1ª Lectura: Isaías 7,10-14.
En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: “Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”. Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor”. Entonces dijo Dios: “Escucha casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros´).
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Este
oráculo de Isaías se sitúa en el momento histórico en que Siria y Efraím (el
Israel del norte), tras haber intentado sin éxito una alianza con Judá para
atacar a Asiria (2 Re 15-16), se deciden a imponer en Judá, por la fuerza, un
rey que favorezca sus planes (Is 7,6). Ante esta decisión “se estremeció el
corazón del rey y el de su pueblo” (Is 7,2).
El profeta
intenta aportar serenidad, pero sin éxito (Is 7,4b-9b). Ante este rechazo del
rey, Isaías pronuncia el oráculo conocido como “el del Enmanuel”. En él se
anuncia la cercanía de Dios y su fidelidad a la dinastía davídica en ese
momento difícil, y se asegura la desaparición de ese peligro, pero también se
hace una llamada a la fe: “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9b).
El centro del oráculo reside en el “niño”: él es la señal. Respecto de la madre se ha especulado sobre su identidad (¿una de las esposas del rey?, ¿la esposa de Isaías? ¿una alusión a la ciudad de Jerusalén?). La relectura cristiana ha introducido en la lectura de esa figura la perspectiva mariológica.
2ª Lectura: Romanos 1,1-7.
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
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A una comunidad a la que no conocía personalmente, Pablo dirige la Carta síntesis de su pensamiento apostólico. Se presenta como elegido de Dios y siervo de Cristo para anunciar el Evangelio. Una reivindicación que él juzga necesaria, frente a los que impugnaban su condición de apóstol (cf. 2 Cor 11-12). Evangelio que hunde sus raíces en las Escrituras Santas, y que halla su plena manifestación en la persona de Jesucristo, -“Evangelio de Dios”-, Hijo de Dios, por el Espíritu, y verdadero hombre, de la estirpe de David. Un Evangelio que no conoce fronteras, y que ha llegado ya hasta la capital del mundo conocido -Roma-.
Evangelio: Mateo 1,18-24.
La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: Dios-con-nosotros). Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
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En los evangelios sinópticos hay dos anuncios de la concepción de Jesús: el de san Lucas (Lc 1,26-38) y el de san Mateo. En este IV Domingo del ciclo A la liturgia nos presenta el de san Mateo. Con este relato el evangelista nos “avanza” el misterio de la Navidad, cuyos protagonistas son El Espíritu Santo, María y Jesús. Pero nos presenta también al “servidor” de la Navidad, al encargado de “gestionar” esa realidad y de poner el nombre al Niño que ha de nacer. Y ese gestor es José, que “era bueno”. Un personaje de silencio, de fidelidad, sobrio y sin adornos, lleno de amor a María y a Jesús. Un modelo para acoger y celebrar la Natividad del Señor.
REFLEXIÓN PASTORAL
En el
umbral de la Navidad, María nos muestra el modo más veraz de celebrar la venida
del Señor: acogida gozosa y cordial de la Palabra del Señor; y el estilo:
encarnándola y alumbrándola en la propia vida.
María es la primera luz, la señal más cierta de que viene el Enmanuel, porque lo trae ella.
En esto
consiste la grandeza inigualable de María: en una entrega inigualablemente
audaz y confiada en las manos de Dios; en una acogida inigualablemente creadora
del Señor.
María es
una figura que produce vértigo, por su altura y profundidad. Interiorizada por
Dios, que la hizo su madre, e interiorizadora de Dios, a quien hizo su hijo.
Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en
espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza María y,
milagrosamente, María es la tierra en la que florece el Hijo de Dios.
Pero esto
no le dispensó de la fe más honda y difícil. La encarnación de Dios estuvo
desprovista de todo triunfalismo. La Navidad fue para María, ante todo, una prueba y una profesión
de fe. “Dichosa tú, que has creído”
(Lc 1,45). Por eso es “bendita entre
todas las mujeres” (Lc 1,42).
Y junto a
María, José, “que era justo” (Mt
1,19). Y porque era justo: aceptó el
misterio que Dios había obrado en María, su esposa (Mt 1,24); se entregó sin
fisuras al servicio de Jesús y de María; asumió las penalidades de la huida a
Egipto para proteger la vida de Jesús, amenazada por Herodes, (Mt 2,13-15); lo
buscó angustiado, con María, cuando, a los doce años, decide quedarse en
Jerusalén (Lc 2,41-50); fue el acompañante permanente del crecimiento de Jesús
en edad, sabiduría y gracia (Lc 2,52); y aceptó el silencio de una vida
entregada al servicio del plan de Dios, renunciando a cualquier tipo de
protagonismo… José no es un “adorno”, ni un personaje secundario. Nos enseña a
saber estar y a saber servir.
María y
José son los protagonistas de un SÍ a Dios, que hizo posible el gran SÍ de Dios
al hombre: Jesucristo, a quien san Pablo presenta (2ª lectura) como el núcleo
del Evangelio, destacando su condición humana -“de la estirpe de David”- y su condición divina -“Hijo de Dios, según el Espíritu”-.
Estos son
los mimbres con los que Dios quiso tejer el gran misterio de su
nacimiento. Mimbres humildes, flexibles,
pero sólidos. Dios elige “lo que no
cuenta…” (1 Cor 1,28).
“No temas quedarte con María” (Mt 1,20). Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es maestra del Evangelio; porque con ella siempre estará su Hijo. Será la mejor compañera, constructora y maestra de la Navidad.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- En el umbral de la Navidad, ¿con qué actitudes me
dispongo a celebrarla?
.- ¿Qué ha supuesto para mí el tiempo de Adviento?
.- ¿En qué modelos me inspiro para celebrar la Navidad?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.
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