Esto dice el Señor todopoderoso: Ay de los
que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría. Os acostáis en lechos de
marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras
del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos
musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os
doléis de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los
cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.
*** *** *** ***
La voz del profeta Amós se alzó poderosa,
en el s. VIII aC., como un rugido de león (Am 3,8), denunciando la “orgía de los disolutos”, de la clase
alta y acaudalada del reino de Israel, que oprimía a los débiles y aplastaba a
los pobres (Am 4, 1), viviendo de manera insolidaria e injusta. El profeta denuncia
la ceguera y la sordera de aquella clase político/religiosa incapaz de ver y
oír “los desastres de José”, es
decir, del reino del Norte, y que pretendía compatibilizar el culto oficial
suntuoso con la injusticia social. El culto a Dios no es compatible con la
injusticia.
2ª Lectura: I Timoteo 6,11-16
Hermano, siervo de Dios:
Practica la justicia, la religión, la fe,
el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe.
Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble
profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al
universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en
que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro
Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la
inmortalidad, que habita en una luz inaccesible a quien ningún hombre ha visto
ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.
*** *** *** ***
A Timoteo se le encomienda combatir “el buen combate de la fe” y la práctica
de “la justicia, la fe, el amor…”,
porque no se trata de proclamaciones solemnes y teóricas sino de prácticas. La
fe debe ser “aguerrida”, en el sentido apuntado en la Carta a los Efesios
6,14-18. La ética cristiana, inspirada en “el
Mandamiento”, debe ser la rúbrica que acredite su veracidad y capacidad
renovadora y de alternativa social. El hombre renovado, debe renovar la vida.
Los cristianos no pueden sustraerse del deber de sazonar e iluminar la vida.
Evangelio: Lucas 16,19-31
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba
espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su
portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la
mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a
lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los
ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo
enterraron. Y estando en el infierno, en
medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro
en su seno y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje
en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas
llamas.
Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda
que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra
aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se
abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí
hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: Te ruego, entonces,
padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para
que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de
tormento.
Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen.
El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero,
si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y
a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
*** *** *** ***
Jesús era un maestro que visualizaba sus
mensajes. Esta parábola es una muestra. La enseñanza se percibe inmediatamente.
Las riquezas ciegan (impiden ver) y aíslan (impiden oír). El rico vivía aislado
en sí mismo y en sus cosas. Cuando se le abrieron los ojos, ya era tarde. El
rico de la parábola no tiene nombre propio, porque no representa a un individuo
sino a una tipología. El pobre tiene nombre propio -Lázaro, “el ayudado de
Dios”-, porque ningún pobre es anónimo ante Dios, y siempre tiene a Dios de su
parte: por eso es “bienaventurado”.
Jesús invita a hacer una lectura correcta
de la vida desde una escucha atenta de la Palabra de Dios -Moisés y los
profetas-. La parábola no pretende ilustrar sobre el más allá -descrito desde
un escenografía propia de aquel tiempo-, sino iluminar el más acá para salvar
la propia vida y ayudar a salvar vidas.
REFLEXIÓN PASTORAL
Podríamos pensar en un drama en dos actos.
Acto primero: un rico malvado en medio de su prosperidad y un pobre hundido
en su desgracia… Acto segundo: el rico
ha caído en desgracia -muere y va al infierno-
y el pobre muere y es recogido por los ángeles. A san Lucas le gustan
estos contrates y, como se muestra muy crítico con las riquezas por los
peligros que encierran, ha afilado su pluma y llevado su estilo hasta una
concisión sublime.
Pero no es sólo eso. Jesús con esta
parábola quiere advertirnos. Él no habla de rico “malvado”, sino simplemente de
“un hombre rico que se vestía de púrpura
y lino y banqueteaba espléndidamente cada día”, y hasta de seis hombres
ricos -él, el que murió, y sus cinco hermanos-. Y mostrándonos hasta qué punto
vivían cegados y sordos antes las carencias humanas, Jesús nos advierte: “No
aguardéis a la muerte para abrir un poco los ojos a la vida”.
El rico no “veía” a Lázaro, “echado en su puerta, cubierto de llagas y
con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. No le echó de
su puerta porque no le molestaba, ni siquiera lo “veía”. ¡Terrible ceguera! Hoy
muere una anciana abandonada y los vecinos dicen: “No sabíamos nada”. La
ignorancia genera indiferencia, y la indiferencia, ignorancia.
La gente bien acomodada, los ricos, no son
necesariamente de corazón duro ni despiadados, pero no “ven”: viven encerrados
en su mundo, en sus intereses. Si viesen de cerca el sufrimiento ajeno que
existe a su alrededor, muchos se mostrarían fraternales; les entrarían ganas de
compartir y compadecer y se salvarían. ¡Porque al final todos veremos!
Aquel rico también vio, pero ya fue tarde.
Vio, finalmente, a Lázaro y lo que le costó haber sido rico en dinero y pobre
en amor; pero esa ciencia, ese conocimiento ya no le sirvió. Y como no era tan
malo y seguía queriendo a su familia quiere advertir a sus hermanos para que no
continúen en su equivocado proceder. “Padre,
le dice a Abrahán, te ruego que mandes a
Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que con su
testimonio, evites que vengan ellos también a este lugar de tormento”.
Ya tienen la palabra de Dios –Moisés y los
profetas- le responde Abrahán, que la escuchen. Pero el rico se muestra
escéptico. También él la tuvo, pero, por experiencia sabe que hay que golpear
más fuerte para convertir a los hombres.
Abrahán replica: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque
resucite un muerto”. Y es que nada hay tan fuerte para convertirnos a Dios
como la escucha de su palabra. Y esta es la lección que quiere darnos Jesús: el
testimonio de la Palabra de Dios es más fuerte y digno de crédito que el
testimonio de un muerto resucitado. ¿Por qué? Porque Dios merece más crédito
que un difunto.
Aunque nosotros podamos distanciarnos del
rico de la parábola, nos damos cuenta de que también nosotros somos un tanto
ciegos respecto de los hermanos necesitados, y sordos respecto de la palabra de
Dios. No estamos plenamente decididos a seguir a Jesús con todas sus
implicaciones. ¡Si nos ocurriera algo extraordinario, una revelación, una
aparició, ¡ah, entonces sí!
Nada
hay tan extraordinario, nos dice Jesús como la palabra de Dios. Esa que en la
segunda lectura nos recuerda que la fe no es solo una aceptación pasiva y
teórica de un credo, sino la llamada a la práctica de “la justicia, de la religión, del amor, la paciencia y la delicadeza”;
es decir, un compromiso por humanizar la vida desde la coherencia de la fe. A
eso lo llama san Pablo combatir “el buen
combate de la fe”, que lleva a la “vida
eterna”.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Tengo activados mis sentidos,
y sobre todo el corazón, para percibir al necesitado?
.- ¿Revalido con la vida mi
profesión de fe?
.- ¿Es la palabra de Dios revulsivo y criterio
de vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap
No hay comentarios:
Publicar un comentario