1ª Lectura: Habacuc 1,2-3; 2,2-4
¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me
escuches? ¿Te gritaré “Violencia” sin que me salves? ¿Por qué me haces ver
desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se
alzan contiendas?
El Señor me respondió así: Escribe la
visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera
su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de
llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá
por su fe.
*** *** *** ***
El profeta clama a Dios, porque cree que
él tiene la clave de la respuesta para la situación calamitosa que asola a Judá
como consecuencia de la opresión caldea. El pueblo elegido es dominado por un
pueblo pagano. ¿Por qué Dios lo permite?
El profeta recibe la respuesta: esa situación debe purificar a Judá. Pero Dios
no ha abandonado a su pueblo ni ha olvidado sus promesas: sólo el justo, por su
fe, superará la prueba. La afirmación “el justo vivirá por su fe” le servirá a
san Pablo como piedra angular de su escrito más profundo: la carta a los
Romanos (Rom 1,17).
2ª Lectura: II Carta a Timoteo
1,6-8. 13-14
Querido hermano:
Aviva el fuego de la gracia de Dios que
recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu
cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de
dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros
trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te de. Ten delante la visión
que yo te dí con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda
este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
*** *** *** ***
Timoteo es invitado mantenerse en la
fidelidad a la misión recibida, con energía y audacia apostólica. En unas
comunidades donde comenzaban a aparecer fuerzas disgregadoras, capitaneadas por
falsos maestros, que enseñaban que la resurrección ya había sucedido (2 Tim
2,18) (reduciéndola a una experiencia mística bautismal, imbuidos del
pensamiento platónico), se recuerda que el pastor debe tomar parte en los duros
trabajo de la evangelización, como “fiel
distribuidor de la Palabra de la verdad” (2 Tim 2,15). Y que su vida,
asentada en la fe y el amor cristianos, debe acreditar su ministerio. Para esa
tarea es imprescindible “la ayuda del
Espíritu Santo, que habita en nosotros”.
Evangelio: Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo los Apóstoles dijeron al
Señor: Auméntanos la fe. El Señor contestó:
Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de
raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como
labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En
seguida, ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y
sírveme mientras yo bebo; y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar
agradecido al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando
hayáis hecho lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que
teníamos que hacer”.
*** *** *** ***
Dos instrucciones aparecen en estos
versículos del texto lucano. Una, centrada en la fuerza de la fe. Otra, exhorta
al servicio fiel, sin expectativas compensatorias añadidas.
La instrucción sobre la fe responde a una
petición de los Apóstoles: reconocen que su fe es débil, y sólo Jesús puede
acrecentarla y fortalecerla. La respuesta es, a primera vista, sorprendente,
porque la fe no está para cambiar la orografía, ni Jesús ha venido para eso.
Con ella simplemente quiere indicarles que “todo
es posible al que tiene fe” (Mc 9,23).
Con la segunda instrucción Jesús invita a
adoptar en la vida el puesto del servicio, como hizo él, hasta lavar los pies
de los discípulos: “Os he dado ejemplo”
(Jn 13,15). A Dios no hay que pasarle factura.
REFLEXIÓN PERSONAL
Actualmente el número de los españoles que
se declaran ateos, agnósticos e indiferentes es considerable; además de todos
aquellos que se manifiestan como creyentes no practicantes. Pero hay algo más
preocupante que la mera estadística: la
mayoría de los que se declaran así fueron un día miembros de la Iglesia; de
ella recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana y, por rudimentaria
que fuera, la catequesis del Evangelio. Y, además, es precisamente este bloque
de ciudadanos el que aparece con mayor futuro social y capitaliza el dinamismo
de la vida pública de nuestro país.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Sin
duda que las causas son variadas. ¿Qué se está haciendo para poner freno a esta
hemorragia de lo religioso? Algunos han
tomado conciencia del problema, pero a la mayor parte de los católicos esto les
deja despreocupados. Es como si hubiéramos decidido responder con la indiferencia
al indiferentismo religioso que nos rodea.
