1ª Lectura: 1
Reyes 19,9a. 11-13a
En aquellos días llegó Elías al monte de
Dios, al Horeb, se refugió en una gruta. El Señor le dijo: Sal y aguarda al
Señor en el monte, que el Señor va a pasar.
Pasó antes del Señor un viento huracanado;
que agrietaba los montes y rompía los peñascos: en el viento no estaba el
Señor. Vino después un terremoto, y en el terremoto no estaba el Señor. Después
vino un fuego, y en el fuego no estaba el Señor. Después se escuchó un susurro.
Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la
gruta.
*** *** *** ***
Elías, perseguido por su aguda denuncia de los pecados del rey Ajab, tras el conflicto profético en el monte Carmelo (1 Re 18,20-40), abandona la corte y
peregrina al Horeb, el lugar donde Dios se reveló a Moisés. Es un gesto de
denuncia y de vuelta a lo original. Allí espera al Señor. Pero Dios le
sorprende: se hace presente no desde las manifestaciones teofánicas
tradicionales; escoge el susurro como signo precursor de su presencia. Dios no
está circunscrito a “lo oficial”. Allí al profeta se le encomienda una misión
más arriesgada que las que ha tenido que afrontar hasta entonces, pero no
estará solo, Dios estará con él. Es lo específico de la "travesía" profética: vivir la fidelidad, y vivirla en el riesgo
2ª Lectura:
Romanos 9,1-5
Hermanos:
Como cristiano que soy, voy a ser sincero;
mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento.
Siento una gran pena y un dolor incesante, pues por el bien de mis hermanos,
los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo.
Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de
Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de
quienes, según lo humano, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios
bendito por los siglos. Amén.
*** *** *** ***
Ante los cristianos de Roma, Pablo no oculta
lo que es su drama personal. Siente profundamente en su alma el rechazo del
pueblo judío a la persona y al mensaje de Jesús. Convirtiéndose a Cristo, él no
ha renunciado a sus “hermanos”. Se identifica con su valiosa herencia; solo
siente que no se hayan abierto al “alma” de esa herencia, Jesucristo. La
fidelidad al Evangelio no le convierte en enemigo de los que lo rechazan o
desconocen. Es el reto permanente de su vida: acercarlos al conocimiento de
Cristo.
Después que se sació la gente, Jesús
apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la
otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente
subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de
tierra, sacudida por la olas, porque el viento era contrario. De madrugada se
les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos viéndole andar sobre el
agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: ¡Ánimo, soy yo,
no tengáis miedo!
Pedro le contestó: Señor, si eres tú,
mándame ir a ti andando sobre el agua.
El le dijo: Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre
el agua acercándose a Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró
miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo
agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el
viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de
Dios.
*** *** *** ***
Tras el milagro de los panes, Jesús
despide a los discípulos y se despide las gentes. Ya solo, se retira al monte a
orar. La oración es esencial en la vida de Jesús. Desde ese “faro” de la
contemplación sigue la travesía de los discípulos. La oración de Jesús no es
ausencia ni huida. Es la primera escena.
La segunda tiene ver con la travesía de los
discípulos. Con gran sencillez Jesús aparece cercano a los suyos en los momentos
difíciles. El diálogo con Pedro, y sobre todo la pregunta -"Por qué has dudado?"- centran el relato. Solo la fe salvará a la barca y mantendrá a flote a los
discípulos. Ella es el timón y la brújula que aporta la seguridad y la orientación necesarias. Se trata de una “parábola” de la travesía de la iglesia en un mar de
dudas y de aguas agitadas. Pero él está siempre atento y presente, en medio de
las turbulencias. ""¡No tengáis miedo!".
REFLEXIÓN
PASTORAL
La existencia humana reviste,
frecuentemente, las características de una travesía no exenta de riesgos y
peligros. Si es cierto que, a veces, parece discurrir por parajes encantados y
encantadores, no es menos cierto que, en muchas ocasiones, afronta momentos de
incertidumbre y angustia. El fragmento evangélico que se proclama este domingo
es una referencia iluminadora. Releído hoy, debe hacernos
reflexionar sobre la solidez de nuestra fe y de nuestra confianza en Jesucristo.
