martes, 30 de agosto de 2022

DOMINGO XXIII -C-

1ª Lectura: Sabiduría 9,13-19.

¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Solo así serán rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada;  y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.

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 El texto seleccionado forma parte de la oración de Salomón para alcanzar la sabiduría (Sab 9). En él se subraya la debilidad del hombre para conocer por su propio dinamismo, por sus propias fuerzas, el proyecto de Dios. Tal constatación no obedece a un pesimismo antropológico, sino a un realismo experiencial. En la formulación de su pensamiento se detectan elemento del pensamiento platónico combinados con imágenes bíblicas (cuerpo / tienda). Solo con el Espíritu de Dios puede el hombre acercarse a la comprensión de sus designios y orientar hacia él sus pasos

2ª Lectura: Filemón 9b-10. 12-17.

Querido hermano:

Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.

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Onésimo, servidor de la casa de Filemón, en Colosas, huyó  de su amo -¿motivo?-, y encontró a Pablo en la prisión, probablemente de Éfeso. Allí abrazó la fe. Ahora Pablo se lo devuelve, pero cambiado: “como hermano querido”. La argumentación está teñida de ternura: Onésimo forma parte de su propia vida. La fuerza transformadora del Evangelio propicia una vivencia nueva de las relaciones sociales, rescatándolas de lo servil para convertirlas en fraternas. Destacable es cómo hasta la prisión es un espacio de evangelización cuando el celo del Evangelio anida en el corazón del cristiano. Es una concreción de aquel dicho: Evangelizar “a tiempo y a destiempo… (II Tm 4,2); porque “la palabra de Dios no está encadenada” (II Tm 2,9).

Evangelio: Lucas 14,25-33.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso así mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no  lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.

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A los que le siguen Jesús les formula con claridad hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es alto. Por eso invita a un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce a eso, porque abre a horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc 10,29-30),  y la persona se enriquece con un tesoro escondido (Mt 13,44).

Se trata de poner a Jesús en el centro: de “tomar conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él” (Flp 3, 9), de personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa.

Al seguimiento cristiano le es imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).

“De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento personal -“venid y lo veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-. Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...”  (Mc 8, 34).

El proyecto de “seguir”, de “vivir como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay que vivir “en seguimiento”.

REFLEXIÓN PASTORAL

No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico; Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.

A una multitud que le seguía de una manera bastante folklórica  e incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje clarificador. Y creo que debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así, propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos. Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.

Porque Él no vino a anular la revelación de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt 19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).

Entonces, ¿qué quiere decir con estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?

Jesús no ha venido a destruir los amores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice “amaos como yo os he amado” (Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque nadie ama más que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). Desde el amor a Cristo, el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a  uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica.

Jesús nos dice que hay que amar y amarnos cristianamente. El amor total a Cristo, a Dios, no puede  nunca convertirse  en pretexto o excusa para no amar al prójimo; pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a Dios.

Y lo mismo podemos decir de la renuncia a los bienes: Jesús no nos pide  el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a las cosas, “pues la vida del hombre no depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestro prójimo.

Jesús no está invitando tanto a odios y a renuncias cuanto a amores y a entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.

Estas palabras de Jesús deben darnos que pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me defino como “seguidor” de Jesús?

.- ¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a mi vida?

.- ¿Siento inquietud por dar a conocer a Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano - Capuchino

 

martes, 23 de agosto de 2022

DOMINGO XXII -C-

1ª Lectura: Eclesiástico 3,19-21. 30-31.

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios; el oído atento a la sabiduría se alegrará.

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En esta instrucción se recomienda la humildad, no la humillación, que permite una vida serena y alcanza el favor de Dios que “enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Y advierte de la conveniencia de discernir los comportamientos. La herida del cínico es peligrosa porque procede de una raíz dañada, de un corazón torcido.

2ª  Lectura: Hebreos 12,18-19. 22-24a.

Hermanos:

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando.

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.

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El texto habla de las dos Alianzas, la protagonizada por Moisés y la protagonizada por Jesús, destacando la superioridad y el carácter definitivo de la segunda, la Nueva en contraposición a la Vieja. La primera tuvo su patria y su promesa en la Tierra, la segunda tiene su patria y su promesa en el Cielo. Caer en la cuenta de ser miembros de esta nueva Alianza exige vivir en permanente gratitud y guardarse de “rechazar al que os habla… y ofrecer a Dios un culto que le sea grato” (Heb 12, 25.28).

Evangelio: Lucas 14,1. 7-14.

Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ‘Cédele el puesto a este ´. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba ´. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

Y dijo al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

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La escena presenta a Jesús como “Maestro” de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje sería muy poco. Jesús no está diseñando solo una táctica para “ascender” a los puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp 2,6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde de corazón” (Mt 11,29).

REFLEXIÓN PASTORAL

En una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés- en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar se garantiza la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin esperar la devolución, el principio de la ruina…

Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en la primera lectura -“En tus asuntos procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así no vamos a ninguna parte!

Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir y hacer, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.

Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.

Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas zancadillas y empujones para encabezar una lista!

¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.

Pero hay algo más; con estas palabras Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).

Al venir a nuestro encuentro, Dios no eligió posiciones de privilegio. “Siendo de condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que se humilla será ensalzado”.

Jesús tenía autoridad para darnos esta lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp 2,1).

El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de encuentro.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿A qué puesto aspiro en la vida?

.- Si humildad es andar en verdad, ¿por dónde ando yo?

.- ¿Me encuentro a gusto entre los humildes?

 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

 

 

miércoles, 17 de agosto de 2022

DOMINGO XXI -C-

1ª Lectura: Isaías 66,18-21.

    Esto dice el Señor: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia; a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballos y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi Monte Santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-“.

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    El texto se encuentra al final del libro de Isaías, y es una declaración explícita de la misericordia de Dios y de su voluntad salvadora, que implica la reunión de todos los pueblos y naciones en su Monte Santo. Y también de entre esos pueblos escogerá sacerdotes y levitas. Dios manifiesta así su voluntad no excluyente. Ningún pueblo está al margen: “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tim 2,4).

2ª Lectura: Hebreos 12,5-7. 11-13.

    Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.

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    Esta exhortación, inspirada en Prov 3,11-12, es una invitación a reconocer con gratitud la paternal pedagogía de Dios. Y reaparece en Apocalipsis 3, 19, en la carta al Ángel de la Iglesia de Laodicea. ¿De qué corrección se trata? De la invitación a caminar en la ruta del Evangelio, que en ocasiones desvela nuestros pasos descaminados, invitándonos a entrar por la puerta estrecha y a adentrarnos por el camino angosto propuesto por Jesús, pero, en definitiva, Camino de vida.

Evangelio: Lucas 13,22-30. 

    En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Jesús les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entra y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: ‘Señor, ábrenos´  y él os replicará: ‘No sé quiénes sois´. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas´. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados´. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. 

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    En tiempo de Jesús, las escuelas rabínicas mantenían opiniones muy diversificadas al respecto. Jesús reorienta la pregunta: no se trata de un conocimiento teórico, curioso, sino de un planteamiento práctico. No hay que preocuparse de saber el número de los que se salvan, sino ser del número de los salvados. Y Jesús responde que del Reino de Dios no hay excluidos, pero puede haber auto-excluidos. 

REFLEXIÓN PASTORAL

    “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Sin duda, Jesús hubiera preferido que la pregunta le hubiese sido formulada en estos términos: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25). Por eso su respuesta no fue de orden matemático (cuántos), sino de orden ético (cómo): “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. En todo caso el tema es importante, porque “al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no sabe nada”.

    El hombre siempre ha sentido inquietud y hasta ansiedad por conocer esta cifra misteriosa. En las escuelas rabínicas contemporáneas a Jesús  se dividían las opiniones: para unos eran muchos, para otros eran pocos. También a lo largo de la historia en la Iglesia ha habido voces y opiniones dispares al respecto.  Los Santos Padres opinaban, en general, que eran pocos. Los autores modernos se inclinan por que son muchos, incluso  que todos sin excepción, aduciendo la eficacia de la redención de Cristo. ¡Un buen deseo, sin duda! En todo caso, el proyecto de Dios es claro: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tm 2,4. De eso nos habla el texto profético de Isaías (1ª) y el evangelio.

    Pero, ¿por qué entregarse a más  especulaciones? El único que pudo decírnoslo, Jesús, no quiso responder. O mejor, sí respondió. “No te preocupe saber el número de los elegidos, procura ser tú del número de los elegidos. Esfuérzate en ello”. Porque la salvación no es una lotería -sería irrespetuoso imaginarse a Dios sacando bolas salvadoras de un bombo-, ni un seguro que nos permita vivir irresponsablemente. Es, ante todo, gracia de Dios -“por gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5-, no discriminante y abierta, pero es también llamada, urgencia que exige responsabilidad... Por eso nos dice Jesús: “esforzaos, velad…”.

