En aquellos días, el pueblo, torturado por
la sed, murmuró contra Moisés: ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos
morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo: ¿Qué puedo
hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés: Preséntate al
pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu
mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti,
sobre la peña, en Horeb: golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba
el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los
ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la
reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está
o no está el Señor en medio de nosotros?
*** *** ***
En el éxodo hacia la libertad, el pueblo de
Israel sufrió muchos problemas y tentaciones; el relato seleccionado presenta una
de las escenas más emblemáticas de ese camino difícil. El pueblo duda de la
capacidad de Moisés, y se rebela contra él. En el fondo la protesta es contra
Dios, contra su fidelidad y capacidad salvadoras. Esto pone “nervioso” a Moisés.
Pero Dios, con paciencia de padre, acepta la prueba y muestra, una vez más, que
está en medio de su pueblo.
2ª Lectura: Romanos 5,1-2. 5-8
Hermanos:
Ya que hemos recibido la justificación por
la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él
hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos
gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria del Hijo de Dios. La esperanza
no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En
efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo
murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un
hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos
ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
*** *** ***
Este pasaje sirve de puente entre los dos
grandes conjuntos de Rom 1,18-4,25 y 5,12-8,49. Son versículos de una gran
densidad teológica y espiritual. La fe en Cristo nos introduce en la paz con Dios y en la esperanza. Paz y esperanza que no son reductibles a meros
sentimientos, sino que hallan su fundamento no en nuestros méritos sino la
comunión con Dios, don gratuito de su amor en Jesucristo. Él es la prueba de
que Dios está con nosotros y en favor nuestro.
Evangelio: Juan 4,5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de
Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí
estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado
junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llegó una mujer de Samaría a sacar agua, y
Jesús le dice: Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar
comida).
La Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo
judío, me pide de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se
tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó: Si conocieras el don de
Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva.
La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo
y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro
padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus
ganados?
Jesús le contesta: El que bebe de esta
agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más
tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice: Señor, dame de esa
agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla… Señor, veo que
tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros
decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice: Créeme, mujer: se acerca la
hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros
dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque
la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en
que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad,
porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan
culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice: Sé que va a venir el
Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.
Jesús le dice: Soy yo: el que habla
contigo…
En aquel pueblo muchos samaritanos
creyeron en él… Y decían a la mujer. Ya no creemos por lo que tú dices,
nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el salvador del
mundo.
*** *** ***
La escena es sugerente. Los pintores la
han recreado profusa y hermosamente. Nos habla de un Jesús liberado y liberador
de prejuicios culturales y religiosos, invitando a superar fronteras personales
y nacionales (Jn 4,9; cf. Jn 8,48; Lc 9,52-55), y a convertirse todos “al Padre en espíritu y verdad, porque así
quiere Dios que sean los que le adoren” (Jn 4,23).
Centrados ya en la mujer, puede
descubrirse un proceso interesante. La samaritana participa de los tópicos de
su tiempo (Jn 4,9); no alcanza a vislumbrar la profundidad de la petición de
Jesús (Jn 4,7), por eso su respuesta es superficial (Jn 4, 11-12). Pero no se
queda ahí; en ella hay sinceridad y ansia de la verdad. Ante la clarificación
de Jesús (Jn 4,13-14), proclama su sed más profunda: “Dame de esa agua” (Jn 4,15). Toda su situación personal entra en
proceso de cambio (Jn 4,16-20). Busca dónde adorar a Dios (Jn 4,20) y se deja
descubrir por Jesús (Jn 4, 16-18. 29).
De mujer superficial pasa a mujer
sedienta. Y de ahí, a mujer apóstol (Jn 4,28-29. 39). Todo encuentro con Cristo
que no termina en testimonio de Cristo es un encuentro fallido.
El final del relato es grandioso, marca el
itinerario del proceso creyente: de la fe en las palabras “sobre” Jesús,
pronunciadas por la samaritana, a la fe en la palabra que “es” Jesús (Jn 4,41).
Y todo empezó no con una predicación, sino con la petición de un poco de agua
junto a un pozo, al mediodía. ¡Vaya estrategia pastoral!
REFLEXIÓN PASTORAL
Una mujer va a buscar el agua, el agua de
siempre, el agua de la sed de cada día..., y se encuentra, no en el fondo del
pozo, sino en el brocal, al agua verdadera, la que sacia la sed de los hombres.
Se inicia un diálogo impresionante. Jesús,
para suscitar la sed de aquella mujer, se presenta como sediento; el agua se
hace sed: “Mujer, dame de beber” (Jn
4,7). ¡Qué estrategia tan fantástica e insospechada! Acercarse al otro no para
imponer, ni siquiera para exponer la Verdad, sino para escuchar y conocer la
suya.
Procediendo así, Cristo nos revela una vía
nueva de acceso a los hombres: porque
nadie está totalmente desprovisto de verdad. ¡No suele ser ese nuestro estilo! Frecuentemente
nos acercamos a los otros como poseedores de una verdad -la nuestra- que no
suscita interés alguno porque desconocemos la que el otro tiene o necesita y,
además, porque vamos sin sed de verdad, saturados, engreídos con la propia.
Mostrar sed por la verdad del otro, estar dispuesto a beberla de su fuente y en
su mano, sin prevenciones ni temores, es un modo cristiano de buscarla y
compartirla.
Y, ante la extrañeza de la mujer, Jesús le
revela el misterio: “Si conocieras el don
de Dios, y quien es el que te dice: “Dame de
beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado el agua viva...”
(Jn 4,10). Porque Jesús es un manantial más abundante que el de Jacob, y sus
aguas son de una calidad infinitamente superior a las que brotaron de la roca,
en el Horeb (Jn 7,38).
Hay fuentes que no sacian, y ésas son las
que más frecuentamos. Abandonamos la fuente de agua viva, para construirnos
aljibes agrietados, que no retienen el agua (cf. Jr 2,13). ¡Hemos secado tantos
pozos buscando saciar la sed! ¡Hemos probado tantas marcas de agua...!
“Como
suspira la sierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, mi
Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,2-3). ¿Es esto
verdad en nuestro caso? ¡Ojalá que sí! Que desde lo más hondo de nuestro
corazón también nosotros, sedientos de Dios, sedientos de la Verdad, digamos
con la mujer de Samaría: “Señor, dame de
esa agua” (Jn 4,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿De qué tengo sed, y qué pozos y fuentes
frecuento?
.- ¿Serena mi vida la fe en Jesucristo?
.- ¿Sacio la sed de Cristo en los sedientos
de la vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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