1ª Lectura: Ezequiel
37,12-14
Esto dice el Señor: Yo mismo abriré
vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os
traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de
vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi
espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor
lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.
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El fragmento escogido forma parte del
famoso discurso sobre “los huesos secos” (Ez 37,1-14), que el profeta dirigió a
los desterrados en Babilonia, escépticos, cuando no resignados, ante lo que
consideraban irreversible: el exilio como la tumba del pueblo. Dios se les
revela como dador de vida, a través de su espíritu.
El texto, directamente, está contemplando
la restauración mesiánica del pueblo. Pero con los símbolos utilizados,
orientaba ya hacia la idea de una resurrección individual, entrevista en Job
19,25 y explícitamente afirmada en Dan 12,2; 2 Mac 7,9; 12,4. Tema que
adquirirá su configuración definitiva en el NT.
2ª Lectura: Romanos 8,8-11
Hermanos:
Los que están en la carne no pueden agradar
a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu
de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de
Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero
el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de
entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo
Espíritu que habita en vosotros.
*** *** ***
El discurso teológico de san Pablo alcanza
su culmen en este capítulo 8 de la carta a los Romanos. En el texto
seleccionado se destaca al Espíritu como centro de la vida del cristiano. Lo
que en otros lugares san Pablo atribuye al Padre o a Cristo aquí lo atribuye al
Espíritu. Por otro lado, el Apóstol destaca los dos modos de existencia humana
-la carne y el espíritu- y su incompatibilidad radical. Ambos conceptos tienen
posiblemente resonancias “griegas” y “hebreas”.
Hablando del hombre, con el concepto
“carne” san Pablo alude a lo pecaminoso, a lo desviado del hombre, a su
fragilidad creatural; y con el concepto “espíritu” se refiere a la apertura a
lo divino, que le posibilita la comunión con Dios. Con todo, la antropología
paulina no es dualista, sino profundamente integrada.
En aquel tiempo…., las hermanas (de
Lázaro) le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no
acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo
de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a
Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde
estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea…. Cuando
Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado…. Cuando Marta se enteró
de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras
estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que
pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
Marta respondió: Sé que resucitará en la
resurrección del último día.
Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la
vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree
en mí, no morirá para siempre. ¿Cree esto?
Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo…
Jesús, muy conmovido preguntó: ¿Dónde le
habéis enterrado?
Le contestaron: Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos
comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los
ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la
tumba. Jesús dijo: Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si
crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa. Jesús,
levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has
escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me
rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz
potente: Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos
atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús le dijo: Desatadlo y
dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa
de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
*** *** ***
Nos hallamos ante el último y más
desarrollado de los “signos” de Jesús narrados en el IV Evangelio (2,1-11;
4,46-54; 5,1ss; 6; 9,1ss; 11,1ss). El centro del mismo reside en la
presentación de Jesús como la Vida y Señor y dador de la Vida. Una vida que
nace de la fe en él -“¿Crees esto?”-.
La resurrección tiene lugar en el encuentro con Cristo. No hay que esperar a
morir para resucitar; el creyente resucita sacramentalmente en las aguas del
bautismo. Los demás aspectos del relato no deben distraer de lo que es el
centro del mismo. La profesión de fe de María, la hermana de Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios, el que tenía que venir al mundo” es el punto al que quiere
conducirnos esta escena evangélica.
REFLEXIÓN PASTORAL
El relato evangélico de este domingo está
construido con elementos de gran densidad y significación teológicas. Hay un
núcleo hacia el que todo converge y desde el que todo se ilumina: “Yo soy la resurrección y la vida…” (Jn
11,25).
El protagonista no es Lázaro, sino Jesús;
no es la resurrección de Lázaro, sino Jesús como resurrección; no es la muerte
de Lázaro, sino la vida que da Jesús, lo que se pretende subrayar. Se trata no
de la resurrección de “un hombre”, sino de la resurrección “del hombre”; de la
vida que, deteriorada y muerta por el pecado, es llamada vigorosamente a
resucitar, participando de la vida de Dios ofrecida en y por Jesucristo.
La Vida habita en Jesús: es el agua viva,
el pan vivo, la vida… “He venido para que
tengan vida, y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús es Señor y dador de
Vida; no solo para la otra vida; también
para esta, aportándole calidad y sentido.
“Mi vivir es Cristo” (Flp
1,21), dirá Pablo de Tarso, sintetizando los contenidos y motivos de su
existir.
En la segunda lectura se subraya este
aspecto: Cristo es el principio vital del hombre: “Si Cristo está en vosotros, el espíritu vive por la justicia” (Rom
8,10). Quien lo incorpora a su vida y se incorpora a su Vida, en él la muerte
ya no tiene dominio. La Vida tiene nombre propio: Jesús. La última palabra no
la dicta la muerte, sino la Vida. La muerte física es una exigencia del guión,
pero no es el final de la película. “¿Dónde
está muerte tu victoria?” (1 Cor 15,57).
Ante la Vida, la muerte es solo un sueño.
“Lázaro, nuestro amigo, está dormido”
(Jn 11,11)… Y, como a Marta, se nos pregunta: “¿Crees esto?” (Jn 11,26). ¡Convertirse a la Vida (cf. Jn 17,3)! Y
quien tiene esta fe, que se verifica en la caridad, ha superado ya la muerte,
pues “en esto sabemos que hemos pasado de
la muerte a la vida, si amamos…” (1 Jn 3,14).
“Hay que vivir la vida”, pero lo
entendemos en un sentido minúsculo e intranscendente. Convirtámoslo en proyecto
mayúsculo. ¡Vivir la Vida! Para eso hay que “beber la Vida" y "comer la Vida" en su fuente más
pura y original, en la Eucaristía y en la Palabra de Dios; en la fuente de
Aquel que ha dicho “Yo soy la
Resurrección y la Vida…(Jn 11,25); si
alguno tiene sed que venga a mí y beba, y de su seno correrán ríos de agua viva”
(Jn 7,37).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué principios guían mi
vida? ¿Los de la carne o los del Espíritu?
.- ¿Cuáles son los signos de
un resucitado?
.- ¿Con qué pasión sirvo
vida desde la Vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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