1ª Lectura: Jonás 3,1-5. 10.
En aquellos días, vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme; tres días hacía falta para atravesarla) Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro.
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Nínive personificaba, para el pueblo judío,
el mal. Sin embargo, en el horizonte de Dios, Nínive tiene también “su”
espacio. Y allí manda al profeta Jonás con una invitación a la conversión y a
la salvación. Y Nínive escucha, contra toda esperanza, la palabra del Señor, se
convierte y obtiene la piedad de Dios. Es una sorprendente revelación de la
misericordia sin fronteras, y de que el pueblo de Dios se halla germinalmente
en el seno de la humanidad “pecadora”.
Os digo esto: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina.
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No siempre han sido bien comprendidas estas palabras. Pablo no invita a la “evasión” ni a desentenderse de las realidades de la vida, sino a no “absolutizarlas”, a “liberarlas”. Porque “el momento es apremiante”. Estas palabras no son sino la traducción de las palabras de Jesús: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). El “como si no” no devalúa la realidad sino que la revalúa frente a parámetros de eternidad.
Evangelio: Marcos 1,14-20.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está
cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en la Buena Noticia.
Pasando junto a lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él.
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También Jesús, enviado por el Padre, recorrió la tierra con una invitación a la conversión y a creer en su propuesta salvadora. Dios siempre llama a la salvación, porque su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2,4). Y eligió unos hombres, a los que confió la continuación de ese anuncio. No les cambia de profesión -pescadores-, aunque sí les cambia la misión -pescadores de hombres-. Y ellos lo siguieron, desenredándose de sus redes, para caer en las de Jesús: redes que no enredan sino que liberan. Y no es irrelevante destacar que será Jesús quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el formador.
REFLEXIÓN PASTORAL
Desde la palabra de Dios, la Iglesia
continúa recordándonos las implicaciones de la vocación cristiana, resumidas en
la necesidad de la conversión sincera al Señor y a su Evangelio, únicas
alternativas para un mundo y un hombre profundamente deteriorados por el pecado
en sus múltiples manifestaciones...
“Dentro
de cuarenta días, Nínive será arrasada”, anuncia el profeta Jonás. “El momento es apremiante..., porque la
presentación de este mundo se termina”, escribe s. Pablo. “El tiempo se ha cumplido...; convertíos y
creed la Buena Noticia”, dice Jesús.
Los tiempos del hombre se agotaron sin
renovar al hombre. Comienza el tiempo de Dios. Un tiempo que inaugura Jesús,
pero que no se agota con él. A partir de
entonces el tiempo se divide en “tiempo de Dios” (tiempo de redención) y
“tiempo muerto” (tiempo de no redención) ¿Qué tiempo es el nuestro? ¿En qué
tiempo vivimos?
Jesús vino a vencer la muerte, y vino, también a anular
los tiempos muertos, estimulando la
vida. Y propuso la alternativa: la
conversión. Que no consiste en una serie de prácticas superficiales y
aisladas, sino en una decisión preferencial y existencial por Cristo.
No se reduce a un blanqueo de fachadas, sino a la
reconstrucción de la casa. El hombre no ha corregir solo unos grados su
orientación, sino que ha de reorientarse completamente. Su pensamiento no tiene
solo que enriquecerse con algunos contenidos nuevos, sino que ha de
trascenderse, para conocer “lo ancho, lo
largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que transciende
todo conocimiento” (Ef 3,18).
Y Jesús quiso contar con hombres,
compañeros de esa tarea vivificadora. Se acercó personalmente a unos cuantos,
les inquietó con su propuesta (Jesús era una persona inquieta e inquietante), y
ellos le siguieron. Abandonaron sus barcas, para desembarcar en el proyecto de
Jesús; dejaron sus redes (se desenredaron), cayendo en las de Jesús. Antes de
ser pescadores, fueron pescados... Y no es irrelevante destacar que será Jesús
quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el
formador.
Nos equivocaríamos, y frecuentemente nos
equivocamos, al pensar que esto es historia pasada. Los tiempos muertos y los
tiempos de muerte continúan, y también continúa la llamada de Jesús. A tu vida
y a mi vida se acerca Cristo para
estimularla e inquietarla con un “sígueme” liberador de tantas redes como nos
enredan. Invitándonos a situar la vida en ese estilo que nos marca s. Pablo,
colocando nuestro presente concreto: familia, trabajo, bienes, alegrías y
dolores en un horizonte de trascendencia, resistiendo la tentación de
absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto.
“Venid en pos de mí” (Mt 4,19). Adentrémonos en la compañía de Jesús. Acojamos esta invitación. Nadie está desprovisto de vocación ni de misión. En su llamada, Dios no margina ni excluye. Lo hemos visto en la primera lectura: Nínive, también fue llamada, porque fue amada de Dios. Dios no margina. Solamente hay automarginados, quienes se marginan y excluyen. Quienes prefieren seguir enredados en sus cosas, absortos en su faenas, desoyendo la llamada liberadora del Señor.
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Soy excluyente?
.-
¿Con qué criterios vivo la vida?
.- ¿Vivo enredado en mis propias redes, o participo de la libertad que trae el Señor
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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