1ª Lectura: Eclesiástico 3,19-21.
30-31
Hijo mío, en tus asuntos procede con
humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las
grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia
de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del
cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las
sentencias de los sabios; el oído atento a la sabiduría se alegrará.
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En
esta instrucción se recomienda la humildad, no la humillación, que permite una
vida serena y alcanza el favor de Dios que “enaltece
a los humildes” (Lc 1,52). Y advierte de la conveniencia de discernir los
comportamientos. La herida del cínico es peligrosa porque procede de una raíz
dañada, de un corazón torcido.
2ª Lectura: Hebreos 12,18-19. 22-24a
Hermanos:
Vosotros no os habéis acercado a un monte
tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido
de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que
no les siguiera hablando.
Vosotros os habéis acercado al monte Sión,
ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables
ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios,
juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al
Mediador de la nueva alianza, Jesús.
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El texto habla de las dos Alianzas, la
protagonizada por Moisés y la protagonizada por Jesús, destacando la
superioridad y el carácter definitivo de la segunda, la Nueva, en
contraposición a la Vieja. La primera tuvo su patria y su promesa en la Tierra,
la segunda tiene su patria y su promesa en el Cielo. Caer en la cuenta de ser
miembros de esta nueva Alianza exige vivir en permanente gratitud y guardarse
de “rechazar al que os habla…, y ofrecer
a Dios un culto que le sea grato” (Heb 12, 25.28).
Evangelio: Lucas 14,1. 7-14
Entró Jesús un sábado en casa de uno de los
principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los
primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no
te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más
categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ´Cédele
el puesto a este ´. Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para
que cuando venga el que te convidó, te diga: ´Amigo, sube más arriba ´.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se
enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Y dijo al que le había invitado: “Cuando
des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus
parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando
des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque
no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
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La escena presenta a Jesús como “Maestro”
de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la
humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje
sería muy poco. Jesús no está diseñando sólo una táctica para “ascender” a los
puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de
manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp
2,6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados
y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por
los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde
de corazón” (Mt 11,29).
REFLEXIÓN PASTORAL
En una sociedad en que la gente se esfuerza
por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas,
aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del
propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés-
en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar
se garantiza la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la
nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el
mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin
esperar la devolución, el principio de la ruina…
Al oír estos planteamientos no pocos,
quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá
pasado ya su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en
la primera lectura -“En tus asuntos
procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así
no vamos a ninguna parte!
Jesús no fue ningún ingenuo, ni su
mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y
transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por
decir, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.
Echemos una mirada al mundo en que
vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes
potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a
países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía
y de paz.
Y cosa parecida ocurre con la carrera por
ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuántos
hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas
zancadillas y empujones para encabezar una lista!
¡No! La advertencia de Jesús no
es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir
sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y
festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El
Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él
o, lo que es peor, hemos pasado de él.
Pero hay algo más; con estas palabras
Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está
enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo
es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el
hombre era totalmente insolvente. “Cuando
todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se
atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
Al venir a nuestro encuentro, Dios no ocupó
posiciones de privilegio. “Siendo de
condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo
de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que se humilla
será ensalzado”.
Jesús tenía autoridad para darnos esta
lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por
eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp
2,1).
El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es
que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de
encuentro.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿A qué puesto aspiro en la
vida?
.- Si humildad es andar en
verdad, ¿por donde ando yo?
.- ¿Me encuentro a gusto entre
los humildes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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