1ª Lectura:
Isaías 55,1-3
Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos,
acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed
sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?
¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien,
saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y
viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a
David.
*** *** *** ***
Dios no se cansa de invitar a su mesa, a su
festín. Su oferta no discrimina, no depende de la capacidad adquisitiva, solo
requiere tener hambre y sed. Por eso se dirige a los pobres, porque los demás
pueden ya estar “saciados” de productos efímeros. Solo él ofrece productos de
calidad: el pan y el vino de la alianza perpetua, reiteradamente prometida, y
realizada definitivamente en Cristo. Optar por Cristo es la mejor y más inteligente de las inversiones.
2ª Lectura:
Romanos 8,35. 37-39
Hermanos:
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo:
¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el
peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos
ha amado. Pues estoy convencido que ni muerte ni vida, ni ángeles ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad,
ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús, Señor nuestro.
*** *** *** ***
Pablo se siente consolidado en el amor de
Cristo y en el amor a Cristo. Las preguntas que formula a los cristianos de
entonces tienen validez para los cristianos de hoy. ¿Vivimos en esa
“seguridad”? ¿Vivimos radicados en Cristo?
Evangelio:
Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la
muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y
apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al
desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se
hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es
muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de
comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les
dijo: Traédmelos. Mandó a la gente que se recostaran en la hierba y tomando los
cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a
la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos
llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
*** *** *** ***
No encontramos ante el primer milagro de la
multiplicación de los panes y los peces. Jesús no era insensible: vibraba y se
comprometía ante el dolor de los hombres. Por eso le seguía la gente. En ese
marco se sitúa el milagro. Jesús no “multiplicó” los panes y los peces,
simplemente los “bendijo”. La multiplicación tuvo lugar al repartirlos.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Tiempo de verano: tiempo de invitaciones…
Dios nos hace la suya: “Oíd…, venid…, escuchadme" (Is 55,1-3). Una oferta
de calidad: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en
lo que no da hartura?”(Is 55,2). Dios no defrauda. Fue la experiencia de
Pablo: descubrió el amor de Cristo y a Cristo como a su amor…, y ya nada pudo
apartarlo de él (Rom 8,38-39).
Dios manifiesta su invitación
permanentemente en Cristo, sensible a los problemas -“viéndolos, sintió
lástima” (Mt 14,14)- y sensibilizador hacia los problemas -“dadles
vosotros de comer” (Mt 14,16).
La escena evangélica contemplada este domingo va de la oración a la compasión. Tras contemplar el rostro del Padre, Jesús siente compasión por los hombres. Solo Dios despeja la mente y limpia la mirada para contemplar y actuar compasivamente en la vida.
La escena evangélica contemplada este domingo va de la oración a la compasión. Tras contemplar el rostro del Padre, Jesús siente compasión por los hombres. Solo Dios despeja la mente y limpia la mirada para contemplar y actuar compasivamente en la vida.
Las multitudes siguen a Jesús. En su caminar
ilusionado se han alejado de los centros de población. Pasar la noche al raso,
es una temeridad. “Despide a la gente…” (Mt 14,15). Pero, mandarles así
es una desconsideración. “No tienen que irse, dadles vosotros de comer”
(Mt 14,16). Dos actitudes diametralmente opuestas. Los discípulos intentan
evadirse de la responsabilidad y del problema -¡que se vayan!-; Jesús, no en
vano es el Maestro, quiere responsabilizarlos, hacerles comprender que los
problemas no se solucionan dándoles la espalda.
Y
es entonces cuando aflora en los discípulos la conciencia de su pobreza: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces” (Mt 14, 17). Creían que era
poco, y era lo suficiente, porque era todo. El Señor asumió esa profesión de
pobreza y bendijo las reducidas provisiones… “Sobraron
doce cestos llenos, habiendo comido cinco mil hombres, sin contar mujeres y
niños” (Mt 14,20-21). La solución no está en "comprar" sino en "compartir".
También nosotros percibimos la
problemática de una situación que parece rebasarnos y a la que quisiéramos dar
la espalda. Miramos para nosotros mismos y vemos que no disponemos de recursos para
responder a tan complicada situación. Y entonces aparece la tentación del
abandono, de la inhibición, o la de la
evasión espiritualista -rezar-; y no basta con rezar para que se solucionen las
cosas. “Dadle vosotros de comer”.
Dios no va
mandarnos salvadores -¡tenemos a Jesucristo!-, ni va a revelarnos
soluciones extraordinarias -¡tenemos el Evangelio!-. Él bendecirá lo que somos
y tenemos, pero para eso hay que ofrecerlo, para eso hay que ofrecerse. Ni el “hambre”
de los demás (ni la propia) puede satisfacerse con excedentes, con el pan ajeno
o con el que sobra, sino con el propio y necesario. Hay que hacerse pan, como
se hizo él.
“Dadles vosotros de comer” es la
invitación de Jesús a tomar en nuestras manos la suerte, o la desgracia, de los
otros sin remitirlos a otras puertas; a imaginar soluciones y no solo a
lamentar situaciones. Para eso, como
sugiere el profeta Isaías, hay que oír (orar) y saber invertir (obrar).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Cuáles son mis afanes?
.- ¿Qué
puede apartarme del amor a Cristo?
.- ¿Me
hago pan para los otros, o distribuyo excedentes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.