“El
justo vivirá por su fe”, afirma el profeta Habacuc; “Si
tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera: arráncate y
plántate en el mar, y os obedecería”.
Palabras que hemos de entender correctamente. Solemos decir que la fe
mueve montañas, pero evidentemente la fe no es una fuerza para trasformar la
orografía y el paisaje, sino la propia vida.
“Si
tuvierais fe...”; si tuviéramos
fe...
- Buscaríamos ante todo el Reino de Dios...
- Daríamos mayor profundidad a nuestra vida...
- Seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios...
- Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor”, y la tentación al disimulo.
- Nuestra oración sería más abundante y comprometida...
- Dejaríamos de lamentar el mal, para entregarnos a hacer el bien...
- No nos limitaríamos a ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar una función en ella.
- No nos contentaríamos con oír el Evangelio, sino que participaríamos “en los duros trabajos del evangelio”...
Si tuvierais fe... ¿Tan poca fe tenemos?
¿Qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe. “También lo demonios lo creen y tiemblan”,
afirma Santiago en su carta (2,19). ¡Y esa fe no les salva! ¡Nuestra fe no
puede ser la fe de los demonios!
Sin duda que una respuesta ajustada a esas
preguntas supone integrar muchos
elementos. Propongo un camino sencillo: acercarnos al Evangelio. Conocemos la narración del centurión (Mt 8,5-13).
La actitud de aquel militar pagano admiró a Jesús (“En ningún israelita he encontrado tanta fe”). Y no es este el único
botón de muestra. Una mujer pagana, cananea (Mt 15,21-28), se acerca a Jesús
con una petición: “Ten compasión de mí.
Mi hija tiene un demonio muy malo”.
Jesús se hace el huidizo; casi la provoca con un desaire. La mujer, que
es madre, no se rinde ni se ofende. Y Jesús se entrega: “¡Qué grande es tu fe, mujer!”.
A Jesús le impresionó y casi desarmó la
“fe” de estos dos “no creyentes” oficiales; al tiempo que le decepcionó
profundamente la falta de fe de tantos “creyentes de oficio”. En su propio
pueblo “se extrañó de aquella falta de fe” (Mc 6,6).
¿En qué consiste, entonces, la verdadera
fe? ¿Cuál es? Son cuestiones que rehúyen la simplificación de una respuesta
apresurada. Al evocar estos hechos, a primera vista paradójicos, mi propósito
es invitar a buscar la respuesta. Pero quiero ofrecer una pista: Dios es más
que un dogma, y la fe más que una teoría.
Creer no es sólo saber y aceptar
intelectual y afectivamente unas verdades; hay que acogerlas efectivamente.
Creer es integrar la vida en el designio, en la verdad de Dios, e integrar el
designio de Dios, su verdad, en la vida. La fe es acogida y entrega; recepción
y donación.
Creer es situar la vida en otra
dimensión; sentirse profunda, vitalmente captado por Dios. Dejar que él
protagonice mi vida. Creer no es tanto opinar cuanto vivir. Habituados a creer
creyendo, nos hemos olvidado de creer creando. El justo vive de la fe. “Tu eres
nuestra fe” exclamará Francisco.
Y una última sugerencia apuntada en el
evangelio, “Cuando hayáis hecho todo lo
que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer”. O sea que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que pasarle
factura, ni pedirle cuentas; hay que darle gracias.
Como los apóstoles, pidámosle: “Señor, auméntanos la fe”, o como aquel
otro personaje del evangelio digámosle: “Señor,
creo, pero ven en ayuda de mi poca fe” (Mc 9,24). Con Francisco de Asís
oremos: “Dame fe recta”.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- En este “año de la fe”, ¿cómo
me he situado ante esta realidad?
.- Si creer es crear, ¿qué
dinamismo aporta la fe a mi vida?
.- ¿Oro sinceramente a Dios
pidiéndole cada día el don de la fe?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap.
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