1ª Lectura: Números 6,22-27.
El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la
fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su valor;
el Señor se fije en ti
y te conceda la paz.
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
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Dios es la fuente de todo bien, luz,
fortaleza y paz. Su mirada bienhechora y misericordiosa sobre el hombre es la
garantía de la existencia. Esta bendición, pronunciada por el sacerdote sobre
el pueblo, halló su plenitud en Cristo, en quien hemos sido bendecidos con toda
clase de bendiciones en el cielo (Ef 1,3; Gál 3,14).
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijo por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
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La gran bendición de Dios, Jesucristo, nos introduce, por la filiación adoptiva, en el contenido más profundo de la bendición de Dios, que nos capacita para poder decir con legitimidad ¡Abba!, convirtiéndonos, además, en herederos de Dios.
Evangelio: Lucas 2,16-21.
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
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Advertidos por los ángeles, los pastores se dirigen a Belén. Llegados al lugar se convierten en desveladores del misterio del Niño. Y todos se admiraban al oírlos. Y entre los oyentes la más “activa” era María, meditando todo en su corazón. La imposición del nombre de Jesús (Salvador/Liberador) cumple y cierra el relato de la Anunciación (Lc 1,31). Como los pastores, celebrando la Navidad, hemos de regresar a casa, convertidos en anunciadores creíbles de la misma.
REFLEXIÓN PASTORAL
En esta jornada primera del nuevo año vaya
para todos, como augurio más sincero, el saludo franciscano de PAZ y BIEN.
Coincidiendo con la celebración
litúrgica de Santa María, Madre de Dios y Reina de la Paz, el día 1 de Enero,
día de los buenos deseos para el año que comienza, ha pasado a convertirse,
desde que san Pablo VI lo estableciera, en Jornada Mundial de Paz. No porque la
paz sea una realidad mundial, sino más bien porque es una necesidad mundial.
En este día a todos se nos invita a
asumir nuestra responsabilidad como constructores de la paz, es decir,
con palabras de Jesús, a ser "pacíficos".
Todos somos conscientes de la fragilidad y
precariedad de este valor inestimable. Puede saltar hecho añicos en cualquier
momento. Mientras exista un corazón no pacificado la paz siempre estará
expuesta, y la violencia será una amenaza constante.
Basta con asomarse a los informativos para
descubrir una geografía de violencia. Casi es suficiente con traspasar el
umbral de nuestra casa para hollar caminos señalizados por la violencia, la
inseguridad y la irresponsabilidad. Sin salir de casa, de puertas adentro, se
experimenta con más frecuencia de la deseable la ausencia de paz. Incluso al
nivel más íntimo de la propia conciencia experimentamos ansiedades, angustias,
tensiones que nos desestabilizan interiormente, impidiéndonos ofrecer a los demás un rostro serenamente alegre.
Todos, personas e instituciones, estamos
necesitados de paz. Y ¿qué es la paz? Casi nos hemos habituado a identificarla
con la ausencia relativa de tensiones o con el silencio de las armas. NO; la
paz no puede reducirse o construirse con ausencias y silencios. La Paz es
plenitud de justicia, de libertad, de verdad, de corresponsabilidad, de amor...
Por eso, suspirar por la paz, orar por la paz, ansiar la paz no debe
conducirnos a aceptar pacifismos inhumanos, conseguidos a costa del secuestro o la limitación de derechos inalienables de
la persona.
No son la tranquilidad y el orden los
valores supremos, sino los apuntados hace un momento. No es tan importante
vivir, cuanto tener motivos para dignificar la vida. Quien busque la paz verdadera ha de estar atento, porque es
fácil caer en la tentación. Existen muchos modos para convertir al pueblo en
consumidor de un producto llamado paz, que no es sino un conglomerado de
intereses mejor o peor hilvanados, y orientado a distraer más que a concienciar
sobre la auténtica paz.
¿Y dónde se construye la paz? ¿Dónde está
ese taller? No ciertamente en las grandes instancias internacionales... La paz
se construye en el puesto de trabajo, en la familia, en la escuela, en el
saludo diario, en la mano tendida, en la sonrisa... Lo otro son
superestructuras para mantener el equilibrio de la violencia; montajes, que no
superan la condición de papel mojado cuya letra borran los egoísmos, intereses
y ambiciones.
MI
PAZ OS DOY; NO COMO LA DA EL
MUNDO. El cristiano no confunde la paz con el silencio de las armas, con las
declaraciones optimistas de las cancillerías, con el bienestar y el equilibrio
económicos. Eso puede ser un síntoma externo, y no siempre. La verdadera paz
hay que buscarla en el interior de cada uno; en el orden de la propia
conciencia normada por la voluntad de Dios.
La paz para nosotros tiene un nombre:
Jesucristo. El es nuestra PAZ. El es el pacificador de los hombres con Dios y
de los hombres entre sí mediante la entrega de su vida y el don de su gracia.
Siempre, pero sobre todo en nuestra hora, debe vibrar en nuestra oración,
esperanzador y consciente el anhelo de S. Pablo: "La paz de Dios que supera todo conocimiento, guarde nuestros corazones
y nuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4,7), que “vino y trajo la paz a los de lejos y a los
de cerca” (Ef 2,17).
Pidamos a María, Madre de Dios y Reina de la Paz, que todos y cada uno aportemos con generosidad nuestro granito de arena para que un día no lejano la casa de la paz sea la casa de todos. Y, con las palabras atribuidas Francisco de Asís, digamos: "Haz de mí, Señor, un instrumento de tu Paz”.
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Como los pastores, soy testigo gozoso de la Navidad?
.- ¿Cómo María, guardo en el corazón todas estas
cosas?
.-
¿Me siento un instrumento de paz?
Domingo
J. Montero Carrión, franciscano capuchino.
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