1ª Lectura: Eclesiastés 1,2;
2,21-23
Vaciedad sin
sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad. Hay quien
trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción
al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca
el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De
día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es
vaciedad.
*** *** ***
El Eclesiastés pertenece,
junto con el libro de Job, a lo que se conoce como exponentes de “la crisis del
pensamiento sapiencial en Israel”. Es una obra crítica y lúcida sobre los
avatares del hombre en la tierra sin otro horizonte que la muerte. El autor no
niega el sentido de la vida, invita a descubrirlo más allá de la apariencia
inmediata. No es un ateo, sino un creyente que muestra, desde la oscuridad de
la inmanencia, la necesidad de otra clave para acceder a su conocimiento
profundo de la existencia. A Dios no hay que acudir apresuradamente: no es una
respuesta barata; primero hay que apurar las respuestas de la vida. Eclesiastés
invita a “vivir” el tiempo, no a “pasar” el tiempo; a “aprovechar” la vida, no
a “perderla”…, consciente de que lo visible no agota lo real.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.
9-1
Hermanos:
Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo,
sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con él, en gloria.
Dad muerte a todo lo
terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia
y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros.
Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva
condición, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a
conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles,
circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque
Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
*** *** ***
A los cristianos de
Colosas, Pablo les invita a profundizar su vida, radicándola y renovándola en
Cristo; a buscar nuevos horizontes. El
cristiano tiene que desvestirse de “la vieja condición humana” (el pecado y sus
obras: el viejo Adán) y revestirse de “la nueva condición” (la imagen de Cristo:
el nuevo Adán). En el nuevo orden, alumbrado en Cristo, desaparecen las
divisiones discriminatorias y aparece un mundo renovado y unido en una
fraternidad consolidada, al que nos incorporamos por el bautismo.
Las recomendaciones
de san Pablo son una llamada a los cristianos de hoy, que quizá aún no hemos
realizado ese proceso de radicación y de renovación de la vida, quedándonos en
lo ritual y superficial.
Evangelio: Lucas 12,13-21
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
Él le contestó:
“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”.
Y dijo a la gente:
“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su
vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola:
“Un hombre rico tuvo
una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde
almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y
construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi
cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para
muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida´. Pero Dios le dijo: ‘Necio,
esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?´”. Así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.
*** *** ***
Ante la demanda
puntual de uno que quería convertir a Jesús en mediador en asuntos de herencia,
él aprovecha para instruir sobre algo que afecta a la “herencia” fundamental:
la salvación. El hombre no debe equivocarse (pero puede hacerlo); en él hay
dimensiones que no se sacian con productos efímeros.
El hombre puede ser
dueño de muchas cosas, pero no es el dueño de su vida. Jesús vino a salvar la
vida, no a devaluarla, rescatándola de afanes “intrascendentes”, abriéndola a
horizontes y valores nuevos. “Atesorad tesoros en el cielo…” (Mt 6,19-20). La
carta de Santiago (5,1-4) y la primera de Timoteo (6,9-10) pueden servir
de comentario a la parábola de Jesús.
San Pablo muestra el sentido de los afanes del cristiano: “Si vivimos, vivimos
para el Señor” (Rom 14,8), que es el señor de la vida y “amigo de la vida” (Sab
11,26).
REFLEXIÓN PASTORAL
“Por ser criatura, el hombre
experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus
deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene
que elegir y renunciar… Por ello siente en sí mismo la división… Son muchos los
que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de
la clara percepción de tan dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria,
no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo
humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el
convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará
plenamente todos sus deseos. Y no falta, por otra parte, quienes, desesperando
de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes
piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan
por darle un sentido puramente subjetivo.
Sin embargo, ante la actual
evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean con mayor
profundidad las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el
sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos,
subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?
¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay
después de esta vida temporal?...
Cree la Iglesia que
Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el
Espíritu Santo para que pueda responder a su máxima vocación… Igualmente cree
que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en el
Señor. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay
muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, que es el
mismo hoy, ayer y siempre”. Son todas expresiones del Concilio Vaticano II
tomadas de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
Textos que acogen y responden a
la temática sugerida por las lecturas bíblicas de este domingo: El sentido del
quehacer humano, cuando se le despoja de su referencia trascendente (primera
lectura); la urgencia de interiorizar nuestra vida y nuestra acción hasta
cristificarlas (segunda lectura); la
convicción de que la grandeza del hombre no depende de sus bienes (3ª lectura).
Un mensaje de gran
actualidad para una sociedad como la nuestra, distorsionada y confundida, que
explica y define al hombre en términos de consumidor y productor, ahogando
dimensiones más profundas y humanas. Una sociedad que ha elevado a la categoría
de meta el bienestar, sacrificando en ese altar todo tipo de víctimas, incluso
humanas.
No se trata de
contraponer, de establecer divisiones irreconciliables, sino de saber reconocer
la verdad de las cosas, que son criaturas, no ídolos, y la verdad del hombre, que
no ha sido hecho para las cosas ni a su medida, sino para Dios y a su imagen.
“Nos hiciste, Señor, para ti…”. Ésta es la vocación del hombre, su meta, y
cualquier otra cosa es “vaciedad sin
sentido, todo vaciedad”. Pues los espacios que Dios no llena terminan por
quedar vacíos. Y de ese vacío puede surgir la desesperación. En cambio, “quien
a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”.
La invitación a
buscar “los bienes de allá arriba” no es una invitación a la huida o a la
evasión, sino a inyectar esos “bienes” (la paz, la verdad, la justicia…) en la
tierra, para renovar su rostro.
Con la parábola
Jesús invita a la sensatez: llama la atención la necesidad de saber mantener
siempre el control sobre las cosas y de no ser controlados por ellas, porque
ahí está la libertad. El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser
él quien disponía de sus bienes, sino sus bienes los que disponían de él. Los
bienes no son ni buenos ni malos, todo depende de quién “lleve” a quién, de
quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. Y a esa
falta de discernimiento Jesús la llama necedad: “Necio esta noche te van exigir
la vida”.
Sí, la palabra de
Dios nos invita a la sensatez. Aquel hombre pudo haber tomado otras decisiones,
por ejemplo, repartir la producción con los más necesitados, y así haber ganado
la vida. Pero la codicia le volvió insensato.
¿Y qué pasa entre
nosotros? ¿No estamos hundidos en esta crisis, que parece ahogarnos, por
nuestra insensatez, por la codicia, por creer que la vida depende del dios
dinero, poder y placer? La salida a esta situación será, seguramente, difícil,
lenta y larga, y solo será posible si todos, a nuestro nivel, adoptamos una
gran dosis de sensatez para no distorsionar los valores de la vida.
“Buscad los bienes
de arriba… Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la
impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría… Despojaos
del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo”.
“Donde está tu
tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21) dice Jesús. Pero también es verdad
que donde está tu corazón, allí está tu tesoro. ¿Dónde está nuestro corazón?
¿Cuál es nuestro tesoro?
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Cuáles son los valores que dan sentido a mi vida?
.-
¿Es Dios el “ante todo” de mi vida?
.-
¿Cómo invierto mi vida?, ¿en el interés personal o en la gratuidad?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap.
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