “glorificación” por el Padre y su “glorificación” al Padre. Su muerte es la “hora” del tránsito de este mundo al Padre y el punto de “atracción” de los hombres hacia él (Jn 13,22). A Jesús le queda poco tiempo, y lo aprovecha. A sus discípulos les ofrece, en apretada síntesis, los núcleos de su vida y de su mensaje. El mandamiento nuevo forma parte de uno de esos núcleos. La identidad cristiana no reside en la ideología sino en la praxis. Y la mejor praxis es el amor “como yo os he amado”.  La I Carta de san Juan profundizará en las urgencias de ese amor. Será el criterio para saber si estamos vivos o muertos cristianamente (I Jn 3,14).

REFLEXIÓN PASTORAL

Todos gustamos de identificarnos, y hoy abundan los signos y emblemas identificativos. Como cristianos no deberíamos renunciar a esta voluntad de identificarnos, el problema está en los signos y manifestaciones en que hacemos recaer esa identificación. Algunos son, es cierto, demasiado ambiguos y superficiales. Jesús, sin embargo, nos lo ha dicho claramente: la señal es el amor.

Ése es el mandamiento nuevo. Pero, ¿no se prescribía ya en el AT el mandamiento del amor al prójimo? ¿Por qué entonces se le llama nuevo? ¿En qué consiste esa novedad?   “Amarás al prójimo como a ti mismo” decía el AT; Jesús introduce un cambio: “como yo os he amado” (Jn 13,34), y ahí está la novedad. ¿Y cómo nos ha amado Jesús?   Hasta el fin; no se reservó nada: “se vació” (Flp 2,7). Con un amor radical, porque  “nadie ama más que el que da la vida” (Jn 15,13). Con un amor sin prefijos ni presupuestos: no espera a que seamos buenos para amarnos, nos hará buenos su amor. Con un amor preferencial por lo perdido... Así nos ama Cristo.

Pero este amor gratuito y radical nos urge a permanecer en él. Permanencia que tiene olor, calor y color humanos, de hombres y mujeres con los que tenemos que convivir según el nuevo esquema de Jesús: amándoles y sirviéndoles allí donde están y así como son.

Nuestra inmadurez afectiva nos lleva a ser sectarios frente a los que no son como nosotros; a despreciar a los que tienen puntos de vista distintos a los nuestros; a separar definitivamente o a no querer recibir a alguien por el hecho de tener un planteamiento o un enfoque  social, política o religioso que no compartimos. Actuando así quizá no caemos en la cuenta de que nos estamos oponiendo al designio de Dios respecto de cada hombre, que fue crearlo a su imagen y semejanza - la de Dios -. Nosotros, en cambio, pretenderíamos conformar a todos a nuestra imagen y semejanza, amando en los otros sólo lo que amamos de nosotros en ellos, lo que nos satisface y coincide con nosotros. Pero eso no es amor al prójimo sino “amor propio”, eso no es amor sino egoísmo.

“Permaneced en mi amor” (Jn 15,9), “amad como yo os he amado”; ésta es la novedad. Entendiendo bien que eso no es una invitación sentimental ni al sentimentalismo, sino a recrear los sentimientos de Cristo Jesús. Ni es, tampoco, una propuesta indiscriminada a permanecer en cualquier amor, sino en el que hemos sido amados por Cristo.

Ésta es la señal (cf. Jn 13,35). “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (I Jn 4,16). Y  desde entonces creer no es pensar, sino amar como Cristo nos ama. Y este amor será el principio de esa renovación de que nos habla la segunda lectura. Los cielos nuevos y la tierra nueva comienzan en un corazón nuevo, renovado por el amor. 

REFLEXION PERSONAL

.- ¿Soy consciente de que “hay que pasar mucho para entrar en el Reino”?

.- ¿Con qué energía e ilusión colaboro a ese proyecto de cielo nuevo y tierra nueva?

.- ¿Es el amor de Cristo mi plataforma vital? ¿Siento su urgencia?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 4 de mayo de 2022

DOMINGO IV DE PASCUA -C-

 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 13,14. 43-52.

En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles al favor de Dios.

El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír la Palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: “Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios, pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te haré luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra”. Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron.

La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.

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    En su aparente sencillez el texto escogido nos informa de un momento trascendental en la historia de la comunidad cristiana. Pertenece a lo que se designa como “el primer viaje misionero” (Hch 13-14). La responsabilidad de la fe convierte a la iglesia de Antioquía en misionera. La fe urge la misión, y ésta es una respuesta de la fe. Siguiendo la estrategia misionera, los judíos son los primeros destinatarios del anuncio del Evangelio. Ante la resistencia que ofrecen, Pablo da un paso adelante: “Nos volveremos a los gentiles”. Un salto cualitativo en la estrategia evangelizadora, que el Apóstol legitima y apoya en una cita profética (Is 49,6), atribuida en un principio al Siervo de Yahwéh, pero que él se aplica a sí mismo. Dos actitudes se destacan ante esta decisión: la alegría de los gentiles, al saberse destinatarios de la salvación, y la envidia de los judíos, cegados por visión patrimonialista y excluyente de la salvación. Aprendamos la lección: la misión surge de la fe, y la fe demanda la misión, una misión no excluyente, sino abierta e integradora.