También el texto de la primera lectura está en esa línea.
Elías, campeón de la fe ante una sociedad
desorientada política, social y religiosamente, se siente dominado por el
desánimo. Ve el deterioro y el rechazo; considera su vida quemada, gastada en
una causa justa, sí, pero utópica. Y huye al desierto, refugiándose en una
cueva, pidiendo a Dios que le envíe la
muerte (1 Re 19,1-4). Elías pensaba que estaba solo, pero Dios estaba con él para
llenar de sentido y de esperanza su vida. ¡Elías creyó!
Pablo también, en la segunda lectura, dice
atravesar por una experiencia profunda de dolor por el rechazo que la mayoría
de sus “hermanos, los de mi raza y mi sangre” (Rom 9,3) han dado a Jesús
y a su Evangelio.
El evangelio nos presenta no ya a
un hombre solo, sino a una barca llena de hombres, y llenos de miedo y de
dudas. Sabemos que esa barca significa para el evangelista san Mateo la
Iglesia.
En su travesía, la barca de la Iglesia,
surcará aguas agitadas -las está surcando-; necesitará manos expertas que la
guíen, pero, sobre todo, necesitará confiar en el Señor, pues aunque camine por
cañadas oscuras (Sal 23,4) y la agiten los mares con su furia (Sal 93,4), Dios
es el Enmanuel (Is 7,14).
En la vida tranquila, creer en Dios y en
Cristo resulta fácil. Cuando todo sucede a la medida de nuestros deseos, nos
sentimos invadidos por la presencia de Dios. Nos sentimos bendecidos. Nadar a
favor de la corriente es cómodo. Pero
llegada la tempestad, el viento contrario, la noche del sufrimiento físico, del
fracaso profesional, del problema familiar, de la ancianidad, de la soledad…,
sentimos el vacío y hasta el abismo abierto a nuestros pies. Y nos preguntamos
¿dónde está Dios?, ¿podrá sacarnos de estas aguas turbulentas? Y estamos
expuestos a caer en la tentación de pensar si nuestra fe no habrá sido solo una
fantasía, y Cristo solo un fantasma. ¡Y dudamos!
Y dudar no es malo; porque la duda ayuda a
purificar certezas irreflexivas e infantiles. Pero hay que salir de dudas. No
podemos permanecer indefinidamente en esas aguas. El milagro, entonces, puede
hacerse milagro para nosotros. Basta, y es necesario, que sintamos, que sepamos
descubrir la presencia del Señor.
Todos hacemos nuestra peculiar y personal travesía por ese mar de dudas.
Sus aguas no solo bañan las costas de nuestras vidas, sino que a veces las
azotan e inundan, cubriéndolas con su inquietante oleaje de preguntas y
temores.
“¿Por
qué has dudado?” (Mt 14,31). Esta
pregunta de Jesús a Pedro no es solo una recriminación a la incredulidad, sino
una invitación al análisis.
“¿Por qué
surgen dudas en vuestro interior?” (Lc 24,38), preguntó Jesús a sus
discípulos, confusos después de su muerte y resurrección.
¿Por
qué surgen dudas en nuestro interior? Quizá porque no hemos salido de él,
encerrados en nuestros egoísmos y temores. Quien toca o abraza con fe la Cruz de Cristo; quien hace
la experiencia de amar como Dios manda, o mejor, como Dios ama, supera todas
las dudas. Y aborda decisiones profundas, como hubo de hacerlo Pablo. Su opción
por Cristo configuró su existencia, llevándole a un tránsito existencial: del
integrismo judío al seguimiento radical de Jesús.
Hay
que salir de dudas; para eso hay que salir de uno mismo y tomar la mano que
Cristo nos tiende, aunque notemos en ella la señal de los clavos. Es la prueba
más cierta de que esa mano es la suya.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué espacio
tiene la oración en mi vida?
.- ¿Qué tipo de
oración?
.- ¿De dónde
provienen las dudas de mi interior?
DOMINGO J.
MONTERO CARRIÓN, OFMCap
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