En aquellos días,
el Señor dijo a Elías: Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat,
natural de Abel-Mejolá.
Elías se marchó y
encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba
la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto.
Entonces Eliseo,
dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis
padres; luego vuelvo y te sigo.
Elías contestó: Ve y
vuelve, ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la
vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego de los aperos, asó la
carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se
puso a sus órdenes.
*** *** *** ***
Elías, que
desmoralizado por las amenazas de Jezabel, había huido al Horeb (I Re 19, 2-8),
recibe de Dios la orden de regresar y de elegir a Eliseo como profeta y sucesor
(I Re 19,15-16). La obra de Dios debe seguir adelante. Los vv 19-21 pertenecen
al denominado ciclo de Eliseo (II Re 2-13). Éste era un agricultor. El paso de
Elías junto a él le cambió la vida. El manto no solo era ropa de abrigo,
simbolizaba la personalidad y los derechos de su dueño. Además el manto de
Elías tenía una eficacia milagrosa (II Re 2,8). Elías adquiere así un derecho
sobre Eliseo. Eliseo acepta la invitación y, tras “quemar” los aperos de
labranza, se convirtió en discípulo de Elías.
2ª Lectura: Gálatas 4,31b-5,1. 13-18
Hermanos:
Para vivir en
libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis
de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad:
no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos
unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás
al prójimo como a ti mismo”.
Pero, atención: que
si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.
Yo os lo digo: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne;
pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre
ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el
Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.
*** *** *** ***
La libertad es el
horizonte del cristiano y la gran conquista de Cristo. Una libertad para
ser asumida y vivida. Pero esa libertad
no es un “ídolo”. Pablo no invita a la anarquía ni a la autosuficiencia. La
libertad cristiana debe estar normada por el amor. La libertad impide
esclavizar a nadie, poniéndolo a nuestros pies, pero nos hace esclavos, poniéndonos
a los pies de los demás, asumiendo la actitud de Jesús (Jn 13,4-5), por amor.
Pablo no es ingenuo, sabe de las tensiones existentes en las comunidades. Por
eso, al tiempo que exhorta, denuncia. El proceder cristiano debe estar
inspirado por el Espíritu, no por las tendencias de la carne. El cristiano no
solo debe rehuir “el yugo de la esclavitud” (la circuncisión que querían
imponer los judaizantes) sino “todo” yugo (“las obras de la carne” cf. Ga
5,19).
La libertad
cristiana es libertad “de” todo lo que oprime, y libertad “para” poner todo, la
vida, al servicio de las urgencias del amor (II Co 5,14).
Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron
en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron,
porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto,
Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos
bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se
marcharon a otra aldea.
Mientras iban de
camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas.
Jesús le respondió:
Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no
tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
Sígueme.
Él respondió:
Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó: Deja
que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te
seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de
Dios.
*** *** *** ***
Jesús decide
orientar sus pasos hacia Jerusalén. Ha de atravesar Samaría, y envía a algunos
para buscar alojamiento. En una aldea no fue aceptado por su condición de judío
(“los judíos no se tratan con los samaritanos” Jn 4,9). El mismo Jesús en un
primer momento advertirá a los discípulos de no entrar en los poblados de
samaritanos (Mt 10,5). La reacción de Santiago y Juan es desechada por el
Maestro. Que no ha venido a abrirse camino a sangre y fuego, sino a abrir
camino entregando su propia sangre.
En ese camino
aparecen tres personas; la primera pide ser admitida en su compañía. Jesús le
responde con realismo, haciéndole ver cómo acababan de negarle un techo para
hospedarse. La segunda es invitada por Jesús al seguimiento. Pero ésta pide un
tiempo de demora. “Ir a enterrar a mi padre” equivale a: “lo haré cuando haya
fallecido mi padre” (no es que su padre ya hubiera muerto y fuera inminente la
sepultura). La tercera, se ofrece, pero pone unas condiciones que, en
principio, parecen lógicas. Sin embargo Jesús radicaliza el seguimiento. El
seguimiento de Jesús supera al de Eliseo respecto de Elías.
REFLEXIÓN PASTORAL
El evangelio de este
Domingo nos habla del seguimiento de Cristo. Lo hace con expresiones chocantes
a nuestros oídos, demasiado contemporizadores. Jesús no fue un rompefamilias,
ni un ser sin entrañas, al contrario. Entonces, ¿qué nos quiere decir con estas
expresiones?
Que en la vida, y en
la vida de fe también, hay que priorizar. Que nada, ni nadie, debe impedir la
respuesta fiel a la llamada del Señor. En eso consiste la libertad cristiana de
la que nos habla la segunda lectura: una liberación de todo, hasta de uno mismo
-de sus amores y temores- para seguir a Jesús. En eso consiste la verdadera
“practica” religiosa; no en un cumplimiento superficial de normas, sino en la
introducción de Cristo en el corazón, hasta convertirlo en nuestro criterio y
norma de vida.
El conocimiento de
Cristo es gracia, decíamos el pasado Domingo, pero, además, implica, su
seguimiento; significa no perderle nunca de vista. “Corramos con constancia en
la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe,
Jesús” (Heb 12,1-2). ¡Una advertencia muy oportuna! El cristiano nunca debe
perder de vista a Jesucristo como referencia primordial de la vida, so pena de
despistarse, adentrándose por caminos equivocados y estériles: caminos que no
conducen a “ninguna parte”.
Y este seguimiento
no es cuestión de intuiciones personales más o menos bienintencionadas,
discontinuas e intermitentes. Se trata
de “conocerlo a él” (Flp 3,10), de “ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp
3,8-9), de personalizar “los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5),
de “caminar como él caminó” (I Jn 2,6)... y eso no se improvisa.
Al “seguimiento
cristiano” le es imprescindible un talante contemplativo e interiorizador de la
persona de Jesús, hasta el punto de experimentar su presencia como una
seducción permanente (Flp 3,12) inspiradora de los mayores radicalismos (Flp
8,8). “De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse;
tiene que resolverse en el encuentro y conocimiento personales. Cristiano es el
hombre que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida; es aquél para
quien Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante y
decisivo.
¡No perderle de
vista! Y esto significa descubrirle como inspirador permanente de las opciones
de vida concreta.
Quizá lo prosaico de
nuestra vida, la carencia de profundidad en nuestros compromisos..., todo eso
que en momentos de sinceridad calificamos de inauténtico, se deba, en última
instancia, a que no hemos descubierto de verdad a ese Jesús a quien religarnos,
y por eso nos cuesta tanto desligarnos de tantas cosas que lastran nuestra
vida.
Un seguimiento que
implica asumir el “estilo” de Jesús: su radicalidad, generosidad y decisión. Y
también el no ser acogidos en ciertos espacios o foros desafectos a su causa,
como le ocurrió en esa aldea de Samaría, porque Jesús es alternativo y portador
de alternativas. Demasiado, ¿verdad? Sí, para nuestra debilidad congénita; pero
posible si nos alimentamos con el pan eucarístico: pan de fortaleza para los
débiles, luz para nuestras oscuridades y esperanza para nuestros desalientos.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué priorizo en mi vida?
.- ¿Es Jesús el referente de mi
vida?
.- ¿Vivo en la libertad de los
hijos de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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