1ª Lectura: 1 Reyes
3,5.7-12
En aquellos días, el Señor se apareció en
sueños a Salomón y le dijo: Pídeme lo que quieras.
Respondió Salomón: Señor, Dios mío, tú has
hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un
muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo,
un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil
para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería
capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera
pedido aquello y Dios le dijo: Por haber pedido esto y no haber pedido para ti
vida larga ni riqueza ni la vida de tus enemigos, sino que pediste
discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un
corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrás después de
ti.
*** *** *** ***
La oración de Salomón pidiendo al Señor
discernimiento para servir, y no poder, es bien vista por Dios. Y marca el
sentido por donde debemos caminar en nuestra oración de petición. San Pablo
también oraba para que Dios dotara a la comunidad de espíritu de sabiduría y
revelación para conocerle, iluminando los ojos del corazón (cf. Ef 1,17.18).
2ª Lectura: Romanos
8,28-30
Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les
sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que
había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera
el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que
llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
*** *** *** ***
Dios es un buen referente, el mejor. El amor y la fe
en él salvan la existencia. Él nos ha destinado a ser imagen de su Hijo, a configurarnos
con él, integrándonos en su familia, personalmente pero no aisladamente. Este es el contenido profundo de la dignidad,
de la responsabilidad y de la esperanza cristianas.
Evangelio:
Mateo 13,44-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El
Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que
tiene y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a
un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a
vender todo lo que tiene y la compra.
El Reino de los Cielos se parece también a
la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la
arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos
los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será
el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto? Ellos
contestaron: Sí. El les dijo: ya veis, un letrado que entiende del Reino de los
Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo
antiguo.
*** *** *** ***
Estas
parábolas son propias del evangelio de Mateo. El Reino de Dios es un don precioso, sorprendente, por el que hay que apostar decididamente y con alegría.
La parábola de la red apunta a una realidad ulterior: la postura que se adopte
ante el Reino de Dios no será irrelevante, pues habrá un juicio, una evaluación
final. Dios no excluye, pero puede haber quienes le excluyan a él y se autoexcluyan.
Sin embargo, el juicio, la selección queda en las manos del Dios de la
misericordia, capaz de revertir ese juicio en la oferta definitiva de su amor
infinito.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Vivir la fe como “un tesoro
escondido” (Mt 13,44), como “una perla de gran valor” (Mt 13,46), no
parece ser la experiencia de la mayoría de los cristianos o, al menos, no es esa
la sensación que transmitimos; más bien sucede lo contrario, la de sentirla
como una carga pesada que nos obliga y fatiga o, en todo caso, como algo que no nos
motiva excesivamente.
Nos cuesta visibilizar la dimensión gozosa
de la fe. Parece que, como diría el profeta, “la alegría ha huido de nuestra
tierra” (Is 24,11). Llamamos “celebración” a la eucaristía, aspecto
difícilmente reconocible por alguien no cristiano que entrase en nuestras iglesias.
Hemos formalizado y ritualizado todo tanto, que cuesta fatiga descubrir y vivir
esa dimensión gozosa de la fe. Y vivir el seguimiento de Jesús como una gracia, no como una pena, es el secreto para vivirlo de verdad.
San Pablo, en la carta a los Romanos nos
habla de la maravilla y de la excelencia de haber sido encontrados, elegidos y
amados por Dios. Él lo vivió así, y lo agradeció de todo corazón.
En el Evangelio, en esas dos miniparábolas,
la del tesoro y la de la perla, Jesús nos dice que la opción por él, por el
Reino de Dios, es la opción más inteligente y con más futuro, aunque nos
cueste. Porque esta es la otra lección: Jesús y el Reino de Dios son un regalo,
pero no son una baratija.
Hay que “venderlo todo”. Jesús no
lo ocultó nunca: “Quien quiera seguirme…” (Mc 8,34). Se lo dijo a los
discípulos, que lo dejaron todo, y a otros
que se retiraron porque eran muy ricos (Mc 10, 17-22). “Venderlo todo” no es una
invitación a la frustración, sino a la realización; no es una llamada al
empobrecimiento sino al enriquecimiento; un enriquecimiento paradójico, porque
“el que ama su vida, la perderá…” (Lc 9,24). Invitación a invertir en
valores de futuro, perennes, a los que no afecta la devaluación, “ni la
polilla los corroe” (Lc 12,33).
No se trata tanto de enajenar nuestros
“bienes” cuanto de enajenar nuestros “males”, de liberarnos de lo que obstaculiza el
seguimiento de Jesús. Y hacerlo “con alegría”.
Para ello necesitaremos, como Salomón (1ª
lectura), que Dios nos de el discernimiento lúcido para hacer esa lectura correcta de
las experiencias de la vida, y que él configure nuestro corazón a su imagen y
semejanza, para buscar y vivir su voluntad. Porque no es posible intentar “servir
a dos señores” (Lc 16,13), viviendo fracturados, escindidos, con referencias opuestas.
Convertir al Señor en nuestra porción (Sal 119,57), en nuestra opción, es la decisión mejor y la más inteligente.
Convertir al Señor en nuestra porción (Sal 119,57), en nuestra opción, es la decisión mejor y la más inteligente.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Manifiesto el gozo de haber sido encontrado por Dios?
.-
¿Apuesto con alegría por el Reino de Dios?
.-
¿Cuáles son los contenidos de mi oración?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.
Muchas gracias una semana más por la reflexión que tanto me ayuda a comprender y vivir la Palabra del Señor.
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