1ª Lectura: Zacarías 12,10-11
“Esto dice el Señor: Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los
habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y clemencia. Me mirarán a mí, a
quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como
se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén, como el
luto de Haddad-Rimón en el valle de Meguido”.
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Nos
hallamos en la segunda parte del libro de Zacarías (9-14). No es fácil la
interpretación de este texto. La alusión a la efusión de un espíritu de gracia
y clemencia sobre la dinastía de David hace que algunos lo sitúen en un
contexto mesiánico. La figura del “traspasado” puede referirse a algún mártir
anónimo de cuya muerte es responsable el pueblo. Ese mártir glorificado pudiera
ser “el siervo paciente”.
El pueblo de Jerusalén contemplando la víctima
de su furia insensata recapacita e inicia un proceso de arrepentimiento y
conversión. La alusión al luto de Haddad-Rimón puede entenderse como evocación del
rito celebrativo de la muerte de Hadaddad-Rimón, probablemente una divinidad
que muere y por la que se eleva un lamento ritual (cfr. Ez 8,14 la alusión al
llanto por el dios Tamuz). Aquí el texto es traído como avance profético de la
muerte de Jesús (cf. Jn 19,37)
2ª Lectura: Gálatas 3,26-29
“Hermanos:
Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis
incorporado a Cristo por el Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia
de Abrahán, y herederos de la promesa”.
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La
fe en Cristo nos introduce en la familia de Dios, como hijos. El bautismo nos
reviste de Cristo, nos hace de él. No es un revestimiento ni una pertenencia
superficiales, sino profundos. Nos incorpora al pueblo de la promesa y nos hace
miembros de una fraternidad universal, presidida por Cristo, donde ni la etnia,
ni la condición social ni sexual tienen poder discriminatorio. Éste era el sueño de Pablo, no la realidad
que le tocó vivir. Pero por ello luchó. ¿Ya es esto realidad en la iglesia de
hoy?
“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos,
les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen
que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie, y añadió: El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y letrados, y ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo: El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.
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El
texto contiene dos momentos importantes: la profesión de fe de Pedro (vv
18b-21) y el primer anuncio de la Pasión (v 22). Ambos momentos encuentran
paralelos en Mt y Mc. Pero el texto lucano aporta matices especiales. Mientras
Mt y Mc destacan la geografía física de la profesión de fe (Cesarea de Filipo),
Lc subraya la geografía espiritual (la oración). Lc (como Mc) no conserva las
promesas a Pedro de las llaves del Reino. También en las respuestas de los
discípulos hay pequeñas variantes, como en la respuesta de Pedro. Esto nos
habla de un “núcleo” histórico, modelado por cada uno de los evangelistas o sus
tradiciones. El relato se concluye con la prohibición de Jesús de dar
publicidad a esa “profesión”. Llegará el tiempo de hacerla explícita.
El
segundo momento es el anuncio de su pasión. Lucas omite la intervención de Pedro
y la reprimenda de Jesús (Mc 8,32s). Ya desde el principio Jesús comenzó a
alertar a los discípulos sobre el desenlace y el sentido final de su vida. Si es cierto que
estos anuncios se configuraron plenamente después de la Pascua, no cabe duda de
que Jesús fue dando pistas e
indicaciones de por donde podrían ir las cosas, por las reacciones que
observaba en los dirigentes religiosos y políticos ante su mensaje. Es este
aspecto de la vida de Jesús el que pretende evocar proféticamente el texto de
Zacarías de la 1ª lectura.
REFLEXIÓN PASTORAL
Hay preguntas que nunca son respondidas
definitivamente, sino que son un estímulo constante de la existencia. Entre
esas preguntas se encuentra ésta formulada por Jesús: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”. Porque lo peculiar del
cristiano y del cristianismo no es su ética, ni su filosofía e, iba a decir, ni
siquiera su teología; lo peculiar del cristiano y del cristianismo es su
vinculación “a un tal Jesús, llamado
Cristo”, que muerto, ha resucitado y vive entre nosotros. Pero tal vinculación sólo podrá ser auténtica
cuando hayamos clarificado quien es ese Jesús.
Cuando proliferan tantos retratos y
tan dispares, esta pregunta es de palpitante actualidad. ¿Cuál es el verdadero
rostro de Cristo? El nombre de Cristo ha servido a muchos y para muchas
cosas... Tan peligroso es el olvido como el ruido; no sólo el polvo, también el
oro pueden desfigurar u ocultar un rostro.
“Jesucristo
es el mismo hoy, ayer y siempre” (Hb 13,8). Pero esta afirmación no pone el
punto y aparte, y menos aún el punto y final a la pregunta. Cristo está por ver
y por decir. Cada época y cada pensamiento se ha visto confrontado con esta “bandera discutida” (Lc 2,35). También la
nuestra, en la que recientemente el interés por Jesús cristalizó en dos
manifestaciones populares: la del Cristo superstar y la del Cristo guerrillero. ¿Dos
caricaturas? ¿Dos verdades a medias? En todo caso dos imágenes que hablan de la
significatividad de Jesús: el rostro joven, alegre y rejuvenecedor -Cristo superestar- , y el del
que encarna la pasión por la justicia y la causa de los oprimidos -Cristo guerrillero-.
Pero en nuestra época -¿entre
nosotros?- hay una tercera caricatura: la del Cristo aburrido de los aburridos;
la de aquellos que a fuerza de decir que creen en él, se han habituado a él
hasta olvidarlo prácticamente.
"¿Quién decís que soy?" Es una
pregunta con doble dirección. ¿Quién decís vosotros que soy yo para vosotros?
¿Qué significo yo en tu vida? Y ¿quién decís que soy yo a los otros?
La primera nos llevará al campo de
la oración, porque “nadie viene a mí si
el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). El auténtico conocimiento de Jesús como
Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6) no es una conquista humana, sino una gracia del Padre
Dios. “Bienaventurado tú, Simón Pedro,
porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre” (Mt
16,7), contesta Jesús a la profesión de fe de san Pedro.
La segunda nos conducirá al campo
del testimonio: porque ese Jesús conocido ha de ser testimoniado. No puede ser
guardado como un tesoro oculto, sino mostrado como una luz que brilla para
iluminar a todos los de casa.
“¿Quién
decís que soy yo?” Es una buena pregunta, que espera respuesta de nuestra
parte.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Soy un testigo creíble de Jesús?
.- ¿Me siento realmente hijo, miembro de la
familia de Dios?
.- ¿Discrimino en mi vida por razón de
cultura, religión o sexo?
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