1ª
Lectura: Isaías 6,1-2a. 3-8.
El año de la muerte del rey Ozías, vi al
Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el
templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo:
¡Santo, santo, santo el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su
gloria! Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo
estaba lleno de humo.
Yo dije: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo
hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros,
he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos.
Y voló hacia mí uno de los serafines con
un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a
mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaperecido tu culpa,
está perdonado tu pecado.
Entonces escuché la voz del Señor, que
decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame.
*** *** ***
Nos encontramos en el año 740 a.C., en el
templo de Jerusalen, donde Isaías, de estirpe sacerdotal, recibe la llamada de
Dios a la misión profética. Dios es presentado en el ámbito de la santidad y la
transcendencia, una visión que anonada a Isaías. Pero eso no es sinónimo de
lejanía. Dios mantiene su interés y compromiso salvífico con su pueblo. Busca
un servidor. Isaías, tras la experiencia de la purificación personal, se ofrece
para la misión que le confiará el Señor. A diferencia de Moisés (Ex 4,10) o de
Jeremías (Jer 1,6), no pone reservas. Se trata del relato de vocación del
profeta, que comporta cuatro momentos: a) teofanía (vv 1-4), b) rito de
purificación/capacitación (vv.5-7), c) misión profética (vv 8-10), d) resultado
final (vv 11-13).
2ª
Lectura: 1 Corintios 15,1-11
Hermanos:
Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y
que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando,
si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado
nuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo
había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se
apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven
todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos
los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol,
porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo
que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos
ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien, tanto
ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
*** *** ***
Dirigiéndose a los Corintios, que de alguna
manera y en algunos sectores comenzaban a cuestionar a Pablo frente a otros
maestros que iban introduciéndose en la comunidad, Pablo reclama su condición
de apóstol y de llamado por el Señor. Es una reivindicación de legitimidad
vocacional. Pero, sobre todo, de la veracidad de su Evangelio, centrado en el
misterio pascual de Cristo. Todo gira en torno a este núcleo. Un anuncio que él
ha recibido de la tradición eclesial, pero que él ha vivenciado personalmente. Y
también traducido pastoralmente con originalidad. Pablo se interpreta, vocacional
y ministerialmente, como una obra de la gracia, a la que él ha procurado
responder con fidelidad. No compite con los otros Apóstoles, pero no oculta su
conciencia y legitimidad apostólicas.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba
alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago
de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores
habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y
le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a
la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema
mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado
la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las
redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada
de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la
otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron
las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los
pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de
él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y
lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de
Simón.
Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora,
serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
*** *** ***
Nos hallamos ante el relato vocacional de
los primeros discípulos. Lucas lo sitúa después de la presentación de Jesús en
la sinagoga de Nazaret y de algunos de sus primeros signos, a diferencia de
Marcos (1,16-20), que lo hace antes de las primeras intervenciones públicas de
Jesús. En él se destaca la iniciativa,
que es de Jesús, y la respuesta de
los llamados. Lucas, a diferencia de Mateo (4,20) y Marcos (1,18) subraya la radicalidad -“dejándolo todo”-. Con este subrayado marca el estilo del
seguimiento. Una de las características de su evangelio. Por otro lado, la
pesca abundante es un presagio de la fecundidad de la misión, siempre que se
eche la red al estilo y en el nombre del Señor. A destacar, solo Lucas, entre
los sinópticos, singulariza la misión de Pedro.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Un
pequeño lago, una ensenada, un joven predicador, unos cuantos pescadores sin
especial cualificación: así comienza la aventura de la Iglesia que S. Lucas va
a relatarnos en su obra.
Releyendo
esta página evangélica alguno, quizá desalentado, se pregunte: ¿Dónde pescar
hoy? y ¿cómo? Eso es lo que pretende
esclarecer S. Lucas, mostrando la confianza en Jesús como antídoto contra el
desánimo o la autosuficiencia, y el estilo de Jesús como la única estrategia
con futuro.
