1ª Lectura: Isaías 35,1-6a. 10.
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor el narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza: alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
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El
capítulo 25 de Isaías es un poema que contempla la vuelta del Destierro y, por
tanto, habría que relacionarlo con la segunda parte del libro de Isaías (caps.
40-55), conocido como “Deutero Isaías”. El profeta contempla y canta la restauración
de Israel. El pueblo contemplará la gloria y la belleza del Señor, reflejada en
la transformación del desierto en vergel. Esa noticia debe regenerar a la
comunidad que, liberada de sus ataduras, recuperada de su fragilidad, es invitada a ponerse en
camino hacia la patria, la Sión renovada y convertida en morada permanente del
Señor. Pero, ¿lo creyó la comunidad?
Situado en el Adviento cristiano, el texto supone un estímulo para dotar a nuestra vida de esperanza, superando miedos y debilidades, y encantarnos con la contemplación de la belleza y la gloria de nuestro Dios, reflejada en rostro de Cristo (2 Cor 4,6). ¿Lo creemos nosotros?
2ª Lectura: Santiago 5,7-10.
Tened
paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el
fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened
paciencia también vosotros, manteneos firmes porque la venida del Señor está
cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que
el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y
paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Se
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A los primeros cristianos les inquietaba el retraso de la venida del Señor. Esperaban con ansiedad ese momento. La situación que estaban viviendo era difícil -“rodeados de toda clase de pruebas” (Sant 1,2)-. En la Carta, dirigida a cristianos de origen judío dispersos por el mundo greco-romano, se les anima no sólo a la paciencia sino también a la fortaleza y la perseverancia. Hay que abandonar cálculos de tiempo cronológico, y “abandonarse” a la promesa del Señor, que no fallará.
Evangelio: Mateo 11,2-11.
En aquel
tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?”
Jesús les
respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven
y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no
se sienta defraudado por mí!”
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quién está escrito: `Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.
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A la
cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de su estilo y doctrina, que no
parecen coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado por él (cf. Mt
3,1-12; 11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de
Jesús. Y ésta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos
(Is 35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es
la Buena Noticia.
Pero, junto a este autotestimonio, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un plus -un tono y un rostro nuevo-, no lo descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos del poder; es más que profeta: es el Precursor.
REFLEXIÓN PASTORAL
“Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is
35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo
“gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan
tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está
gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf.
Rom 8,22)?
La Palabra
de Dios nos invita no sólo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo
para la misma: la venida del Señor. El
profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la
creación, reflejo de “la belleza de
nuestro Dios” (vv.1-2), del rejuvenecimiento hombre, que recuperará el
pleno uso de sus sentidos, y del de la misma sociedad (vv. 3-6).
La alegría
y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y
lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
La
esperanza en la venida cierta, pero sorpresiva y sorprendente del Señor, es el
motivo de nuestra alegría. Pero esperar no es fácil. Por eso la Carta de
Santiago nos advierte: “Tened paciencia,
hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos
todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa pregunta se encuentra condensada la
expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el
pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn
14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que
no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que,
por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú?
“Dichoso el que no se siente defraudado por
mí” (Mt 11,6). En realidad Él, Jesucristo, no defrauda, porque vino a dar
testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados
los que van tras Él buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
Acojamos
la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma
nuestra esperanza; si es Él el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es
importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión,
pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”
(Mt 16,15).
.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de
palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?
.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?
Domingo J. Montero Carrión, Capuchino.
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