1ª Lectura: Job 7,1-4. 6-7.
Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.
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En su postración Job hace un resumen
apretado de la vida: corta, frágil, sin horizontes de futuro. Y no es malo caer
en la cuenta de esta “fragilidad”; pero no es esa la lectura completa. No todo
es oscuridad y sinsentido: hay una mirada que puede aportar esperanza, la de
Dios. Y a esa mirada se encomienda: “Recuerda…”.
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Pablo habla de la urgencia de la
evangelización y de la gratuidad de la misma. Su vida está captada por y para
el Evangelio. En su discurso hay una cierta crítica para los que viven del
Evangelio (1 Cor 9,1-14). “Dad gratis…” (Mt 10,8); esta consigna de Jesús guía
la vida de Pablo. Y evangelizar no es solo anunciar de palabra, sino “hacerse”
todo a todos: disponibilidad total, sin exclusiones.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
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Tres momentos destacan en este relato: 1) la curación de la suegra de Pedro (que muestra el talante natural de Jesús, atento a los detalles. 2) Un sumario que globaliza su actividad sanadora y regeneradora de la vida. 3) La indivisible unión entre oración y misión. Marcos subraya que Jesús no se deja hipotecar por la popularidad; no se detiene a rentabilizar el éxito; su tarea es evangelizar, pasar por la vida haciendo el bien, gratuitamente.
REFLEXIÓN PASTORAL
Jesús es un centro, un foco de salud y de
vida. Entra en la historia anunciando y realizando el Reino de Dios, es decir,
anunciando y realizando la presencia salvadora de Dios, a todos los niveles y
en todos los lugares.
Nos cuenta hoy el evangelista Marcos que, al
salir de la sinagoga de Cafarnaún, donde acababa de curar a un enfermo, Jesús
se dirige con los primeros cuatro discípulos a la casa de Simón y de Andrés. Al
entrar, se entera de que la suegra de Simón está enferma, inmediatamente se
acerca a ella, interesándose por su estado; le toma de la mano y le devuelve la
salud, incorporándose ella a los quehaceres de la casa. Se trata casi de una
anécdota intranscendente, que nos habla, sin embargo, elocuentemente de la
sensibilidad de Jesús. Para él nada ni nadie es irrelevante. Tampoco nosotros.
“Confiad vuestras preocupaciones a Dios, que él se interesa por vosotros” (1 Pe
5,7). “Él sana los corazones destrozados” hemos aclamado en el salmo
responsorial.
Al atardecer, pasado el sábado, la casa de
Simón y de Andrés se ve rodeada de enfermos que buscan ser curados. Y Jesús,
nos dice el evangelista, devuelve a muchos la salud. Pero no termina ahí su
quehacer.
Cuando
todos duermen, él sale a un lugar solitario a orar. La oración es un aspecto
fundamental de su acción evangelizadora. A Jesús no le bastaba estar con los
hombres, ni siquiera morir por los hombres; necesitaba momentos de absoluto, de
comunicación y comunión íntima con el Padre Dios. Jesús necesita verificar al
Padre en su vida y verificar su vida ante el Padre. Ese es el sentido más
profundo de su oración.
Y esto es importante destacarlo, porque aquí
suele residir el fallo de no pocos proyectos de evangelización y de no pocos
evangelizadores: la falta de la oración. Evangelizar no es solo transformar el
mundo, sino transformarlo según el designio de Dios. Para eso hay que
contemplar a Dios. Y eso no se improvisa. ¿Cuánto tiempo dedicamos a programar?
¿Y a orar? ¿Oramos nuestras programaciones? ¿Oramos nuestra pastoral? ¿Oramos
nuestra vida?
Advertida
su ausencia, los discípulos le buscan nerviosos. “Todo el mundo te busca”, le dicen al encontrarle, en un intento de
hacerlo regresar al fervor de la multitud entusiasmada. Pero Jesús no se deja
monopolizar ni marear por los aplausos. (¡Otra tentación de la evangelización y
del evangelizador!) Su misión es hacer el bien, sin detenerse a rentabilizarlo;
por eso les dice. “Vamos a otra parte…,
que para eso he salido”.
Y
es que Jesús todavía es necesario, y “todos le buscan”. Todos los que como Job,
en la primera lectura, buscan el sentido de la vida. Para ese hombre, descrito
como jornalero, resignado, muchas veces sin horizontes ni perspectivas,
agotado, desasosegado, “con el corazón destrozado” (salmo responsorial), para
ese hombre debe seguir resonando y actualizándose el evangelio de Jesús. Y
¿cómo? A través de hombres que sientan en lo más hondo de su ser la urgencia de
prestar ese servicio.
“¡Ay de
mí si no anuncio el evangelio!”, exclama san Pablo en la segunda lectura. Y
para eso no duda en hacerse “débil con
los débiles…, y todo a todos”. Sabiendo que en ese deshacerse por el
Evangelio está construyendo su futuro personal, y un futuro mejor para los
demás.
Hoy se nos hace una llamada a salir de
nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir
nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre que es, paradójicamente, el
alimento diario de millones de hombres.
La palabra de Dios nos invita hoy a dirigir la mirada a Jesús, fuente de vida y de salud, modelo de evangelizador con la acción y la oración; a dirigir la mirada al hombre para ofrecerle, desde la propia vivencia, el mensaje sanador y esperanzador de la caridad del Evangelio como alternativa a una vida que se consume sin esperanza (y muchas veces hasta sin pan); y a dirigir la mirada a Dios, para pedirle la audacia que, como a Pablo, nos lleve a servir con generosidad la causa del Evangelio, que muchas veces es la causa de los menos favorecidos.
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Siento la urgencia de anunciar y hacer presente el Evangelio de Jesús?
.-
¿Se consume mi vida en una atonía existencial?
.- ¿Busco de verdad a Jesús?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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