2ª Lectura: Apocalipsis 7,9. 14b-17.

Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.

Y uno de los ancianos me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en el templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia las fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.

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    Nos encontramos en la sección de “los sellos” (Apo 6-8,5), concretamente en el impasse entre el sexto y el séptimo sello. El Vidente nos habla de una multitud inmensa y universal (antes ha hablado de los 140. 000 sellados de las tribus de Israel).

¿Quiénes son y de donde han venido? Son los “discípulos” y “testigos” de Jesús que han  perseverado en sus pruebas (cf. Lc 22,28), incluido el martirio (las palmas en las manos aluden probablemente a esa realidad), convertidos ahora en pueblo sacerdotal, “dándole a Dios culto día y noche”. El texto se revela como el cumplimiento definitivo de las palabras de Jesús: “Donde yo esté, estará mi servidor” (Jn 12,26).

El Cordero glorioso es el Pastor humilde del Evangelio (Jn 10,14ss). Allí se cumplirán definitivamente las bienaventuranzas, cuando “Dios enjugará las lágrimas de su ojos…  y no habrá ya muerte ni llanto ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,4).

Con estas palabras el autor no pretende alimentar la imaginación sino la esperanza, pues el más allá es inenarrable, pues “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman” (I Co 2,9).

Evangelio: San Juan 10,27-30.

En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”.

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El domingo IV después de Pascua desarrolla como idea central la imagen de Jesús como el Buen Pastor, subrayando en cada uno de los ciclos litúrgicos aspectos singulares del cap. 10 del Evangelio de S. Juan. Así en este domingo del llamado ciclo C, se destaca la idea de la profunda intercomunión entre Xto. -el Buen Pastor- y los creyentes -las ovejas -. Además se destaca que el Padre es conocedor de ese proyecto “pastoral”. Ser oveja de Jesús no es un hecho gregario: las ovejas toman decisiones personales: escuchan su voz y le siguen. Por otra parte Jesús también es un pastor que “personaliza”: él las conoce, las cuida y las protege. Las ovejas son un “don” del Padre.

 REFLEXIÓN PASTORAL

    La imagen de Dios como pastor se remonta a los profetas (Jer 23,1-2; Ez 34). También los salmos conocen este perfil divino (Sal 23,1; 80,2). Con ella se quería descalificar a los falsos pastores, que no guiaron al pueblo según el designio de Dios, y sobre todo ratificar que Dios en persona asumirá ese quehacer. “Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...; buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada...Y suscitaré un pastor que las apaciente” (Ezq 34,11-23). ¿Cómo no ver en la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) y sobre todo en la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn 10), el cumplimiento de esa profecía? La carta a los Hebreos hablará de Jesús como “el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna” (13,20)

Es cierto que esta imagen -Pastor y ovejas- hay que despojarla de toda connotación gregaria, pues por ser oveja -discípulo de Jesús- no es un hecho gregario sino personal.

Jesús es el Buen Pastor, que conoce personalmente y da vida personal  -su vida y “en abundancia” (Jn 10,10)- por y a sus ovejas. Ovejas que son un don del Padre -“mi Padre me las ha dado”-; ovejas que son su propiedad -“nadie puede arrebatármelas”- ¡Qué serenidad y confianza para nuestra vida sabernos conocidos y amados así por Cristo!

Pero ese conocimiento del Buen Pastor implica el reconocimiento-seguimiento de las ovejas -“escuchan mi voz y me siguen”-. ¡Qué responsabilidad para nuestra vida! Porque esto tiene consecuencias muy importantes. Ese seguimiento es, en primer lugar, acogida: supone reconocer el paso de Dios por mi vida. “Mira que estoy a la puerta llamando” (Apo 3,20); es conocimiento y personalización de los núcleos fundamentales de la persona de Jesús: sus sentimientos (Flp 2,5ss), su mentalidad (I Cor 2,16), su estilo (I Jn 2,6), hasta convertirle en protagonista de la propia existencia (Gal 2,20); es, finalmente, testimonio  que, como nos recuerda la 2ª lectura, ha de ser veraz, es decir, sincero, profundo y hasta sangrante.

¿Tenemos conciencia, experiencia de esta vida y de esta presencia del Buen Pastor? ¿Sentimos su pertenencia a Él como algo fundamental? ¿Languidecemos por inanición o nos alimentamos con su pasto vivificante?

¿Escuchamos y seguimos la voz del Señor o andamos descarriados y perdidos por caminos sin futuro tras la voz de mercenarios?

Pero, no lo olvidemos, también Jesús, es presentado como el Cordero, degollado.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias personales evoca en mí la imagen del buen Pastor?

.- ¿Reconozco y escucho su voz?

.- ¿Cómo ejercito yo mi responsabilidad “pastoral” (todos la tenemos)?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.