¿Qué hombre conoce el designio de
Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son
mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es
lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas
conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano:
¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no
le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Solo así serán
rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te
agrada; y se salvarán con la sabiduría
los que te agradan, Señor, desde el principio.
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El texto seleccionado forma parte
de la oración de Salomón para alcanzar la Sabiduría (Sab 9). En él se subraya
la debilidad del hombre para conocer por su propio dinamismo el proyecto de
Dios. Tal constatación no obedece a un pesimismo antropológico, sino a un
realismo experiencial. En la formulación de su pensamiento se detectan elemento
del pensamiento platónico combinados con imágenes bíblicas (cuerpo / tienda).
Solo con el Espíritu de Dios puede el hombre acercarse a la comprensión de sus
designios y orientar hacia él sus pasos
2ª Lectura: Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano y prisionero
por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la
prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo
junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el
Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este
favor no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le
recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano
querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y
como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
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Onésimo, servidor de la casa de
Filemón, en Colosas, huyó de su amo
-¿motivo?-, y encontró a Pablo en la prisión, probablemente de Éfeso. Allí
abrazó la fe. Ahora Pablo se lo devuelve, pero cambiado: “como hermano querido”.
La argumentación está teñida de ternura: Onésimo forma parte de su propia vida.
La fuerza transformadora del Evangelio propicia una vivencia nueva de las
relaciones sociales, rescatándolas de lo servil para convertirlas en fraternas.
Destacable es cómo hasta la prisión es un espacio de evangelización cuando el
celo del Evangelio anida en el corazón del cristiano. Es una concreción de
aquel dicho: Evangelizar “a tiempo y a destiempo… (II Tm 4,2); porque “la
palabra de Dios no está encadenada” (II Tm 2,9).
Evangelio: Lucas 14,25-33
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no
pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y
a sus hermanas, e incluso así mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser
discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se
sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea
que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los
que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de
acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a
deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con
veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para
pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus
bienes, no puede ser discípulo mío”.
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A los que le siguen Jesús les
formula con claridad hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es
alto. Por eso invita a un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva
implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce
a eso, porque abre a horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc
10,29-30), y la persona se enriquece con
un tesoro escondido (Mt 13,44).
Se trata de poner a Jesús en el
centro: de “tomar conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él”
(Flp 3, 9), de personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él
vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa.
Al seguimiento cristiano le es
imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de
Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción
permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).
“De oídas” podrá iniciarse el
seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento
personal -“venid y lo veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-.
Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que
no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que
quiera...” (Mc 8, 34).
El proyecto de “seguir”, de
“vivir como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo
ideológico, al sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a
compromisos no contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del
“seguimiento”, hay que vivir “en seguimiento”.
REFLEXIÓN PASTORAL
No nos lo pone fácil Jesús. Sus
palabras invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús,
por lo visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo
sociológico; Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión
madura y renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los
irreflexivos.
A una multitud que le seguía de
una manera bastante folklórica e
incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje
clarificador. Y debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así,
propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba
Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de
repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos.
Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.
Porque Él no vino a anular la
revelación de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del
cuarto mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió
la perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas
(Mt 19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo
que supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran
mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).
Entonces, ¿qué quiere decir con
estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su padre, a su madre, a
su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?
Jesús no ha venido a destruir los
amores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el
amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice "amaos como yo os
he amado” (Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque nadie ama más que el que da la
vida por los amigos” (Jn 15,13).
Desde el amor a Cristo, el amor a
los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a uno mismo se radicaliza, profundiza y
purifica.
Jesús nos dice que hay que amar
cristianamente. El amor total a Cristo, a Dios, no puede nunca convertirse en pretexto o excusa para no amar al prójimo;
pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber
en el hombre amor más grande que el amor a Dios.
Y lo mismo podemos decir de la
renuncia a los bienes: Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino
que no nos abandonemos a las cosas, “pues la vida del hombre no depende de sus
posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una confianza desmesurada que
nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestro
prójimo.
Jesús no está invitando tanto a odios
y renuncias cuanto a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y
purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de
Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los
familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino
que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.
Estas palabras de Jesús deben
darnos que pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer. Por eso hay que
reflexionar sobre ellas.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me defino como “seguidor” de
Jesús?
.- ¿Qué implicaciones trae ese
seguimiento a mi vida?
.- ¿Siento inquietud por dar a
conocer a Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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