1ª Lectura: Sabiduría
1,13-15; 2,23-25
Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la
destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera; las criaturas
del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del
Abismo sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre
incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo
entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.
*** *** ***
En los albores del NT y en las postrimerías
del AT, este texto presenta una visión optimista de la creación como obra surgida
de las manos de Dios. En el origen fue la Vida; no hay dos principios
coetáneos: el bien y el mal, la vida y la muerte. El mal y la muerte son
“posteriores”, y tienen otro origen, la envidia del diablo. Vida y muerte, más
allá de una interpretación “material”, son dos modos de existencia: en uno
reina la justicia y en el otro el pecado. La vocación original del hombre es la
vida. Y una vida abundante (Jn 10,10).
2ª Lectura: 2 Corintios
8,7-9. 13-15
Hermanos:
Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la
palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis,
distinguíos ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo generoso que ha sido
nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que
vosotros, con su pobreza, os hagáis
ricos. Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se
trata de nivelar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que
ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remedirá vuestra falta; así
habrá nivelación. Es lo que dice la Escritura: “Al que recogía mucho no le
sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba.”
*** *** ***
Estos versículos originalmente forman
parte, probablemente, de una carta escrita por Pablo a la comunidad de Corinto,
una vez restablecidas las buenas relaciones entre él y un sector de la
comunidad. El motivo era animarles a la generosidad con ocasión de la colecta
en favor de las comunidades cristianas de Judea (Hch 11,29-30; Gál 2,10; Rom
15,25-28). Importante es la motivación: enriquecidos por la pobreza de Cristo,
los cristianos deben compartir esa “riqueza” con los demás. La solidaridad
eclesial debe ser expresión de la real comunión con Cristo.
Evangelio: Marcos 5,21-43
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a
la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al
lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se
echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi niña está en las últimas; ven,
pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha
gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde
hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos
y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había
puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le
tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba
curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en
medio de la gente, preguntando: ¿Quién me ha tocado?
Los discípulos le contestaron: Ves como te
apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”
Él seguía mirando alrededor, para ver quién
había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que
había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: Hija, tu fe
te ha curado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de
casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué
molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le
dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie, más que
Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la
sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: ¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está
muerta, está dormida.
Se
reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la
niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le
dijo: Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
La niña se puso en pie inmediatamente y
echó a andar -tenía doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en
que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
*** *** ***
Dos escenas
que muestran la energía vitalizadora de Jesús y cómo el acercamiento salvador a
Jesús se realiza desde la fe. No hay situaciones límite -enfermedad o muerte-;
basta que el hombre se fíe y se confíe al Señor. Por otra parte, Jesús no
rehuye el contacto y, además, percibe los detalles de la fe silenciosa. El
relato se concluye con la prohibición de divulgar el hecho, porque la fe en
Jesús no debe estar “condicionada” por el prodigio, sino que debe surgir de un
espíritu libre.
REFLEXIÓN PASTORAL
“Dios
no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes… Hizo al
hombre de su misma naturaleza”.
Aquí reside el optimismo creatural y el
optimismo antropológico. Esta es su
raíz, la razón más profunda. En otro lugar del mismo libro de la
Sabiduría se afirmará que Dios es “amigo
de la vida” (11,26).
Sí, Dios es un Dios vivo, vital, vitalista
y vitalizador. Señor y dador de vida. Y hay que buscarle en los horizontes
abiertos de la vida. Está en la Cruz, sí, pero en una Cruz convertida en
eclosión y manifestación de su Amor. Lo
que nos salva no es el dolor, sino el amor; un amor que asume, redime e ilumina
al dolor.
¿Por qué muchos cristianos, entonces,
damos la impresión de creer en un Dios triste, vestido de negro, a quien solo
agrada el sacrificio?
El texto continúa: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. Sin embargo
esta envidia, pecado del hombre, no
anuló el proyecto original de Dios, que envió a su Hijo, para tuviéramos vida y
“una vida abundante” (Jn 10,10),
convertido en “el pan de la vida”
(Jn 6,35).
El evangelio de este domingo nos presenta
esa dimensión vitalizadora de Jesús: con una mujer enferma y con una niña ya
difunta.
Jesús es un foco de vida: los ciegos ven,
los sordos oyen, los cojos, andan, los muertos resucitan (cf. Mt 11,5)… Pero
Jesús no es un curandero. La salud que de Él emana es salvación: por eso, esa
salud surge de la fe.
A Jesús le “apretujaba la gente”, pero esos contactos a Jesús le dejaban
indiferente, insensible; entre toda aquella multitud, sin embargo, hubo alguien
que “le tocó con fe”. Y este “toque”
le afectó, lo percibió. “Tu fe te ha
curado”.
Sí, hay que tocar con fe; orar con fe;
pedir con fe… La fe es determinante. “Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, dirías a este monte…” (Mt 17, 20).
Algo parecido sucede con Jairo. Se ha
acercado a Jesús pidiendo por su niña, muy grave. Jesús se pone en camino con
aquel padre angustiado. Pero de casa llega la noticia: la niña ha muerto; ya no
vale la pena molestar al Maestro. Seguro que las miradas de Jesús y de Jairo se
cruzaron. Y Jesús, percibió la angustia de aquel padre y le dijo: “No temas; basta que tengas fe”. Y
siguieron juntos el camino. Y se produjo el milagro.
“Si
tuviérais fe” (Mt 17,20)
·
Buscaríamos ante
todo el Reino de Dios; daríamos mayor profundidad a la vida; seríamos capaces
de reconocer la presencia de Dios y de rastrear sus huellas en situaciones en
las que sentimos la impresión de estar solos.
·
Superaríamos el
miedo a “dar la cara por nuestro Señor”
(2 Tim 1,8)…, y la tentación del disimulo; nuestra oración sería más abundante
y comprometida; dejaríamos de “llevar
cuentas del mal (1 Cor 13,5), para entregarnos a hacer el bien.
· No nos
contentaríamos con ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos
desempeñar un servicio en ella; no nos limitaríamos a oír el Evangelio, sino
que buscaríamos “participar en los duros
trabajos del Evangelio” (2 Tim 1,8).
“Si tuvierais
fe…” ¿Tan poca fe tenemos? ¿Y qué es tener fe? Por supuesto que no es solo
creer que Dios existe -“También los demonios lo creen y tiemblan” (Sant
2,19)-, sino reconocer las implicaciones de su existencia: “Si llamáis Padre a quien juzga a cada cual,
conducíos con responsabilidad, mientras estáis aquí de paso” (1 Pe 1,17).
Creer no es
tanto opinar cuanto vivir. Es situar la vida en otra dimensión; sentirse
profundamente captado, “seducido” por
Dios (Jer 20,7); dejar que él protagonice la vida. Y, además, hacerlo con
alegría y espíritu de gratuidad: “Cuando
hayáis hecho lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho
lo que debíamos hacer” (Lc 17,10). O sea, que por creer, por vivir según la
fe, a Dios no hay que pasarle factura; solo hay que darle gracias.
Reunidos en torno al altar, celebrando
el sacramento de nuestra fe, pidamos al Señor: “¡Auméntanos la fe! Esa fe que
nos permita testimoniarla y concretarla, como recuerda la segunda lectura, en
solidaridad y caridad fraterna.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué rostro de Dios reflejo en mi vida?
.-
¿Sobresalgo en generosidad y solidaridad?
.-
¿Toco la vida con fe?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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