    No nos refugiemos en un Cristo fácil, porque ese Cristo no existe.  El camino cristiano es arduo, tanto que muchas veces deja de ser camino para convertirse en áspera y vertiginosa senda, abierta paso a paso con el sudor del esfuerzo y hasta con sangre. En este sentido se expresa el texto que hemos leído de la Carta a los hebreos.  Hay, pues, que abordar correctamente el tema.

  Situarnos ante el problema de la  salvación como espectadores curiosos, considerándolo como algo exterior a nosotros, que todavía no nos afecta, es una postura equivocada y, sin embargo, muy frecuente.

    Más que preguntar si serán muchos o pocos, la pregunta justa debe ser: ¿Estoy yo en camino de salvación? ¿Acojo esa llamada en mi vida? ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo? ¡Nos falta la conciencia de sentirnos ya salvados! Por eso nos falta audacia y coherencia para vivir esa realidad.

    Sabernos ya salvados debería lanzarnos a buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia; a aspirar a las cosas de arriba; a entrar en comunión más auténtica con los otros. Nos salvaremos, si ya ahora nos sentimos salvados y vivimos en consecuencia; no aduciendo falsas credenciales (ni siquiera la de los cumplimientos religiosos). La vida cristiana es mucho más que un rito. Es un reto. “Sabemos que estamos salvados, si amamos a los hermanos” nos dice S. Juan (I Jn 3,14). Cristo abrirá las puertas de Reino a los que respondan positivamente a este test existencial, “Tuve hambre y me disteis de comer…”, porque “lo que hicisteis a uno de éstos…”.   El problema de la salvación, pues, no es del más allá, sino del más acá.

    Y sintiéndonos salvados, debemos ser agentes, instrumentos de salvación. Pero no podemos engañarnos ni engañar. Jesús dijo que su Reino no era de este mundo; que su paz no era como la del mundo; que su salvación no se regía ni se reducía a los esquemas de este mundo..., por eso, precisamente, es necesaria para este mundo. Frente a los que pretenden liberar matando al opositor, Jesús libera muriendo por el opositor... Es el esfuerzo de la puerta estrecha… Hoy falta valor para hacer llamadas al sacrificio, porque en el fondo falta el convencimiento de que valga la pena sacrificarse por algo. La oferta placentera  a corto plazo y a bajo precio es la más abundante.  Pero Jesús no es de los que piensan así. Su oferta vale  pena, no es una ganga. Es un producto de calidad, y exige comportamientos de calidad. Por eso no duda en decir: “Esforzaos...”

    Acojamos esta invitación del Señor, porque lo importante no es saciar la curiosidad de saber si son muchos o pocos los que se salven, sino la conciencia de saber si nosotros estamos o no en vías de  salvación. Veamos si hay que rectificar caminos o si incluso es necesario abandonar caminos. Porque esa es la gran sabiduría de la vida: encontrar el camino de la salvación y recorrerlo con el Señor y los hermanos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Estoy yo en camino de salvación?

.- ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo?

.- ¿Acojo con responsabilidad la llamada de Jesús al “esfuerzo”?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.

miércoles, 10 de agosto de 2022

DOMINGO XX -C-

1ª Lectura: Jeremías 38,4-6. 8-10.

En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”.

Respondió el rey Sedecías: “Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros”.

Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Melquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.

Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre (porque no quedaba pan en la ciudad)”.

Entonces el rey ordenó a Ebedmelek: “Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera”.

 

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La intervención de Jeremías, desaconsejando la oposición a los caldeos, le acarreó el calificativo de antipatriota. Eso le condujo a la situación que narra el texto seleccionado. La historia dio la razón a Jeremías (Jer 39). La acusación de que desmoralizaba al pueblo, esgrimida por los príncipes, era interesada: pretendían defender sus posiciones de privilegio. Jeremías veía más allá de la supervivencia de una “clase política”, le preocupaba la situación del pueblo. También a Jesús le acusaron de desestabilizador social (Lc 23,5), simplemente porque distinguía la política del Reino de Dios de las políticas interesadas de supervivencia. No es infrecuente identificar el bien común con los propios intereses, y supeditar aquel a estos.

2ª Lectura: Hebreos 12,1-4.

Hermanos:

Una nube ingente de espectadores nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

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La carta a los Hebreos nos invita a “correr”, fijos los ojos en Jesús. Una imagen deportiva, que indica, además las exigencias para mantener la forma competitiva: liberarnos del impedimento -el pecado- que nos ata y paraliza. Ya san Pablo habla de “espíritu olímpico” (I Cor 9,24-27; Flp 3,12-14): ascético, optimista, generoso, inteligente, competitivo… Vivir olímpicamente la fe puede ser un estilo muy sugestivo y válido. Sin olvidar nunca la meta, sin perder de vista a Jesús, iniciador y meta de nuestra fe.

