1ª Lectura: Sabiduría 9,13-19
¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios
quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos
son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre
abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo
encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo,
quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo
Espíritu desde el cielo? Solo así serán rectos los caminos de los terrestres,
los hombres aprenderán lo que te agrada;
y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.
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El texto seleccionado forma parte de la oración de Salomón para alcanzar
la Sabiduría (Sab 9). En él se subraya la debilidad del hombre para conocer por
su propio dinamismo el proyecto de Dios. Tal constatación no obedece a un
pesimismo antropológico, sino a un realismo experiencial. En la formulación de
su pensamiento se detectan elemento del pensamiento platónico combinados con
imágenes bíblicas (cuerpo / tienda). Solo con el Espíritu de Dios puede el
hombre acercarse a la comprensión de sus designios y orientar hacia él sus
pasos
2ª Lectura: Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a
Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de
mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en
tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido
retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con
toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; y
no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto,
cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras
compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
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Onésimo, servidor de la casa de Filemón, en Colosas, huyó de su amo -¿motivo?-, y encontró a Pablo en
la prisión, probablemente de Éfeso. Allí abrazó la fe. Ahora Pablo se lo
devuelve, pero cambiado: “como hermano querido”. La argumentación está teñida
de ternura: Onésimo forma parte de su propia vida. La fuerza transformadora del
Evangelio propicia una vivencia nueva de las relaciones sociales, rescatándolas
de lo servil para convertirlas en fraternas. Destacable es cómo hasta la
prisión es un espacio de evangelización cuando el celo del Evangelio anida en
el corazón del cristiano. Es una concreción de aquel dicho: Evangelizar “a tiempo y a destiempo… (II Tm 4,2);
porque “la palabra de Dios no está encadenada” (II Tm 2,9).
En
aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: “Si alguno
se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus
hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser
discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de
mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a
burlarse de él los que miran, diciendo: `Este hombre empezó a construir y no ha
sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se
sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le
ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados
para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos
sus bienes, no puede ser discípulo mío”.
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A
los que le siguen Jesús les formula con claridad hasta dónde debe llegar la
opción por él: el listón es alto. Por eso invita a un discernimiento profundo.
El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el
seguimiento no se reduce a eso, porque abre a horizontes nuevos: la familia se
engrandece (Mc 10,29-30), y la persona
se enriquece con un tesoro escondido (Mt 13,44).
Se trata de poner a Jesús en el
centro: de “tomar conciencia de su
persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse
a Él” (Flp 3, 9), de personalizar “su
misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir
como él vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa.
Al seguimiento cristiano le es
imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de
Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción
permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).
“De oídas” podrá iniciarse el
seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento
personal -“venid y lo veréis” (Jn
1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-.
Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que
no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...” (Mc 8, 34).
El proyecto de “seguir”, de “vivir
como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al
sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no
contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay
que vivir “en seguimiento”.
REFLEXIÓN PASTORAL
No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras
invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo
visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico;
Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y
renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.
A una multitud que le seguía de una
manera bastante folklórica e
incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje
clarificador. Y creo que debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así,
propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba
Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de
repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos.
Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.
Porque Él no vino a anular la revelación
de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto
mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la
perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt
19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que
supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran
mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).
Entonces, ¿qué quiere decir con estas
palabras: “El que venga conmigo si no
pospone a su padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser
mi discípulo”?
Jesús no ha venido a destruir los amores
fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno,
nos dice “amaos como yo os he amado”
(Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque
nadie ama más que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13).
Desde el amor a Cristo, el amor a los
padres, el amor conyugal, el amor familiar y a
uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica.
Jesús nos dice que hay que amar cristianamente. El amor total a Cristo,
a Dios, no puede nunca convertirse en pretexto o excusa para no amar al prójimo;
pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber
en el hombre amor más grande que el amor a Dios.
Y lo mismo podemos decir de la renuncia
a los bienes: Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos
abandonemos a las cosas, “pues la vida
del hombre no depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en
ellas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las
exigencias y necesidades de nuestro prójimo.
Jesús no está invitando tanto a odios y
renuncias cuanto a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y
purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de
Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los
familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino
que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.
Estas palabras de Jesús deben darnos que
pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Me defino como “seguidor” de Jesús?
.- ¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a
mi vida?
.- ¿Siento inquietud por dar a conocer a
Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap
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