1ª Lectura: Génesis 9,8-15.
Dios dijo a Noé y a sus hijos: Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra. Y Dios añadió: Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.
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El texto nos muestra la primera alianza de
Dios con Noé y con todos los seres vivos. Y no deja de ser significativo que la
primera lectura del primer domingo de Cuaresma nos hable de un pacto
incondicional de Dios. Una alianza de vida; una alianza unilateral, cuyo signo
será el arco iris. Dios se constituye en garante de su obra: la creación. Le seguirá la alianza con Abrahán y su
descendencia, y el signo será la circuncisión (Gén 17); la tercera será la del
Sinaí, limitada a Israel, con la observancia de la Ley como contrapartida (Éx
19). Dios es el Dios de la alianza; un Dios aliado con el hombre y con el
mundo, y para siempre. Esa cadena de alianzas hallará su plenitud en la Nueva
Alianza, sellada en la muerte y resurrección de Cristo.
2ª Lectura: 1 Pedro 3,18-22.
Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.
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El texto seleccionado forma parte de un
primer credo cristiano, de origen probablemente bautismal. Tiene como finalidad
ayudar a comprender el sufrimiento inocente, contemplando el modelo de Cristo,
y animar a una vida sin pecado; una vida conquistada por Cristo, autor de la
alianza definitiva de Dios y a la que somos incorporados por el Bautismo. El
texto en algunas de sus expresiones no resulta de fácil interpretación, en concreto la
identificación de “los espíritu encarcelados”: ¿los demonios?, ¿los castigados
en el Diluvio?, ¿los justos muertos antes de Cristo y que esperaban su
resurrección? Lo importante es notar que todos los espacios están abiertos a la
misericordia de Dios y son visitados por ella.
Evangelio: Marcos 1,12-15.
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.
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Jesús es
Mesías e Hijo de Dios, pero en la debilidad de la condición humana: la
tentación (cf. Flp 2,6-8). También él tiene que vivir la prueba y el desierto.
Marcos, desde el principio, quiere evitar una visión equivocada de la
persona y misión de Jesús. Por otra
parte, la alusión a la convivencia con las fieras y al servicio de los ángeles
sugiere la realidad de Jesús como el
“último Adán”, el hombre verdadero.
REFLEXIÓN PASTORAL
El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma. “Tiempo favorable” (2 Cor 6,2,) porque nos invita a “avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y a vivirlo en su plenitud” (oración colecta). En la ceremonia de la imposición de la ceniza se nos dijo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y es que solo así podremos alcanzar el objetivo cuaresmal. Los textos bíblicos de este primer domingo ofrecen puntos luminosos para entregarnos a este quehacer.
La vida hay que vivirla con esperanza
porque, más allá de los avatares puntuales de la historia, está garantizada por
Dios, que ha empeñado su palabra en un pacto gratuito e incondicional (1ª
lectura), renovado en la sangre de la Nueva Alianza (2ª lectura).
Dios es nuestro aliado, está a nuestro
lado, está de nuestra parte, aunque en ocasiones tengamos la sensación de estar
solos y abandonados. “Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Y esta es
una convicción necesaria para atravesar los desiertos de la vida, sembrados de
tentaciones y dificultades.
El evangelio nos presenta a Jesús
empujado por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y acogedor a un tiempo;
“archivo histórico” y “espacio penitencial” y “esponsal” para la memoria de
Israel. La experiencia de Jesús en el desierto, como la experiencia de Israel,
fue una experiencia guiada por Dios. Dios conduce al desierto para darse a
conocer sin filtros y para conocer sin máscaras.
Y allí pasó Jesús 40 días, como Moisés en
el Sinaí (Éx 34,28), como Elías en el Horeb (1 Re 19,1-8). Y “se dejó tentar”. Con este pasivo san
Marcos apunta a que la tentación no se le impuso, sino que la permitió él,
mostrando así su voluntad de hacerse semejante a los hombres (Flp 2, 8), y de
enseñarnos a ser hombres en la tentación.
Sin embargo, a diferencia de los otros
evangelistas (Mt y Lc), san Marcos no detalla las tentaciones ni habla de
ayunos, pero subraya algo que silencian los otros: “Vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Procediendo así,
por una parte muestra la realidad humana concreta de Jesús en un discernimiento
personal, en una búsqueda del sentido de su vida, y por otra, presenta su
figura como el nuevo Adán, en armonía con los animales en el Paraíso. Pero con
una diferencia, Jesús no sucumbió a la tentación, como sucumbió Adán.
Y
clarificada su vocación, Jesús se entrega a la misión. La enseñanza es clara:
antes de cualquier misión se requiere una clarificación; pero una vez alcanzada
ésta, se impone la misión. No se puede estar especulando indefinidamente.
Transitemos
por este “tiempo oportuno” y de “oportunidades” que es la Cuaresma. ¡Ojalá en
él escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos el corazón.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué espíritu abordo la Cuaresma?
.-
¿Cuáles son mis tentaciones?
.-
¿Cuáles son mis obras de conversión?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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