Evangelio: Lucas 12, 49-53.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división. En adelante, una familia de cinco está dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

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Sigue Jesús dirigiéndose a los discípulos. ¿De qué fuego habla Jesús? Del que purificará y abrasará los corazones, y que debe encenderse en la cruz, auténtica “pira” del amor purificador de Dios. También ese es el bautismo por el que anhela pasar. Jesús contempla ya un horizonte conflictivo, y eso lejos de arredrarle, le estimula.

Por otra parte, a los discípulos les advierte de la “tensión” que él ha venido a introducir en la vida. No es un rompe familias, pero hasta ahí pueden llegar la consecuencias y exigencias del seguimiento.

REFLEXIÓN PASTORAL

Jesús sigue dirigiéndose a sus discípulos, a nosotros. Y lo hace con palabras y propuestas impresionantes. No son palabras para escuchar “tranquilamente” en los bancos de la iglesia. Nada más lejos de Jesús que la ambigüedad. Desde la infancia fue presentado como bandera discutida ante el que tendrán que descubrirse y decidirse los pensamientos de los hombres, así le presentó el anciano Simeón. Y  desde entonces no dejó de ondearla hasta que fue izada en el mástil de la cruz.

Quiso claridad en todo, en el hablar y en el actuar. Descalificó las pretensiones posibilistas y contemporizadoras de nadar y guardar la ropa -“No podéis servir a dos señores” (Mt 6,24) -. Sin concesiones al sentimentalismo, descubrió los reales vínculos de su parentesco -“Mi madre y mis hermanos son  los que cumplen la voluntad del Padre” (Mt 12,50) -. Rehuyó sistemáticamente el aplauso interesado de los que pedían milagros, instrumentalizándolo  -“Vosotros me buscáis porque habéis comido pan hasta saciaros” (Jn 6,26)-. No dudó en calificar su propuesta de “vía estrecha”, y su Camino, de cruz…

Y lo de hoy ya lo acabamos de escuchar: un pirómano divino, que quiso deshacer con el fuego de su amor todos los hielos del corazón humano; que quiso acabar con tanta maleza como existía en la sociedad de su tiempo. Un intranquilizador, que vino a declarar la guerra a todas las falsas paces religiosas, políticas, sociales y hasta personales y familiares, porque hasta ahí pueden llegar las consecuencias de una verdadera opción por Jesús.

Es cierto que los cristianos, con el paso del tiempo, hemos ido dulcificando, moralizando esa figura tan enérgica. Hemos ido apagando ese fuego purificador para encender otros asoladores. Hemos arriado su bandera discutida, la cruz, cambiándola por otra más razonable y, sobre todo, la hemos izado en otro mástil, convirtiendo la cruz, de signo escandaloso en un adorno piadoso. Hemos declarado compatible, y hasta hemos subordinado, el Evangelio con otros mensajes. Hemos abandonado la “vía estrecha” por otra, en la que se pueda circular en todas las direcciones. Hemos pactado con casi todos y casi todo. Hemos pretendido hacer más asequible su mensaje, más universal, a costa de sacrificar sus exigencias, aguándolo…; pero, gracias a Dios, no lo hemos conseguido, ni lo conseguiremos mientras en nuestros oídos sigan resonando mensajes como los que acabamos de escuchar hoy en la palabra de Dios. Y tenemos que agradecérselo a Dios de verdad, porque nuestra inclinación es hacia un Cristo fácil, cómodo, pero ese Cristo no existe.

Hoy, desde los textos bíblicos, se nos invita a luchar contra el pecado en todas sus manifestaciones, personales y sociales, aún a costa de nuestra integridad física, pues “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”, sin apartar nunca la vista de Jesucristo (2ª lectura).

El profeta Jeremías, fiel a su vocación y a la revelación de Dios, estuvo a punto de morir en una fosa porque no distorsionó la palabra de Dios, doblegándose y halagando las pretensiones de los cortesanos de  Jerusalén…, pero Dios lo libró.

“Una nube ingente de espectadores nos rodea…, corramos la carrera fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. Sí, a Jesús nunca hay que perderle de vista, so pena de  despistarnos, adentrándonos por caminos estériles, y de despistar a los otros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es Jesucristo el referente de mi vida?

.- ¿A qué estoy dispuesto por su seguimiento?

.- ¿Soy posibilista, intentando servir a dos señores?

DOMINGO J: MNTERO CARRIÓN; Franciscano  Capuchino.