Los resultados no habían
correspondido a los esfuerzos. Resignado, Simón atracó la barca, sin
percatarse, quizá, de la presencia del Maestro, o al menos sin prestarle mucha
atención, ocupado en el lavado de sus redes (¡sus redes le enredaban...!). Pero Jesús se acercó pidiéndole un favor, la
barca, para, desde ella, hablar "a
la gente que se agolpaba para oír la Palabra de Dios". Simón se la
cedió...Y la barca infecunda de Simón se convirtió en la primera cátedra del
Evangelio.
"Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: rema mar adentro, y echad las
redes". Pero Simón, que no había dudado en cederle la barca, no
estaba, sin embargo, dispuesto a recibir lecciones de pesca (y menos de un
carpintero). ¡Si conocería él los caladeros del lago..., y acababa de
recorrerlos en vano! Al final aceptó, declinando toda responsabilidad,
consciente de la inutilidad de la faena. "En tu nombre -porque Tú lo dices-...echaré las redes". ¡Y esto fue lo que le salvó! Las redes se
llenaron hasta reventar, y él paso a ser pescador de hombres.
Sí, hay dos modos de pescar, y de
vivir: en nombre propio o en nombre del Señor. Vivir concediendo nuevas
posibilidades a la realidad, abriéndose a ella con la esperanza de descubrir siempre nuevos
caladeros, o dándola por sabida, por agotada, por irrecuperable...
Y
ambos modos de pescar y de vivir producen resultados diferentes. ¡Cuántos
esfuerzos baldíos por falta de estilo, de "modos", de esperanza...!
Aunque nuestros caladeros parezcan
sobradamente recorridos; aunque el resultado no parezca compensar los
esfuerzos...:"Echad las redes",
pero en el nombre del Señor y a su estilo. Obsesionados no por obtener
resultados inmediatos, sino ilusionados por situar nuestra vida en una actitud
de esperanza, no dando por definitiva ni por perdida ninguna situación.
“Rema mar adentro”. Sí, hay que
adentrarse en la realidad. Eso fue la encarnación del Hijo de Dios: adentrarse
en nuestra realidad, y desde dentro la salvó.
Hay excesivos espectadores, quizá también entre nosotros, sentados en la orilla, y pocos “pescadores”. Y pescar, como dice san Pablo, no es engañar con cualquier cebo sino anunciar de palabra y de obra a Jesucristo (2ª).
Hay excesivos espectadores, quizá también entre nosotros, sentados en la orilla, y pocos “pescadores”. Y pescar, como dice san Pablo, no es engañar con cualquier cebo sino anunciar de palabra y de obra a Jesucristo (2ª).
Hay dos modos, dos estilos, de
vivir: enredados o desenredados, en la orilla o mar adentro, al estilo propio o
al estilo de Jesús, pero sólo uno es fructífero: vivir y actuar en el nombre
del Señor, a su estilo, creyendo en las posibilidades y bondad de lo creado. ¡Ojalá que ése sea el nuestro
Nunca
como hoy al hombre puede definírsele como un ser “enredado”. Las redes son
múltiples, no solo las redes sociales, las de la informática. Están las redes del
dinero, del sexo, del poder, del miedo…
“Dejaron las redes y lo siguieron”. Así
presentan Mt (4,20) y Mc (1,18) el inicio del seguimiento. Lucas lo radicaliza:
“dejándolo todo, lo siguieron”
(5,11). El seguimiento de Jesús exige desenredarse de las redes que nos
enredan. Exige abandonar esas redes
“estériles” con las que hemos pasado la noche bregando sin coger nada. Una
decisión dura porque supone la fractura con el pasado. Y esta es una decisión
libre, que ha de asumir todo aquel que quiera ser discípulo de Jesús. Es el
umbral que hay que traspasar para entrar en el espacio de la libertad
evangélica. Para seguir a Jesús hay que desenredarse, hay que estar
disponibles.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué
redes son las que me enredan?
.-
¿Vivo al estilo del Señor?
.-
¿Estoy disponible para la misión?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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