1ª Lectura: II Samuel 12,7-10. 13
En
aquellos días dijo Natán a David: “Así dice el Señor Dios de Israel: `Yo te
ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu
Señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de
Judá, y por si fuera poco pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado la
palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías
el hititita y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará
nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías´”.
David responde a Natán: “He pecado contra el Señor”.
Y
Natán le dijo: “Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás”.
*** *** *** ***
David ha cometido dos transgresiones graves de la Ley: asesinato y
adulterio. Unas líneas antes (vv 1b-6) él mismo se había convertido en juez
inmisericorde respecto del que no respetó la oveja del pobre. Un ejemplo de
hasta dónde el pecado nos ciega, hasta no ver nuestro pecado. David declara
sentencia de muerte contra el trasgresor.
Dios perdona, pero no ignora ni disculpa el pecado. A David le hace caer en la cuenta de su malvado proceder. Y
David lo reconoce. El pecado de David ha llegado hasta Dios, le ha ofendido.
Pero Dios perdona a David su pecado. Un perdón que no quita relevancia a los
hechos; éstos dejarán una huella dolorosa en su vida, pero David no morirá. El
pecador vive cuando, arrepentido sinceramente, se vuelve a Dios.
2ª
Lectura: Gálatas 2,16. 19-21
Hermanos:
Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley sino por creer
en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por
la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por
cumplir la ley.
Por la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así
vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es
Cristo quien vive en mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la
justificación fuera por la ley, la muerte de Cristo sería inútil.
*** *** *** ***
San Pablo polemiza con judaizantes (cristianos provenientes del
judaísmo, que pretendían mantener viva la Ley de Moisés como fuerza salvadora).
Su tono es radical. Habla desde su experiencia de converso. Para Pablo no es
posible conjugar Ley y Cristo, como fuentes de salvación. Solo Cristo es fuente
de salvación, de justificación. No salva el cumplimiento de la Ley, sino la fe
en Cristo que se actualiza en el amor. Pablo se ha desvinculado de la Ley para
identificarse, crucificarse, con Cristo. Escribiendo a los Romanos dirá que la
Ley no es pecado, pero descubre el pecado, y no aporta la fuerza para
eliminarlo (cfr. Rom 7,7-25).
Evangelio: Lucas 7,36-8,3
En
aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús
entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad,
una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con
un frasco de perfume, y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se
puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado, se dijo: Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que
le está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte.
El
respondió: Dímelo, maestro.
Jesús le dijo. Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los
dos lo amará más?
Simón contestó: Supongo que aquel al que le perdonó más.
Jesús le dijo: Has juzgado rectamente.
Y,
volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu
casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies
con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en
cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la
cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por
eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero
al que poco se le perdona, poco ama.
Y
a ella le dijo: Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que
hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.
*** *** *** ***
Episodio propio de Lucas, distinto de la unción de Betania (Mt 26,6-13 y
paralelos). La escena es elaborada con toques muy precisos. Jesús no es
excluyente: acepta la invitación de un fariseo. Y acepta el gesto de una mujer
pecadora. Los gestos de la mujer podían ser interpretados diversamente. El
fariseo opta por la interpretación malévola; Jesús por la benévola. Y, a partir
de ahí, descubre al fariseo las “carencias” de su invitación, y destaca las
“querencias” que aquella mujer le expresa con sus gestos.
¿El perdón de sus pecados es efecto del amor a Cristo o el amor a Cristo
es el efecto del perdón recibido? ¿La
mujer es perdonada porque ama mucho, o ama mucho porque es perdonada? Parece
que el sentido correcto es: el perdón es resultado de la fe -“tu fe te ha salvado”-; y el amor es
efecto del perdón. En todo caso, no conviene perderse en disquisiciones: el
amor y el perdón van indisolublemente unidos.
REFLEXIÓN PASTORAL
La escena evangélica que acabamos de leer es
conmovedora y está cargada de enseñanzas y sugerencias (Lc 7,36-50). La
protagonizan tres personajes: Jesús, Simón, un fariseo observante de la ley, y
una mujer “marginal” y marginada en aquella sociedad. Una mujer, pecadora
pública, a la que, curiosamente, Jesús convierte en “maestra” de lecciones
fundamentales precisamente frente a los “maestros” oficiales de Israel.
Pero
sus magisterios son distintos. Ella imparte su lección, de humanidad, ternura y
arrepentimiento, a los pies de Jesús, ungiendo y besando sus pies; ellos,
también imparten la suya, de rigorismo legalista, “sentados en la cátedra de Moisés” (Mt 23,2), atando “cargas pesadas” sobre los hombros (Lc
11,46).
Y
Jesús, que no es un ingenuo, sabía quién era aquella mujer, sabía que en su
vida había muchos pecados, y no los justifica. Pero también sabía que no todo
era pecado en su vida, por eso no los absolutiza. Allí había gérmenes que
estaban esperando ser despertados y reconocidos: una gran fe y un gran amor. Y
es lo que hace Jesús: mirar la parte buena del corazón. Ni la mortifica con
preguntas, ni la “confiesa”. “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene
mucho amor” y “una gran fe”. ¿Y hace falta algo más?
¡Que
necesario es hoy, para todos, recuperar la mirada de Jesús! Cuántas veces
creemos conocer al otro, y en realidad no conocemos más que una parte, y no
siempre la mejor. Cuántas veces decimos, “¡Ah, si tú supieras quién es…!”.
Pero, ¿y tú lo sabes? Solo Dios conoce de verdad. “Dios no mira como los hombres; los hombres miran las apariencias, pero
Dios mira al corazón”, corrigió Dios al profeta Samuel (I Sm 16,7).
¡Cuántas
personas se han hundido en eso que los “buenos” llaman “mala vida”, porque en
un momento difícil en que, desde su postración, buscaron comprensión y acogida,
solo encontraron dedos que les señalaban y descalificaban!
Hoy
la palabra de Dios nos invita a no convertirnos en censores de los otros, sino
a examinarnos a nosotros mismos y, como David, a reconocer que también nosotros
“hemos pecado contra el Señor”.
Y a algo más: a asumir progresivamente, como quehacer
permanente, nuestra identificación con Cristo. “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” afirma san Pablo en la
segunda lectura; y eso no significa ningún tipo de enajenación personal, sino
una personalización de Cristo, admitido conscientemente como referente
existencial y primordial. Pablo siente y con-siente con Cristo; vive y con-vive
con Cristo; existe y co-existe en Cristo… Se trata de una configuración que
redimensiona a la persona entera: sentimientos (Flp 2, 5ss) y mentalidad (I Co 2,
16).
Desde
esta configuración personal, la actuación del cristiano reviste la modalidad de
una acción de Jesús, porque “es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20).
Y así podremos apropiarnos su mirada misericordiosa hacia los otros y aceptar
su mirada salvadora para nosotros. ¡Ojalá podamos escuchar también las palabras
de Jesús: “Sus muchos pecados están
perdonados, porque ha amado mucho…Tu fe te ha salvado, vete en paz!”
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo me sitúo ante el pecado del otro?
¿Con misericordia?
.- ¿Puedo decir con san Pablo “es Cristo
quien vive en mí”?
.- ¿He experimentado la fuerza transformadora
del perdón de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap
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