1ª Lectura: I Reyes 17,17-24
“En
aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era
tan grave que se quedó sin respiración.
Entonces la mujer dijo a Elías: ¿Qué tienes tú que ver conmigo?, ¿has
venido a mí casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?
Elías respondió: Dame a tu hijo.
Y, tomándolo en su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo
acostó en su cama. Luego invocó al Señor: Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda
que me hospeda la vas a castigar haciendo morir a su hijo?
Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: Señor,
Dios mío, que vuelva al niño la respiración.
El Señor escuchó la súplica de
Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó
al piso bajo y se lo entregó a su madre: Mira, tu hijo está vivo.
Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora reconozco que eres un hombre de
Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.
*** *** *** ***
Nos
hallamos en el Libro I de los Reyes, en el denominado ciclo de Elías (I Re
17-II Re 2,13), con ocasión de la gran sequía que asoló a Israel (I Re 17-18).
Protagonistas del relato son la viuda de Sarepta, su hijo y el profeta Elías. El
milagro realizado por intercesión de Elías (es Dios quien devuelve el aliento
al hijo) sirve para reivindicar al profeta como mediador de Dios, un Dios
compasivo. La compasión por el dolor humano es un rasgo del verdadero profeta.
2ª Lectura: Gálatas 1,11-19
“Hermanos:
Os
notifico que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he
recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.
Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía
a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos
de mi edad y de mi raza como partidario fanático de las tradiciones de mis
antepasados.
Pero cuando Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó a
su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los
gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a
los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más
tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé
quince días con él. Pero no vi a ningún otro Apóstol; vi solamente a Santiago,
el pariente del Señor”.
*** *** *** ***
El
tono de este fragmento es claramente apologético: Pablo se defiende de los que,
desde dentro de la comunidad judeocristiana, le acusan de anunciar un evangelio
espúreo. No oculta sus antecedentes como perseguidor de la Iglesia, no formaba
parte del grupo de los Doce… Pero, una vez alcanzado por el Señor, se dedicó
con la misma pasión a evangelizar, con un evangelio no inventado por él, sino
revelado por Jesucristo.
No obstante, pasado un tiempo -tres años-
subió a Jerusalén para conocer personalmente a Pedro y a algunos miembros
destacados de la comunidad. No duda de la autenticidad del evangelio que
anuncia, pero sabe que este evangelio se asienta en el testimonio de los que el
Señor escogió como sus testigos. En realidad las relaciones de Pablo con la
Iglesia madre de Jerusalén no fueron fáciles, sin embargo las mantuvo siempre abiertas,
dispuesto al diálogo y hasta a la colaboración económica (Ga 2,1-10).
Evangelio: Lucas 7,11-17
“En
aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus
discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un
gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al
verla el Señor, le dio lástima y le dijo: No llores.
Se
acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo
digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a
hablar y Jesús se lo entregó a su madre. Todos sobrecogidos daban gloria a Dios
diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su
pueblo.
La
noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera”.
*** *** *** ***
Este relato de milagro es propio de san Lucas
y prepara la respuesta de Jesús a los enviados de Juan Bautista (Lc 7,22). Las
semejanzas con el relato del I Libro de los Reyes de la 1ª lectura son
palpables. Jesús es presentado como el nuevo Elías. Sin embargo, hay elementos
que los diferencian. Jesús no actúa a instancia de parte. Todo es iniciativa
suya. No hay intercesión, sino intervención directa.
La
vinculación de Elías con los últimos tiempos estaba extendida en el judaísmo
contemporáneo a Jesús; de hecho tanto el Bautista como Jesús aparecen vinculados a él (Lc 9,8;
Jn 1,21). Aunque Juan se desvincula expresamente (Jn 1,21.25); y Jesús parece
que también, presentando al Bautista como la representación del profeta (Mt
11,14; 17,12-13). En todo caso, estas identificaciones advierten de la
conciencia popular sobre la calidad personal tanto del Bautista como de Jesús,
y de hallarse en unos tiempos de gran expectación mesiánica.
REFLEXIÓN PASTORAL
Volvemos, tras las celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y la Pascua,
al llamado Tiempo Ordinario. La denominación es equívoca y hasta poco feliz.
Normalmente identificamos “ordinario” con rutinario o vulgar. Y no debería ser
así.
Tras días densos e intensos, volvemos al día a
día, también en el calendario y el termómetro litúrgico, para revalidar y
consolidar los grandes misterios que hemos celebrado. Saberlos vivir con
profundidad y sentido será la prueba de que los hemos celebrado realmente, y no
solo ritualmente.
La palabra de Dios nos habla en la 1ª y 3ª
lectura de Dios y de sus enviados como servidores y promotores de la vida.
Las figuras de Elías, inflexible y enérgico
con los poderosos, y vulnerable ante la súplica desconsolada de la pobre viuda
de Sarepta… Y de Jesús, recorriendo los caminos de la vida, que son también los
del dolor y de la muerte, son aleccionadoras.
Es un dato a destacar: el servidor de Dios
debe ser siempre, más que un predicador teórico, un promotor de vida a todos
los niveles: vida espiritual, aportando esperanza, ternura, compasión y
comprensión…, y vida material: ayuda, solidaridad, pan… Jesús decía: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16)
El servidor de Dios no puede ser un distraído de la vida, ha de estar en
sus caminos, aspirando sus olores y degustando sus sabores, pero aportando
también su olor y su sabor propios. Como
Jesús y Elías. Ambos devolvieron vida (I Re 17, 17-24; Lc 7,11-17) y pan (I Re
17, 7-16; Lc 9,12-17). Más aún, Jesús se hizo Vida (Jn 14,6) y se hizo Pan (Lc
22,19): “El pan de la vida” (Jn 6,34).
“Levántate”. Esta palabra debemos oírla y
obedecerla todos, porque todos yacemos en situaciones de muerte o de semivida.
¿O no es semivida la rutina, la tibieza, la incoherencia, la falta de alegría y
esperanza que aspiramos y respiramos? “Levántate”,
nos dice el Señor. Y, levantado, ayuda a levantar a tantos que esperan una mano
bienhechora o desesperan ya de encontrarla.
El don recibido no es para apropiárnoslo
sino para compartirlo, para disfrutarlo con los otros. Eso es la
evangelización: compartir el gozo del Evangelio. Y fue lo que hizo Pablo (2ª).
No se apropió la revelación de Jesucristo, sino que se dedicó, a tumba abierta,
a compartirla con los otros, haciéndose todo para todos (cf. I Co 9,22) “para que Dios sea todo en todos” (I Co
1,28).
El evangelio es un servicio a la vida y un servicio de vida. Donde se anuncia
y se acepta florece la vida, en formas humildes, pero dinámicas. EVANGELIO Y
VIDA son realidades inseparables.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo circulo por la vida? ¿Sembrando vida
y esperanza?
.- ¿Con qué pan alimento mi vida?
.- ¿Siento la urgencia de evangelizar?
DOMINGO J. MONTERO, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario