sábado, 13 de enero de 2024

DOMINGO II -B-

1ª Lectura: 1 Samuel 3,3b-10.19.

    En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy.  Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

    Respondió Elí: No te he llamado; vuelve a acostarte.

    Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy, vengo porque me has llamado.

    Respondió Elí: No te he llamado, vuelve a acostarte.

    Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

    Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

     Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: ¡Samuel, Samuel!

     Él respondió: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

     Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

 

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     Consagrado por su madre, Ana, como servidor del santuario (1 Sam1, 28), Samuel es ahora constituido profeta del Señor y por el Señor (1 Sam 3,20). Aunque históricamente no es fácil determinar el momento preciso en que surge el profetismo en Israel, el autor ha querido subrayar la importancia de Samuel para dicho movimiento. Cuando el Cielo permanecía silencioso y escaseaban las visiones, Dios abre con Samuel un diálogo personal y eficaz. Es importante subrayar que es la Palabra la que busca y hace al profeta; éste está llamado a ser solo un servidor fiel de la misma.

 2ª Lectura: 1 Corintios 6,13c-15a. 17-20.

    Hermanos:

    El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!


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     El texto escogido se halla en la primera sección de la carta, en la que Pablo denuncia deficiencias importantes en la vida de la comunidad cristiana de Corinto: no se trata de paganos, sino de cristianos. Algunos corintios confundían la libertad cristiana con el libertinaje. Quizá se apoyaban en alguna expresión extrapolada y tergiversada del propio Pablo (1 Cor 6,12). La libertad cristiana tiene un límite (que no es una limitación, sino un horizonte): Cristo. Pablo reivindica la fidelidad y la dignidad del matrimonio cristiano, donde se produce una comunión tan íntima que ya no son dos sino un solo cuerpo (Gén 2,24; Mt 19,6). Y, además, revela la dignidad de la persona como espacio sagrado, habitado por el Espíritu Santo, que no puede ser profanado. El cuerpo, la persona, es una realidad sagrada llamada a dar gloria a Dios.

Evangelio: Juan 1,35-42.

    En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios.

    Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?

    Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

    Él les dijo: Venid y lo veréis.

    Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

     Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).

 

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    El IV Evangelio tiene un modo peculiar de presentar la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. Más que de “llamada” de Jesús parece tratarse de un “descubrimiento” de los discípulos. Algo que parece inverosímil en este primer momento -no sabían ni dónde vivía-. El evangelista, seguramente, traslada a este primer encuentro lo que a la luz de la Pascua y del Espíritu los discípulos fueron descubriendo en Jesús: el Maestro y el Mesías. La pregunta de Jesús sigue abierta -¿Qué buscáis?-, también la pregunta de los discípulos -¿Dónde vives?-, así como la respuesta de Jesús -Venid y lo veréis-. Esta escena muestra el tránsito de Juan a Jesús, de la Voz a la Palabra, de la Ley y los Profetas al Evangelio. El descubrimiento de Jesús se convierte en urgencia de testimonio.

REFLEXIÓN PASTORAL

     A una sociedad y a un mundo como el nuestro, cada vez menos sensibilizados para oír otras voces que no sean las propias; bombardeados por mensajes utilitaristas, hedonistas y hasta belicistas; cada vez menos habituados a oír hablar de Dios y, sobre todo, cada vez menos habituados a oír hablar a Dios y a hablar con Él; a una sociedad y a un mundo así, puede resultarle sorprendente y hasta ingenua la frescura y diafanidad de un relato como el de la primera lectura: ese ir de acá para allá del pequeño Samuel, buscando, sin identificar bien, la voz que le hablaba.

     Como también a una sociedad y a un mundo como el nuestro pueden sorprenderles las reflexiones que san Pablo hace sobre el cuerpo humano y su dignidad (dada la visión distorsionada que hoy se tiene de esa realidad) y sobre la fidelidad matrimonial (dado el transfuguismo existente en esa materia).

     A nosotros creyentes, no deberían sorprendernos. Aunque, a lo peor, también nos sorprenden, porque hemos perdido sensibilidad cristiana para percibir la voz de Dios en la vida y para valorar cristianamente la realidad.

     Es necesario sintonizar con Dios para captar su voz, sin interferencias. Porque hay interferencias. Pero Dios habla; es personalmente la Palabra, hecha lenguaje humano en la Sagrada Escritura, hecha hombre en Jesucristo, hecha vida en los sacramentos, hecha urgencia y clamor en las necesidades humanas... ¡Dios habla desde las diversas situaciones de la vida!

     Dios sigue saliendo en búsqueda del hombre, haciéndose el encontradizo en sus caminos, para preguntar, como Jesús en el evangelio de hoy, “¿Qué buscáis?”. En la vida, en la familia, en el trabajo, en la iglesia... “¿Qué buscáis?”.

     Una pregunta dirigida también a los que nos reunimos para celebrar la eucaristía; una pregunta que puede ayudarnos a examinar los motivos de nuestra vida y de nuestros afanes.

      Quizá, nunca como hoy, el hombre ha desarrollado y potenciado tanto la investigación y la búsqueda. Las cantidades y energías destinadas a este fin son enormes. Aunque un detenido examen de esas partidas nos llevaría a la triste conclusión de que es la capacidad destructiva, el armamento, la que más dinero y energías acapara.

     También el hombre es objeto de investigación y de búsqueda por parte de la ciencia y de la técnica... Pero la realidad, la verdad del hombre no se ilumina solo desde ahí. En él hay una porción divina, imagen y semejanza de Dios, que es el fundamento de su dignidad y grandeza.

      ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?”. Toda agresión al hombre, desde la manipulación genética hasta la distorsión erótica, toda injusticia y olvido del hombre es un pecado contra el Espíritu Santo, es una violación de ese templo.

      ¿Qué buscáis?... Venid y lo veréis”. Solo en la ruta y en la compañía de Jesús encontraremos una respuesta salvadora. Él es el Camino, la Verdad, la Vida (Jn 14,6).

      Pero el encuentro con Jesús no es el final del camino, sino el inicio de un nuevo camino: el del testimonio. El descubrimiento de Cristo, el encuentro con Cristo, hay que compartirlo, hay que comunicarlo. Es lo que hizo Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”.

      ¿Por qué nos falta a muchos creyentes el testimonio gozoso de nuestra fe? ¿Por qué no vivimos nuestra fe con gozo?

      La espiritualidad bíblica es esencialmente “auditiva” y  “contemplativa”. “Escucha…” (Dt 6,4); “escuchad” (Mt 13,18) es una de las advertencias más frecuentes.

¿Y qué es escuchar? Es más que el mero ejercicio físico de oír. Escuchar es un ejercicio del alma; hay que abrir sus puertas para acoger e interiorizar la palabra. La escucha implica el hospedaje de la palabra de Dios, alojarla en el corazón; por eso es un acto de amor. Lo dijo Jesús: “El que me ama guardará mi palabra”(Jn 14,23). No solo cumplirla, sino convertirla en criterio interior, en memoria perpetua.

       Hay oyentes periféricos y olvidadizos. Los identifica la carta de Santiago (1,19-25), y Jesús les equipara a constructores de inconsistencias, que edifican sobre arena (Mt 7, 26-27).

       Escuchar requiere mantener bien orientadas las antenas del espíritu para percibir los mensajes, muchas veces cifrados, que Dios envía (Mt 25,37ss).

 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué busco yo en la vida?

.- ¿Tengo conciencia de ser templo del Espíritu Santo?

.- ¿Sé percibir los mensajes cifrados que Dios me envía?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

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