1ª Lectura: I Reyes 19,16b. 19-21
“En
aquellos días, el Señor dijo a Elías: Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo
de Safat, natural de Abel-Mejolá.
Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de
Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su
lado y le echó encima su manto.
Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.
Elías contestó: Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego de
los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó,
marchó tras Elías y se puso a sus órdenes”.
*** *** *** ***
Elías,
que desmoralizado por las amenazas de Jezabel, había huido al Horeb (I Re 19,
2-8), recibe de Dios la orden de regresar y de elegir a Eliseo como profeta y
sucesor (I Re 19,15-16). La obra de Dios debe seguir adelante. Los vv 19-21
pertenecen al denominado ciclo de Eliseo (II Re 2-13). Éste era un agricultor.
El paso de Elías junto a él le cambió la vida. El manto no solo era ropa de
abrigo, simbolizaba la personalidad y los derechos de su dueño. Además el manto
de Elías tenía una eficacia milagrosa (II Re 2,8). Elías adquiere así un
derecho sobre Eliseo. Eliseo acepta la invitación y, tras “quemar” los aperos
de labranza, se convirtió en discípulo de Elías.
2ª
Lectura: Gálatas 4,31b-5,1. 13-18
“Hermanos:
Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos
firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra
vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al
contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra
en esta frase: “Amarás al prójimo como a
ti mismo”.
Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis
por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: Andad según el Espíritu y no
realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el
espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo
que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la
ley”.
*** *** *** ***
La
libertad es el horizonte del cristiano y la gran conquista de Cristo. Una
libertad para ser asumida y vivida. Pero
esa libertad no es un “ídolo”. Pablo no invita a la anarquía ni a la
autosuficiencia. La libertad cristiana debe estar normada por el amor. La
libertad impide esclavizar a nadie, poniéndolo a nuestros pies, pero nos hace
esclavos, poniéndonos a los pies de los demás, asumiendo la actitud de Jesús
(Jn 13,4-5), por amor. Pablo no es ingenuo, sabe de las tensiones existentes en
las comunidades. Por eso, al tiempo que exhorta, denuncia. El proceder
cristiano debe estar inspirado por el Espíritu, no por las tendencias de la
carne. El cristiano no solo debe rehuir “el
yugo de la esclavitud” (la circuncisión que querían imponer los
judaizantes) sino “todo” yugo (“las obras
de la carne” cf. Ga 5,19).
La
libertad cristiana es libertad “de” todo lo que oprime, y libertad “para” poner
todo, la vida, al servicio de las urgencias del amor (II Co 5,14).
Evangelio: Lucas 9,51-62
“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó
la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De
camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo
recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor,
¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y
les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas.
Jesús le respondió: Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido,
pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: Sígueme.
Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a
anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi
familia.
Jesús le contestó: El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no
vale para el Reino de Dios”.
*** *** *** ***
Jesús decide orientar sus pasos hacia Jerusalén. Ha de atravesar
Samaría, y envía a algunos para buscar alojamiento. En una aldea no fue
aceptado por su condición de judío (“los
judíos no se tratan con los samaritanos” Jn 4,9). El mismo Jesús en un
primer momento advertirá a los discípulos de no entrar en los poblados de
samaritanos (Mt 10,5). La reacción de Santiago y Juan es desechada por el
Maestro. Que no ha venido a abrirse camino a sangre y fuego, sino a abrir
camino entregando su propia sangre.
En
ese camino aparecen tres personas; la primera pide ser admitida en su compañía.
Jesús le responde con realismo, haciéndole ver cómo acababan de negarle un
techo para hospedarse. La segunda es invitada por Jesús al seguimiento. Pero ésta
pide un tiempo de demora. “Ir a enterrar
a mi padre” equivale a: “lo haré cuando haya fallecido mi padre” (no es que
su padre ya hubiera muerto y fuera inminente la sepultura). La tercera, se
ofrece, pero pone unas condiciones que, en principio, parecen lógicas. Sin
embargo Jesús radicaliza el seguimiento. El seguimiento de Jesús supera al de
Eliseo respecto de Elías.
REFLEXIÓN PASTORAL
El evangelio de este Domingo nos habla del
seguimiento de Cristo. Lo hace con expresiones chocantes a nuestros oídos,
demasiado contemporizadores. Jesús no fue un rompefamilias, ni un ser sin
entrañas, al contrario. Entonces, ¿qué nos quiere decir con estas expresiones?
Que en la vida, y en la vida de fe
también, hay que priorizar. Que nada, ni nadie, debe impedir la respuesta fiel
a la llamada del Señor. En eso consiste la libertad cristiana de la que nos
habla la segunda lectura: una liberación de todo, hasta de uno mismo -de sus
amores y temores- para seguir a Jesús. En eso consiste la verdadera “practica”
religiosa; no en un cumplimiento superficial de normas, sino en la introducción
de Cristo en el corazón, hasta convertirlo en nuestro criterio y norma de vida.
El conocimiento de Cristo es gracia,
decíamos el pasado Domingo, pero, además, implica, su seguimiento; significa no
perderle nunca de vista. “Corramos con
constancia en la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y
completa nuestra fe, Jesús” (Heb 12,1-2). ¡Una advertencia muy oportuna! El
cristiano nunca debe perder de vista a Jesucristo como referencia primordial de
la vida, so pena de despistarse, adentrándose por caminos equivocados y
estériles: caminos que no conducen a “ninguna parte”.
Y este seguimiento no es cuestión de
intuiciones personales más o menos bienintencionadas, discontinuas e
intermitentes. Se trata de “conocerlo a él” (Flp 3,10), de “ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp
3,8-9), de personalizar “los sentimientos
propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5), de “caminar
como él caminó” (I Jn 2,6)... y eso no se improvisa.
Al “seguimiento cristiano” le es
imprescindible un talante contemplativo e interiorizador de la persona de
Jesús, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción
permanente (Flp 3,12) inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 8,8). “De
oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse; tiene que
resolverse en el encuentro y conocimiento personales. Cristiano es el hombre
que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida; es aquél para quien
Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante y
decisivo.
¡No perderle de vista! Y esto
significa descubrirle como inspirador permanente de las opciones de vida concreta.
Quizá lo prosaico de nuestra vida, la
carencia de profundidad en nuestros compromisos..., todo eso que en momentos de
sinceridad calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia, a que no
hemos descubierto de verdad a ese Jesús a quien religarnos, y por eso nos
cuesta tanto desligarnos de tantas cosas que lastran nuestra vida.
Un seguimiento que implica asumir el
“estilo” de Jesús: su radicalidad, generosidad y decisión. ¿Demasiado, verdad?
Sí, para nuestra debilidad congénita; pero posible si nos alimentamos con el
pan eucarístico: pan de fortaleza para los débiles, luz para nuestras
oscuridades y esperanza para nuestros desalientos.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué priorizo en mi vida?
.- ¿Es Jesús el referente de mi vida?
.- ¿Vivo en la libertad de los hijos de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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